San Juan 16, 12 - 15
“ En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo "
- El Padre: es el misterio insondable de amor que da origen a todo lo que vive. Él es la fuente oculta que no tiene origen y de la que nace todo lo bueno, lo bello y misericordioso. En él comienza todo lo que es vida y amor. El Padre solo sabe darse gratuitamente y sin condiciones. Él está conduciendo todo a la victoria definitiva de la vida. Quiere mi vida, mi dicha y mi eternidad.
- El Hijo:existe recibiéndose totalmente del Padre. Es eterna acogida, respuesta perfecta al Padre y reflejo fiel de su amor. Por eso, no se apropia de nada. Recibe la vida como regalo y la difunde sobre nosotros y la creación entera. El Hijo es nuestro hermano mayor, el que nos revela el rostro verdadero del Padre y nos enseña el camino hacia él. El Hijo de Dios hecho hombre nos enseña a vivir acogiendo y difundiendo el amor del Padre.
- El Espíritu Santo:es comunión del Padre y el Hijo, abrazo recíproco, amor compartido, compenetración mutua. Desbordamiento del amor, fuerza creadora y renovadora, energía amorosa que lo transforma todo. Él nos consuela, nos renueva y mantiene vivo en nosotros el deseo de Dios inspirando nos en construir un mundo más humano y fraterno.
- La Trinidad: : “Dios es amor.” Esa divinidad que sustenta la vida y da sentido a la realidad es amor y sólo amor. Al confesar a un Dios trinitario estamos tocando el corazón mismo de la fe cristiana. Todo lo demás es consecuencia. Cuando se olvida o se deforma esta fe en Dios-Amor, se está vaciando a la religión cristiana de su esencia.
REFLEXIÓN
Celebramos este Domingo el misterio de la Santísima Trinidad, «el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo» (Catecismo de la Iglesia Católica, 234).Creemos, como verdad revelada, que Dios es uno y único, que fuera de Él no hay otro Dios. Como verdad revelada creemos también que Dios, siendo uno, es comunión de tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Tres personas distintas, no tres dioses distintos. Son un sólo Dios, porque poseen la misma naturaleza divina. Dios en sí mismo no es, por tanto, un ser solitario ni inmóvil: es Comunión divina de Amor.
Pero, ¿cómo llegó a nuestro conocimiento este profundo misterio que, «de no haber sido divinamente revelado, no se pudiera tener noticia?» (Concilio Vaticano I) Es el Hijo, Jesucristo, quien nos lo ha revelado: «A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, Él lo ha contado» (Jn 1, 18). Es Él, que conoce la intimidad de Dios, quien ha revelado el misterio de Dios al hombre, quien ha revelado la unidad y comunión existente entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Llama la atención que el ser humano, para ser feliz, necesite de los demás, de otros “tú” humanos como él. Nadie puede hallar la felicidad de manera aislada. Dios no es solitario y nosotros no queremos vivir “solitarios”. Una profunda tristeza y desolación nos inunda cuando nos falta alguien que nos ame y a quien podamos amar, cuando nos falta alguien que nos conozca y a quien podamos conocer de verdad, cuando nos falta esa presencia.
PARA LA VIDA
El niño sale entusiasmado de la piscina. -Mami, dice, allí en el fondo hay un pez anaranjado en forma de triángulo. La mamá se sumerge a su vez y sale sonriendo: Cariño, no he visto nada. Mami, le dice el niño, es que para verlo hay que cerrar los ojos...Las insinuamos a veces con la mirada, con un gesto, con un balbuceo. Lo inefable, es aquello que sentimos en lo profundo del ser, aquella plenitud y alegría que preferimos ocultar calladamente. San Pablo escribe a los romanos que el Espíritu clama con gemidos inefables en lo interior y nos enseña así a hablar a nuestro Padre. Tras esa misma ventana de lo inefable vive Dios.