1.- No Tener Miedo: el miedo surge cuando nos vemos como anegados por la inmensa corriente del mal y del pecado que parece inundarlo todo. Es tan apabullante la presencia y el influjo negativo del mal en el mundo que nos da miedo, porque nos entran dudas del triunfo del bien, o sea, de Dios. Sin embargo, la fe cristiana se asienta y se funda sobre el cimiento inconmovible de la victoria de la gracia sobre el pecado, de la vida sobre la muerte.
2.- La Fidelidad: es la confianza del que sabe que el Padre cuida de él y no le abandonará. Ponerse de parte de Cristo es, en definitiva, confesar la fe o la propia condición de creyentes sin remilgos ni complejos, sin avasallar a nadie, pero con alegría, pues al fin somos discípulos y seguidores del Salvador del mundo.
3.- La Gracia: esto significa que nosotros nacemos ciertamente en un mundo de pecado, pero sobre todo nacemos en un mundo de salvación y de gracia. Sin embargo, todos sabemos lo difícil que es aceptar la realidad del pecado propio, reconocerse pecador. El don de la gracia que nos transforma es la base de cada conversión personal y comunitaria auténtica. Y el camino que conduce a acoger este don pasa por el encuentro con la palabra de Dios y con los sacramentos de la Iglesia.
4.- El Temor de Dios: quien teme a Dios siente en sí la seguridad que tiene el niño en los brazos de su madre (cf. Sal 131, 2): quien teme a Dios permanece tranquilo incluso en medio de las tempestades, porque Dios, como nos lo reveló Jesús, es Padre lleno de misericordia y bondad. «No hay temor en el amor —escribe el apóstol san Juan—; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira al castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor»
REFLEXIÓN
Se nos presenta en este domingo el drama existencial del cristiano auténtico, en su condición de testigo de Cristo con todas sus consecuencias. No es el discípulo de mejor condición que su Maestro. Él fue vaticinado como «signo de contradicción» (Lc 2,34). Por lo mismo el cristiano no puede quedar extrañado de que le surjan contradicciones y dificultades. Pero Cristo venció y el que le sigue también participa de su victoria.
En la primera lectura, Jeremías, por su fidelidad a Dios y por su misión de testigo de sus designios ante el pueblo degenerado y frívolo, fue personalmente un signo de contradicción en medio de los suyos. Figura de Cristo y de los cristianos.
El salmo de hoy es bien expresivo sobre el tema de la contradicción: «Por Ti he aguantado afrentas, la vergüenza cubrió mi rostro». Ante todo vemos en este Salmo la figura de Cristo, el Hijo de Dios, devorado por el celo de la Casa y de la causa de su Padre; muerto por nuestros pecados, insultado, abandonado de todos saciada su sed con vinagre.
En la segunda lectura, San Pablo subraya nuestra solidaridad en la condenación a fin de exaltar nuestra solidaridad en la gracia que se nos da por Jesucristo. La vida de toda la humanidad es, por lo mismo, un signo de contradicción. El pecado de origen común y la gracia redentora de Cristo luchan en el interior de cada hombre. No es posible ser indiferente.
En el Evangelio nos dice: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo. Los auténticos discípulos de Cristo habrán de afrontar siempre la contradicción de cuantos no conocen a Cristo o positivamente lo rechazan. «No puede ser el discípulo de mejor condición que el Maestro».
El verdadero cristiano –es decir, el hombre que tiene una fe viva– encuentra su seguridad en el Padre. Si Dios cuida de los gorriones ¿cómo no va a cuidar de sus hijos? Sabe que nada malo puede pasarle. Lo que ocurre es que a veces llamamos malo a lo que en realidad no es malo. El único mal real que el hombre debe temer es el pecado, que le llevaría a una condenación eterna –«temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo»
PARA LA VIDA
Un alpinista, desesperado por conquistar una altísima montaña, inició su travesía después de años de preparación, pero quería la gloria solo para él, por lo tanto subió sin compañeros. Su afán por subir lo llevó a continuar cuando ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era negro, cero visibilidad, la luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes.
Subiendo por un acantilado, a solo unos pocos metros de la cima, se resbaló y se desplomó por el aire. El alpinista solo podía sentir la terrible sensación de la caída en medio de la total oscuridad. En esos angustiantes momentos, le pasaron por su mente todos los episodios gratos y no tan gratos de su vida. De repente, sintió el fortísimo tirón de la larga soga que lo amarraba de la cintura a las estacas clavadas en la roca de la montaña.
En ese momento de quietud, suspendido en el aire, no le quedó más que gritar: ¡¡¡AYÚDAME DIOS MIO¡¡¡ De repente, una voz grave y profunda de los cielos le contestó:- ¿QUE QUIERES QUE HAGA? - Sálvame Dios mío, contestó - ¿CREES REALMENTE QUE YO TE PUEDA SALVAR? - Por supuesto, Señor.
- ENTONCES CORTA LA CUERDA QUE TE SOSTIENE...Entonces, el hombre reflexionó….y se aferró más aún a la cuerda.
- ENTONCES CORTA LA CUERDA QUE TE SOSTIENE...Entonces, el hombre reflexionó….y se aferró más aún a la cuerda.
Se dice que, días después, el equipo de rescate encontró muerto a un alpinista congelado, agarrado con fuerza a una cuerda..... A TAN SÓLO DOS METROS DEL SUELO...