21° Domingo del Tiempo Ordinario, 23 de Agosto 2020, Ciclo A

 San Mateo 16, 13 - 20

"Tú Eres Pedro, y Te Daré las Llaves del Reino de los Cielos"

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M. 

1.- ¿Quién es Jesús?: Para responder con sinceridad y hondura a esta pregunta nos tenemos que poner en seguimiento, sabedores de que es una pregunta abierta y que no se contesta de una vez y para siempre porque: A lo largo de la vida vamos madurando: no sólo varían las circunstancias que nos rodean, sino nuestras aspiraciones, proyectos, deseos, necesidades…Somos los mismos y a la vez distintos; necesitamos ir renovando nuestra respuesta para adecuarla a nuestro “aquí y ahora cambiante”. Jesús es insondable, siempre con aspectos nuevos que descubrir.

2.- ¿Quién es Dios?: “Dios es el origen, guía y meta del universo. A él la gloria por los siglos”. Nuestra verdadera alabanza y acción de gracias a Dios, “origen, guía y meta del universo”, es la Eucaristía, porque en ella Jesucristo actualiza, hace presente, su gran alabanza al Padre que es la obra de nuestra salvación.

3.- Confesión de Fe: Esta es la confesión de fe central de la religión cristiana; somos cristianos porque confesamos que Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo. “Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y al Padre no le conoce más que el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. 

4.- La Misión: el perdón de los pecados, esto es, “desatar” al hombre de las cadenas del pecado, pero también la de “atar”, o sea, excomulgar, apartar de la comunión eclesial cuando uno se obstina en obrar contra la verdad del Evangelio. También es para agradecer a Jesús el don de Pedro, pues a través de él estamos seguros de que Dios nos perdona “en el cielo”.

 REFLEXIÓN 

   El Evangelio de hoy tiene que hacernos experimentar la maravilla de la fe. Con frecuencia, estamos demasiado «acostumbrados» a creer; hemos nacido en una familia cristiana y nos parece lo más natural del mundo. Sin embargo, hemos de admirarnos del regalo de la fe, de que también nosotros podamos decir a Jesús: «Tú eres el Hijo de Dios», pues eso no nos viene de la carne ni de la sangre, sino que nos ha sido revelado por el Padre que está en los cielos. La fe es el regalo más grande que hemos recibido; más grande incluso que la vida, pues la vida sin fe sería absurda y vacía., porque conoce las expectativas más íntimas de nuestro corazón. 

La primera lectura del libro de Isaías nos Colgaré de su hombro la llave del palacio de David. En el ambiente del Antiguo Testamento el signo de los poderes y de la responsabilidad sobre la suerte del pueblo era la imposición de las llaves sobre los hombros de los elegidos. La función de las llaves es el poder de abrir y cerrar la casa del rey, soberano absoluto, y corresponde al primer ministro o visir. Es como el plenipotenciario del rey, el que hace sus veces. 

La segunda lectura de la carta de San Pablo a los romanos nos recuerda que Cristo es origen, guía y meta del universo. Sin Cristo no existiría la Iglesia, pero ésta tiene que ser como la quiso Cristo, no como la quieran los hombres. En el querer de Cristo está la figura de su Vicario visible: el Papa. Donde está Pedro allí está la Iglesia. Donde están Pedro y la Iglesia, allí está también la plenitud operante del Misterio de Cristo entre los hombres.

En el Evangelio «La confesión de Pedro obtiene plenamente la recompensa merecida, por haber visto en el hombre al Hijo de Dios (Mt 16,13-19). Es dichoso, es alabado por haber penetrado más allá de la mirada humana viendo lo que venía no de la carne, ni de la sangre, sino contemplando al Hijo de Dios revelado por el Padre celestial. Y es juzgado digno de reconocer el primero aquello que en Cristo es de Dios.

PARA LA VIDA

Cierto día, Buda, sentado sobre la flor del loto, enseñaba la necesidad de suprimir el sufrimiento para alcanzar la felicidad. El dolor, al oírlo, se quedó muy triste, porque ya nadie lo querría. Poco después pasó por allí un joven lleno de caridad, y, viendo llorar al dolor, se le enterneció el corazón, lo tomó de la mano y lo convirtió en su amigo inseparable. Ese joven se llamaba Jesús. Cuando Jesús comenzó a predicar, los oyentes se contagiaron de su felicidad. Por primera vez en la historia, el dolor se alegraba viendo que él también podía dar algún fruto, pues Jesús decía que no habría felicidad sin cruz. Incluso murió en ella abrazado a su amigo el dolor, pero con el corazón inmerso en la alegría. Buda se asombró al constatar que Jesús y él buscaban lo mismo: la felicidad. Sin embargo, mientras Buda eliminaba el sufrimiento por la vía de la renuncia y de la meditación, Jesús lo asumía para sanar el pecado y traer la salvación. Al final, ni uno ni otro erradicaron el dolor del mundo. Buda no pudo; Jesús no quiso. Hoy, la felicidad toma la mano al sufrimiento para que no se encuentre solo. Y el sufrimiento se llena de esperanza y de alegría cuando ve que la felicidad pasa por el camino de la cruz.

El cuento de esta semana nos recuerda que Cristo nos invita a una felicidad que pasa por la cruz, que no huye del sufrimiento, que se abaja para amar y servir más y mejor. Una felicidad que no nace del poder ni de la fama ni del dinero, sino de la humilde entrega diaria en ser Buena Noticia para los empobrecidos y marginados de nuestra sociedad.

20° Domingo del Tiempo Ordinario, 16 de Agosto 2020, Ciclo A

 San Mateo 15, 21 - 28

"Mujer; ¡Qué Grande es Tu Fe"

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M. 

1.- La Acogida: el sufrimiento humano no admite fronteras, como tampoco las tiene la compasión de Dios-Padre. Nosotros hoy día pedimos a Cristo algo semejante.  Queremos que Cristo nos acompañe durante la prueba de Covid. El Señor no va a abandonarnos.  Podemos contar con Él. Nuestro papel es rezar con la insistencia y actuar con la sabiduría.

2.- La Fe: lo importante es la fe en Dios, no el origen ni la condición, ni la raza. ¡Ya quisiéramos la fe de la mujer cananea! Sabía que, Jesús, podía colmar con creces sus expectativas. Era consciente que, detrás de una oración confiada y continuada, se encontraba la clave de la solución a sus problemas. La grandeza de esta mujer no fue su oportuno encuentro con Jesús. La suerte de esta mujer es que su fe era nítida, inquebrantable, confiada, transparente, lúcida y sencilla. No se dejó vencer ni por el cansancio ni, mucho menos, por el recelo de los discípulos.

3.- La Salvación: se ofrece a todos los hombres sin exclusión y con los mismos requisitos, conversión sincera que reconoce la propia debilidad moral y pecado y fe viva en el poder salvador de Dios por medio de Jesucristo.

4.- La Palabra: invita a la apertura, ofreciendo el Evangelio a todos y acogiendo a los nuevos cristianos, especialmente a los inmigrantes que viven entre nosotros y que hay que incorporar a nuestras comunidades. En la Iglesia cristiana desaparecen los nacionalismos, todos somos iguales e hijos de Dios.

5.- La Eucaristía: es sacramento de universalidad, de unidad y de comunión. En ella damos gracias al Padre por el don de la fe y pedimos vivir todas sus consecuencias. 

REFLEXIÓN 

Las tres lecturas convergen en un mismo tema: Dios llama a todos los hombres a la salvación. Esta universalidad del designio de salvación y del misterio redentor de Cristo Jesús constituye la razón de ser más profunda de la Iglesia y debería constituir también una inquietud permanente en quienes, por un don gratuito y electivo, hemos sido incorporados ya al Misterio de Cristo y de la Iglesia.

En la primera lectura Isaías 56,1.6-7A los extranjeros los traeré a mi monte santo. En el Nuevo Testamento Dios mismo ha roto los exclusivismos de Israel, para abrir el evangelio y la obra redentora de Cristo a todos los hombres, mediante el don de la fe. «Mi casa es casa de oración para todos los pueblos».

En la segunda lectura Romanos 11,13-15.29-32Los dones y la llamada de Dios son irrevocables para Israel. Este fue el pueblo elegido para Cristo. Por su infidelidad, permaneció fuera del Evangelio y rechazó a Cristo. Pero en los designios divinos del Padre siempre es posible su salvación. El amor de Dios es irrevocable.

En el Evangelio de San Mateo 15, 21-28Mujer, grande es tu fe. En esta lógica del amor infinito de Dios se inserta y se comprende la escena narrada por el Evangelista San Mateo: se lleva a cabo «en tierra extranjera», la mujer, que es una madre oprimida por el dolor vivo y angustiante («Mi hija es muy atormentada por un demonio»), es una cananea, sin ningún derecho de acercarse al Señor a pedirle su intervención. Y a pesar de todo, viendo al Maestro, no se calló el grito del propio sufrimiento, expresando en tal modo el materno deseo de salvación y de liberación para la propia hija: un amor natural capaz de ir más allá de los obstáculos, permaneciendo en una mendigante imploración. La mujer no pretende la intervención del Señor como un derecho, ella lo pide como un don a Aquel que es Don total, reconociendo en el Señor al Mesías. Su fe se encierra toda en la expresión «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David». Por la fe, creída y profesada en las palabras y en las obras, se cumple el deseo del corazón del hombre; la felicidad y la salvación se realizan en el encuentro con el Señor y Su potencia. 

PARA LA VIDA 

   El pequeño Roberto asistía a la primaria y la maestra les encargó una tarea: “investigar qué es la fe en Dios”. Intrigado, de regreso a casa le preguntó a su tío “Qué es la fe en Dios? Me la dejaron de tarea en la escuela”. Con una amplia sonrisa, su tío le respondió: “En verdad quieres saber lo que es la fe en Dios?”. “Si”, respondió Roberto. Bien, vamos a la playa y te lo enseñaré. Roberto vivía en las paradisíacas playas de Cancún. Una vez que llegaron, le entregó el chaleco salvavidas y las aletas. “Pero yo no sé nadar” dijo Roberto. “Lo sé”, le dijo el tío, “póntelos de todas maneras”.  

   Lo hizo. “Ahora, comienza a caminar hacia el mar de espaldas. Llegará un momento en el que sentirás que tus pies no tocan tierra. Déjate ir y arrójate de espaldas. No te hundirás, ya que el chaleco te hará flotar”. Roberto estaba aterrado “No tío, no quiero”. “Hazlo!” Le respondió “Estaré junto a ti para que no temas. Así que tranquilo”. Roberto confió en su tío. Mientras caminaba de espaldas llegó un momento en el que sintió que no tocaba tierra. Dudó. Pero recordó las palabras de su tío, aparte de que lo tenía cerca.  

   En un acto de valor, dio el siguiente paso ¡Ya no tocaba tierra! Sin embargo, flotó en el mar gracias al chaleco. Se sintió emocionado ante la experiencia y feliz. Ambos salieron del mar. Camino a casa, su tío le explico: “En esto consiste la fe en Dios: el mar representa la vida. Yo represento a Dios y el chaleco representa la fe. Cuando te adentres en el mar de la vida y sientas que la lógica no puede ayudarte a salir a flote de tus problemas, hasta perder el suelo, debes creer que el chaleco de la fe te salvará. Dios estará siempre cerca de ti, pero depende de que te atrevas a dar el primer paso de confiar en EL, vistiéndote el chaleco de la fe y arrojándote con él, para que puedas flotar en el mar de la vida con total paz y tranquilidad”.

18° Domingo del Tiempo Ordinario, 2 de Agosto 2020, Ciclo A

 San Mateo 14, 13-21

"Todos Comieron Hasta Saciarse"

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M. 

1.- El Pan: en el mundo de hoy no es la necesidad de multiplicar el pan, sino de repartirlo mejor. Dicen los que saben de esto que en el mundo se produce hoy suficiente pan para alimentar a todos los que lo necesitan; el problema no es que no haya pan, sino que el pan que hay está mal repartido. Basta pensar en un dato repetido hoy cientos de veces: más de la mitad del primer mundo tiene como principal problema el exceso de peso y la sobrealimentación, mientras que la mayor parte del tercero y cuarto mundo tienen como principal problema encontrar un trozo de pan para llevarse a la boca.

2.-El Compartir: Jesús no enseñó a sus discípulos a multiplicar a golpe de milagro el pan y las demás cosas buenas que necesitamos para vivir, lo que sí les enseñó fue a partir y a compartir lo que se tiene y a dar gracias por ello. Nosotros no podemos hacer milagros, pero sí podemos atender al que pasa necesidad material o espiritual, dedicarle nuestro tiempo y ofrecerle aquello que esté a nuestro alcance; y es que el pan no es sólo el elemento material que alimenta el cuerpo, sino todo aquello que alimenta el espíritu. En posesión de ello, cada uno debe sentir la urgencia de abrirse y ofrecerlo a quienes pasan necesidad. Es la respuesta al Dadles vosotros de comer.

3.-La Eucaristía: el Pan Eucarístico, que Cristo nos regala cada domingo. En la celebración de la Eucaristía Cristo se nos da inicialmente como Palabra: Él es el Maestro, que continuamente nos enseña los caminos de Dios; después, en la comunión, se nos da a sí mismo como comida y alimento de vida eterna. Es la más densa expresión del partir y compartir, que tiene su culminación en la Comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo. 

REFLEXIÓN 

   La palabra de este domingo nos presenta el amor de Dios, con tres lecturas que lo definen como un amor gratuito y universal (Is 55,1-3), potente e inquebrantable (Rom 8,35-39) misericordioso y eficiente, que se revela especialmente en el reparto eucarístico del pan (Mt 14,13-21), realizado por Jesús con sus discípulos en un momento de gran necesidad de quienes los seguían. Este gran milagro del pan repartido nace del amor entrañable de Cristo, que no se queda meramente en un buen sentimiento, ni en un bello discurso, sino que implicando a los discípulos, despliega ese amor en una serie de obras de misericordia que van desde la curación de los enfermos hasta la satisfacción del hambre de la gente.

   En la primera lectura el Profeta Isaías subraya la «gratuidad». Tal vez no nos damos cuenta de que es Dios Quien nos los provee. Y algunos nos lo dan de manera totalmente gratuita. Para los bienes materiales, Él nos da la posibilidad de encontrarlos poniendo nosotros nuestro aporte, que es el trabajo cotidiano.  Para los espirituales nuestro aporte consiste en nuestra respuesta a la Gracia Divina, es decir, nuestro “sí” a la Voluntad de Dios.

   En la Segunda lectura San Pablo nos dice que El amor de Cristo es la única seguridad estable y definitiva aunque todo se hunda. Al que ha construido su vida sobre la roca del amor de Cristo ninguna tempestad puede tambalearle (Cfr. Mt 7,25). «En todo esto vencemos fácilmente por Aquel que nos ha amado». A veces quisiéramos que el Señor eliminase las dificultades. Sin embargo, no suele actuar así. Más bien nos da la fuerza para vencerlas y superarlas apoyados en su amor.

   En el Evangelio Jesús dice a los discípulos: «Dadles vosotros de comer». Con cinco panes y dos peces dio de comer a la multitud. Pero ¿qué hubiera ocurrido si los discípulos se hubieran guardado los cinco panes y los dos peces? Probablemente, Jesús no hubiera hecho el milagro y la multitud se hubiera quedado sin comer. Lo mismo que a los discípulos, ni a ti ni a mí nos pide Jesús que solucionemos todos los problemas ni que hagamos milagros. Los milagros los hace Él. Pero sí nos pide una cosa: que pongamos a su disposición todo lo que tenemos; poco o mucho, da igual, pero que sea todo lo que tienes. Ante el hambre de pan material y el hambre de la verdad de Cristo que tanta gente padece, ¿vas a negarle a Cristo tus cinco panes y tus dos peces? 

PARA LA VIDA 

   Una noche tuve un sueño: Soñé que con el Señor caminaba por la playa, y a través del cielo, escenas de mi vida pasaban. Por cada escena que pasaba percibí que quedaron dos pares de pisadas en la arena. Unas eran las mías y las otras las del Señor. Cuando la última escena pasó delante nuestro, miré hacia atrás, hacia las pisadas en la arena, y noté que muchas veces en el camino de mi vida había sólo una par de pisadas en la arena. Noté también que esto sucedió en los momentos más difíciles de mi vida. 

   Esto me perturbó y, entonces, pregunté al Señor: “Señor, tú me dijiste, cuando yo resolví seguirte, que andarías conmigo a lo largo de todo el camino, pero he notado que durante los peores momentos de mi vida se divisan en la arena sólo un par de pisadas. No comprendo por qué me dejaste en las horas que más te necesitaba”. Entonces El, clavando en mí su mirada infinita de amor, me contestó:  “Mi hijo querido, yo siempre te he amado y jamás te dejaría en los momentos más difíciles. Cuando viste en la arena un solo par de pisadas, fue justamente allí donde yo te cargué en mis hombros”.

   No olvidemos que la fe es «caminar sobre agua», pero con la posibilidad de encontrar siempre esa mano que nos salva del hundimiento total.