12° Domingo del tiempo Ordinario, 20 Junio 2021, Ciclo B

 San Marcos 4, 35 – 40

"¿Quién es Este? ¡Hasta el Viento y las Aguas le Obedecen!"

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.- La Barca:  Cristo en la “barca” de la Iglesia, que, muchas veces, en el discurrir de la historia, está sometida a la furia de los vientos en los momentos de tempestad. Jesús, que ha prometido permanecer con los suyos hasta el final de los tiempos (cf. Mt 29,20), no dejará la nave a la deriva. En los momentos de dificultad y tribulación, sigue oyéndose su voz: «¡ánimo!: yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Es una llamada a reforzar continuamente la fe en Cristo, a no desfallecer en medio de las dificultades. 

2.- La Confianza: es aquí algo más que creer unas verdades, es confianza en la persona de Cristo, que no puede fallarnos y que va con nosotros en el mismo barco. Esta fe no es fe para quedarse en la orilla, en la tranquilidad, sino fe para navegar en medio de los peligros, es una fe combativa. El milagro de la vida cristiana consiste en ver detrás de lo visible, dentro de lo visible, a Dios Salvador. Ver en el trabajo colaboración en la obra salvadora de Dios. El mayor milagro de Jesús es él mismo, su capacidad de entrega y compasión, de compromiso y de consecuencia hasta el final.

3.- La Tempestad: con razón tu corazón se turba si te has olvidado de aquel en quien has creído; y tu sufrimiento se te hace insoportable si el recuerdo de todo lo que Cristo ha sufrido por ti, está lejos de tu espíritu. Si no piensas en Cristo, él duerme. Despierta a Cristo, llama a tu fe. Porque Cristo duerme en ti si te has olvidado de su Pasión; y si te acuerdas de su Pasión, Cristo vela en ti. 

4.- La Fe: justamente, cuando se pierde de vista a Cristo como “medida” de la vida, parámetro de toda elección y razón de la existencia, la tempestad parece ser más agresiva. Cuando se comete el error de pensar en la Iglesia sin Cristo, entonces ella está más sujeta a las olas violentas. “Es Él la medida del verdadero humanismo. Una fe “adulta” no es la que sigue las ondas de la moda y la última novedad; adulta y madura es la fe profundamente enraizada en la amistad con Cristo. Es esta amistad la que nos abre a todo lo que es bueno y nos da el criterio para distinguir entre verdadero y falso, entre engaño y verdad. Esta es la fe adulta en la que debemos madurar, a esta fe debemos guiar el rebaño de Cristo” (Card. J. Ratzinger) 

REFLEXIÓN 

   ¿Dios se preocupa de los dramas de los hombres? ¿Dónde está en los momentos de sufrimiento y de dificultad que afrontamos a lo largo de nuestra vida? La liturgia del 12º Domingo del Tiempo Ordinario nos asegura que, a lo larga de su caminar por la tierra, el hombre no se encuentra perdido, solo, abandonado a su suerte; sino que Dios camina a su lado cuidando de él con amor de padre y ofreciéndole en todo momento la vida y la salvación.

   La primera lectura, nos habla de un Dios majestuoso y omnipotente, que domina la naturaleza y que tiene un plan perfecto y estable para el mundo. El hombre, en su pequeñez y finitud, no siempre llega a entender la forma de penar y los planes de Dios; a él le incumbe, no obstante, ponerse en las manos de Dios con humildad y con total confianza.

   La segunda lectura nos muestra que nuestro Dios no es un Dios indiferente, que deja a los hombres abandonados a su suerte. La venida de Jesús al mundo es para liberarnos del egoísmo que nos esclaviza y para ofrecernos la libertad por el amor. Nos muestra que nuestro Dios es un Dios que se implica, que nos ama y que quiere mostrarnos el camino de la vida.

   En el Evangelio, Marcos nos ofrece una catequesis sobre el caminar de los discípulos en misión por el mundo. Marcos nos asegura que los discípulos nunca están solos afrontando las tempestades que todos los días se levantan en el mar de la vida. Los discípulos nada deben temer, porque Cristo va con ellos, ayudándoles a vencer la oposición de las fuerzas que se oponen a la vida y a la salvación de los hombres.

   La persona que está enamorada de Cristo no tiene miedo al sufrimiento. A las madres no les importa soportar todo tipo de dificultades por amor a sus hijos. El Señor es siempre la solución de nuestra vida. Así lo asegura el salmo: “gritaron al Señor en su angustia, y los arrancó de la tribulación. Apaciguó la tormenta en suave brisa, y enmudecieron las olas del mar.” (Sal 106, responsorial). Una persona piadosa sale de todo, aunque sea poco fuerte, aunque se vea muy débil. Si es piadosa sale siempre adelante. Los que no se rompen es porque su amor a Dios es mayor que lo que tenían que padecer.

PARA LA VIDA 

   Una tarde dos turistas que habían acampado a la orilla de un lago decidieron atravesarlo en barca para irse a tomar unas copas al bar de la otra orilla. Allí se quedaron hasta bien entrada la noche. Salieron del bar un poco afectado por lo que habían bebido, pero al fin lograron llegar a la barca para volver a su destino. Empezaron a remar con fuerza. Sudaban y resoplaban por el esfuerzo y el empeño que ponían.

 

   Habían pasado así más de dos horas cuando uno le dijo al otro: - ¿No crees que en tanto tiempo deberíamos haber llegado ya a la otra orilla? Eso mismo digo yo -, contestó el otro. – Pero tal vez no hemos remado con la energía suficiente. Multiplicaron entonces los esfuerzos y remaron decididamente durante una hora más. Sólo que, al salir el sol, contemplaron sorprendidos que seguían estando en el mismo lugar. Se habían olvidado de desatar la gruesa cuerda que sujetaba su barca al muelle de los barcos.

 

   ¡Qué historia más real y cuánta actualidad tiene! La Iglesia, la barca donde Cristo habita, ha sido sometida a muchos vaivenes a lo largo de la historia. Muchas veces ha perdido el timón y se ha olvidado del piloto que en verdad la conduce. Otras, por su fidelidad a ese Capitán que es Cristo, ha sido perseguida y sometida al martirio. ¡Cuántas veces ha creído que era su final humano, que Cristo dormía y la dejaba sucumbir!. Pero ahí está siempre renovada, siempre rejuvenecida, pecadora sí, pero también habitada por el Espíritu de Dios y dando ingentes frutos de santidad y de caridad. 

   Tengamos fe, amemos sin cansarnos, confiemos en Cristo, y pongamos todas nuestras energías y creatividad en una nueva evangelización del mundo.

11° Domingo del tiempo Ordinario, 13 Junio 2021, Ciclo B

 San Marcos 4, 26-34

Es la Semilla más Pequeña, y se Hace Más Alta que las Demás Hortalizas

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.- La Semilla: se echa en la tierra, tanto si el agricultor duerme como si está despierto, brota y crece por sí misma. El hombre siembra con la confianza de que su trabajo no será infructuoso. Lo que sostiene al agricultor en su trabajo diario es precisamente la confianza en la fuerza de la semilla y en la bondad de la tierra. Todo cristiano, por tanto, sabe bien que debe hacer todo lo que esté a su alcance, pero que el resultado final depende de Dios: esta convicción lo sostiene en el trabajo diario, especialmente en las situaciones difíciles. 

2.- El Grano de Mostaza: considerada la más pequeña de todas las semillas. Pero, a pesar de su pequeñez, está llena de vida, y al partirse nace un brote capaz de romper el terreno, de salir a la luz del sol y de crecer hasta llegar a ser «más alta que las demás hortalizas» (cf. Mc 4, 32): la debilidad es la fuerza de la semilla, el partirse es su potencia. Así es el reino de Dios: una realidad humanamente pequeña, compuesta por los pobres de corazón, por los que no confían sólo en su propia fuerza, sino en la del amor de Dios.

3.- La Palabra de Dios: hace crecer, da vida. Y aquí quisiera recordaros otra vez la importancia de tener el Evangelio, la Biblia, al alcance de la mano —el Evangelio pequeño en el bolsillo, en la cartera— y alimentarnos cada día con esta Palabra viva de Dios: leer cada día un pasaje del Evangelio, un pasaje de la Biblia. Jamás olvidéis esto, por favor. Porque esta es la fuerza que hace germinar en nosotros la vida del reino de Dios.

4.- El Reino de Dios: en primer lugar, es una realidad que comienza de manera casi imperceptible, silenciosa y aparentemente frágil; crece de modo progresivo y, no obstante, no depende de la voluntad del hombre. En segundo lugar, el Reino, aunque comience de ese modo, está destinado a producir un resultado final lleno de frutos. el Reino de Dios no se impone mediante la fuerza o de repente: entra en la historia, se mezcla con la historia del hombre y crece en medio de ella. El Reino comienza por la acción del Padre, de un modo aparentemente oscuro y escondido, como la vida del Señor en la casa de Nazaret, pero está destinado a tener un formidable florecimiento: la promesa, mantenida, es que desde un comienzo en la pequeñez, llegue a un término glorioso. 

REFLEXIÓN 

   La liturgia de hoy nos propone dos breves parábolas de Jesús: la de la semilla que crece por sí misma y la del grano de mostaza (cf. Mc 4, 26-34). A través de imágenes tomadas del mundo de la agricultura, el Señor presenta el misterio de la Palabra y del reino de Dios, e indica las razones de nuestra esperanza y de nuestro compromiso.

   En la primera lectura del libro de Ezequiel 17,22-24: anuncia el restablecimiento de la dinastía de David. Yahvé mismo trasplantará un retoño y éste crecerá en el más alto monte de Israel, en Sión, hasta convertirse en un cedro frondoso en el que anidarán toda clase de aves. Se trata, pues, de una profecía mesiánica en la que se utiliza la imagen del "árbol cósmico", alusión a un señorío universal a cuyo amparo acudirán todos los pueblos. 

   En la Segunda lectura la 2 carta a los Corintios 5,6-10se refiere a la parusía del Señor o si aquí afirma también un encuentro con el Señor en la muerte individual de los creyentes. No obstante, la mente de Pablo está también afirmar que el sentido de la muerte individual es un encuentro con el Señor. De todas formas, lo importante es en este mundo aceptar la responsabilidad cristiana y agradar al Señor, ante quien todos comparecerán para ser juzgados. La vida aquí en la tierra es un camino que nos conduce al encuentro con Dios.

   La lectura del Evangelio Marcos 4,26-34Era la semilla más pequeña, pero se hace más alta que las demás hortalizasCuando un agricultor derrama su semilla en la tierra, prescindiendo de si está dormido o despierto, esa semilla va robusteciéndose, explota y la tierra la devuelve con creces en espiga o en un fruto determinado. Así es el Reino de Dios. Importante el factor humano pero, la tierra que lo hace fructificar, crecer, desarrollarse y expandirse, es la mano poderosa de Dios. 

   Una cosa es decirlo (fácil) pero otra, muy distinta, creerlo con todas las consecuencias: los condicionantes externos ayudan, por supuesto, pero sin los internos (sin la fuerza del Espíritu) todo quedaría relegado a lo humano.

Al escuchar el evangelio de este domingo se nos presenta ante nosotros un gran reto: ¿estamos sembrando en la dirección adecuada? ¿Hemos estudiado a fondo la tierra en la que caen nuestros esfuerzos evangelizadores?

PARA LA VIDA 

   “Un anciano muy pobre se dedicaba a sembrar árboles de mango. Un día se encontró con un joven que le dijo: ¿Cómo es que a su edad se dedica a plantar mangos? ¡Tenga por seguro que no vivirá lo suficiente para consumir sus frutos! El anciano respondió apaciblemente: Toda mi vida he comido mangos de árboles plantados por otros. ¡Que los míos rindan frutos para quienes me sobrevivan! 

   Continuando con su explicación el sembrador sentenció: Habitamos en un universo en el que todo y todos tienen algo que ofrecer: lo árboles dan, los ríos dan, la tierra, el sol, la luna y las estrellas dan. ¿De dónde, pues, esa ansiedad por tomar, recibir, amasar, juntar, acumular sin dar nada a cambio? Todos podemos dar algo, por pobres que seamos. 

   Podemos ofrecer pensamientos agradables, dulces palabras, sonrisas radiantes, conmovedoras canciones, una mano firme y tantas otras cosas que alivien a un corazón herido. Yo he decidido dar mangos, para que otros, que vengan después que yo, los disfruten. Y tú jovencito, preguntó el anciano, ¿has pensado en lo que quieres dar?” 

   Los comienzos de toda siembra siempre son humildes. Más todavía si se trata de sembrar el Proyecto de Dios en el ser humano. La fuerza del Evangelio no es nunca algo espectacular o clamoroso. Según Jesús, es como sembrar algo tan pequeño e insignificante como "un grano de mostaza" que germina secretamente en el corazón de las personas.

Domingo Solemnidad Corpus Christi, 6 Junio 2021, Ciclo B

 San Marcos 14, 12 - 16 . 22 - 26

Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.- Jesús Eucaristía: aquel compartir el pan y el vino convertidos en el cuerpo y la sangre de Jesús que se lo ofrece a los suyos, Dios Todopoderoso hace una última promesa, firma con los hombres su último pacto que ya será eterno, porque la sangre de Cristo que firma el pacto no se derramará más y porque la fidelidad de Dios es inconmovible. Hoy más especialmente lo que celebramos es ese tener a Dios Eucaristía de nuestro lado, a nuestro lado, aliado nuestro, vecino nuestro, realmente presente a nuestro lado. Con la naturalidad del hombre que trae agua de la fuente. Porque para estar y hablar con el Señor Eucaristía no hay echar instancias, ni pagar pólizas, esperar fechas, ni horas. Está a nuestra disposición día y noche.

2.- La Paz: en la Eucaristía, como entonces, el Señor viene a traernos la paz, “la paz con vosotros”, cuántas veces hemos encontrado la paz ante el sagrario. Paz que tantas veces ha traído a nuestros corazones la seguridad de estar perdonados, como expiró sobre los discípulos para darles el poder del perdón, sigue expirando en nuestros corazones la paz del perdón. Como se llenaron de alegría al reconocer en ese conocido al Señor, sentimos nosotros la alegría del Señor personalmente.

3.- El Pan Partido: "Frágil" es "lo que con facilidad se hace pedazos". Y la imagen evangélica que contemplamos es la del Señor que "se hace pedacitos"… de pan y se entrega. En el pan partido -frágil- se esconde el secreto de la vida. ¡Qué curioso! La fragmentación, nacida del egoísmo, es el peligro más grande para nuestra vida social y también para nuestra vida interior. En cambio, en Jesús este fragmentarse bajo forma de pan tierno es su gesto más vital, más unificante: ¡para darse entero tiene que partirse! En la Eucaristía la fragilidad es fortaleza. 

4.- La Caridad: “Una sociedad con valores es una sociedad con futuro”, en esta situación profunda económica y de paro que están padeciendo muchas familias, para tomar conciencia de los derechos que tienen los más pobres a poseer de los bienes que tenemos. Es una oportunidad de rectificar y sentar las bases de la convivencia en valores sólidos capaces de construir un orden económico y social transparente y justo. 

REFLEXIÓN

   La festividad el Corpus Christi nos da fuerza para seguir adelante. El Señor, en custodia y rodeado de la fidelidad y del cariño de los suyos, nos precede. Nos comunica que se compromete con nosotros. Que avanza a nuestro lado. Que no vive de espaldas a nuestras pesadumbres. En definitiva, cada vez que celebramos esta fiesta, renovamos con emoción y con firmeza lo que el sacramento encierra: Dios está aquí y es “la fuente y la cumbre de nuestra vida cristiana” (L.G.11).

   En primer lugar, la Eucaristía es una comida. No es indiferente el signo humano que Cristo y la Iglesia han elegido como base de este sacramento: aquí es comer pan y beber vino en común, con todo lo que humana y bíblicamente simbolizan. Como al pueblo de Israel, en el camino del desierto, Dios le alimentó con el maná (1ª lectura), también a nosotros, en el camino siempre difícil de la vida, Cristo nos da a comer su Cuerpo y su Sangre: es el verdadero “viático”, alimento para el camino, alimento que es fortaleza y alegría.

   La Eucaristía nos une con Cristo. Es la dimensión “vertical” de este sacramento, que nunca acabaremos de apreciar y agradecer. El evangelio de hoy nos introduce en este misterio de comunión. La Eucaristía nos da vida, nos hace permanecer en Cristo, nos hace vivir por él como él mismo está unido y vive por el Padre: una comparación que no nos hubiéramos atrevido a hacer nosotros. Es el sacramento en que con más realismo ha querido Cristo que participáramos en su misma vida. Como dice el salmo de hoy, “con ninguna nación obró así”, “nos sacia con flor de harina”. Cristo Resucitado asume ese pan y ese vino y nos los ofrece, dándose a sí mismo a sus creyentes.

   Pero también hay una dirección “horizontal”: la Eucaristía nos une con nuestros hermanos. Participar en la misma mesa, después de haber escuchado la misma Palabra, nos debe hacer crecer en la actitud de fraternidad. Este es el mensaje de la lectura de Pablo. Ante todo, dice que la Eucaristía nos une con Cristo (“el Pan que partimos es comunión con el Cuerpo de Cristo...el cáliz que bendecimos es comunión con la Sangre de Cristo”), y en seguida añade que todos somos (deberíamos ser) un solo pan y un solo cuerpo porque todos comemos el mismo Pan, la misma Eucaristía. 

PARA LA VIDA

   Érase un muchacho que siempre llegaba tarde a casa cuando salía de la escuela. Los consejos y reprimendas no surtían ningún efecto. Finalmente, un día, su padre le llamó al orden y le dijo: "la próxima vez que llegues tarde, cenarás pan y agua. ¿Está claro?" El hijo lo entendió perfectamente. Pocos días después el muchacho llegó a casa más tarde que nunca. Sus padres no le dijeron nada. Cuando se sentaron a cenar vio que los platos de sus padres estaban llenos y en el suyo había sólo un trocito de pan y un vaso de agua. Miró al pan y luego al agua. El padre esperó un rato para que el hijo interiorizara el castigo. 

   Luego tomó el plato del hijo y se lo puso delante de él. Cogió su plato y lo puso enfrente de su hijo y se pusieron a cenar. Años más tarde, ese mismo muchacho al recordar aquel episodio de su vida comentaba: "Toda mi vida he sabido cómo es Dios por lo que hizo mi padre aquella noche". Hermosa lección en la que el padre se impone el castigo que su hijo merece. Una lección sin palabras. 

   Una lección sobre Dios que el hijo nunca olvidó. Jesús, como el padre de la historia, cada domingo coge nuestro plato vacío y nos ofrece un plato rebosante de amor y perdón y nos dice: "Tomad y comed, esto es mi cuerpo." Los domingos Jesucristo multiplica el pan para sus hijos e hijas. Primero escuchamos a Jesús para vernos a nosotros débiles, desobedientes y necesitados de sanación. Nosotros que vivimos en un mundo que ha arrinconado a Dios, tenemos que experimentar su presencia, su poder y su amor. Dios satisface nuestra hambre con el pan de vida.


Domingo Solemnidad de La Santísima Trinidad, 30 Mayo 2021, Ciclo B

 San Mateo 28, 16 - 20

Bautizándolos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.- Dios Comunidad de Amor: el Padre el origen, en el Hijo la natividad, en el Espíritu Santo del Padre y el Hijo la comunidad, y en los tres la igualdad". Nuestra experiencia de fe nos dice que Dios es Padre amoroso, que cuida de sus hijos y les protege, porque es "auxilio y escudo" (Salmo); Dios está a nuestro lado, dialoga con nosotros y nos ayuda, respeta nuestras diferencias, pero nos quiere a todos por igual. Dios es Hijo, que nos ama hasta el extremo de dar su vida por nosotros, que quiere darnos a conocer que sólo es feliz aquél que es capaz de darse al otro y de perdonar. Dios es Espíritu, que nos fortalece y nos da su aliento para que sigamos caminando hacia su encuentro. Pero lo que más nos importa es saber que Dios es Amor, amor entre personas. Dios es comunidad.

2.- La Trinidad:  misterio, fiesta, gloria, cielo, común unión, complicidad o “los tres a una” pueden definir perfectamente esta primera Solemnidad que celebramos dentro del Tiempo Ordinario recién retomado después de la Pascua.

3.- Misterio: nunca llegamos a alcanzar lo que representa y es en sí misma la figura de Dios. Difícil estamparlo en un dibujo e, incluso, de mil maneras puede ser posible pensarlo y pergeñarlo en nuestra mente.

4.- Fiesta: porque, después de la Pascua, todo apunta y despunta en la Santísima Trinidad. Hacemos fiesta y alabanza porque, en ese secreto indescifrable, sabemos que se encuentra la magnanimidad de Dios que es Padre, que se visualiza con el Hijo y que permanece en nosotros con el Espíritu Santo.

5.- Gloria: destinados, desde el Bautismo, a participar de la misma suerte de Cristo no concebimos el final de nuestra historia sin el mismo final que Jesús tuvo después de su Ascensión: visionar cara a cara la gloria del Padre. 

6.- Común Unión: es el secreto más profundo y vigoroso de la Santísima Trinidad. Es el aceite que hace posible que, el motor, se mantenga a punto. No se entiende el “feeling” entre los tres personajes de la Santísima Trinidad si no es por el amor que existe entre ellos. No es cuestión de caerse bien o mal. Las tres personas, Padre, Hijo y Espíritu, no se entienden de forma individual. Están unidos por el amor y, ese amor, es la razón de su ser. 

REFLEXIÓN 

   La Fiesta que hoy celebramos no es una invitación a descifrar el misterio que se esconde detrás de “un Dios en tres personas”; sino que es una invitación a contemplar a Dios que es amor, que es familia, que es comunidad y que creó a los hombres para hacerles compartir ese misterio de amor. 

   En la primera lectura, el Dios de la comunión y de la alianza, empeñado en establecer lazos familiares con el hombre, se presenta: como clemente y compasivo, lento a la ira y rico en misericordia. 

   En la segunda lectura, Pablo expresa, a través de la fórmula litúrgica de “la gracia del Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con vosotros”, la realidad de un Dios que es comunión, que es familia y que pretende atraer a los hombres hacia esa dinámica de amor. 

   En el Evangelio, Juan nos invita a contemplar a un Dios cuyo amor por los hombres es tan grande, que llega hasta el punto de enviar al mundo a su Hijo único; es Jesús, el Hijo, que, cumpliendo los planes del Padre, hace de su vida una donación total, hasta la muerte en cruz, a fin de ofrecernos a los hombres la vida definitiva. En esta fantástica historia de amor (que llega hasta la entrega de la vida del Hijo único y amado), se plasma la grandeza del corazón de Dios. 

   La teología nos enseña que la Trinidad es una comunidad de amor en la que Dios Padre es el que ama, el Hijo es el amado, y el Espíritu Santo es el amor mismo. No es que sean tres dioses distintos, sino que es un solo Dios en tres personas. 

   Nuestra fe, hoy más que nunca, contempla a un Dios comunitario. A un Dios familia. A un Dios que disfruta siendo Padre, Hijo y Espíritu. Un Dios que, entre otras cosas, nos promete un final feliz donde brillarán nuestros ojos al contemplar –entonces sin secretos, acertijos o laberintos– la inmensidad de su rostro divino. Pidamos al Dios que no nos deje de sorprendernos. 

   Que, en cada amanecer, en cada eucaristía, en la lectura de su Palabra, en la práctica de los sacramentos, en la próxima procesión del Corpus Christi se nos vaya revelando y, a la vez, velando para que nunca dejemos de tener apetito de Él, curiosidad por El y amor por El.

PARA LA VIDA 

Cuenta que un día estaba san Agustín, el que escribió un tratado precioso sobre este misterio de la Trinidad, paseando por la orilla de la playa. Estaba pensando en este misterio cuando se encontró un niño que estaba haciendo un hoyo en la arena de la playa. Ante la curiosidad de san Agustín que le preguntó qué estaba haciendo, el niño le respondió que quería pasar toda el agua del mar a ese pequeño hoyo que estaba haciendo en la arena. 

   Cuando san Agustín se sonrió y le dijo que eso era imposible, ya que el mar era demasiado grande como para que cupiese en ese hoyo tan pequeño, aquel niño le respondió que del mismo modo era imposible que el misterio de Dios, que es tan grande, cupiese en la mente humana, tan pequeña. Sea cierta o no esta anécdota, creo que ilustra muy bien la grandeza del misterio de Dios y la insignificancia de nuestra inteligencia. 

   Por mucho que queramos entenderlo, Dios es siempre más grande que nuestro entendimiento. Por ello, ante este misterio tan grande, nuestra actitud ha de ser la de alabar y dar gloria a Dios, que ha tenido a bien manifestarse a nosotros, los hombres, y que nos ha revelado su esencia: Dios es Amor.