San Marcos 3, 1-12
“Fraternidad que sana”
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- Curar: Jesús no busca solo una mejoría física. Su amor apasionado a la vida, su acogida entrañable a cada enfermo, su fuerza para regenerar lo mejor de cada persona, su capacidad de contagiar la fe en Dios crean las condiciones que hacen posible la curación. El amor cura lo físico y sana el alma.
- El Perdón: el perdón de Dios, recibido con fe en el corazón y celebrado con gozo junto a los hermanos y hermanas, nos puede liberar de lo que nos bloquea interiormente. Con Jesús todo es posible. El perdón es liberador, rompe una dinámica de enfrentamiento destructor, ennoblece a quien perdona y a quien es perdonado.
- El Amor: «el amor no lleva las cuentas del mal» (1 Cor 13, 5). ¡Cuántos cristianos se sorprenderían al escuchar que Dios no lleva cuentas del mal! ¡Qué gozo para muchos descubrir que el amor incondicional de Dios no lleva cuentas de nuestros pecados! Sin embargo, no significa que nuestros pecados sean algo banal y sin consecuencias en la Construcción de nuestra vida y de nuestro futuro último. Nuestra manera de pagar es amarlo más.
- La Fe: cuando la persona no se quiere a sí misma, difícilmente cree que Dios la puede amar tal como es. Si no se acepta a sí misma con amor, no creerá que es aceptada por Dios.
REFLEXIÓN
En el Evangelio la actuación de Jesús se resume en estas dos palabras: «Tus pecados quedan perdonados». «Levántate y echa a andar». Aquel enfermo encuentra en Jesús lo que tanto necesitaba: paz interior y fuerza para caminar. Jesús lo pone de pie, lo rescata del mal que lo está matando, le infunde vigor y seguridad para enfrentarse a la vida.
Jesús no cura solo enfermedades; sana la vida enferma. No es posible seguir a Jesús viviendo como «paralíticos» que no saben cómo salir del inmovilidad, la inercia o la pasividad. Tal vez, necesitamos como nunca reavivar en nuestras comunidades la celebración del perdón que Dios nos ofrece en Jesús. Ese perdón puede ponernos de pie para enfrentarnos al futuro con confianza y alegría nueva.
PARA LA VIDA
Un día un niño estaba intentando levantar una piedra muy grande y no podía ni siquiera moverla. Su padre le estaba observando y al cabo de un rato le preguntó: ¿estás usando todas tus fuerzas? Y el niño, un poco molesto, le contestó: claro que sí.
No, no estás le dijo el padre porque no me has pedido ayuda:
- Pedir ayuda. El niño intentaba levantar la piedra él solito y no podía. Pero ahí estaba su padre que sí le podía ayudar.
- Pedir ayuda. Nosotros intentamos levantar muchas piedras solos y no podemos. Muchas veces nos resignamos y decimos que siga la piedra ahí, la piedra de la droga, del botellón, de los emigrantes, de los fracasados... No pedimos ayuda.