San Lucas 14, 1 . 7 - 14
“ Hay más Alegría en Dar que en Recibir "
- La Humildad: para alcanzar la verdadera grandeza humana, para ser enaltecidos auténticamente, la virtud de la humildad es esencial en nuestras vidas. La humildad es el fundamento de todas las demás virtudes, ella es la más importante de todas. “Humildad es andar en verdad”, es decir, no creerte más pero tampoco menos de lo que verdaderamente eres, pues así como no debes aparentar ser más o creerte superior a los demás, tampoco debes aparentar ser menos o pensar que nada vales. El que es humilde es generoso, misericordioso con los otros. Esa es la razón por la que la humildad cristiana es actitud sabia y principio de amor.
- El Amor: da y se da sin esperar. “Hazte pequeño en las grandezas humana, y encontrarás el favor de Dios“. Dios ama a todos, sin excluir a nadie, pero en su corazón de Padre, ocupan un lugar preferente, los que no tienen sitio en nuestra sociedad: los pequeños, los humillados, los que sobran... Sería una equivocación creer que uno sabe amar de verdad y con generosidad por el simple hecho de vivir en armonía y saber desenvolverse con facilidad en el círculo de sus amistades y en las relaciones familiares. También el hombre egoísta “ama” mucho a quien le aman mucho.
- La Eucaristía: Cristo se hace Eucaristía para poder seguir sirviendo a toda la Humanidad, siendo su alimento y compañero. Es su supremo servicio. Es un acompañamiento en el caminar de la vida hacia la Vida Eterna, hacia la Casa del Padre. El Señor está pensando en otro banquete de más trascendencia, el banquete de las moradas eternas. Allí cada uno tendrá su puesto, cada uno gozará de su propia categoría. Entonces no valdrán los empujones ni las zancadillas para colocarse en los primeros puestos, no servirán las mentiras ni las apariencias.
REFLEXIÓN
Jesús, hoy, y en todo el evangelio nos invita a sus hijos a vivir y elegir la difícil virtud de la humildad. La humildad nos coloca en nuestro puesto frente a Dios. La humildad nos hace reconocer a Dios como el único primero, el único santo, el único bueno, el único Señor. La humildad nos recuerda nuestra fragilidad, nuestra caducidad y nuestro fin. La humildad nos hace sentirnos iguales a los hermanos. Nadie es más que nadie. Sólo Dios es más que todos nosotros. En el mundo de Dios los últimos son los preferidos y los primeros invitados. En el mundo de Dios los únicos excluidos, no somos los pecadores, sino los orgullosos, los que se creen justos, los perfectos, los que nada deben a Dios. El orgullo es la gran barrera que nos separa de Dios. El orgulloso se hace Dios. La soberbia es lo contrario de la humildad y es uno de los mayores motivos de separación de Dios. El texto del evangelio de hoy, a propósito de un banquete en el que los invitados buscaban los primeros puestos, da pie a Jesús para hablar de la humildad. El Maestro sigue exponiendo su enseñanza apoyado en ese banquete del que toma parte.
Al hombre que le ha invitado le dice que cuando dé una comida o una cena no invite a quienes le pueden corresponder con otra invitación semejante. Cuando des un banquete, le dice, invita a los pobres, a esos que no podrán corresponderte. Sólo así será Dios mismo el que les pague, el que recompense su buena acción. Es decir, Jesús nos enseña que hemos de hacer siempre el bien, buscando no la recompensa y la gratitud de los hombres, sino la recompensa eterna de Dios. De aquí brota esa suprema intuición de San Agustín: que te conozca, Señor, y que me conozca.
En efecto, sólo conociendo a Dios nos conoceremos a nosotros mismos, sabremos, de verdad, qué somos. Esta virtud, o verdad, es la que hace posible nuestra relación con Dios. Lo opuesto, la soberbia, provoca el rechazo divino. San Gregorio Magno llamaba a la humildad madre y maestra de todas las virtudes. Es bueno tener esa humildad que nos hace alegrarnos por el don recibido, y recordar que el banquete será para los últimos.
PARA LA VIDA
Cuentan que Christian Herter gobernador de Massachussets, estaba haciendo campaña para su reelección. Un día en que ni había desayunado ni comido acudió a una barbacoa para levantar fondos para la campaña. Se puso en la fila y cuando llegó su turno le sirvieron un trozo de pollo. -Perdone, señora, pero estoy hambriento. -Lo siento, señor, pero sólo se da un trozo por persona.
Este señor, habitualmente sencillo y amable, quiso echar todo el peso de su oficio y de su prestigio y le dijo: "Señora, ¿sabe quién soy? Soy el gobernador de este estado". Y ella le contestó: "Señor, ¿sabe quién soy yo? Soy la encargada del pollo. Siga la fila, señor". En las relaciones, en los banquetes y en las invitaciones humanas pasaba en tiempo de Jesús lo que pasa hoy.
Todos quieren "buscar los primeros puestos"; sentirse importante, darse a conocer, intercambiar tarjetas de visita para conectarse. Pero lo importante es ser invitado y codearse con la gente importante. El que no es invitado es que no existe socialmente.