San Mateo 16, 13 - 20
1.- ¿Quién es Jesús?: Para responder con sinceridad y hondura a esta pregunta nos tenemos que poner en seguimiento, sabedores de que es una pregunta abierta y que no se contesta de una vez y para siempre porque: A lo largo de la vida vamos madurando: no sólo varían las circunstancias que nos rodean, sino nuestras aspiraciones, proyectos, deseos, necesidades…Somos los mismos y a la vez distintos; necesitamos ir renovando nuestra respuesta para adecuarla a nuestro “aquí y ahora cambiante”. Jesús es insondable, siempre con aspectos nuevos que descubrir.
2.- ¿Quién es Dios?: “Dios es el origen, guía y meta del universo. A él la gloria por los siglos”. Nuestra verdadera alabanza y acción de gracias a Dios, “origen, guía y meta del universo”, es la Eucaristía, porque en ella Jesucristo actualiza, hace presente, su gran alabanza al Padre que es la obra de nuestra salvación.
3.- Confesión de Fe: Esta es la confesión de fe central de la religión cristiana; somos cristianos porque confesamos que Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo. “Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y al Padre no le conoce más que el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.
4.- La Misión: el perdón de los pecados, esto es, “desatar” al hombre de las cadenas del pecado, pero también la de “atar”, o sea, excomulgar, apartar de la comunión eclesial cuando uno se obstina en obrar contra la verdad del Evangelio. También es para agradecer a Jesús el don de Pedro, pues a través de él estamos seguros de que Dios nos perdona “en el cielo”.
REFLEXIÓN
El Evangelio de hoy tiene que hacernos experimentar la maravilla de la fe. Con frecuencia, estamos demasiado «acostumbrados» a creer; hemos nacido en una familia cristiana y nos parece lo más natural del mundo. Sin embargo, hemos de admirarnos del regalo de la fe, de que también nosotros podamos decir a Jesús: «Tú eres el Hijo de Dios», pues eso no nos viene de la carne ni de la sangre, sino que nos ha sido revelado por el Padre que está en los cielos. La fe es el regalo más grande que hemos recibido; más grande incluso que la vida, pues la vida sin fe sería absurda y vacía., porque conoce las expectativas más íntimas de nuestro corazón.
La primera lectura del libro de Isaías nos Colgaré de su hombro la llave del palacio de David. En el ambiente del Antiguo Testamento el signo de los poderes y de la responsabilidad sobre la suerte del pueblo era la imposición de las llaves sobre los hombros de los elegidos. La función de las llaves es el poder de abrir y cerrar la casa del rey, soberano absoluto, y corresponde al primer ministro o visir. Es como el plenipotenciario del rey, el que hace sus veces.
La segunda lectura de la carta de San Pablo a los romanos nos recuerda que Cristo es origen, guía y meta del universo. Sin Cristo no existiría la Iglesia, pero ésta tiene que ser como la quiso Cristo, no como la quieran los hombres. En el querer de Cristo está la figura de su Vicario visible: el Papa. Donde está Pedro allí está la Iglesia. Donde están Pedro y la Iglesia, allí está también la plenitud operante del Misterio de Cristo entre los hombres.
En el Evangelio «La confesión de Pedro obtiene plenamente la recompensa merecida, por haber visto en el hombre al Hijo de Dios (Mt 16,13-19). Es dichoso, es alabado por haber penetrado más allá de la mirada humana viendo lo que venía no de la carne, ni de la sangre, sino contemplando al Hijo de Dios revelado por el Padre celestial. Y es juzgado digno de reconocer el primero aquello que en Cristo es de Dios.
PARA LA VIDA
Cierto día, Buda, sentado sobre la flor del loto, enseñaba la necesidad de suprimir el sufrimiento para alcanzar la felicidad. El dolor, al oírlo, se quedó muy triste, porque ya nadie lo querría. Poco después pasó por allí un joven lleno de caridad, y, viendo llorar al dolor, se le enterneció el corazón, lo tomó de la mano y lo convirtió en su amigo inseparable. Ese joven se llamaba Jesús. Cuando Jesús comenzó a predicar, los oyentes se contagiaron de su felicidad. Por primera vez en la historia, el dolor se alegraba viendo que él también podía dar algún fruto, pues Jesús decía que no habría felicidad sin cruz. Incluso murió en ella abrazado a su amigo el dolor, pero con el corazón inmerso en la alegría. Buda se asombró al constatar que Jesús y él buscaban lo mismo: la felicidad. Sin embargo, mientras Buda eliminaba el sufrimiento por la vía de la renuncia y de la meditación, Jesús lo asumía para sanar el pecado y traer la salvación. Al final, ni uno ni otro erradicaron el dolor del mundo. Buda no pudo; Jesús no quiso. Hoy, la felicidad toma la mano al sufrimiento para que no se encuentre solo. Y el sufrimiento se llena de esperanza y de alegría cuando ve que la felicidad pasa por el camino de la cruz.
El cuento de esta semana nos recuerda que Cristo nos invita a una felicidad que pasa por la cruz, que no huye del sufrimiento, que se abaja para amar y servir más y mejor. Una felicidad que no nace del poder ni de la fama ni del dinero, sino de la humilde entrega diaria en ser Buena Noticia para los empobrecidos y marginados de nuestra sociedad.