San Juan 14, 15 - 21
"Quien Cumple mis Mandamientos, ese me Ama.”"
- El Paráclito: es el amor absoluto de Dios, es la comunión de amor entre el Padre y el Hijo, lo más íntimo que hay en Dios. También es la manifestación externa de Dios, viento impetuoso y luz fulgurante, invisible. Es quien nos hace conocer el misterio de Dios y nos introduce en la comprensión de la revelación del Padre, dada por Jesús, Hijo de Dios hecho hombre.
- El Amor: El que me ama será amado por mi Padre”. En las relaciones humanas hay un lazo que une a las generaciones entre sí. También Jesús nos enseña que quien le ama de verdad será amado por el Padre, que nos ha entregado a su Hijo amado.
- Los Apóstoles: Es decir “enviados”. Los doce son enviados por Jesús, y más tarde, muchos otros son enviados por las comunidades. En el ámbito de la familia o de las actividades profesionales, un cristiano que se ha dejado contagiar por la Pascua de Cristo, es testigo de su novedad y su alegría dinámica. Testigo de que el Espíritu sigue actuando, y por tanto de que es posible este milagro: una Iglesia y una sociedad más «pascuales».
- La Buena Noticia: es que, en Jesús, hemos conocido a Dios; y el Dios que conocemos es el Dios amor por excelencia. Dios nos ama, más de lo quieren las madres quieren a sus hijos. La Buena Noticia es que merece la pena trabajar y hasta sufrir. Y todo esto se anuncia, y se recibe con gozo por todos aquellos que no tienen el corazón apegado o esclavo de otras satisfacciones, aquellas que ofrece el mundo.
- La Fe: se ha hablado mucho y aún se habla actualmente de una fe en Dios sin Cristo, de una «credibilidad en Dios», que no necesita de Cristo. Un Dios sin Cristo, es algo así como quedarnos en manos del destino y el destino no tiene corazón ni entrañas. La fe nos permite tratar con un Dios a quien podamos hablarle íntimamente, y en cuyas manos nos podamos entregar; un Dios de quien sabemos que nos oye y se cuida de nosotros. Gracias a Jesús podemos llamar a Dios Padre. Gracias a Jesús podemos conocer el corazón viviente de Dios.
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
REFLEXIÓN
Ahora que soy anciano y mis días están contados mi única oración es: Señor, dame la gracia de cambiar yo.
La historia de nuestra vida es la historia de nuestras relaciones. Y una relación implica comunicación, conocimiento, amor y presencia.Y si en la vida real se dan esas relaciones vacías, en que dos personas viven sin conocerse, imagínense lo que pasa en la vida cristiana.
Las lecturas de este sexto domingo de Pascua nos hablan de la promesa del Espíritu Santo, y anticipan de cierta forma su venida que celebramos en Pentecostés. Citando a este pasaje de la primera lectura de hoy, el Catecismo de la Iglesia nos dice que desde aquel tiempo, los apóstoles, siguiendo las enseñanzas de Jesús, comunicaban a los convertidos, el don del Espíritu Santo.
Ya desde el comienzo, la administración del Sacramento de la Confirmación se hacía mediante la imposición de las manos, y este sacramento estaba destinado a completar la gracia del Bautismo. Es esta imposición de las manos la que ha sido con toda razón considerada como el primitivo origen del sacramento de la Confirmación, el cual perpetúa en la Iglesia la gracia de Pentecostés. En el presente, nuestros hijos se preparan durante un tiempo suficiente para recibir al Espíritu Santo mediante este sacramento, que los confirma en la fe, después de haber recibido a Jesús en la primera Comunión.
El Sacramento lo administra el Obispo, como sucesor de los apóstoles, quienes primitivamente eran los que imponían las manos a los confirmandos. En este Domingo, Jesús promete a sus apóstoles el envío del Espíritu Santo. Comienza este pasaje con las palabras de Jesús: «Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos” Jesús, antes de anunciar la venida del Espíritu Santo, nos recuerda que el verdadero amor tiene necesidad de manifestarse con obras. “El que recibe mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama”, dice el Señor en otro pasaje. Y San Juan nos exhorta a que “no amemos solo de palabra, sino con obras y de verdad”, y nos enseña que “el amor al Señor consiste en que cumplamos sus mandamientos”
La Palabra del Señor es verdadera y se cumple. Su promesa de darnos el Espíritu Santo es una realidad. El Espíritu Santo permanece con ustedes y está dentro de ustedes. El Espíritu Santo vive en nuestros corazones, y sin embargo no lo conocemos, porque no damos los frutos que él espera. Quizá vivimos vidas separadas porque le rumbo que él nos traza, no lo seguimos. No hay relación. No hay comunicación. No hay conocimiento. No hay amor.
PARA LA VIDA
De joven era un revolucionario y mi oración a Dios era siempre la misma: dame fuerza, Señor, para cambiar el mundo.De mayor viendo que no había cambiado nada, ni siquiera uno, cambié mi oración: Señor, oraba, dame la fuerza de cambiar a los míos, mi familia, mis amigos y me sentiré satisfecho.
Ahora que soy anciano y mis días están contados mi única oración es: Señor, dame la gracia de cambiar yo.
La historia de nuestra vida es la historia de nuestras relaciones. Y una relación implica comunicación, conocimiento, amor y presencia.Y si en la vida real se dan esas relaciones vacías, en que dos personas viven sin conocerse, imagínense lo que pasa en la vida cristiana.
Envíanos el Espíritu de fortaleza, a fin de combatir, en nosotros y en torno de nosotros, valerosamente contra el mal!. ¡Envíanos el Espíritu de intrepidez, con el que los apóstoles comparecieron ante reyes y gobernantes y te confesaron!. ¡Envíanos el Espíritu de paciencia, a fin de que en todas nuestras pruebas nos mostremos como fieles siervos tuyos!. ¡Envíanos el Espíritu de alegría, a fin de sentimos dichosos de ser hijos del Padre del cielo!. Y, finalmente, ¡Envíanos el Espíritu Santo, Paráclito (consolador), a fin de no desfallecer en este mundo, sino que nos alegremos de tu divina cercanía!