San Juan 18, 33b – 37
1.- El Rey: El reino, por tanto, del que Cristo quiere ser rey es del mundo de la verdad, es decir, del mundo de la justicia, de la paz, del amor, de la vida, de la santidad. De este mundo es del que nosotros, los cristianos, queremos que Cristo sea rey. Pero para que Cristo sea de verdad rey de este mundo, debemos defender y practicar sus súbditos estas mismas virtudes: la santidad y la vida, la justicia, la paz, la verdad y el amor.
2.- El Príncipe: Jesucristo es el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra, a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. a Cristo sólo podemos darle la gloria y el poder cumpliendo su mandamiento de amarnos los unos a los otros como él nos amó hagamos hoy este propósito. Sólo así, como venimos diciendo, estaremos celebrando con dignidad esta fiesta de Jesucristo rey del universo.
3.- El Reino: Jesús dejó bien claro que su Reino no es como los reinos de este mundo. En él es primero el que es el último, es decir el que sirve, no el que tiene el poder. Muchas veces quisieron hacer rey a Jesús, pero Él lo rechazó porque había venido a servir y no a ser servido.
4.- Nosotros: también nosotros somos "reyes" por la consagración que hemos recibido al ser ungidos con el santo crisma en el Bautismo. ¿Somos conscientes de esta dignidad y de este compromiso? Se nos pide que vivamos según la dignidad que debe tener un rey, pero al mismo tiempo se nos exige dar nuestra vida, servir a todos como lo hizo el "rey de reyes". Hoy me propongo seguir a Jesucristo, el Príncipe de la Paz, defensor del Pueblo, luchador en favor del hombre, la fuente de agua viva, el camino, la mesa del hambriento, el consuelo de los tristes y esperanza de los angustiados; Quiero ser con Jesús el Amor entregado, quiero vivir en su Reino, el Reino del sí a Dios, el Reino del sí al hombre, el Reino de la comunión de vida con Dios, el Reino de la solidaridad.
5.- Jesucristo es el Único Rey: al contemplar a Cristo Rey en su trono que es la cruz y coronado de espinas, entendemos lo que Jesús mismo dijo a Pilato: “Mi reino no es de este mundo”. Cuando miramos a los poderosos de este mundo, a los que tiene autoridad y gobierno, vemos en la mayoría de ellos un afán por mandar, poniéndose por encima de los demás. Pero el Reino de Cristo no es de este mundo, no sigue los criterios y los principios que rigen en este mundo.
REFLEXIÓN
En este Domingo celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey y Señor del Universo. La Palabra de Dios que se nos propone en este último Domingo del año litúrgico nos invita a tomar conciencia de la realeza de Jesús; dejando claro, sin embargo, que esa realeza no puede ser entendida a la manera de los reyes de este mundo: es una realeza que se manifiesta con una lógica propia, la lógica de Dios. El Evangelio, especialmente, explica, cual es la concepción de la realeza de Jesús.
La primera lectura anuncia que Dios va a intervenir en el mundo, para eliminar la crueldad, la ambición, la violencia, la opresión que marcan la historia de los reinos humanos. A través de un “hijo de hombre” que va a aparecer “sobre las nubes”, Dios va a devolver la historia a su dimensión de “humanidad”, posibilitando que los hombres sean libres y vivan en paz. Los cristianos verán en ese “hijo de hombre” victorioso un anuncio de la realeza de Jesús.
En la segunda lectura, el autor del Libro del Apocalipsis presenta a Jesús como el Señor del Tiempo y de la Historia, el principio y el fin de todas las cosas el “príncipe de los reyes de la tierra”, aquél que ha de venir “en las nubes” lleno de poder, de gloria y de majestad para instaurar un Reino definitivo de felicidad, de vida y de paz. Esta es la interpretación cristiana de esa figura de “hijo de hombre” de la que hablaba la primera lectura.
El Evangelio nos presenta, en un cuadro dramático, a Jesús asumiendo su condición de rey ante Poncio Pilatos. La escena revela, con todo, que la realeza reivindicada por Jesús no se asienta en esquemas de ambición, de poder, de autoridad, de violencia, como sucede con los reyes de la tierra. La misión “real” de Jesús es dar “testimonio de la verdad” y se concreta en el amor, en el servicio, en el perdón, en el compartir, en la donación de la vida.
A la realeza de Cristo está asociada de modo singularísimo la Virgen María. A ella, humilde joven de Nazaret, Dios le pidió que se convirtiera en la Madre del Mesías, y María correspondió a esta llamada con todo su ser, uniendo su "sí" incondicional al de su Hijo Jesús y haciéndose con él obediente hasta el sacrificio. Por eso Dios la exaltó por encima de toda criatura y Cristo la coronó Reina del cielo y de la tierra. A su intercesión encomendamos la Iglesia y toda la humanidad, para que el amor de Dios reine en todos los corazones y se realice su designio de justicia y de paz.
PARA LA VIDA
El hombre caminaba paseando por aquellas pequeñas callecitas de la ciudad provinciana. Como tenía tiempo, se detenía algunos instantes en cada vidriera, en cada negocio, en cada plaza. Al dar vuelta una esquina se encontró de pronto frente a un modesto local cuya marquesina estaba en blanco. Intrigado, se acercó y arrimó la cara al cristal para poder mirar dentro del oscuro escaparate… pero en el interior sólo vio un atril que sostenía un cartel escrito a mano.
El anuncio era curioso: Tienda de la verdad. El hombre, sorprendido, pensó que era un nombre de fantasía, pero no pudo imaginar qué vendían. Entonces entró y, acercándose a la señorita que estaba en el primer mostrador, preguntó: –Perdón, ¿ésta es la tienda de la verdad? –Sí, señor, ¿Qué tipo de verdad anda buscando: verdad parcial, verdad relativa, verdad estadística, verdad completa…? Pues sí, allí vendían verdad. Nunca él se había imaginado que esto fuera posible: llegar a un lugar y llevarse la verdad.
Era maravilloso. –Verdad completa – contestó sin dudarlo. “Estoy tan cansado de mentiras y falsificaciones”, pensó, “no quiero más generalizaciones ni justificaciones, engaños ni defraudaciones”. –¡Verdad plena! –ratificó. –Perdón, ¿el señor ya sabe el precio? –No, ¿cuál es? –contestó rutinariamente, aunque en realidad él sabía que estaba dispuesto a pagar lo que fuera por toda la verdad. –Mire que si usted se la lleva –dijo la vendedora – posiblemente durante un largo tiempo no pueda dormir del todo tranquilo.
Un frío corrió por la espalda del hombre, que pensó durante unos minutos. Nunca se había imaginado que el precio fuera tan alto. –Gracias y disculpe… –balbuceó finalmente, antes de salir del negocio mirando el piso. Se sintió un poco triste al darse cuenta de que todavía no estaba preparado para la verdad absoluta, de que todavía necesitaba algunas mentiras donde encontrar descanso, algunos mitos e idealizaciones en los cuales refugiarse, algunas justificaciones para no tener que enfrentarse consigo mismo. “Quizá más adelante…”, pensó.