2° Domingo Pascua o de la Misericordia, 19 de Abril 2020, Ciclo A

San Juan 20, 19 - 31

 “¡Hosanna al Hijo de David!  ¡Bendito el que Viene en Nombre del Señor!”

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M. 

1.-La Alegría: es el signo propio de los cristianos, pues nosotros creemos en un Dios que está vivo y presente entre nosotros. Era cierto lo que Jesús había dicho: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Cristo, tras su muerte, no nos ha abandonado, sino que permanece a nuestro lado para siempre. Y ésta es la mayor de las alegrías que podemos tener. Ya no hay miedo, pues Cristo vive.
2.-La Paz: si el pecado es el odio, la ira, la envidia, las críticas, la soberbia, y tantas otras cosas que nos llevan a la muerte, la Resurrección ha vencido al pecado, y por ello Cristo Resucitado es portador de la paz. Es la paz del corazón, la paz que nos une de nuevo a Dios y a los demás, de los que nos habíamos separado por culpa del pecado. Todos nosotros necesitamos de la alegría y de la paz que Cristo nos trae con su resurrección.
3.-La Misericordia: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”. La misericordia del Señor no tiene fin, es eterna, pues Dios ha vencido a la muerte, ha destruido el pecado, nos ha salvado con su resurrección. la misericordia de Dios es grande, y que por esa misericordia nos ha salvado, nos ha hecho vivir de nuevo, nos ha dado una esperanza viva. 
4.-La Fe: en Jesús vivo y resucitado consiste en reconocer su presencia en la comunidad de los creyentes, que es el lugar natural donde él se manifiesta y de donde irradia su amor. Sólo si permanecemos unidos haremos signos y prodigios, ayudaremos a los que sufren y seremos capaces de dar un sentido auténtico a nuestro mundo perdido y desorientado. 

REFLEXIÓN 

   Se puede ver la misericordia de Dios particularmente en su Hijo, Jesucristo.  De hecho, el papa Francisco llama a Jesús “el rostro de la misericordia del Padre”.  En el evangelio hoy Jesús muestra la misericordia tres veces.  Reflexionando en cada instancia nos ayudará a vivir mejor nuestro compromiso cristiano.  Ambas la pandemia y el mundo actual nos retan compartir la alegría de conocer a Cristo. 
   En primer lugar, Jesús muestra la misericordia cuando aparece a sus discípulos.  Ellos están apiñados juntos en temor.  Tal vez los judíos vengan para acusarlos de tomar el cuerpo de Jesús de su sepulcro.  Con la presencia de Jesús en su medio la situación cambia.  “Paz” – dice él – y la alegría reemplaza el miedo. 

    La posibilidad de contraer el virus Covid-19 ha aterrorizado a muchos de nosotros hoy día.  No queremos sentir como si estuviéramos ahogando, mucho menos queremos morir.  Somos sabios a tomar al pecho la paz que Jesús ofrece a nosotros también.  Ciertamente es preciso que sigamos los guías de los funcionarios de atención médica.  Pero es aún más importante que recordemos que Dios nos ama. 

   Jesús hace rodeos para mostrar la misericordia a Tomás. Este discípulo una vez era tan convencido que Jesús era el Mesías que quería morir con él.  Pero ahora Tomás rechaza el testimonio de los demás que Jesús ha resucitado.  Pide prueba física antes de que crea.  No queriendo que Tomás se quede en dudas, Jesús le aparece y le invita a tocar sus heridas. Jesús permite que seamos perdonados por la Reconciliación.  

PARA LA VIDA

   Cuentan que un alpinista, desesperado por conquistar el Aconcagua (de casi 7000 metros de altura, y cubierto en su mayoría de nieve) inició su travesía después de muchos años de preparación. Pero quería la gloria para él solo, así que emprendió la aventura sin compañeros. Empezó a subir, y se le fue haciendo tarde, y más tarde. Lejos de prepararse para acampar, siguió subiendo, decidido a llegar a la cima. 

   No tardó mucho en oscurecer. La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña, ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era negro, nada de visibilidad, no había luna y las estrellas eran cubiertas por las nubes.  Fue entonces que, subiendo por un acantilado (a sólo cien metros de la cima), se resbaló y se desplomó hacia el vacío por los aires. Caía a una velocidad vertiginosa, lo único que podía ver eran veloces manchas más oscuras que pasaban en la misma oscuridad, y todo lo que podía sentir era la terrible sensación de ser succionado por la gravedad. 

   Seguía cayendo… y, en esos angustiantes momentos, le pasaron por su mente todos los momentos de su vida, los gratos y los no tan gratos. Él pensaba que iba a morir... sin embargo, de repente, sintió un tirón muy fuerte que casi lo parte en dos.  Sí... como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larga cuerda que lo amarraba de la cintura. 

   En esos momentos de quietud, suspendido en el aire, no pudo más que gritar: ¡Ayúdame, Dios mío...! Y de golpe, lo inesperado. Una voz grave y profunda surgió de los cielos para responderle: ¿Qué quieres que haga, hijo mío?  ¡Sálvame, Dios mío!  ¿Realmente crees que te pueda salvar?  Por supuesto, Señor... Entonces, corta la cuerda que te sostiene.  Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda y reflexionó... Cuentan que el equipo de rescate que fue a buscarlo se sorprendió al encontrarlo colgado, congelado, muerto, agarradas con fuerza las manos a una cuerda... a tan sólo dos metros del suelo. 

Domingo de Ramos, 5 de Abril 2020, Ciclo A

San Mateo 26, 14 - 27,66 

 “¡Hosanna al Hijo de David!  ¡Bendito el que Viene en Nombre del Señor!”


Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M. 

1.-La Entrada a Jerusalén: Jesús que entra triunfante en Jerusalén, acompañado por sus discípulos y aclamado por todo el pueblo como rey y como Mesías. Pero la fiesta y la alegría de hoy pronto se convertirán en entrega, en pasión, en dolor. Jesús entra en Jerusalén para dar su vida en la cruz.
2.Jesús Aclamado como Mesías: “Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor”. Jesús es aclamado como rey y como Mesías. Reconocer a Cristo como rey significa aceptarlo como aquél que nos guía en nuestro camino, como aquél a quien debemos escuchar y al que seguimos. Reconocer a Cristo como Mesías es aceptarlo como nuestro salvador, siendo conscientes de que no podemos hacer nada sin Él, que nuestra salvación viene de Él. 
3.-Un Mesías Pobre: al contemplar hoy a Cristo que entra en Jerusalén montado en un asno, pobremente, reconocemos a Dios que quiere entrar también en nuestra vida de forma sencilla. Jesús triunfante, al entrar en la ciudad santa, no entró de forma portentosa, sin pompa ni lujos. Jesús no entró en Jerusalén montado en carroza, con un séquito que le acompañase, sino que entró humildemente.
4.-Un Mesías Sufriente: podemos contemplar la pasión y muerte del Señor. Cristo, que hoy entra triunfante en Jerusalén, es el Mesías sufriente, que muere por amor, que da la vida por nosotros. Éste es el verdadero sentido de la Semana Santa que hoy empezamos: celebrar y vivir el amor de Dios manifestado en la entrega incondicional de Cristo en la Cruz. Pongamos a Cristo en el centro de nuestra vida y caminemos así hasta la Pascua de la Resurrección.

REFLEXIÓN

   Año tras año el pasaje evangélico del domingo de Ramos nos relata la entrada de Jesús en Jerusalén. Junto con sus discípulos y con una multitud creciente de peregrinos, había subido desde la llanura de Galilea hacia la ciudad santa. Como peldaños de esta subida, los evangelistas nos han transmitido tres anuncios de Jesús relativos a su Pasión, aludiendo así, al mismo tiempo, a la subida interior que se estaba realizando en esa peregrinación. Jesús está en camino hacia el templo, hacia el lugar donde Dios, como dice el Deuteronomio, había querido «fijar la morada» de su nombre (cf. Dt 12, 11; 14, 23).
   Por eso, al comenzar Semana Santa, le decimos: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”. Sólo él, como afirma el Papa, nos salva del pecado, de la muerte, del miedo y de la tristeza. ¿Cómo lo hace? Con el poder del amor, que es el único poder capaz de hacer triunfar para siempre la verdad, la unidad, el bien, la justicia, el progreso, la paz y la vida.
   Escuchando al Padre, que quiere que todos seamos por siempre felices con él, Jesús no se echó para atrás, ni siquiera cuando fue traicionado por un amigo y abandonado por los demás; cuando fue calumniado, humillado, golpeado, escupido, azotado, coronado de espinas, injustamente condenado, despojado y clavado en la cruz.
   ¿Y nosotros? ¿Cómo reaccionamos ante el mal, cuando lo sufrimos o cuando somos parte de él? Porque a veces somos espectadores, otras veces somos víctimas, y otras veces somos victimarios.
   Velemos, oremos y sigamos su camino de amor. Así seremos libres, contribuiremos a construir juntos una familia y un mundo mejor, y alcanzaremos la altura de la vida por siempre feliz que sólo Dios puede dar.

PARA LA VIDA
   Había una vez un hombre que no quería cargar con su cruz. Se quejaba continuamente a Dios porque creía que su cruz era muy pesada y muy difícil de llevar. Entonces Dios le llevó a un monte lleno de cruces de madera de todos los tamaños y formas: con nudos, lisas, grandes, astilladas, pulidas... de todo tipo. El Señor le dijo: -¿Ves todas estas cruces?  Son las cruces de los hombres. Ya que no quieres cargar con la tuya, escoge la que quieras para cargarla sobre tus hombros.

   El hombre fue caminando entre las cruces. Había muchísimas y no sabía cuál escoger. Probó una cruz ligera, pesaba poco, pero larga y molesta de llevar. Se colocó al cuello una cruz de obispo, un pectoral, pero era tremendamente pesada de responsabilidad y de sacrificio. Otra era lisa y simpática en apariencia, pero en cuanto se la echó encima empezó a clavársele sobre los hombros, como si estuviera cubierta de clavos.
   Tomó entonces una cruz de plata que brillaba resplandeciente, pero al tenerla consigo sintió que empezaba a invadirle una sensación de congoja y soledad. Probó una y otra vez, pero cada cruz tenía algún defecto y ofrecía su propia dificultad. Y después de pasear entre todas las cruces vio una de tamaño medio, muy bien pulida y desgastada por el uso. No resultaba demasiado pesada ni dificultosa de llevar. Parecía hecha a propósito para él.
   El hombre la cargó sobre sus hombros, con aire de satisfacción.  Y le dijo al Señor que quería llevarse esa cruz. -¿Seguro que quieres llevarte esa y no otra? - le preguntó Dios, y el hombre respondió afirmativamente. Entonces el Señor le explicó que la cruz que acababa de escoger era precisamente su vieja cruz, aquella que había arrojado con desgana, la misma que había llevado durante toda su vida.

5° Domingo de Cuaresma, 29 de Marzo 2020, Ciclo A


San Juan 11, 1 - 45 

Yo Soy la Resurrección y la Vida


Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M. 

1.-La Vida: al hacer de esta vida un don absoluto y definitivo al Padre, en la muerte de cruz, Cristo con este don asegura a la vida la victoria y, al mismo tiempo, vuelve a confirmar la dignidad única e irrepetible de cada vida humana. Vuelve a confirmar la ley fundamental de la vida.
2.-La Muerte: quitar la vida humana significa siempre que el hombre ha perdido la confianza en el valor de su existencia; que ha destruido en sí, en su conocimiento, en su conciencia y voluntad, ese valor primario y fundamental. Si aceptásemos el derecho a quitar el don de la vida al hombre aún no nacido, ¿lograremos defender después el derecho del hombre a la vida en todas las demás situaciones? “Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae” (Jn 6,44).
3.-La Fe: que es garantía de nuestra futura resurrección, se demuestra fácilmente: si realizamos las obras que agradan a Dios, si poseemos en nosotros el Espíritu de Cristo, es decir, si vivimos en amistad con Dios: en paz y en gracia de Dios. La fe por sí sola, la fe de palabras, no es garantía de resurrección. Para nosotros, Cristo es nuestra vida y nuestra resurrección si creemos en él: y creer en él significa seguir sus caminos, cumplir el evangelio, resistir al pecado. Esto es aceptar a Cristo de palabra y de obra. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. 

REFLEXIÓN 

   En este 5º Domingo de Cuaresma, la liturgia nos garantiza que el designio de Dios es la comunicación de una vida que sobrepasa definitivamente la vida biológica: es la vida definitiva que supera la muerte. 
   En la primera lectura, Yahvé ofrece a su Pueblo exiliado, desesperado y sin futuro (condenado a la muerte) una vida nueva. Esa vida viene por el Espíritu, que recreará el corazón del Pueblo y lo insertará en una dinámica de obediencia a Dios y de amor a los hermanos. 
   La segunda lectura recuerda a los cristianos que, en el día de su bautismo, optaron por Cristo y por la vida nueva que Él vino a ofrecer. Les invita, por tanto, a ser coherentes con esa elección, a realizar las obras de Dios y a vivir “según el Espíritu”. 
   El Evangelio nos garantiza que Jesús vino a realizar el designio de Dios y dar a los hombres la vida definitiva. Ser “amigo” de Jesús y adherirse a su propuesta (haciendo de la vida una entrega obediente al Padre y una donación a los hermanos) es entrar en la vida definitiva. Los creyentes que viven de esa manera experimentan la muerte física; pero no están muertos: viven para siempre en Dios.
   Hoy, la resurrección de Lázaro, pone las cartas sobre la mesa: ¡Cristo es la resurrección! El motor que nos empuja a un cambio de mentalidad y de actitudes. Sólo por este gran regalo que nos trae Jesús, una resurrección para nunca morir, merece la pena intentar una renovación en el aquí y en el ahora. Situar a Dios justo en el lugar que le corresponde y saber que, el Señor, está por encima de la misma muerte. 
   Nuestra nueva vida no comienza después de haber respirado nuestro último aliento, o cuando nuestros cuerpos se entregan a la tumba, comienza ahora.

PARA LA VIDA

   Antes de salir de la habitación, un paciente le preguntó al médico: “Doctor, tengo miedo a morir. Dígame lo que hay al otro lado”. El médico le dijo que no lo sabía. Usted, un hombre cristiano, ¿no sabe lo que hay al otro lado? El médico tenía el pomo de la puerta en la mano, del otro lado de la puerta venía el sonido de los gemidos y patadas de un perro. Cuando abrió la puerta de un salto se plantó en medio de la habitación dando brincos de alegría al ver al doctor.
   Éste se dirigió al paciente y le dijo: ¿Ha observado a mi perro? Nunca ha estado en esta habitación. Lo único que sabía era que su dueño estaba dentro y cuando la puerta se abrió entró sin miedo. Yo no sé lo que hay al otro lado de la muerte, sí sé una cosa. Sé que mi dueño está ahí, al otro lado de la puerta, y eso me basta.
  La respuesta a la gran pregunta, los seguidores de Jesús, la encontramos en el evangelio de Jesús y en el final de Jesús. La Pascua, meta de nuestro viaje cuaresmal, es el paso de la muerte a la vida, es el grito que proclama que Jesús vive, y para El no hay ni olvido ni silencio.