San Lucas 6, 17. 20 -26
“Dichoso el hombre que confía en el Señor"
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
- La Confianza: en Dios nunca se acaba. Se convierte así para nosotros como una corriente de agua que no termina, que constantemente nutre las raíces del árbol de nuestra vida. Aunque venga el duro calor del verano y apriete la sequedad, el árbol plantado junto a una corriente de agua no se seca y sigue dando fruto. Si queremos una vida duradera y fecunda, nuestra confianza ha de estar puesta en el Señor. “Todo se pasa, Dios no se muda. Quien a Dios tiene nada le falta”.
- Los Bienaventurados: los que saben ser pobres y compartir lo poco que tienen con sus hermanos, los que conocen el hambre y la necesidad porque no quieren explotar, oprimir y pisotear a los demás, los que lloran las injusticias, las muertes, las torturas, los abusos y el sufrimiento de los débiles.
- La Felicidad: todos buscamos ser felices. Estamos hechos para la felicidad. Lo que sucede es que no coincidimos ni en qué es la felicidad, ni cómo conseguirla. El mundo nos propone una felicidad barata, que nos deslumbra en un primer instante, pero que es de quita y pon. El mundo dice que es feliz el que más tiene, el que posee más comodidades y seguridades. Para Jesús la felicidad no está en poseer, ni en tener, sino en dar; la felicidad no está en reír, sino en solidarizarnos con los que lloran; la felicidad no está en gozar, sino en acompañar a los que sufren.
REFLEXIÓN
Con las bienaventuranzas Jesús nos está invitando a ir mucho más lejos, sin que esto suponga sacrificios especiales. No se trata de que las bienaventuranzas sean sólo para los que sienten la vocación por la vida religiosa o sacerdotal, que deben comprometerse, con un voto o no, a llevar una vida de castidad y pobreza en óptimo grado. Todos los cristianos hemos sido llamados a seguir el camino de las bienaventuranzas, porque todos tenemos que despojarnos de las apetencias mundanas y, sin dejar de vivir en el mundo, vivir sabiendo que no pertenecemos al mundo.
Para ser un verdadero cristiano hay que tener clara la conciencia de que somos peregrinos. Nada tenemos que no sea temporal y pasajero. Cuando olvidamos esto y nos encastillamos, pensando que poseemos algo seguro en la tierra, pasamos a ser unos cristianos que, si actuamos bien, lo hacemos sólo para poder pasar el examen, aunque sea con un mero aprobado.
Y esto es vivir en un gran riesgo, pues al Señor no le gustan las medias tintas, y no soporta que podamos servir, al mismo tiempo, a otro señor.
El lo dijo claramente: “Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No pueden ustedes servir a Dios y al Dinero” (Lucas 16,13). Las bienaventuranzas son otra forma de decirnos que sólo hay dos caminos. No podemos transitar al mismo tiempo por los dos. Tenemos que definirnos. Tenemos que decidirnos por cuál de ellos vamos a caminar.
PARA LA VIDA
Después de haber llevado una vida sencilla y tranquila, una mujer murió. Se encontró dentro de una larga y ordenada procesión de personas que avanzaban lentamente hacia el Juez Supremo. A medida que se iban acercando a la meta, escuchaba cada vez con mayor claridad las palabras del Señor. Oyó así que el Señor decía a uno: - Tú me socorriste cuando estaba accidentado en la autopista y me llevaste al hospital, entra en mi Paraíso. Luego a otro: - Tú hiciste un préstamo sin exigirle los intereses a una mujer viuda, ven a recibir el premio eterno. Y luego a un médico: -Tú hiciste gratuitamente operaciones quirúrgicas muy difíciles a gente pobre que no las podía pagar, ayudándome a devolver la esperanza a muchos, entra en mi Reino. Y así sucesivamente.
La pobre mujer se iba asustando cada vez más, puesto que, por mucho que se esforzaba, no recordaba haber hecho en su vida nada extraordinario. Intentó apartarse de la fila para tener tiempo de reflexionar, pero no se lo permitieron: un ángel, sonriente pero decidido, no le dejó abandonar la larga fila. Con el corazón latiéndole como un tambor y llena de miedo, llegó junto al Señor. Enseguida se sintió inundada por una sonrisa…y escuchó de los labios del Juez Supremo: - Tú has planchado, durante largos años y con mucho amor, todas mis camisas…Entra conmigo a la felicidad.