San Juan 20, 19 - 31
" Señor mío y Dios mío "
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
- La Resurrección: La resurrección nos muestra cómo es el Dios de Jesús, nuestro Dios. Los primeros cristianos transmiten su fe en un Dios que es amor infinito, que no abandona a nadie, ni siquiera ante la muerte. La resurrección nos habla del Dios, del cual uno se puede fiar plenamente. El proyecto de este Dios misericordioso no es que el ser humano esté destinado a la muerte, sino a la vida plena y definitiva, comunicándole su propia vida.
- La Misericordia: es la manifestación amorosa de Dios en una historia herida por el pecado. “Misericordia” proviene de dos palabras: “Miseria” y “Cor”. Dios pone nuestra mísera situación, debida al pecado, en su corazón amoroso de Padre, que es fiel a sus designios. Jesucristo, muerto y resucitado, es la suprema, e infinita manifestación de la Divina Misericordia.
- La Fe: Si nuestra fe es firme, también, esta fe servirá para que la fe de muchos otros se apoyen en ella. Es preciso que nuestra fe en Jesucristo vaya creciendo día tras día. Pero, a veces, también nosotros nos encontramos faltos de fe como el apóstol Tomás. Tenemos necesidad de más confianza en el Señor ante las dificultades y ante acontecimientos que no sabemos interpretar desde el punto de vista de la fe, en momentos de oscuridad que Dios permite. La virtud de la fe es la que nos da la verdadera dimensión de los acontecimientos y la que nos permite juzgar rectamente todas las cosas.
- La Alegría: La alegría de la Pascual se ha de compartir y proclamar seguro de lo que el Señor ha obrado en nosotros. Nos dio el Espíritu Santo: "Recibe el Espíritu Santo" para que a impulso suyo puedas decir confiadamente: He experimentado la acción de Jesús en mi vida. ¡Cuánto agrada al Señor una respuesta de fe: "Dichosos los que creen sin haber visto"¡ y ¡cuánto agrada al Señor una oración confiada: "Señor mío y Dios mío"¡.
REFLEXIÓN
María Magdalena ha comunicado a los discípulos su experiencia y les ha anunciado que Jesús vive, pero ellos siguen encerrados en una casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos. El anuncio de la resurrección todavía no ha ganado fuerza para calmar los miedos y despertar su alegría. El evangelista evoca en pocas palabras su desamparo en medio de un ambiente hostil. Va a «anochecer».
Su miedo los lleva a cerrar bien todas las puertas. Sólo buscan seguridad. Es su única preocupación. Nadie piensa en la misión recibida. No basta saber que el Señor ha resucitado. No es suficiente escuchar el mensaje pascual. A aquellos discípulos les falta lo más importante: la experiencia de sentir a Jesús vivo en medio de ellos.
Sólo cuando Jesús ocupa el centro de la comunidad, se convierte en fuente de vida, de alegría y de paz para los creyentes. Los discípulos «se llenan de alegría al ver al Señor». Siempre es así. En una comunidad cristiana se despierta la alegría, cuando allí, en medio de todos, es posible «ver» a Jesús vivo. Nuestras comunidades no vencerán los miedos, ni sentirán la alegría de la fe, ni conocerán la paz que sólo Cristo puede dar, mientras Jesús no ocupe el centro de nuestros encuentros, reuniones y celebraciones, sin que nadie lo oculte.
A veces somos nosotros mismos quienes lo hacemos desaparecer. Nos reunimos en su nombre, pero Jesús está ausente de nuestro corazón. Nos damos la paz del Señor, pero todo queda reducido a un saludo entre nosotros. Se lee el evangelio y decimos que es «Palabra del Señor», pero a veces sólo escuchamos lo que dice el predicador. En la Iglesia siempre estamos hablando de Jesús.
En teoría nada hay más importante para nosotros. Jesús es predicado, enseñado y celebrado constantemente, pero en el corazón de muchos hay un vacío: Jesús está como ausente, ocultado por estilos de vida, al margen de él, que lo dejan en segundo plano. Tal vez, nuestra primera tarea sea hoy «centrar» nuestras comunidades en Jesucristo, conocido, vivido, amado y seguido con pasión. Hoy se nos pide renovar nuestra actitud ante Dios. Pasar del miedo a la confianza, de la huida a la entrega, de la arrogancia a la humildad, del olvido a la oración, de la increencia a la fe. Pascua significa «pasar» de la muerte a la vida. Dejemos que Cristo resucitado pase por nuestra vida…
PARA LA VIDA
Cuentan que un alpinista, desesperado por conquistar el Aconcagua (de casi 7.000 metros de altura, y cubierto en su mayoría de nieve) inició su travesía después de muchos años de preparación. Pero quería la gloria para él solo, así que emprendió la aventura sin compañeros. Empezó a subir, y se le fue haciendo tarde, y más tarde. Lejos de prepararse para acampar, siguió subiendo, decidido a llegar a la cima. No tardó mucho en oscurecer. La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña, ya no se podía ver absolutamente nada.
Todo era negro, nada de visibilidad, no había luna y las estrellas eran cubiertas por las nubes. Fue entonces que, subiendo por un acantilado (a sólo cien metros de la cima), se resbaló y se desplomó hacia el vacío por los aires. Caía a una velocidad vertiginosa, lo único que podía ver eran veloces manchas más oscuras que pasaban en la misma oscuridad, y todo lo que podía sentir era la terrible sensación de ser succionado por la gravedad. Seguía cayendo… y, en esos angustiantes momentos, le pasaron por su mente todos los momentos de su vida, los gratos y los no tan gratos.
Él pensaba que iba a morir... sin embargo, de repente, sintió un tirón muy fuerte que casi lo parte en dos. Sí... como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larga cuerda que lo amarraba de la cintura. En esos momentos de quietud, suspendido en el aire, no pudo más que gritar: ¡Ayúdame, Dios mío...! Y de golpe, lo inesperado.
Una voz grave y profunda surgió de los cielos para responderle: ¿Qué quieres que haga, hijo mío? ¡Sálvame, Dios mío! ¿Realmente crees que te pueda salvar? Por supuesto, Señor... Entonces, corta la cuerda que te sostiene. Hubo un momento de silencio y quietud. Reflexionó, y decidió aferrarse más a la cuerda...Pero murió. Cuentan que el equipo de rescate que fue a buscarlo se sorprendió al encontrarlo colgado, congelado, muerto, agarrado con fuerza a una cuerda... a tan sólo dos metros del suelo.