Domingo de Pentecostés, 20 de Mayo 2018, Ciclo B


San Marcos 20, 19 - 23

Así También los Envío Yo

Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. Pentecostés: es la fiesta del Espíritu, el día en el que los apóstoles, con la recepción del Espíritu Santo recibieron una transformación interior tal que les cambió la vida para siempre. Cuando recibieron el Espíritu Santo y se les incendió el alma de vida espiritual y de espíritu cristiano cambiaron totalmente.
  2. La Paz: es el primer mensaje que Jesús les da a sus discípulos cuando se les aparece. Paz interior y paz exterior, paz dentro de nosotros mismos y paz con los demás. La predicación del evangelio de Jesús debe hacerse siempre con valentía y con paz. Somos enviados por Jesús, el príncipe de la paz. Nuestra vida cristina, tanto de palabra como de obra, ha de producir siempre la paz y la alegría del espíritu.
  3. La Iglesia:  en ella todos somos importantes; por ello es urgente que los laicos, que son la mayoría de los cristianos, encuentren su lugar y su carisma dentro de la Iglesia; así podrán desarrollarse de verdad los ministerios laicales. Pero para ello el laico o seglar tiene que abandonar su pasividad y participar plenamente en la vida de su comunidad.
  4. La Alegría: con nuestra vida y con nuestra presencia en el mundo, los cristianos queremos dar testimonio de que  “con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (Papa Francisco). Vivir desde el espíritu, o mejor, dejar que sea el Espíritu el que viva en nosotros: esta es la fuente de la alegría que nadie nos podrá arrebatar, de la vida que nadie nos podrá arrebatar. Porque estamos llamados a una forma de existencia de una riqueza inagotable, de una alegría indescriptible. 

REFLEXIÓN

   Fiesta de las semanas” o “fiesta de las primicias” pues en ella se presentaban al Señor las primicias de los frutos cosechados siete semanas después de haberse iniciado la siega. Para los judíos era, por tanto, una fiesta de acción de gracias a Dios por la cosecha. Con el tiempo se convirtió en una fiesta que conmemoraba la promulgación de la Ley en el monte Sinaí. Por ello se la denominó también la fiesta del Sinaí o fiesta del Pacto. Se celebraba cincuenta días después de la pascua judía.

   Fue en la fiesta judía de Pentecostés cuando el Espíritu prometido por el Señor Jesús fue enviado sobre los Apóstoles: «Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos los creyentes reunidos en un mismo lugar». Desde entonces Pentecostés es, para los cristianos, la fiesta en la que se celebra el envío del Espíritu Santo sobre los Apóstoles reunidos en el Cenáculo en torno a Santa María, acontecimiento que tuvo lugar cincuenta días después de la Resurrección del Señor Jesús.

   Aquella “primicia de la Pascua”, el Espíritu Santo, fue entregado por el Señor a sus discípulos el mismo día de su Resurrección. En aquella ocasión el Señor sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo; a quienes ustedes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos».

   De este modo los hacía partícipes de su propia misión: «Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo». El Espíritu Santo, Don del Padre y del Hijo, es fruto de la Muerte y Resurrección del Señor. Los ministros del Señor, revestidos de este modo con el poder de lo Alto y en nombre de Jesucristo, son enviados con la misión específica de hacer partícipes a todos los hombres de los frutos de su obra reconciliadora.
   El Espíritu santo se ha derramado también sobre nosotros para que salgamos de nuestros y demos testimonio del amor del Señor anunciando su Evangelio a todas las criaturas hasta los confines de la tierra. 

PARA LA VIDA

   En New Port, Rode Island, está la comunidad de las Hermanas de Jesús Crucificado en la que cada hermana tiene un problema físico: la superiora es ciega, otras son sordas, otras parapléjicas… y cada Hermana edifica la comunidad desde su capacidad y recibe ayuda en su necesidad. La que ve guía a la ciega, las que pueden caminar llevan a las que no pueden, la que oye explica a la sorda… El defecto físico es un don, signo de la necesidad que tenemos de los demás. 


   La vida del Espíritu fluye en la comunidad porque nadie puede gloriarse de ser perfecto, nadie puede gloriarse de no necesitar a nadie. Todos nos necesitamos. Todos necesitamos del Espíritu. Hoy, Fiesta de Pentecostés, todos podemos recibir el regalo de Jesús: El Espíritu Santo. Para perdonar, alabar, pertenecer, hablar el idioma de Dios, congregar y revelar las mil caras de Dios.

7° Domingo de Pascua, 13 de Mayo 2018, Ciclo B


San Marcos 16, 15 - 20

Vayan a todo el mundo y proclamen el Evangelio

Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. La Ascensión: en la Ascensión misma contemplamos al Señor resucitado que victoriosamente asciende al Cielo. ¿Quién asciende al Cielo, sino Aquel que antes ha bajado del Cielo? El misterio de la Ascensión hay que verlo como la culminación de un proceso kenótico-ascensional, es decir, un proceso mediante el cual el Hijo de Dios “se abaja” al asumir nuestra naturaleza humana para luego “elevarse” nuevamente al Padre con un cuerpo resucitado y glorificado (ver Flp 2 ,6-11).
  2. La Misión: anunciar a todos los hombres el evangelio. De ahora en adelante él obrará a través de ellos y de sus sucesores. Ellos tienen la increíble misión de dar continuidad a la obra de Cristo. Esta misión sigue hoy vigente y la Iglesia tiene el deber siempre de evangelizar y anunciar la salvación por Jesucristo. La esencia de este evangelio es que “Jesús de Nazaret es Cristo el Hijo de Dios” (Cf Rm 10,9) y que en él tenemos la salvación y la plena revelación de Dios.
  3. La Esperanza: es una invitación a seguir trabajando por construir la “civilización del amor” y “dar razón de nuestra esperanza a todo aquel que nos la pidiere”(1 Pt 3,15). El cristiano debe ser un hombre de esperanza y de luz en medio de un mundo de tanta tiniebla. “La evangelización comprende además la predicación de la esperanza en las promesas hechas por Dios mediante la nueva alianza en Jesucristo.
  4. La Evangelización: se refiere a la importancia del propio testimonio en la acción evangelizadora. Insistir en la necesidad de un anuncio explícito del mensaje de la evangelización. Esto hoy se puede hacer de muchas maneras, pero lo importante es que todos sientan la responsabilidad de ser misioneros, es decir, enviados por Cristo a anunciar el evangelio.
 REFLEXIÓN

   En esta fiesta de la Ascensión de nuestro Señor Jesucristo, que festejamos cuarenta días después de la Pascua, recordemos las palabras de San Agustín: ̈Hoy Nuestro Señor Jesucristo ha subido al cielo; suba también con Él nuestro corazón.
   La Ascensión reafirma nuestra fe en el Resucitado: donde nos ha precedido Él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros. La comunidad cristiana, recién constituida, tiene necesidad del aliento del Señor (fuerza de lo alto); por eso, no se puede vivir con nostalgia (volvieron con gran alegría). Urge que los hombres conozcan que Dios ha estado con ellos, ha marcado un camino. Tenemos que exagerar la pasión de Dios.
   Jesús tenía un tirón del Padre y el tirón de los amigos. Su corazón estaba roto por estas dos fuerzas. Siempre que les dice que se va, les dice que se queda.
Dios es ascensión continuada, aunque nunca se aleja de nosotros. Es meta cada vez más alta. Bajó para hacernos subir. Su Padre atrae desde arriba. Él empuja desde abajo. Por eso repitió tantas veces: levántate, vamos al monte, se levantó y se ciñó la toalla.


   La Ascensión es un relevo. Nos ha entregado su muerte, su resurrección y su oferta de salvación. Los cristianos somos los últimos relevistas antes de la victoria. Corremos con el testigo en las manos y en el corazón. Ellos habían recorrido los caminos con Jesús y ahora se les va con una clara advertencia: predicad y sed testigos. La actitud de los doce es de adoración y de duda.


   Se postraron y dudaron. No dudan del Resucitado, sino de su propia función. ¿Cuál será su papel ahora que ya no vive Jesús con ellos? «Yo estoy con vosotros». La marcha de Jesús no es definitiva. Si Él ha dicho que está con nosotros, estará con nosotros. Volverá como lo hemos visto subir: y se marchó después de haber pasado por la cruz. Los hombres necesitan saber que Dios ha estado con ellos; ha marcado un camino.

Mientras se elevaba, los bendecía. Todos los caminos están marcados por este gesto. Sus manos resucitadas están abiertas, sobre todos los caminos de los hombres, bendiciendo.

PARA LA VIDA 

   Un día un niño vio cómo un elefante del circo, después de la función, era amarrado con una cadena a una pequeña estaca clavada en el suelo. Se asombró de que tan corpulento animal no fuera capaz de liberarse de aquella pequeña estaca, y que de hecho no hiciera el más mínimo esfuerzo por conseguirlo.
   Decidió preguntarle al hombre del circo, el cual le respondió: "Es muy sencillo, desde pequeño ha estado amarrado a una estaca como ésa, y como entonces no era capaz de liberarse, ahora no sabe que esa estaca es muy poca cosa para él. Lo único que recuerda es que no podía escaparse y por eso ni siquiera lo intenta".

   Soltemos las amarras que nos atan a una vivencia cristiana paralizada por el miedo, la tradición, la rutina, como le pasaba el elefante de este cuento de hoy. Abramos la mirada, miremos hacia lo alto y hacia dentro, como Cristo, y nuestros ojos se transformarán y nuestras manos se pondrán a trabajar y construir una Iglesia más auténtica, más sencilla, más positiva y cercana a los problemas e inquietudes del mundo de hoy, y a edificar un mundo más justo, más solidario, más pacífico y humano, en unión con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, sean de la religión que sean o sean sin ninguna religión, pero que compartan nuestros valores y nuestros sueños.

6° Domingo de Pascua, 6 de Mayo 2018, Ciclo B


San Juan 15, 9 - 17

“Amaos los unos a los otros, como yo os he amado”

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
    1. El Amor:  Cristo es la revelación del amor del Padre, y él nos muestra el camino para llegar a la casa del Padre. Él es el camino, la verdad y la vida. Así como el Padre lo envía a Él, así Él nos envía a nosotros los cristianos al mundo para cumplir una misión de salvación.
    2. Permanecer: en el amor a Dios es permanecer en el mandamiento de Jesús, o sea, en el amor al prójimo. Hoy precisamente la iglesia, haciéndose eco del mandamiento de Jesús, nos invita a colocar nuestro amor en tantas situaciones de sufrimiento y de dolor de los hombres, como es el caso de ciertos enfermos abandonados, desasistidos y rechazados a causa de su enfermedad.
    3. Acoger: los discípulos deben acoger los mandamientos del Señor con avidez, atesorarlos y custodiarlos amorosamente en sus mentes y corazones, para observarlos y ponerlos en práctica. Su enseñanza debe llegar a ser para todo discípulo la norma de vida y conducta.
    4. Alegrarse:  la anhelada felicidad, la encuentra el ser humano en la permanencia en el amor del Señor, por medio de la obediencia a Él. Lo que es causa de plena alegría para el Hijo, es también causa de alegría suprema para los discípulos, quienes por su adhesión y permanencia en el Hijo entran a participar de aquella misma comunión de amor que el Hijo vive con el Padre y es la fuente de su gozo pleno.
    5. La Ruta Segura: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí» Tener a Jesús como amigo es algo extraordinario para nosotros: él, el Hijo de Dios; él, lleno de santidad; él, que es la misma perfección. Por nuestra parte, somos indignos, pero es él quien quiere comunicarnos su amistad.
    REFLEXIÓN 
   Las lecturas de hoy nos han centrado claramente en la consigna del amor como el programa prioritario de los cristianos. La Pascua que estamos celebrando, tiene aquí su clave principal: ¿amamos como Jesús nos ama? Este es el "mandamiento" por excelencia, que nunca acabamos de aprender y cumplir. No está mal que nos miremos a este espejo y nos examinemos, para saber si estamos siguiendo bien los caminos del Resucitado. 
   La carta de san Juan, y su evangelio, nos proponen este tema del amor con una "lógica" que nos podría parecer un poco extraña. Ante todo, nos asegura que Dios es amor. 
   No somos nosotros los que amamos primero. Es él el que nos ha amado, anticipándose a nosotros. Y lo ha demostrado en toda la historia, sobre todo en su momento central, cuando hace más dos mil años nos envió a Cristo su Hijo. 
   La mejor prueba del amor de Dios la tenemos precisamente en la Pascua que estamos celebrando desde hace cinco semanas: ha resucitado a Jesús y en él a todos nosotros, comunicándonos su vida. De Dios podemos resaltar su inmenso poder, su sabiduría, su santidad. Hoy hemos escuchado la definición más sorprendente: Dios es amor. Y ahí está el punto de partida de todo. 
   Un segundo paso es constatar que Cristo Jesús es la personificación perfecta de ese amor: "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo". En Cristo vemos el amor de Dios en acción. Cristo nos muestra su amor: "Ya no os llamo siervos, os llamo amigos". "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". El Cristo de la Pascua, el entregado a la muerte y resucitado a la vida, es el que puede hablar de amor. En la misma escena en que dice estas palabras su cena de despedida hará con sus discípulos un adelanto simbólico de su entrega en la cruz: se ciñe la toalla y les lava los pies.

PARA LA VIDA 
   Érase una vez un zapatero ya muy anciano y muy cansado. Deseaba morir para ir con el Señor y deseaba también que el Señor lo visitara en su tienda. Un día mientras rezaba oyó una voz que le dijo: Mañana iré a tu tienda. Se puso a trabajar más feliz que nunca pero no pasó nada especial. Al rato entró una señora quejándose de unos niños que la insultaban y le robaban parte de la compra. El zapatero habló con ellos y prometieron no hacerlo más. 
   Más tarde entró un forastero preguntando por una dirección y lo acompañó hasta el lugar indicado. Luego entró una niña que tenía el padre enfermo, y juntos fueron en busca de un médico para que lo visitara. Poco antes de cerrar la tienda llegó un mendigo que quería comer y lo llevó a la Carreta y le pagó la cena. Cerró su tienda y se dijo, el Señor no ha venido a verme. 


   Ya en casa y antes de acostarse oró diciendo: Señor, he estado muy ocupado hoy; espero no hayas venido a visitarme mientras estaba fuera. Y una voz dijo: "Vine a visitarte en cada persona que ayudaste. Sé que disfrutaste con mi presencia. Estoy muy contento del buen trato que me diste". La palabra de Dios no sólo nos dice quién es el Señor sino quiénes somos nosotros y cuál es nuestra relación con él y con los hermanos. “Permaneced en mi amor”, nos dijo el Señor…

5° Domingo de Pascua, 29 Abril 2018, Ciclo B


San Juan 15, 1 - 8

Yo Soy la Vid y Vosotros los Sarmientos

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. La Vid: es Jesús, el tronco y la raíz de donde surge la vida que viene de Dios. Permanecer unido a Cristo es permanecer unido a la gracia, porque sin ella nada podemos. Permanecer unido a Cristo es permanecer unido a Él por la oración, por la vida interior. Es hacer que todas nuestras obras y actos se hagan en la presencia de Dios y ordenadas a él.
  2. Los Sarmientos: somos cristianos, en tanto que estemos adheridos a la vid, a la cepa que es Cristo. Porque la vida cristiana es la vida de Cristo y ésta llega a nosotros, si estamos unidos a él; separados de él estamos muertos, no nos llega vida alguna: “Sin mí no podéis hacer nada”. Por eso el Señor insiste mucho en la necesidad de permanecer en él, es decir, de mantenernos unidos a él para que su vida sea nuestra vida, para que la gracia que brota de la raíz y sube por el tronco nos alcance a los sarmientos.
  3. El Labrador: mi Padre es el labrador”. Ante todo, el labrador es el que planta la viña: el Padre envió a su Hijo al mundo como vid verdadera. Pero el labrador no se limita a plantar la viña, tiene luego que cuidarla; es el trabajo de poda para fortalecer a los buenos sarmientos y tirar a los que no dan fruto. Por el bautismo todos los cristianos hemos sido injertados en la vid verdadera que es Cristo; si permanecemos en él dando fruto de buenas obras, es porque el labrador, el Padre, nos cuida, vela por nosotros y nos protege.
  4. La Iglesia: si Jesús es la piedra angular, o, como dice el Evangelio de hoy, la vid verdadera, la Iglesia se construirá si la levantamos sobre el cimiento de Cristo, si nos injertamos en él que es la cepa plantada por el labrador, por Dios Padre, en este mundo. Sobre Cristo y unidos a él, como el sarmiento a la vid, podemos edificar la Iglesia con las piedras vivas que somos los cristianos. 
REFLEXIÓN 

   En el Evangelio de este día, Jesucristo compara a Dios Padre con un labrador y al pueblo elegido con una vid. Con esta comparación, el Señor, nos muestra el cuidado amoroso del Padre para con nosotros. “Cristo se presenta como la verdadera vid, porque a la vieja vid. Al antiguo pueblo elegido, ha sucedido el nuevo, la Iglesia cuya Cabeza es Cristo.

   Hace falta estar unidos a la nueva y verdadera vid, a Cristo, para producir fruto. No se trata sólo de pertenecer a una Comunidad sino de vivir la vida de Cristo, vida de la gracia, que es la savia vivificante que anima al creyente y le capacita para dar frutos de vida eterna.

   Éste es el verdadero problema de una Iglesia que celebra a Jesús resucitado como «vid» llena de vida, pero que está formada, en buena parte, por sarmientos muertos. ¿Para qué seguir distrayéndonos en tantas cosas, si la vida de Jesús no corre por nuestras comunidades y nuestros corazones? Nuestra primera tarea hoy y siempre es «permanecer» en la vid, no vivir desconectados de Jesús, no quedamos sin savia. ¿Cómo se hace esto? El evangelio lo dice con claridad: hemos de esforzamos para que sus «palabras» permanezcan en nosotros.

   El que permanece en Mí y yo en él, ése da fruto. La Iglesia no es sino la realización del misterio del Cristo total. Él, Cabeza; nosotros, sus miembros. Él, la Vid; nosotros, los sarmientos injertados en la cepa por la fe y la gracia que santifica. Por el buen fruto se reconoce el árbol bueno. Y por los frutos, por las buenas obras, reconocemos también a los creyentes.

   La experiencia profunda de la unión con Jesús, de pertenecerle, de participar de su vida, es lo que hizo posible el nacimiento de aquella primera comunidad de creyentes, capaces de tener toda su existencia transformada según Jesús.

PARA LA VIDA
   Un misionero en África tenía una planta eléctrica que iluminaba la iglesia y su pequeña casa. Un día le hicieron una visita unos hombres de unos campos lejanos. Uno de ellos se fijó en la bombilla que colgaba del techo de la sala. Cual no fue su sorpresa cuando el sacerdote subió el interruptor y la bombilla se encendió. Uno de los visitantes le pidió una bombilla y pensando que la quería como adorno o Juguete le dio una bombilla fundida. En una de sus visitas a los poblados el misionero entró en la choza del que le había pedido la bombilla y la vio colgada de una cuerda cualquiera. El misionero tuvo que explicarle que para que diera luz necesitaba una planta, unos cables, una conexión y una bombilla que sirviera.

   Hoy, nos visita el misionero Jesús en nuestra pequeña casa y nos dice: "No pueden producir frutos si no permanecen en mi".
  • ¿De qué sirve tener una bombilla colgada del techo si no está conectada?
  • ¿De qué sirve tener una Biblia si uno no está conectada al que es la Palabra viva de Dios?
  • ¿De qué sirve llevar el nombre de cristiano si uno no está conectado al Cristo que me da el nombre?
  • ¿De qué sirve la hermosura del culto si no damos frutos?
El misionero Jesús nos recuerda, hoy, a todos nosotros: "sin mí no pueden hacer nada".

La vida cristiana, la vida del cristiano, sólo tiene plenitud y sentido si está conectada a Cristo.