San Juan 20, 19 - 31
Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.
1.-La Alegría: es el signo propio de los cristianos, pues nosotros creemos en un Dios que está vivo y presente entre nosotros. Era cierto lo que Jesús había dicho: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Cristo, tras su muerte, no nos ha abandonado, sino que permanece a nuestro lado para siempre. Y ésta es la mayor de las alegrías que podemos tener. Ya no hay miedo, pues Cristo vive.
2.-La Paz: si el pecado es el odio, la ira, la envidia, las críticas, la soberbia, y tantas otras cosas que nos llevan a la muerte, la Resurrección ha vencido al pecado, y por ello Cristo Resucitado es portador de la paz. Es la paz del corazón, la paz que nos une de nuevo a Dios y a los demás, de los que nos habíamos separado por culpa del pecado. Todos nosotros necesitamos de la alegría y de la paz que Cristo nos trae con su resurrección.
3.-La Misericordia: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”. La misericordia del Señor no tiene fin, es eterna, pues Dios ha vencido a la muerte, ha destruido el pecado, nos ha salvado con su resurrección. la misericordia de Dios es grande, y que por esa misericordia nos ha salvado, nos ha hecho vivir de nuevo, nos ha dado una esperanza viva.
4.-La Fe: en Jesús vivo y resucitado consiste en reconocer su presencia en la comunidad de los creyentes, que es el lugar natural donde él se manifiesta y de donde irradia su amor. Sólo si permanecemos unidos haremos signos y prodigios, ayudaremos a los que sufren y seremos capaces de dar un sentido auténtico a nuestro mundo perdido y desorientado.
REFLEXIÓN
En primer lugar, Jesús muestra la misericordia cuando aparece a sus discípulos. Ellos están apiñados juntos en temor. Tal vez los judíos vengan para acusarlos de tomar el cuerpo de Jesús de su sepulcro. Con la presencia de Jesús en su medio la situación cambia. “Paz” – dice él – y la alegría reemplaza el miedo.
La posibilidad de contraer el virus Covid-19 ha aterrorizado a muchos de nosotros hoy día. No queremos sentir como si estuviéramos ahogando, mucho menos queremos morir. Somos sabios a tomar al pecho la paz que Jesús ofrece a nosotros también. Ciertamente es preciso que sigamos los guías de los funcionarios de atención médica. Pero es aún más importante que recordemos que Dios nos ama.
Jesús hace rodeos para mostrar la misericordia a Tomás. Este discípulo una vez era tan convencido que Jesús era el Mesías que quería morir con él. Pero ahora Tomás rechaza el testimonio de los demás que Jesús ha resucitado. Pide prueba física antes de que crea. No queriendo que Tomás se quede en dudas, Jesús le aparece y le invita a tocar sus heridas. Jesús permite que seamos perdonados por la Reconciliación.
PARA LA VIDA
Cuentan que un alpinista, desesperado por conquistar el Aconcagua (de casi 7000 metros de altura, y cubierto en su mayoría de nieve) inició su travesía después de muchos años de preparación. Pero quería la gloria para él solo, así que emprendió la aventura sin compañeros. Empezó a subir, y se le fue haciendo tarde, y más tarde. Lejos de prepararse para acampar, siguió subiendo, decidido a llegar a la cima.
No tardó mucho en oscurecer. La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña, ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era negro, nada de visibilidad, no había luna y las estrellas eran cubiertas por las nubes. Fue entonces que, subiendo por un acantilado (a sólo cien metros de la cima), se resbaló y se desplomó hacia el vacío por los aires. Caía a una velocidad vertiginosa, lo único que podía ver eran veloces manchas más oscuras que pasaban en la misma oscuridad, y todo lo que podía sentir era la terrible sensación de ser succionado por la gravedad.
Seguía cayendo… y, en esos angustiantes momentos, le pasaron por su mente todos los momentos de su vida, los gratos y los no tan gratos. Él pensaba que iba a morir... sin embargo, de repente, sintió un tirón muy fuerte que casi lo parte en dos. Sí... como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larga cuerda que lo amarraba de la cintura.
En esos momentos de quietud, suspendido en el aire, no pudo más que gritar: ¡Ayúdame, Dios mío...! Y de golpe, lo inesperado. Una voz grave y profunda surgió de los cielos para responderle: ¿Qué quieres que haga, hijo mío? ¡Sálvame, Dios mío! ¿Realmente crees que te pueda salvar? Por supuesto, Señor... Entonces, corta la cuerda que te sostiene. Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda y reflexionó... Cuentan que el equipo de rescate que fue a buscarlo se sorprendió al encontrarlo colgado, congelado, muerto, agarradas con fuerza las manos a una cuerda... a tan sólo dos metros del suelo.