San Marcos 4, 35 – 40
1.- La Barca: Cristo en la “barca” de la Iglesia, que, muchas veces, en el discurrir de la historia, está sometida a la furia de los vientos en los momentos de tempestad. Jesús, que ha prometido permanecer con los suyos hasta el final de los tiempos (cf. Mt 29,20), no dejará la nave a la deriva. En los momentos de dificultad y tribulación, sigue oyéndose su voz: «¡ánimo!: yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Es una llamada a reforzar continuamente la fe en Cristo, a no desfallecer en medio de las dificultades.
2.- La Confianza: es aquí algo más que creer unas verdades, es confianza en la persona de Cristo, que no puede fallarnos y que va con nosotros en el mismo barco. Esta fe no es fe para quedarse en la orilla, en la tranquilidad, sino fe para navegar en medio de los peligros, es una fe combativa. El milagro de la vida cristiana consiste en ver detrás de lo visible, dentro de lo visible, a Dios Salvador. Ver en el trabajo colaboración en la obra salvadora de Dios. El mayor milagro de Jesús es él mismo, su capacidad de entrega y compasión, de compromiso y de consecuencia hasta el final.
3.- La Tempestad: con razón tu corazón se turba si te has olvidado de aquel en quien has creído; y tu sufrimiento se te hace insoportable si el recuerdo de todo lo que Cristo ha sufrido por ti, está lejos de tu espíritu. Si no piensas en Cristo, él duerme. Despierta a Cristo, llama a tu fe. Porque Cristo duerme en ti si te has olvidado de su Pasión; y si te acuerdas de su Pasión, Cristo vela en ti.
4.- La Fe: justamente, cuando se pierde de vista a Cristo como “medida” de la vida, parámetro de toda elección y razón de la existencia, la tempestad parece ser más agresiva. Cuando se comete el error de pensar en la Iglesia sin Cristo, entonces ella está más sujeta a las olas violentas. “Es Él la medida del verdadero humanismo. Una fe “adulta” no es la que sigue las ondas de la moda y la última novedad; adulta y madura es la fe profundamente enraizada en la amistad con Cristo. Es esta amistad la que nos abre a todo lo que es bueno y nos da el criterio para distinguir entre verdadero y falso, entre engaño y verdad. Esta es la fe adulta en la que debemos madurar, a esta fe debemos guiar el rebaño de Cristo” (Card. J. Ratzinger)
REFLEXIÓN
¿Dios se preocupa de los dramas de los hombres? ¿Dónde está en los momentos de sufrimiento y de dificultad que afrontamos a lo largo de nuestra vida? La liturgia del 12º Domingo del Tiempo Ordinario nos asegura que, a lo larga de su caminar por la tierra, el hombre no se encuentra perdido, solo, abandonado a su suerte; sino que Dios camina a su lado cuidando de él con amor de padre y ofreciéndole en todo momento la vida y la salvación.
La primera lectura, nos habla de un Dios majestuoso y omnipotente, que domina la naturaleza y que tiene un plan perfecto y estable para el mundo. El hombre, en su pequeñez y finitud, no siempre llega a entender la forma de penar y los planes de Dios; a él le incumbe, no obstante, ponerse en las manos de Dios con humildad y con total confianza.
La segunda lectura nos muestra que nuestro Dios no es un Dios indiferente, que deja a los hombres abandonados a su suerte. La venida de Jesús al mundo es para liberarnos del egoísmo que nos esclaviza y para ofrecernos la libertad por el amor. Nos muestra que nuestro Dios es un Dios que se implica, que nos ama y que quiere mostrarnos el camino de la vida.
En el Evangelio, Marcos nos ofrece una catequesis sobre el caminar de los discípulos en misión por el mundo. Marcos nos asegura que los discípulos nunca están solos afrontando las tempestades que todos los días se levantan en el mar de la vida. Los discípulos nada deben temer, porque Cristo va con ellos, ayudándoles a vencer la oposición de las fuerzas que se oponen a la vida y a la salvación de los hombres.
La persona que está enamorada de Cristo no tiene miedo al sufrimiento. A las madres no les importa soportar todo tipo de dificultades por amor a sus hijos. El Señor es siempre la solución de nuestra vida. Así lo asegura el salmo: “gritaron al Señor en su angustia, y los arrancó de la tribulación. Apaciguó la tormenta en suave brisa, y enmudecieron las olas del mar.” (Sal 106, responsorial). Una persona piadosa sale de todo, aunque sea poco fuerte, aunque se vea muy débil. Si es piadosa sale siempre adelante. Los que no se rompen es porque su amor a Dios es mayor que lo que tenían que padecer.
PARA LA VIDA
Una tarde dos turistas que habían acampado a la orilla de un lago decidieron atravesarlo en barca para irse a tomar unas copas al bar de la otra orilla. Allí se quedaron hasta bien entrada la noche. Salieron del bar un poco afectado por lo que habían bebido, pero al fin lograron llegar a la barca para volver a su destino. Empezaron a remar con fuerza. Sudaban y resoplaban por el esfuerzo y el empeño que ponían.
Habían pasado así más de dos horas cuando uno le dijo al otro: - ¿No crees que en tanto tiempo deberíamos haber llegado ya a la otra orilla? Eso mismo digo yo -, contestó el otro. – Pero tal vez no hemos remado con la energía suficiente. Multiplicaron entonces los esfuerzos y remaron decididamente durante una hora más. Sólo que, al salir el sol, contemplaron sorprendidos que seguían estando en el mismo lugar. Se habían olvidado de desatar la gruesa cuerda que sujetaba su barca al muelle de los barcos.
¡Qué historia más real y cuánta actualidad tiene! La Iglesia, la barca donde Cristo habita, ha sido sometida a muchos vaivenes a lo largo de la historia. Muchas veces ha perdido el timón y se ha olvidado del piloto que en verdad la conduce. Otras, por su fidelidad a ese Capitán que es Cristo, ha sido perseguida y sometida al martirio. ¡Cuántas veces ha creído que era su final humano, que Cristo dormía y la dejaba sucumbir!. Pero ahí está siempre renovada, siempre rejuvenecida, pecadora sí, pero también habitada por el Espíritu de Dios y dando ingentes frutos de santidad y de caridad.
Tengamos fe, amemos sin cansarnos, confiemos en Cristo, y pongamos todas nuestras energías y creatividad en una nueva evangelización del mundo.