Solemnidad Santísima Trinidad, 22 de Mayo 2016, Ciclo C


San Juan 16, 12 - 15

“  En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo 

  1. El Padre:  es el misterio insondable de amor que da origen a todo lo que vive. Él es la fuente oculta que no tiene origen y de la que nace todo lo bueno, lo bello y misericordioso. En él comienza todo lo que es vida y amor. El Padre solo sabe darse gratuitamente y sin condiciones. Él está conduciendo todo a la victoria definitiva de la vida. Quiere mi vida, mi dicha y mi eternidad.
  2. El Hijo:existe recibiéndose totalmente del Padre. Es eterna acogida, respuesta perfecta al Padre y reflejo fiel de su amor. Por eso, no se apropia de nada. Recibe la vida como regalo y la difunde sobre nosotros y la creación entera. El Hijo es nuestro hermano mayor, el que nos revela el rostro verdadero del Padre y nos enseña el camino hacia él. El Hijo de Dios hecho hombre nos enseña a vivir acogiendo y difundiendo el amor del Padre.
  3. El Espíritu Santo:es comunión del Padre y el Hijo, abrazo recíproco, amor compartido, compenetración mutua. Desbordamiento del amor, fuerza creadora y renovadora, energía amorosa que lo transforma todo. Él nos consuela, nos renueva y mantiene vivo en nosotros el deseo de Dios inspirando nos en construir un mundo más humano y fraterno.
  4. La Trinidad: : “Dios es amor.” Esa divinidad que sustenta la vida y da sentido a la realidad es amor y sólo amor. Al confesar a un Dios trinitario estamos tocando el corazón mismo de la fe cristiana. Todo lo demás es consecuencia. Cuando se olvida o se deforma esta fe en Dios-Amor, se está vaciando a la religión cristiana de su esencia. 

REFLEXIÓN

   Celebramos este Domingo el misterio de la Santísima Trinidad, «el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo» (Catecismo de la Iglesia Católica, 234).
   Creemos, como verdad revelada, que Dios es uno y único, que fuera de Él no hay otro Dios. Como verdad revelada creemos también que Dios, siendo uno, es comunión de tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Tres personas distintas, no tres dioses distintos. Son un sólo Dios, porque poseen la misma naturaleza divina. Dios en sí mismo no es, por tanto, un ser solitario ni inmóvil: es Comunión divina de Amor.
   Pero, ¿cómo llegó a nuestro conocimiento este profundo misterio que, «de no haber sido divinamente revelado, no se pudiera tener noticia?» (Concilio Vaticano I) Es el Hijo, Jesucristo, quien nos lo ha revelado: «A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, Él lo ha contado» (Jn 1, 18). Es Él, que conoce la intimidad de Dios, quien ha revelado el misterio de Dios al hombre, quien ha revelado la unidad y comunión existente entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. 
   Llama la atención que el ser humano, para ser feliz, necesite de los demás, de otros “tú” humanos como él. Nadie puede hallar la felicidad de manera aislada. Dios no es solitario y nosotros no queremos vivir “solitarios”. Una profunda tristeza y desolación nos inunda cuando nos falta alguien que nos ame y a quien podamos amar, cuando nos falta alguien que nos conozca y a quien podamos conocer de verdad, cuando nos falta esa presencia.
PARA LA VIDA
   El niño sale entusiasmado de la piscina. -Mami, dice, allí en el fondo hay un pez anaranjado en forma de triángulo. La mamá se sumerge a su vez y sale sonriendo: Cariño, no he visto nada. Mami, le dice el niño, es que para verlo hay que cerrar los ojos...
   Se dice que el alma tiene tres ventanas, por las cuales se asoma al exterior. La primera se llama información: Buenos días. Hoy es domingo. Hace buen tiempo. La segunda se llama comunicación: el alma se comunica: “Qué alegría verte”... “Te estoy acompañando”... “Esta será siempre tu casa...”. La tercera ventana, que se oculta detrás de velos y cortinas, es la ventana de lo inefable. De aquellas cosas que no se pueden decir, que no alcanzamos a expresar con las palabras. 
   Las insinuamos a veces con la mirada, con un gesto, con un balbuceo. Lo inefable, es aquello que sentimos en lo profundo del ser, aquella plenitud y alegría que preferimos ocultar calladamente. San Pablo escribe a los romanos que el Espíritu clama con gemidos inefables en lo interior y nos enseña así a hablar a nuestro Padre. Tras esa misma ventana de lo inefable vive Dios.



Solemnidad de Pentecostés, 15 de Mayo 2016, Ciclo C


San Juan 20, 19 - 23

“  Recibid  El Espíritu Santo ”


  1. Pentecostés:  La palabra indica cincuenta, por los días pasados desde el inicio del tiempo pascual. Los orígenes de la fiesta, como en tantos otros casos, son agrícolas. El día del fruto maduro. Corresponde a las celebraciones de las primeras espigas de trigo segadas y ofrecidas a Dios. Es un soplo que nos viene bien para lanzarnos como iglesia a la conquista de ese mundo tan duro para entender y comprender, vivir y amar las cosas de Dios. En Pentecostés damos gracias a Dios por esta gran casa en la que todos tenemos un sitio y algo que ofrecer y realizar: LA IGLESIA, FRUTO PASCUAL.
  2. El Espíritu Santo: Tercera Persona de la Santísima Trinidad, es el alma de mi alma, la vida de mi vida, el ser de mi ser; es mi santificador, el huésped de mi interior más profundo. Para llegar a la madurez en la vida de fe es preciso que la relación con Él sea cada vez más consciente, más personal. El Espíritu de Dios es de todos, porque el Amor inmenso de Dios no puede olvidar ninguna lágrima, ningún gemido ni anhelo que nace del corazón del hombre.
  3. La Iglesia: se hace fuerte e irrompible cuando siente y se agarra a la comunión de hermanos en la misma fe y unidos por la misma esperanza. Que se lanza al futuro sin miedo alguno sabiendo que lleva entre manos la mayor riqueza que el mundo puede esperar: EL EVANGELIO.
  4. La Misión: la primera realización de esta misión es el anuncio de la verdad de la fe, iniciado el mismo día de Pentecostés, proclamando a todos los pueblos las grandezas del Señor en sus propias lenguas, y constituyendo comunidades de creyentes, llenos del ES (Hch 2. 37-41). El evangelio insinúa la doble reacción ante el mensaje: la acogida y el rechazo, significada en la doble actitud de la Iglesia: perdonar los pecados o no perdonarlos.

REFLEXIÓN  
Hoy, en el día de Pentecostés se realiza el cumplimiento de la promesa que Cristo había hecho a los Apóstoles. En la tarde del día de Pascua sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20,22). La venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés renueva y lleva a plenitud ese don de un modo solemne y con manifestaciones externas. Así culmina el misterio pascual. Dios es Amor absoluto y substancial que se hizo hombre en Jesucristo y en Pentecostés, invadió la Iglesia y todo el universo como un fuego y como un huracán.

   Dios es Amor y podemos decir de Él todos los adjetivos que implica el amor: Dulce, tierno, constante, amable, generoso, creador, perdonador. Tiene para quienes nos esforzamos en buscarle, todo el vigor de su poder y todas las sorpresas de su bondad. Es Amor. Amor cósmico y trascendente, pero a la vez delicado y fecundo como un corazón maternal. Recio y seguro como las manos de un padre. Camina entre los astros, “por los altos andamios de las flores” como canta Joan Manuel Serrat, y entre el recinto amurallado de las conciencias. Él es Amor. En esta celebración de Pentecostés, abramos las puertas de nuestro interior de par en par.

PARA LA VIDA

   Un pequeño gusano, desencantado de todo, se fabricó una rústica vivienda en la hoja de un árbol. Allí vivía en solitario, renegando de su suerte.
Alguna vez, una bonita mariposa se posó sobre la casa del gusano.
   -¿Quién es? -refunfuñó aquel. -Soy yo, respondió la mariposa. ¿No te gustaría transformar tu vida, volar a las alturas, conocer también el firmamento?.  El gusano se rebulló en su albergue que parecía una tumba. Y contestó de mal humor: No conozco la luz, menos aún podré imaginar el cielo. 
   La mariposa se quedó en silencio, pero empezó a batir sus alas y la casa del gusanito comenzó a balancearse en el vacío. Entonces el huraño inquilino asomó su cabeza oscura y miró a la mariposa. Aquella noche, el gusano sintió que todo su cuerpo empezaba a transformarse. A la mañana siguiente, cuando su amiga regresó a visitarlo, se había convertido en una mariposa resplandeciente. Y los dos amigos salieron juntos a conquistar el espacio.
   Todos nos admiramos ante acontecimientos inexplicables y comentamos asombrados: ¡Aquí esta Dios¡¡¡ Son los frutos del Espíritu. Nos desconcierta el que alguien sea capaz de perdonar, el que alguno acepte con fortaleza y alegría la enfermedad y la muerte. Se nos hace imposible que un joven pueda vivir castamente. Nos cuestiona el ver a un desposeído compartir desde su pobreza. Humanamente no entendemos que se siga esperando contra toda esperanza y que se siga confiando en Dios en este mundo convulsionado. 
ACASO NO SERÁ EL ESPÍRITU SANTO QUE VA HACIENDO SU OBRA?

Solemnidad de la Ascensión, 7° Domingo de Pascua, 8 de Mayo 2016, Ciclo C


San Lucas 24, 46 - 53

“ Mientras los Bendecía iba Subiendo al Cielo ”

  1. La Ascensión:  constituye el fin de la peregrinación terrena de Cristo, Hijo de Dios vivo, de la misma naturaleza del Padre, que se hizo hombre para nuestra salvación. El ascenso del Señor victorioso permanece estrechamente vinculado a su “descenso” del Cielo, ocurrido en la Encarnación del Verbo en el seno inmaculado de la Virgen María, por obra del Espíritu Santo. El acontecimiento de la Ascensión es el sello final, el triunfo definitivo y el cumplimiento del plan de Dios en favor de los hombres. Este acontecimiento corrobora la esperanza cristiana.
  2. La Misión: es necesario volver a Jerusalén para emprender el camino y la tarea de la evangelización, es decir, anunciar a los hombres que es posible la esperanza, según la extraordinaria grandeza del poder de Dios para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo. La Iglesia ha de ponerse en camino, pero sabe que está acompañada por el poder de Dios. También hoy es posible buscar el bien, hacer el bien, difundir el bien. Es posible trabajar por un mundo más humano y no quedarnos parados mirando al cielo.
  3. La Eucaristía: es el signo eficaz de esa intercesión sacerdotal de Cristo junto al Padre y de su presencia viva junto a su Iglesia. En la celebración eucarística de hoy se cumplirá la promesa de Jesús: "Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo"Jesús mismo corresponde a lo que nosotros llamamos cielo, pues el cielo, en realidad, más que un lugar, es el encuentro íntimo con la persona de Jesucristo, en quien Dios y la humanidad se encuentran inseparablemente unidos para siempre.
REFLEXIÓN
   La Fiesta de la Ascensión es la oportunidad que se ofrece al creyente para alegrarse por su Rey: Se alegra Israel por su Creador, los hijos de Sión por su Rey (salmo). La Iglesia celebra el triunfo de su Rey, de su Cabeza, de su Amigo. Y se siente en fiesta. Pero además contempla este misterio como el gran empuje de su misión evangelizadora por el mundo, tan necesitado del Evangelio porque es el único que puede dar respuesta a sus interrogantes. 
   Y se siente renovada en su esperanza teologal que le invita a dirigir sus pasos hacia lo difícil y arduo, pero posible, porque Dios anda por en medio con su bondad, fidelidad y poder. Y, en el centro, Jesús glorificado que sigue en medio de nosotros hasta el fin del mundo. Vivir mirando al cielo es no perder nunca de vista la huella del Señor; no es una evasión sino una toma de conciencia crítica. 
   Elevar nuestros ojos a lo alto es reivindicar altura y profundidad para nuestra mirada, para inyectar en la vida la luz y la esperanza que nos vienen de Dios; para “comprender cuál es la esperanza a la que nos llama, cuál la riqueza de gloria que da en heredad a los santos y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros” (Ef 1,18-19). 

PARA LA VIDA 

Recuerdo que visité una ciudad en donde la gente iba a sacar agua de un pozo favorito situado en uno de los parques. Un día le pregunté a un hombre si el pozo se secaba. El hombre estaba tomando agua, y luego de terminar de tomar me dijo:
- Nunca han podido agotar este pozo. Procuraron hacerlo hace algunos años. Pusieron en funcionamiento las bombas del Cuerpo de Bomberos, sin resultado alguno. Encontraron que hay un caudaloso río que corre por debajo de la ciudad. ¡Gracias a Dios, así es el pozo de la salvación! Nunca puede agotarse!
Jesús solo piensa en que llegue a todos los pueblos el anuncio del perdón y la misericordia de Dios. Que todos escuchen su llamada a la conversión. Nadie ha de sentirse perdido. Nadie ha de vivir sin esperanza. Todos han de saber que Dios comprende y ama a sus hijos e hijas sin fin.


ORACIÓN POR LAS MADRES

Amado Señor, en tu Palabra, nos enseñaste a honrar a nuestras madres. 
   En este día tan especial, te damos gracias y oramos por  todas las madres. Acompáñalas en todo momento. Pon en cada madre el amor y conocimiento de Dios para que se lo enseñen a sus hijos/as, ya que no hay mejor herencia para un hijo o hija que la fe y la esperanza en las promesas de Jesucristo. 
   Bendice a las madres cuyos hijos/as están lejos en este día. Anímalas en la ausencia. Si la distancia causa tristeza, haz que los corazones se unan por el amor de Jesucristo. Amén.

6° Domingo de Pascua, 1 de Mayo 2016, Ciclo C


San Juan 14, 23 - 29

 El que me ama guardará mi Palabra y mi Padre lo amará 

  1. El Amor:  quien no ama a Cristo, ni guarda sus palabras, tampoco ama al Padre, ni guardará la Palabra del Padre. El  amor a Jesús nos abre a un mundo insospechado de relaciones: nos abre al mundo dichoso de la eternidad de Dios. Hace, a su vez, que Dios nos abra sus entrañas, se nos acerque a nosotros. ¡Qué delirio! Y de su mano iremos descubriendo la insondable persona de Jesús, sus palabras. Y sentiremos, al fin, paz, La paz. Arrobadora, eterna y sublime. Y con ella, por fin, la felicidad.
  2. La Paz: esta paz del creyente no es fruto de un temperamento optimista. No es el resultado de un bienestar tranquilo. No hay que confundirlo con una vida sin problemas o conflictos. Lo sabemos todos: un cristiano experimenta la dureza de la vida con la misma crudeza y la misma fragilidad que cualquier otro ser humano. El secreto de esta paz está en otra parte: más allá de esa paz que uno experimenta cuando «las cosas le van bien». Pablo de Tarso dice que es una «paz en el Señor», que se vive estando enraizado en Jesús. Juan dice más: es la misma alegría de Jesús dentro de nosotros.
  3. El Espíritu Santo: además, aparece la promesa del Espíritu Santo, el Espíritu consolador, que nos enseñará todas las cosas y nos recordará todo lo que Jesús nos ha enseñado. Activemos el Espíritu Santo, pues lo tenemos desde nuestro bautismo y confirmación¡ Como cuando se descarga la batería del celular corremos a recargarla….Cuando nuestra alma esté agobiada, corramos a activar el Espíritu Santo, el fuego del amor divino y consuelo del alma cansada.
 
REFLEXIÓN 

   Conocedor de las más profundas aspiraciones y necesidades del corazón humano, el Señor Jesús nos invita a amar, no de cualquier manera, sino como Él nos ha amado. Pero este amor no puede sostenerse si no amamos a Aquel que nos ha amado primero: el mandamiento del mutuo amor sólo es posible vivirlo, en la medida en que amemos al Señor Jesús y nos dejemos amar por Él, y en la medida en que ese amor, Don de su Espíritu (ver Rom 5, 5), inunde nuestros corazones y transforme nuestras vidas. Sólo esa abundancia de amor en el propio corazón nos hará capaces de salir de nosotros mismos para amar también a los hermanos como Cristo mismo nos ha amado. 
   «Si buscamos de dónde le viene al hombre el poder amar a Dios, la única razón que encontramos es porque Dios lo amó primero. Se dio a sí mismo como objeto de nuestro amor y nos dio el poder amarlo, como lo más divino del ser humano. San Agustín dice que el Apóstol Pablo nos enseña de manera aún más clara cómo Dios nos ha dado el poder amarlo: El amor de Dios —dice— ha sido derramado en nuestros corazones. ¿Por quién ha sido derramado? ¿Por nosotros, quizá? No, ciertamente. ¿Por quién, pues? Por el Espíritu Santo que se nos ha dado».


PARA LA VIDA 

   Cuando yo era niño, llamó Dios a la puerta de mi corazón. En aquella temprana etapa vivía tan absorto en los juegos de la infancia que no presté atención a sus palabras lejanas. Años después volvió Dios a visitarme. Esta vez golpeó con la fuerza de sus nudillos la puerta de mi corazón. Aún recuerdo su voz, pero me asediaban los problemas de la juventud: mi primer amor, los estudios y el ejercicio de diversas cualidades destacables. 
   También en la madurez vino Dios, pero me resultaba imposible escuchar; no encontraba el momento oportuno para responder a su llamada. Poco antes de morir, estando sumido en las preocupaciones sobre la inminencia del más allá, abrí la rendija de mi puerta para buscar respuestas ante tanta incertidumbre. 
Me quedé estupefacto: un hombre de cabellos blancos como la nieve y ojos refulgentes permanecía sentado junto a mi endeble corazón. Me acerqué a él y le pregunté qué deseaba. Yo soy Dios”, me dijo. “Llevo aquí sentado durante toda tu vida para traerte un mensaje de felicidad”. Entonces, mis manos acogieron una misión maravillosa que pude disfrutar sólo unos momentos antes de morir.