San Lucas 16, 19 - 31
“ Hijo, Recuerda que Recibiste Tus Bienes en Vida "
- Tener: La búsqueda de bienes materiales nos puede cegar, haciéndonos creer que el dinero y las cosas que con el dinero conseguimos, son lo único verdaderamente importante y necesario. Y no es así. Debemos recordar que, aunque los bienes materiales sirven, los que cuentan verdaderamente, son los bienes eternos.
- Poseer: el problema radica en la libertad humana, que adquiere estos bienes, no por el camino del trabajo honrado sino por los senderos tortuosos del delito, primando su interés personal sobre el bien común y acumulándolos de manera egoísta. Los bienes verdaderamente importantes y que cuentan, son los bienes espirituales. Estos son los bienes que no se acaban. Son los que realmente debemos buscar. Son los que nos aseguran la conquista de la vida eterna, la que nos refiere hoy el Apóstol San Pablo.
- Dinero: la vida se reduce a una concepción materialista que a la larga no llena, y en buen número de ocasiones, es ocasión de infelicidad, de discusión, de separaciones en las familias. El dinero no ha podio llenar la capacidad de deseo que hay en nuestro corazón y a veces se ha convertido en una maldición. Hay historias muy tristes de personas que han ganado millones en las loterías y al final lo han perdido todo, y a veces han perdido hasta la misma vida.
- La Pobreza: es una de las realidades más lacerantes del mundo de hoy. Según las estadísticas mundiales, 800 millones de seres humanos padecen hambre y se van a la cama cada día sin comer. Hay mucha desigualdad en la distribución de la riqueza a nivel mundial y a nivel local. Parece ser un problema endémico. Cada vez hay más Lázaros, y cada vez hay más ricos también. Hay una desigualdad económica y social en nuestro entorno y en el mundo que clama al cielo. Nosotros mismos vivimos en medio de gran riqueza, porque podemos cubrir todas nuestras necesidades de hogar, medicinas, seguridad, educación, pero la otra mitad del mundo carece de estas necesidades básicas.
REFLEXIÓN
La parábola de este domingo hay que tenerla siempre presente y debe formar nuestra conciencia. Cristo pide de nosotros una actitud abierta hacia los hermanos necesitados, apertura al pobre, al desvalido. No podemos permanecer ociosos disfrutando de nuestros bienes materiales, espirituales, morales, intelectuales… sin atender a los Lázaros del siglo XXI que están a las puertas de nuestras vidas. Los bienes que poseemos llevan consigo una responsabilidad, crean en nosotros una obligación para con los hermanos más necesitados, tanto a escala mundial, como en el ámbito más reducido de nuestra vida diaria. El rico no fue condenado por tener riquezas materiales, sino porque no ayudó al pobre Lázaro; porque ni siquiera se percató de su miserable existencia, aunque estaba a la puerta de su casa. Él mismo ser condenó porque no supo utilizar sus bienes para ayudar a las necesidades de los pobres. El rico es un hombre de corazón vacío, que solo vive para llenar su vida vacía, con banquetes, ropas lujosas. El muro de su casa lo aisló de Lázaro.
Jesús nuca dijo que la posesión de las riquezas fuera un mal. No. Solo nos pide que ella no nos endurezca el corazón, ni nos haga insensibles al grito del necesitado, del hambriento, del marginado. Todos ellos son nuestros prójimos. Jesús anuncia que el principal valor es el ser humano. Que todos nacemos para la felicidad y que al final de nuestra vida Dios dará a cada uno su propio cielo o su propio infierno, según las obras.
Al final de la vida podemos ignorar estas dos realidades: cielo e infierno. Al final de la vida se abrirán dos puertas, la puerta de la vida eterna para los servidores, los que han visto y han aprendido en la escuela de Jesús, y la puerta de la perdición para los que sólo han vivido para sí mismos detrás de los muros de su corazón. Nadie se equivocará de puerta, porque elegirá la puerta que ha construido a lo largo de la vida. CIELO O INFIERNO.
PARA LA VIDA
Hace unos años una mujer llamada Sara Miles vio la puerta de una iglesia abierta, entró y desde ese día ya no es la misma persona. En su libro, Take This Bread, cuenta lo que pasó aquel día. “Una mañana nublada cuando yo tenía cuarenta y seis años, entré en una iglesia al comenzar el día, comí un trozo de pan, y bebí un poco de vino. Una actividad rutinaria para millones de americanos, pero yo hasta ese momento había llevado una vida totalmente secularizada, indiferente a la religión, y a menudo aterrorizada por tanto fundamentalismo. Esa fue mi primera comunión y mi vida cambió completamente. El sacramento misterioso resultó ser algo más que un mero símbolo: fue verdadero alimento, pan de vida.
Comulgué, pasé el pan a los otros y seguí caminando”. Sara Miles describe su conversión así: “Descubrí una religión enraizada en la práctica de lo más ordinario y al mismo tiempo una mesa a la que todos son invitados. Y me hice cristiana. Siguió asistiendo los domingos a la iglesia de San Gregorio de San Francisco y a partir de aquel día comenzó a distribuir alimentos a los pobres de la ciudad durante la semana. En la mesa del Señor encontró la mesa de la fraternidad.
La puerta abierta de la iglesia permitió a Sara Miles contemplar por primera vez el adentro de la casa de Dios, y sin saber lo que hacía se sintió llena de gracia y alimentada con un trozo de pan y un poco de vino. El Señor le abrió la puerta y el corazón.