Domingo de Navidad, 25 de Diciembre 2022, Ciclo A

 

San Juan 1, 1 - 18

El Verbo Se Hizo Carne y Habitó Entre Nosotros

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.- Despertar: Dios se ha hecho hombre por ti. Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz. Por ti precisamente, Dios se ha hecho hombre. Celebremos el día afortunado en el que quien era el inmenso y eterno día, que procedía del inmenso y eterno día, descendió hasta este día nuestro tan breve y temporal. Este se convirtió para nosotros en justicia, santificación y redención: y así –como dice la Escritura–: El que se gloríe, que se gloríe en el Señor.

2.- La Verdad: brota de la tierra: porque la Palabra se hizo carne. Y la justicia mira desde el cielo: porque todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba. La verdad brota de la tierra: la carne, de María. Y la justicia mira desde el cielo: porque el hombre no puede recibir nada, si no se lo dan desde el cielo. Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, porque la justicia y la paz se besan. Por medio de nuestro Señor Jesucristo, porque la verdad brota de la tierra. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios.

3.- La Alegría: nace, pues, Jesús; alégrese, cualquiera que sea, a quien la conciencia de sus pecados le sentencie a muerte eterna; porque excede la piedad de Jesús, no sólo toda la enormidad, sino todo el número de los delitos. Nace Cristo; alégrese, cualquiera que sea, el que era combatido de los antiguos vicios; porque a la presencia de la unción de Cristo no puede perseverar en modo alguno enfermedad del alma, por más envejecida que sea. Nace el Hijo de Dios; alégrese el que acostumbra desear cosas grandes, porque ha venido un dadivoso grande. 

4.- La Navidad: nos dice: que solos  no somos en grado de cambiar en  profundidad el mundo, de redimirlo. Solos podemos empeorarlo o mejorarlo, pero no salvarlo. Precisamente por esto Cristo ha venido, porque dejados a nosotros mismos no podíamos salir de la «enfermedad mortal» que nos envuelve desde el momento de la concepción en el vientre materno. Y esto da esperanza, la verdadera esperanza y el verdadero optimismo del cristiano: yo no puedo hacerlo, pero Él está ahí. Es el misterio de la gracia sintetizado en una figura humana: Aquella del Dios encarnado. 

REFLEXIÓN

   La Liturgia nos lleva hoy a Belén, junto al pesebre, donde reposa el divino Rey, recién nacido. Dejémonos llevar por ella. Una vez ante el divino Niño, postrémonos en actitud de adoración y recitemos el símbolo de la fe y el prólogo del Evangelio según San Juan: «Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, Engendrado no creado, de la misma sustancia que el Padre… Descendió de los cielos, por nosotros los hombres y por nuestra salvación. Fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de santa María Virgen…»

   La primera lectura del libro de Isaías nos recuerda que los confines de la tierra verán la victoria de nuestro Dios. Ha cumplido Dios su palabra de consolación. Nos ha redimido, dejándose ver y amar en medio de nosotros. Cristo es la realidad suprema del acercamiento pedagógico de Dios a nosotros. Cristo es el Mensajero que viene a anunciar la Buena Nueva: el Evangelio, de la paz y de la salvación.

   La segunda lectura a los Hebreos, Dios nos ha hablado por su Hijo. Cristo es personalmente la Palabra de Dios vivo. En la plenitud de los tiempos el Padre nos ha hablado por su Hijo. Ha habido dos fases en la Revelación: la preparación por los profetas, primero, y en la plenitud de los tiempos la revelación perfecta por medio del Hijo. Son dos momentos continuos, de manera que, ciertamente, en todo tiempo Dios ha hablado a los hombres. 

   El Evangelio nos dice, La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. El Verbo, que es Luz y Vida divina –Luz que salva y Amor que redime–, se ha hecho uno más entre nosotros. El Hijo de Dios se nos hace presente en la realidad viviente de un Corazón también humano. San Agustín ha comentado este pasaje evangélico muchas veces. «Nadie dé muestras de ingenio, revolviendo en su cabeza pensamientos pobres, como el siguiente: –“¿Cómo, si en el principio ya existía el Verbo?… ¿cómo el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros?” Oye la causa. Cierto que a los que creen en su nombre les dio la potestad de ser hijos de Dios

 PARA LA VIDA 

   Navidad es la historia de un gran Amor. ¿Qué es el amor? Los niños lo saben mejor que los mayores.

   He aquí alguna de sus respuestas:

 

"Cuando mi abuela tenía artritis no podía agacharse para pintarse las uñas de los pies. Así que mi abuelo se las pinta todos los días a pesar de que él tiene también artritis en las manos. Eso es amor. Rebeca, 8 años.

 

"Amor es cuando mi madre hace café para mi padre y lo prueba antes de dárselo para asegurarse de que sabe OK". Kart, 5 años.

 

"Amor es lo que está en la habitación contigo la víspera de Navidad si dejas de abrir los regalos y escuchas". Danny, 7 años.

 

"Cuando alguien te quiere, la manera de pronunciar tu nombre es diferente. Y sabes que tu nombre está seguro en su boca". Billy, 4 años.

 

"Si quieres aprender a amar mejor, se debería comenzar con un amigo al que odias". Nikka, 6 años.

 

"Yo sé que mi hermana mayor me quiere porque me da sus vestidos usados y ella tiene que ir a comprarse unos nuevos". Lauren, 4 años.

 

"El amor es lo que te hace sonreír cuando estás cansado". Terri, 4 años.

   La Navidad es para los que la experimentan, la saborean y la viven en sus corazones.

   La Navidad celebra el mayor acontecimiento de la humanidad. En Navidad los cristianos hacemos memoria del nacimiento de Jesús, el Mesías, el Señor. Se hizo carne y plantó su tienda en medio del campamento de los hombres.

   Dios se hizo hombre y en Belén, como un amante más, cerró el candado de un amor, sólo amor, que quiere ser obstinado y eterno. Un candado que permanece cerrado e irrompible en el portal de Belén. "Si nuestra mayor necesidad hubiera sido la información, Dios nos habría enviado un maestro. Si nuestra mayor necesidad hubiera sido la tecnología, Dios nos habría enviado un científico. Si nuestra mayor necesidad hubiera sido el dinero, Dios nos habría enviado un economista. Si nuestra mayor necesidad hubiera sido el placer, Dios nos habría enviado un humorista. Pero nuestra mayor necesidad era el perdón, por eso Dios nos envió un Salvador".

4° Domingo Adviento, 18 de Diciembre 2022, Ciclo A

San Mateo 1, 18 - 24

Jesús Nacerá de María, Desposada con José, hijo de David

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.- La Encarnación: María, después de acoger el anuncio del Ángel, quedó embarazada por obra del Espíritu Santo. La vida de la Virgen no es llamativa en actividades exteriores. Al contrario, su vida fue totalmente sencilla. Y, sin embargo, ella está en el centro de la historia. Con ella la historia ha cambiado de rumbo. Al recibir a Cristo y darlo al mundo, todo ha cambiado. Nuestra vida está llamada a ser tan sencilla y a la vez tan grande como la de María. No hemos de discurrir grandes planes complicados. Basta que recibamos del todo a Cristo y nos entreguemos plenamente a Él. Entonces podremos dar a luz a Cristo para los demás y el mundo tendrá salvación.

2.- La Obediencia de José: José era un hombre que siempre dejaba espacio para escuchar la voz de Dios, profundamente sensible a su secreto querer, un hombre atento a los mensajes que le llegaban desde lo profundo del corazón y desde lo alto. No se obstinó en seguir su proyecto de vida, no permitió que el rencor le envenenase el alma, sino que estuvo disponible para ponerse a disposición de la novedad que se le presentaba de modo desconcertante. Y así, era un hombre bueno. Y así, José llegó a ser aún más libre y grande. Aceptándose según el designio del Señor, José se encuentra plenamente a sí mismo, más allá de sí mismo. Esta libertad de renunciar a lo que es suyo, a la posesión de la propia existencia, y esta plena disponibilidad interior a la voluntad de Dios, nos interpelan y nos muestran el camino.

3.- La Navidad: en la inminencia ya de la Navidad, la Iglesia quiere centrar más y más nuestra mirada y nuestro deseo en Cristo que viene. Con las palabras del profeta nos recuerda que Cristo es el signo que Dios nos ha dado. Esperamos signos de que el mundo cambia, de que las cosas mejoran. Pero Dios nos da un único signo: Cristo Salvador. Él e la respuesta a todos los interrogantes, la solución a todos los problemas. Cristo Basta.

4.- El Nacimiento: «La Virgen está encinta y da a luz a un hijo». Cristo nos es dado a través de ella. Gracias a ella tenemos al Emmanuel, al «Dios-con-nosotros». Para darlo al mundo, primero lo ha recibido. La vida de la Virgen no es llamativa en actividades exteriores. Al contrario, su vida fue totalmente sencilla. Y, sin embargo, ella está en el centro de la historia. Con ella la historia ha cambiado de rumbo. Al recibir a Cristo y darlo al mundo, todo ha cambiado.

 

REFLEXIÓN

Llegamos hoy al último domingo de Adviento y nos encontramos ya en las puertas de la solemnidad de la Navidad del Señor.  La Palabra de Dios nos ha ido preparando durante todo el Adviento para que la Navidad no sea una fiesta vacía y sin sentido, sino que nos sirva para renovar nuestro encuentro y nuestro compromiso con Jesús.

La 1ª lectura del profeta Isaías nos ha presentado a Ajaz que se niega pedirle una señal a Dios. Ajaz se encuentra entre dos opciones: aliarse con los reyes vecinos o aliarse con Dios. También nosotros adoptamos a veces esa postura de Ajaz.  Tenemos miedo, nos angustiamos y nos preocupamos hasta perder la paz. Hay veces que uno, agobiado por los problemas, o por la desesperación, siente que Dios no lo escucha, que Dios no le habla, que Dios no se manifiesta. Y en esos momentos, a veces uno le pide a Dios que le dé una señal.

La 2ª lectura de San Pablo a los Romanos nos lleva a descubrir que nuestra vocación y el verdadero reto que tenemos como cristianos es llevar a toda persona la Buena Noticia de la Salvación, es decir, todos debemos proclamar el Evangelio. Ser apóstoles del Señor, ser cristianos no es una carga, sino una gracia, un verdadero privilegio, ya que Dios nos ha escogido para realizar la obra de la salvación.

El Evangelio de San Mateo nos ha presentado cómo Dios pide el consentimiento de María y de José para que su Hijo se haga Hombre en su familia. Dios no hace las cosas sin contar con nosotros.  Para el nacimiento y el cuidado de Jesús fueron imprescindibles José y María.  Dios quiso contar con el “sí” de María al ángel y la aceptación de la misión que le encargaba a san José, aunque éste no entendiera.  Todos los seres humanos somos pieza clave para que los planes de Dios se hagan realidad y no puras fantasías. Algunas personas piensan: “qué importa que uno más o uno menos colabore y participe en la Iglesia”.  A los que piensan así hay que decirles: si la piedra dijese: una piedra no puede levantar una pared, no habría casa.  Si el hombre dijese: Un gesto de amor no puede salvar a la humanidad, no habría justicia, ni paz, ni dignidad, ni felicidad sobre la tierra.

PARA LA VIDA

    Cuenta una leyenda que cuando nació Jesús, un ángel decidió reunir a todos los animales de la tierra para encontrar a los que fueran dignos de estar en el Pesebre de Belén. Entre los voluntarios, se presentó primero el león. El ángel le preguntó que por qué él se consideraba el más digno de los animales para estar en el Portal de Belén. El león le respondió: -Está claro, yo soy el rey de la selva y qué mejor que un rey para estar cuidando del Rey del mundo. 

   Además, soy el animal más fuerte de todos y puedo defender como nadie al Niño Jesús de todos los peligros y enemigos. El ángel lo miró y le dijo: -Gracias, león, por tus buenas intenciones de defender al Niño Jesús, pero eres demasiado pretencioso y demasiado creído. Además, tu presencia y tus rugidos puede asustar al Niño. Inmediatamente, se presentó el zorro y le dijo al ángel: -Yo soy el animal más apropiado para estar junto a Jesús. -¿Por qué? -. preguntó el ángel. –Pues porque yo podría robar todas las noches leche y miel para alimentar al Niño y a sus padres y así no pasarían hambre. 

   El ángel lo miró con una sonrisa y le dijo: -Gracias, zorro, pero eres demasiado poco honesto para estar junto a quien viene al mundo para ser la Verdad. Llegó otro animal y el ángel quedó impresionado por su belleza. -¿Quién eres tú?, dijo el ángel. –Yo soy el pavo real, ¿acaso no te has dado cuenta?. Soy el más vistoso y bello de todos las aves y quién mejor que yo para estar en el Pesebre y adornar con mis hermosas plumas un lugar tan pobre, sucio y desangelado. El ángel le dijo: - Gracias, pavo real, pero eres demasiado vanidoso para estar junto a quien ha querido venir al mundo en la sencillez de un pesebre. 

   Y así fueron pasando todos los animales, sin que ninguno lograra agradar al ángel. Cuando ya parecía que no habría ningún animal digno de estar en el Portal de Belén, de pronto, escondidos, el ángel divisó a dos robustos animales que le llamaron la atención: -¿Quiénes sois?. – Somos el buey y la mula. – Y ¿por qué vosotros no os habéis presentado como candidatos para estar junto al Niño Jesús?, volvió a preguntarles el ángel. -¿Nosotros?. 

   Pero si no servimos más que para trabajar y trabajar y estamos siempre debajo del amo que nos utiliza como animales de carga. ¿Qué podríamos ofrecerle al Niño Jesús?. Yo, dijo el buey, lo único que podría hacer es espantarle las moscas con el rabo para que no le molesten. Y yo, dijo la mula, solamente sabría darle calor con mi aliento para que no pase frío. El ángel, emocionado, les dijo: -¡Vosotros, vosotros sois los animales que he estado buscando, vosotros sois los más dignos de estar con el Niño Jesús, porque El ha venido para los pobres y los humildes!. Y así es como el buey y la mula pasaron a ser los famosos animales del Pesebre de Belén. 

3° Domingo Adviento, 11 de Diciembre 2022, Ciclo A

 San Mateo 11, 2 - 11

¿Eres Tú el que ha de Venir o Tenemos que Esperar a Otro?

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.- “Gaudete” (Alegraos): la alegría nos hace recuperar el brillo de la fe. Las ganas de tenerle entre nosotros. El deseo de que venga el Señor. La firme convicción de que, Jesús, puede colmar con su nacimiento la felicidad y las aspiraciones de todo hombre. ¡sigamos preparando los caminos al Señor! Y, si podemos, lo hagamos con alegría. Sin desencanto ni desesperación. El Señor, no quiere sonrisas postizas pero tampoco caras largas. El Señor, porque va a nacer, necesita de adoradores con espíritu y joviales.

2.- Esperar: estos son los signos que Dios quiere darnos y que debemos esperar: que se abran a la fe los ojos de los que por no tenerla son ciegos, que se abran a escuchar la palabra de Dios los oídos endurecidos, que corra por la senda de la salvación el que estaba paralizado por sus pecados, que prorrumpa en cantos de alabanza a Dios la lengua que blasfemaba... Si esperamos estos signos, ciertamente se producirán, y todo el mundo los verá, y a través de ellos se manifestará la gloria del Señor, y los hombres creerán en Cristo, y no tendrán que preguntar más: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» (evangelio). El que tiene esta esperanza se siente fuerte y sus rodillas dejan de temblar. Pero el secreto para tenerla es mirar al Señor. 

3.- Ser Pacientes: "la venida del Señor está cercana". A pesar de estar viviendo en el panorama sofocante de las injusticias de las opresiones y de la violencia, han visto en los pobres el signo de que "el juez está a la puerta". Como el simple campesino que "espera pacientemente el precioso fruto de la tierra", que espera las "lluvias de otoño y de primavera", el creyente sabe esperar con paciencia la llegada del Salvador. Es un misterio que sólo pueden comprender los sencillos.

4.- ¿Quién Viene?: ¿Deseamos de verdad esa visita del Señor? ¿En qué estamos pensando? ¿En quién estamos soñando? Porque, para celebrar con verdad las próximas navidades, hay que tener –no hambre de turrón ni sed de licor– cuanto apetito de Dios. Ganas de que, su llegada, inunde la relación y la reunión de nuestra familia; motive e inspire los villancicos; que, su inmenso amor, mueva espontáneamente y en abundancia nuestra caridad o que, el silencio en el que se acerca hasta nosotros, haga más profunda y sincera nuestra oración.

 

REFLEXIÓN

   Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, viene en persona y os salvará La liturgia de este 3º Domingo de Adviento anuncia la proximidad de la intervención liberadora de Dios y enciende la esperanza en el corazón de los creyentes. Nos dice: “no os inquietéis; alegraos, pues la liberación está a punto de llegar”.

   La primera lectura anuncia la llegada de Dios, que va a ofrecer una vida nueva a su Pueblo, para liberarlo y conducirlo, en un escenario de alegría y de fiesta, hasta la Tierra de la libertad.

   La segunda lectura nos invita a no dejar que la desesperación nos envuelva mientras esperamos y aguardamos la venida del Señor con paciencia y confianza.

   El Evangelio nos describe, de forma sugerente, la acción de Jesús, el Mesías (ese mismo que esperamos en este Adviento): él vendrá a dar vista a los ciegos, a hacer que los cojos recuperen el movimiento, a curar a los leprosos, a hacer que los sordos oigan, a resucitar a los muertos, a anunciar a los pobres que el “Reino” de la justicia y de la paz ha llegado. Este es el cuadro, de vida nueva y de esperanza, que Jesús viene a ofrecer.

   Tenemos, pues, una serie de necesidades y una serie de salvadores en quienes depositamos, en muchas ocasiones, nuestras esperanzas porque nos han prometido resolver nuestras necesidades, angustias y problemas: nos encontramos con los políticos que prometen resolverlo todo; con los adivinos y lectores de cartas que tienen recetas para todo; con los predicadores protestantes que nos van a curar de todas nuestras enfermedades y vicios. 

   En otras ocasiones ponemos nuestras ilusiones en cantantes, futbolistas, actores y los convertimos en nuestros ídolos. Nuestros falsos y pequeños salvadores actuales no pueden salvar al hombre, podrán, quizás, resolver algún problema, pero son incapaces del salvar al hombre.  Sólo Jesús nos puede salvar. Preparémonos para recibir en la Navidad ya cercana al único que nos salva y que nos llena de alegría, al único que puede romper todas nuestras ataduras que nos impiden realizarnos como auténticas personas: Cristo Jesús.

 

PARA LA VIDA 

   Había una vez un hombre que era muy rico. Era dueño de tantos negocios, de tantas fábricas y de tantos bancos, que todas las semanas recibía en su palacio varios camiones cargados de dinero. Ya no sabía dónde invertirlo ni en que gastarlo. Todo lo que le gustaba se lo compraba: aviones, barcos, trenes, edificios, monumentos, etc.

   Su gran pasión era comprar y consumir. Hasta que llegó un día en que este hombre tenía de todo. No había nada que no tuviera. Todo era suyo. Aunque, a decir verdad, había una cosa que no conseguía tener. Y por más que compraba cosas, nunca la lograba encontrar. Esa cosa era la alegría. Nunca encontró la tienda donde la vendían.

   Se empeñó en buscarla costara lo que costara porque era lo último que le quedaba por tener. Recorrió medio mundo buscándola, pero no daba con ella. Estando en un pequeño pueblo, se enteró de que un anciano sabio podría ayudarle. Vivía en lo alto de una montaña, en una humilde y pobre cabaña. Hacia allí se dirigió y allí lo encontró.

   Al verlo, le dijo: - Me han dicho que usted podría ayudarme a encontrar la alegría. El anciano lo miró con una sonrisa y le contestó: - Pues ya la ha encontrado, amigo. Yo tengo mucha alegría. - ¿Usted?, respondió el hombre extrañado - ¡Pero si usted no tiene más que una pobre cabaña! –Es cierto y gracias a ello tengo alegría, porque voy dando todo lo que tengo de más al que lo necesita - respondió el anciano. - ¿Y así se consigue la alegría? -preguntó el hombre. – Así la he encontrado yo - dijo el anciano. El hombre se marchó pensativo.

   Al cabo de un tiempo, se decidió a dar todo lo que no necesitaba a los más pobres. Con gran sorpresa, de repente, descubrió que en su corazón crecía la alegría y se sintió, por primera vez en su vida, realmente feliz. Se había dado cuenta de que había más alegría en dar y en hacer felices a los demás, que en recibir y tener cosas sin compartirlas.

   La Palabra de Dios y el cuento nos hablan de la alegría que nace de Dios, la alegría de sabernos amados siempre por El, la alegría que no se va cuando nos llegan los problemas y dificultades, la alegría de compartir los dones y talentos que hemos recibido de su bondad, la alegría de ser solidarios con el pobre, la alegría de valorar las cosas más sencillas que nos rodean, la alegría de dar vida a los que están como muertos en nuestra sociedad, la alegría de hacer andar a los cojos de alma y de espíritu, la alegría de transmitir luz a quienes ya no ven la hermosura de la creación, la alegría de hacer brotar la esperanza en medio del pesimismo que nos rodea, la alegría que nace de lo más esencial del Evangelio de Jesús que hoy es proclamado ante Juan el Bautista.

2° Domingo Adviento, 4 de Diciembre 2022, Ciclo A

 San Mateo 3, 1 - 12

Haced Penitencia Porque se Acerca el Reino de los Cielos

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.- La Conversión: “convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos”. Educar a un niño, desde su más tierna infancia, es eso: enseñarle a apartarse del pecado y a tender al bien, es decir, a convertirse. El egoísmo y el afán incontenible de placer material hacen del niño un ser totalmente preocupado únicamente de sí mismo. La conversión del niño a la generosidad hacia el prójimo y hacia el bien moral es un proceso de conversión lento, continuado e imprescindible. Y de mayores seguimos más o menos igual, quiero decir, con una necesidad diaria de reflexión y de esfuerzo moral para vencer las tendencias que nos incitan al mal y para adquirir las virtudes que nos permiten hacer el bien. No hace falta ser un pecador manifiesto, o vivir en el error total, para estar necesitado de conversión. 

2.- El Camino: mientras prosigue el camino del Adviento, mientras nos preparamos para celebrar el Nacimiento de Cristo, resuena en nuestras comunidades esta exhortación de Juan Bautista a la conversión. Es una invitación apremiante a abrir el corazón y acoger al Hijo de Dios que viene a nosotros para manifestar el juicio divino. 

3.- La Voz: el gran profeta nos pide que preparemos el camino del Señor que viene, en los desiertos de hoy, desiertos exteriores e interiores, sedientos del agua viva que es Cristo. En el tiempo de Adviento, también nosotros estamos llamados a escuchar la voz de Dios, que resuena en el desierto del mundo a través de las Sagradas Escrituras, especialmente cuando se predican con la fuerza del Espíritu Santo. De hecho, la fe se fortalece cuanto más se deja iluminar por la Palabra divina, por «todo cuanto —como nos recuerda el apóstol san Pablo— fue escrito en el pasado... para enseñanza nuestra, para que con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza» (Rm 15, 4). 

4.- La Acogida: el sentido profundo del Adviento, manifiesta la necesidad de la acogida y la fraternidad en cada familia y en cada comunidad. Acoger a Cristo y abrir el corazón a los hermanos es nuestro compromiso diario, al que nos impulsa el clima espiritual de este tiempo litúrgico. El Apóstol prosigue: «El Dios de la paciencia y del consuelo os conceda tener los unos para con los otros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo» (Rm 15,5-6).

REFLEXIÓN

   Yo os bautizo con agua... Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego La liturgia de este Domingo nos invita a despojarnos de esos valores efímeros y egoístas, a los que a veces damos una importancia excesiva, y a realizar un cambio de mentalidad, de forma que los valores fundamentales que dirigen nuestra vida sean los valores del “Reino”.

   En la primera lectura, el profeta Isaías presenta a un enviado de Yahvé, de la descendencia de David, sobre quien reposa la plenitud del Espíritu de Dios; y su misión será construir un reino de justicia y de paz sin fin, de donde estarán definitivamente desterradas las divisiones, los conflictos.

   La segunda lectura va dirigida a aquellos que recibieron de Jesús la propuesta del “Reino”: que, al ser el rostro visible de Cristo en medio de los hombres, deben dar testimonio de unión, de amor, de solidaridad, de armonía, acogiendo y ayudando a los hermanos más débiles, siguiendo el ejemplo de Jesús

   En el Evangelio, Juan Bautista anuncia que la realización de ese “Reino” está muy próxima. Pero para que el “Reino” se haga una realidad viva en el mundo, Juan invita a sus contemporáneos a cambiar la mentalidad, los valores, las actitudes, a fin de que en sus vidas haya lugar para esa propuesta que está para llegar. “Aquel que viene” (Jesús) va a proponer a los hombres un bautismo “con Espíritu Santo y fuego” que les transformará en “hijos de Dios” y capaces de vivir los valores del “Reino”.

Dios está cerca. Sí. Dios está muy cerca de todos aquellos que se sienten pecadores. Dios está muy cerca de todos aquellos que desean algo nuevo en su vida. Dios está muy cerca de todos aquellos que se agachan para tender la mano a sus hermanos. 

PARA LA VIDA 

   Era un crudo día de invierno en que llovía torrencialmente.  Una pobre mujer llegó a un pueblo e iba de casa en casa pidiendo limosna. Sus vestidos eran viejos pero muy limpios y llevaba en su cabeza un pañuelo, por lo que el viento y la lluvia no permitían ver casi su rostro.  En la mano derecha sujetaba un viejo bastón y en su brazo izquierdo una cesta.  La pobre mujer pedía algo para comer. 

   Algunos le dieron panes duros, otros le dieron una miserable moneda, otros no le dieron nada. Un solo vecino, de los menos acomodados del pueblo, la hizo entrar en su casa y le dijo que se acercara al fogón para secar un poco su ropa. Su mujer, que acababa de hacer un rico pastel, le dio un buen pedazo a la pobre mendiga. 

   Al día siguiente, todas las personas a cuya puerta había llamado la mendiga, fueron invitados a cenar en el castillo de un señor muy rico que vivía en el pueblo.  Nadie esperaba este honor y quedaron todos muy sorprendidos.  Cuando entraron en el comedor, vieron dos mesas, una llena de exquisitos manjares y otra mucho más grande, en uno de cuyos platos sólo había un trozo de pan duro, en otro una pequeña moneda y la mayoría estaban completamente vacíos.  

   Entonces apareció la dama del castillo, indicándole a sus invitados que tomaran asiento en la mesa más grande. Sólo un matrimonio fue invitado a que se sentaran junto a ella en la mesa llena de manjares.  Y les dijo: “Aquella desgraciada mendiga que se presentó ayer a vuestra puerta, fui yo; pensando en los tiempos difíciles que vive tanta gente, he querido poner a prueba vuestra generosidad.  

   Estas dos buenas personas que veis vosotros aquí a mi lado, me permitieron entrar en su casa y me atendieron lo mejor que pudieron, me ofrecieron secar mi ropa en su fogón y me dieron de comer.  Por eso ellos son mis invitados de honor, y además les daré una pensión para el resto de sus días.  En cuanto a vosotros, comed lo que me disteis de limosna y que encontraréis en esos platos. Para que la próxima vez estéis más atentos a quienes os pidan ayudan”.

1° Domingo de Adviento, 27 Noviembre 2022, Ciclo A

 San Mateo 24, 37 - 44

Vigilemos Para Estar Preparados

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.- Vigilar: hoy se nos invita a vigilar, también para estar prontos y así recibir al Señor, que vendrá al final de los tiempos, para manifestar la gloria del Padre y pronunciar el juicio sobre la historia y sobre cada hombre y cada mujer. Este juicio será, ciertamente, rico en misericordia, porque Dios conoce la fragilidad del hombre y la socorre, pero la misericordia de Dios tiene su fuente en la justicia, que ilumina las intenciones profundas que guían el camino de nuestra vida

2.- Esperar: la espera de Cristo, en fin, nos empuja a salir de nosotros mismos para ir a encontrarlo en el mundo, sobre todo en los miembros que más sufren de la humanidad, como el Santo Padre, con la palabra y con el ejemplo, constantemente nos invita a hacer. La esperanza cristiana, en efecto, que el Adviento nos pide vivir, no es la espera inútil de que suceda algo, sino un amoroso darse qué hacer, día a día, esperando que el Amado, que ya vino una vez, finalmente venga para siempre en su gloria.

3.- Alegrarse: "Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor". «Vayamos jubilosos al encuentro del Señor» resulta adecuado. Nosotros podemos encontrar a Dios, porque él ha venido a nuestro encuentro. Lo ha hecho, como el padre de la parábola del hijo pródigo (cf. Lc 15, 11-32), porque es rico en misericordia, dives in misericordia, y quiere salir a nuestro encuentro sin importarle de qué parte venimos o a dónde lleva nuestro camino. Dios viene a nuestro encuentro, tanto si lo hemos buscado como si lo hemos ignorado, e incluso si lo hemos evitado. Él sale el primero a nuestro encuentro, con los brazos abiertos, como un padre amoroso y misericordioso.

4.- Prepararse: «Estad preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre» (Mt 24, 42.44). La exhortación a velar resuena muchas veces en la liturgia, especialmente en Adviento, tiempo de preparación no sólo para la Navidad, sino también para la definitiva y gloriosa venida de Cristo al final de los tiempos. Por eso, tiene un significado marcadamente escatológico e invita al creyente a pasar cada día, cada momento, en presencia de Aquel «que es, que era y que vendrá» (Ap 1, 4), al que pertenece el futuro del mundo y del hombre. Ésta es la esperanza cristiana. Sin esta perspectiva, nuestra existencia se reduciría a un vivir para la muerte.

5.- Creer: conlleva también tener una mirada nueva sobre el hombre, una mirada de confianza, de esperanza. A la Virgen María, que acogió al Hijo de Dios hecho hombre con su fe, con su seno materno, con atenta solicitud, con el acompañamiento solidario y vibrante de amor, encomendamos la oración y el empeño en favor de la vida naciente. Lo hacemos en la liturgia —que es el lugar donde vivimos la verdad y donde la verdad vive con nosotros— adorando la divina Eucaristía, en la que contemplamos el Cuerpo de Cristo, ese Cuerpo que tomó carne de María por obra del Espíritu Santo, y de ella nació en Belén, para nuestra salvación. 

REFLEXIÓN

   Estad en vela para estar preparados La liturgia de este domingo presenta una llamada vehemente a la vigilancia. El cristiano no debe instalarse en la comodidad, en la pasividad, en la negligencia, en la rutina, sino que debe caminar, siempre atento y vigilante, preparado para acoger al Señor que viene y para responder a sus desafíos. 

   La primera lectura invita a los hombres, a todos los hombres, de todas las razas y naciones, a dirigirse a la montaña donde habita el Señor. Del encuentro con el Señor y con su Palabra surgirá un mundo de concordia, de armonía, de paz sin fin. 

   La segunda lectura recomienda a los creyentes que despierten del letargo en el que están inmersos, en el mundo de las tinieblas (el mundo del egoísmo, de la injusticia, de la mentira, del pecado), que se vistan de luz (la vida de Dios, que Cristo ofreció a todos) y que caminen, con alegría y esperanza, al encuentro de Jesús, al encuentro de la salvación. 

   El Evangelio apela a la vigilancia. El creyente ideal no vive inmerso en los placeres que alienan, ni se deja sofocar por el trabajo excesivo, ni se adormece en una pasividad que le roba las oportunidades; el creyente ideal vive, cada minuto que pasa, atento y vigilante, acogiendo al Señor que viene, respondiendo a sus desafíos, cumpliendo su papel, empeñado en la construcción del “Reino”.

Se descuida la educación ética y moral en la enseñanza, y luego nos extrañamos por la corrupción de la vida pública.  Se incita a la ganancia del dinero fácil, se promueven los juegos de azar, y luego nos lamentamos de que se produzcan fraudes y negocios fraudulentos. Se exalta el amor libre y se ve como algo normal las relaciones extramatrimoniales, y al mismo tiempo nos molestamos ante el sufrimiento inevitable de los fracasos y rupturas de los matrimonios. Nos alarmamos ante esa plaga moderna de la depresión y el “estrés”, pero seguimos fomentando un estilo de vida superficial, vacío y competitivo. Estos y otros muchos son unos signos de que estamos equivocados, dormidos, vacíos. Este es precisamente el grito del evangelio, al comenzar un nuevo año litúrgico en este Adviento de: “Despertad. Venced el sueño. Estad en vela”. Nunca es tarde para escuchar la llamada de Jesús a “vivir vigilantes”, despertando de tanta superficialidad y asumiendo la vida de manera más responsable

PARA LA VIDA

   Cuenta una leyenda oriental que un hombre buscaba en el desierto agua para saciar su sed. Después de mucho caminar, muy fatigado, con la boca reseca, el peregrino descubrió por fin las aguas de un arroyo. Pero, al arrojarse sobre la corriente, su boca encontró sólo arena abrasadora. De nuevo comenzó a caminar, leguas y leguas; su sed y su cansancio iban en aumento. Por fin, escuchó el rumor del agua. Se divisaba en la lejanía un río caudaloso y ancho; sus manos tomaron el líquido tan ansiado, pero de nuevo era sólo arena. 

   Siguió caminando, con la lengua fuera, como un perro sediento. Hasta que de nuevo se oyó rumor de aguas de una fuente. Su chorro cristalino formaba un gran charco. Pero sólo la decepción respondió a la sed del caminante. Y con renovado afán se lanzó de nuevo al desierto. Atravesando montes y valles, sólo encontró soledad y aridez. No había agua, ni rastro de ella. Un día le sorprendió un viento de humedad; allá, a lo lejos, pareció que el mar inmenso brillaba ante sus ojos. El agua era amarga, pero era agua. 

   Al hundir su cabeza ansiosa entre las olas, no hizo sino sumergirse en un fango que no estaba originado por el agua. El peregrino entonces se detuvo; se acordó de su madre, que tanto sufriría por él cuando supiera de su muerte. Las lágrimas vinieron a sus ojos, resbalaron por sus mejillas y cayeron en el cuenco de sus manos. Entonces, asombrado, se dio cuenta de que aquellas lágrimas habían saciado de verdad su sed, y el peregrino, tomando fuerzas, prosiguió su camino y sintió su alma llena de luz. Fue un gran descubrimiento saber que el agua que buscaba no estaba en el desierto, sino dentro de su propio corazón.

   La verdadera preparación a la Navidad no consiste en pretender nuestras vidas de muchas cosas materiales, de caer en la droga del comprar por comprar, pensado quizá que en tener más consiste en ser más feliz. Miremos desde ahora a Belén. Dejemos que desde este primer domingo nuestras vidas se vuelvan hacia la estrella de luz que surge de aquel sencillo pesebre. Preparémonos por dentro, dejemos de buscar la felicidad fuera de nosotros, como nos dice el cuento de hoy. Dios está dentro, en lo más íntimo de nosotros mismos, como decía San Agustín. Que la voz de Dios resuene en nuestras vidas. Hagamos espacio de silencio, de oración, de escucha. Dios viene, Dios está entre nosotros. Somos nosotros quienes debemos ir a El y reconocerlo, escucharlo y amarlo.

34° Domingo del Tiempo Ordinario, 20 de Noviembre 2022, Ciclo C

33° Domingo del Tiempo Ordinario, 13 de Noviembre 2022, Ciclo C

32° Domingo del Tiempo Ordinario, 6 de Noviembre 2022, Ciclo C

 San Lucas 20, 27 - 38

No es Dios de Muertos, sino de Vivos

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.- Dios de Vivos: «Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven» (Lc 20,38). En efecto, Dios es «Dios de vivos» y a cuantos confían en él les concede la vida divina que posee en plenitud. Él, que es el «Viviente», es la fuente de la vida.

2.- La Vida: en esta vida después de la muerte, Dios nos espera con los brazos abiertos, pues es un Dios que ama la vida y que quiere que todos los hombres vivan. Esta vida eterna es un regalo de Dios, pero para llegar a ella es necesario vivir aquí en la tierra unidos a Dios, para participar así un día de su gloria, como lo están haciendo ya los santos, aquellos amigos de Dios aquí en la tierra que, tras la muerte, has ido a gozar de la presencia de Dios.

3.- La Muerte: como un paño oscuro que cubre la humanidad cerrando todo horizonte (Is 25,7). Pero Cristo ha descorrido ese paño y ha abierto la puerta de la luz y la esperanza, de manera que la muerte ya no es un final. La primera lectura nos muestra cómo el que cree en la resurrección no teme la muerte; al contrario, la encara con valentía y la desafía con firmeza triunfal. «¿Dónde está, muerte, tu victoria?» (1 Cor 15,55).

4.- La Resurrección: "Dios mismo nos resucitará" (2 Mac 7, 14). La fe en la resurrección de los muertos se basa, en la fidelidad misma de Dios, que no es Dios de muertos, sino de vivos, y comunica a cuantos confían en él la misma vida que posee plenamente. La resurrección de los muertos es una de las verdades fundamentales de nuestra fe, que proclamamos solemnemente cada vez que rezamos el Credo: «espero la resurrección de los muertos y la vida eterna» Esta esperanza en la resurrección nos libra del miedo a la muerte. Cristo ha venido a «liberar a los que por miedo a la muerte pasaban la vida como esclavos»

5.- La Fe:  nos da la certeza de que la vida continúa más allá de esta tierra.  Lo que motivó a los 7 hermanos mártires y lo que motiva a tantos mártires de ayer y de hoy para enfrentar la tortura y la muerte es la certeza de que Dios reserva la vida eterna a aquellos que, en este mundo viven con fidelidad. Quien cree en la resurrección no puede dejarse paralizar por el miedo, porque el miedo muchas veces nos impide defender los valores en los que creemos.  Quien cree en la resurrección es la persona que puede comprometerse en la lucha por la justicia y por la verdad, porque sabe que la muerte no lo puede vencer ni destruir.

 REFLEXIÓN

   Las lecturas de hoy son una reflexión sobre la vida, la muerte y la resurrección.  La vida nos enseña que la muerte es compañera de viaje, pero la muerte no es el punto final, sino un punto y seguido, es un paso doloroso, pero un paso hacia Dios nuestro Padre.

   La 1ª lectura del segundo libro de los Macabeos nos cuenta la historia de la persecución, tortura y martirio de 7 hermanos por causa de la fe.  Estos hermanos no consintieron renunciar a sus tradiciones religiosas de comer algo impuro y prefirieron morir antes que serles infiel a Dios.Cuando se da la vida por algo, siempre se hace porque, como cristianos, sabemos que la vida aquí en la tierra no lo es todo, sabemos que hay otra vida.

   La 2ª lectura de san Pablo a los Tesalonicenses nos exhorta a vivir con constancia nuestra fe: una fe expresada en buenas obras. Nos pide también que hagamos oración para que el Evangelio sea conocido por todos y que no nos desanimemos si vemos que hay personas que no aceptan el Evangelio, porque como nos dice san Pablo, la fe no la aceptan todos.  Para algunos la fe no es suya porque nunca la han tenido, ni se les ha concedido ese don.  Para otros la fe es algo que tuvieron en algún momento de su vida pero que la dejaron adormecer.  Otros, simplemente no la han cultivado ni la han dejado crecer y se les ha quedado pequeña.

   El Evangelio de san Lucas nos presenta a unos saduceos que le plantean a Jesús una pregunta capciosa, una pregunta para ridiculizar la creencia en la resurrección.  Basándose en la “Ley del levirato”, por la que el hermano del esposo debía casarse con la viuda si ésta no tenía descendencia, le preguntan a Jesús: “Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer”. Jesús afirma la existencia de otra vida después de la muerte.  Pero también nos dice que la vida eterna no es continuación de la actual. 

   Jesús responde a los saduceos diciendo que no se imaginen la vida eterna según el modelo de la vida actual. La resurrección no debe ser imaginada como la reanimación de un cadáver. La vida eterna no es, una mera prolongación de la vida de este mundo; ya no está sujeta a la muerte. La resurrección es una forma de existencia totalmente nueva y transformada. Se trata de una nueva vida, de la participación plena en la vida de Dios.

 PARA LA VIDA 

   Un hombre encontró un huevo de águila. Se lo llevó y lo colocó en el nido de una gallina de corral. El aguilucho fue incubado y creció con la nidada de pollos. Durante toda su vida, el águila hizo lo mismo que hacían los pollos, pensando que era un pollo. Escarbaba la tierra en busca de gusanos e insectos, piando y cacareando. Incluso sacudía las alas y volaba unos metros por el aire, al igual que los pollos. Después de todo, ¿no es así como vuelan los pollos? 

   Pasaron los años y el águila se hizo vieja. Un día divisó muy por encima de ella, en el límpido cielo, una magnífica ave que flotaba elegante y majestuosamente por entre las corrientes de aire, moviendo apenas sus poderosas alas. La vieja águila miraba asombrada hacia arriba: “¿Qué es eso?”, preguntó a una gallina que estaba junto a ella. “Es el águila, el rey de las aves”, respondió la gallina. “Pero no pienses en ello. Tú y yo somos diferentes de él”. De manera que el águila aquella no volvió a pensar en ello. Y murió creyendo que era una gallina de corral. 

   En medio de esta vida que llevamos, vida que cojea en valores, en tiempos de calidad, en entrega generosa y gratuita, en dimensiones que no sean otras que las materiales, Dios nos invita a entrar en el reino de la Vida, una vida llena, plena, vida de amor, de paz, de solidaridad, de perdón y de fe. Y nos invita a transformar nuestras relaciones humanas, muchas veces puramente mercantilistas y sexualizadas, en miradas humanizadoras, afectivamente maduras y gratificantes. 

   Unas nuevas relaciones que vayan más allá de las diferencias genéticas o biológicas, miradas desde el corazón y la igualdad radical de nuestra dignidad como personas e hijos de Dios. Será la novedad de ese Reino inaugurado por Jesús, antesala de ese Reino definitivo más allá de la muerte, un Reino que comienza a desarrollarse ya en esta vida en la vivencia de los valores predicados y vividos por Jesús, prolongados en la historia por la comunidad de creyentes que es la Iglesia y encarnada por cada uno y cada una de nosotros en la cotidianeidad de nuestra existencia.