26° Domingo del Tiempo Ordinario, 25 de Septiembre 2016, Ciclo C


San Lucas  16, 19 - 31

“  Hijo, Recuerda que Recibiste Tus Bienes en Vida "   

  1. Tener: La búsqueda de bienes materiales nos puede cegar, haciéndonos creer que el dinero y las cosas que con el dinero conseguimos, son lo único verdaderamente importante y necesario.  Y no es así. Debemos recordar que, aunque los bienes materiales sirven, los que cuentan verdaderamente, son los bienes eternos.
  2. Poseer: el problema radica en la libertad humana, que adquiere estos bienes, no por el camino del trabajo honrado sino por los senderos tortuosos del delito, primando su interés personal sobre el bien común y acumulándolos de manera egoísta. Los bienes verdaderamente importantes y que cuentan, son los bienes espirituales. Estos son los bienes que no se acaban. Son los que realmente debemos buscar. Son los que nos aseguran la conquista de la vida eterna, la que nos refiere hoy el Apóstol San Pablo.
  3. Dinero: la vida se reduce a una concepción materialista que a la larga no llena, y en buen número de ocasiones, es ocasión de infelicidad, de discusión, de separaciones en las familias.  El dinero no ha podio llenar la capacidad de deseo que hay en nuestro corazón y a veces se ha convertido en una maldición.  Hay historias muy tristes de personas que han ganado millones en las loterías y al final lo han perdido todo, y a veces han perdido hasta la misma vida.
  4. La Pobreza: es una de las realidades más lacerantes del mundo de hoy. Según las estadísticas mundiales, 800 millones de seres humanos padecen hambre  y se van a la cama cada día sin comer. Hay mucha desigualdad en la distribución de la riqueza a nivel mundial y a nivel local.  Parece ser un problema endémico.  Cada vez hay más Lázaros, y cada vez hay más ricos también.  Hay una desigualdad económica y social en nuestro entorno y en el mundo que clama al cielo. Nosotros mismos vivimos en medio de gran riqueza, porque podemos cubrir todas nuestras necesidades de hogar, medicinas, seguridad, educación, pero la otra mitad del mundo carece de estas necesidades básicas.
    REFLEXIÓN 
       La parábola de este domingo hay que tenerla siempre presente y debe formar nuestra conciencia. Cristo pide de nosotros una actitud abierta hacia los hermanos necesitados, apertura al pobre, al desvalido. No podemos permanecer ociosos disfrutando de nuestros bienes materiales, espirituales, morales, intelectuales… sin atender a los Lázaros del siglo XXI que están a las puertas de nuestras vidas. Los bienes que poseemos llevan consigo una responsabilidad, crean en nosotros una obligación para con los hermanos más necesitados, tanto a escala mundial, como en el ámbito más reducido de nuestra vida diaria. 
       El rico no fue condenado por tener riquezas materiales, sino porque no ayudó al pobre Lázaro; porque ni siquiera se percató de su miserable existencia, aunque estaba a la puerta de su casa. Él mismo ser condenó porque no supo utilizar sus bienes para ayudar a las necesidades de los pobres. El rico es un hombre de corazón vacío, que solo vive para llenar su vida vacía, con banquetes, ropas lujosas. El muro de su casa lo aisló de Lázaro. 
       Jesús nuca dijo que la posesión de las riquezas fuera un mal.  No.  Solo  nos pide que ella no nos endurezca el corazón, ni nos haga insensibles al grito del necesitado, del hambriento, del marginado.  Todos ellos son nuestros prójimos.  Jesús anuncia que el principal valor es el ser humano. Que todos nacemos para la felicidad y que al final de nuestra vida Dios dará a cada uno su propio cielo o su propio infierno, según las obras. 
       Al final de la vida podemos ignorar estas dos realidades: cielo e infierno. Al final de la vida se abrirán dos puertas, la puerta de la vida eterna para los servidores, los que han visto y han aprendido en la escuela de Jesús, y la puerta de la perdición para los que sólo han vivido para sí mismos detrás de los muros de su corazón. Nadie se equivocará de puerta, porque elegirá la puerta que ha construido a lo largo de la vida. CIELO O INFIERNO.

    PARA LA VIDA 

       Hace unos años una mujer llamada Sara Miles vio la puerta de una iglesia abierta, entró y desde ese día ya no es la misma persona. En su libro, Take This Bread, cuenta lo que pasó aquel día. “Una mañana nublada cuando yo tenía cuarenta y seis años, entré en una iglesia al comenzar el día, comí un trozo de pan, y bebí un poco de vino. 
       Una actividad rutinaria para millones de americanos, pero yo hasta ese momento había llevado una vida totalmente secularizada, indiferente a la religión, y a menudo aterrorizada por tanto fundamentalismo. Esa fue mi primera comunión y mi vida cambió completamente. El sacramento misterioso resultó ser algo más que un mero símbolo: fue verdadero alimento, pan de vida. 
       Comulgué, pasé el pan a los otros y seguí caminando”. Sara Miles describe su conversión así: “Descubrí una religión enraizada en la práctica de lo más ordinario y al mismo tiempo una mesa a la que todos son invitados. Y me hice cristiana. Siguió asistiendo los domingos a la iglesia de San Gregorio de San Francisco y a partir de aquel día comenzó a distribuir alimentos a los pobres de la ciudad durante la semana. En la mesa del Señor encontró la mesa de la fraternidad. 
       La puerta abierta de la iglesia permitió a Sara Miles contemplar por primera vez el adentro de la casa de Dios, y sin saber lo que hacía se sintió llena de gracia y alimentada con un trozo de pan y un poco de vino. El Señor le abrió la puerta y el corazón.

    25° Domingo del Tiempo Ordinario, 18 de Septiembre 2016, Ciclo C


    San Lucas  16, 1 - 13

    “  No Podemos Servir a Dios y al Dinero "   

    1. La Astucia: para ser astutos necesitamos discernir quién gobierna nuestro corazón, a quién servimos de verdad. Si servimos al dinero por el dinero, fracasaremos, si servimos a Dios y usamos con astucia los bienes que se nos han dado a favor del Reino de Dios, seremos bendecidos por Dios con el tesoro que nunca se acaba.
    2. La Fidelidad: solo quien es fiel será fiable. La fidelidad en lo pequeño hará que el discípulo de Cristo merezca confianza cuando se trata de lo más importante. El buen uso del dinero y de los bienes de la tierra es un signo de la seriedad del compromiso del creyente.
    3. La Riqueza: es un falso dios, objeto de adoración. Mientras millones de personas pasan hambre, nuestra sociedad derrocha a raudales lo que otros necesitan para vivir. Como cristianos estamos llamados a compartir lo que hemos recibido y debemos tener cuidado, pues "no podemos servir a Dios y al dinero".
    4. La Fe: hemos de ir al fondo y examinar qué acogida damos al mensaje de salvación; qué espacio real damos a la fe en nuestra vida; hasta qué punto esa fe que profesamos es capaz de transformar nuestra persona.
    5. La Libertad: quien quiera ser libre tendrá que hacer una opción por Dios. Porque solo entonces me sentiré libre también frente al dinero. Porque no se trata de no tener. Se trata de ser libre y no esclavo. El problema no es el dinerro en sí mismo. Es la actitud ante él. En la vida siempre tendremos dos opciones: Ser libres. Ser esclavos. Dominar a los demás. Servir a los demás. Cuando sirvo a Dios, soy libre. Dios siempre respeta mi libertad, pero si sirvo al dinero, soy su esclavo. Por el contrario, Dios nunca esclaviza a nadie.
    6. La Caridad: nos mueve a socorrer con generosidad de nuestros bienes a los pobres: El verdadero cristiano da, porque en últimas, todo es prestado. Mientras la limosna no nos cuesta, vale poco. La caridad está por encima de la limosna; ésta, para tener valor debe ser el fruto de un sentimiento interno de respeto y de amor al pobre. Por eso dice San Pablo: aunque distribuya en limosnas toda mi fortuna, si no tengo caridad de nada me aprovecha.
      REFLEXIÓN 

         En el Evangelio, Jesús nos vuelve a poner otra de esas exigencias que cuando la escuchamos hace que algo suene en nuestro interior: no podéis servir a Dios y al dinero (recordemos que esto, está dicho hace XX siglos). Si hace dos domingos nos decía que el afecto hacía Él debería estar por encima del de nuestra propia familia, hoy nos lanza este nuevo reto. Jesús no condena el dinero, que es algo imprescindible para vivir, lo necesitamos incluso para cumplir con la misión de anunciar el Reino de Dios en nuestro mundo. 
         Pero nos pide que apliquemos algunos elementos correctores que sí son importantes, por ejemplo, que el dinero no sea el centro de nuestra vida, o sea que nuestra vida no se mueva únicamente por el deseo de tener. Hay otros valores que influyen más decisivamente en mi modo de vivir. Hay otras cosas que preocupan más que el  deseo desproporcionado y enfermizo de poseer cuanto más poder económico mejor. 
         Las cosas que se nos han dado son pequeñas en comparación con las cosas del cielo, con la vida eterna, de la cual, dice San Pablo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre… porque es algo grandioso, inefable. Si somos fieles en lo poco iremos creciendo en fidelidad y alcanzaremos con la gracia de Dios la vida eterna. Hay algo que los cristianos olvidamos con facilidad: ser cristiano exige cambiar radicalmente nuestros criterios de actuación y encauzar nuestra vida por caminos diferentes a los que nos ofrece la sociedad actual. 
         El que toma en serio a Jesús, sabe que no puede organizar su vida desde el proyecto egoísta de poseer ilimitadamente siempre más y más, sino que debe aprender a compartir y solidarizarse con los más necesitados. Porque el que realmente tiene alma de pobre, no puede seguir disfrutando tranquilamente de sus bienes mientras junto a él hay hombres necesitados hasta de lo más elemental.

      PARA LA VIDA 
      SER FELICES CON POCO…

         Érase una vez un hombre de negocios, un americano de vacaciones en un pueblecito de la costa mejicana. Un día contempló a un mejicano en su barquita que volvía de pescar unos grandes peces. -Felicidades. 
         Hermosos peces. ¿Cuánto tiempo le costó pescarlos? -El mejicano le dijo: sólo un ratito. -¿Y por qué no le dedica más tiempo y así pesca muchos?-Oh, no, con esto tengo más que suficiente para mi familia. -¿Y qué hace el resto del tiempo cuando no sale a pescar? -Me levanto tarde, pesco un rato, juego con mis hijos, hago la siesta, paseo por el pueblo, toco la guitarra con mis amigos…como ve tengo mi vida bien llena. -Escuche, yo soy un graduado de Harvard y le puedo ayudar a mejorar su negocio. Tiene que dedicar más tiempo a la pesca. Así podrá comprar un barco más grande, pescará más y podrá comprar más barcos.
          Después podrá tener su propia empresa. Por supuesto tendría que dejar su pueblo y trasladarse a México y luego a Nueva York para dirigir su gran empresa. -Pero señor, ¿cuánto tiempo llevará todo eso? -De 15 a 20 años. -¿Y después qué? -El americano sonriendo le dijo, después viene lo mejor. Una vez consolidada su empresa la vende y se hace millonario. -¿Y después qué? -Después, le dijo el graduado de Harvard, usted se retira, vuelve a un pueblo de la costa, se levanta tarde, pesca un ratico, juega con sus nietos, hace la siesta, pasea por el pueblo y toca la guitarra con sus amigos. -El mejicano le contestó, pero, señor, eso mismo es lo que estoy haciendo ahora.

      24° Domingo del Tiempo Ordinario, 11 de Septiembre 2016, Ciclo C


      San Lucas  15, 1 - 32

      “  Habrá más Alegría en el Cielo por un Pecador que se Convierta..."   

      1. La Confianza: a veces no le damos la oportunidad a las personas, o quizá, les anticipamos posibles fracasos; así que desconfiamos, preferimos que no lo intenten, que las personas a quien queremos no experimenten lo que significa fallar. A veces queremos retener y poseer a las personas, no dejarlas libres para que cometan sus propios errores. Pero las fallas y las caídas de la vida también pueden convertirse en oportunidades de aprendizaje.
      2. La Paciencia: es la del Padre, que espera al hijo sin cansarse y sin perder la Esperanza, que lo abraza tiernamente, que celebra el regreso con una fiesta, y que trata de que el hijo mayor lo entienda y lo acepte. De este padre decía el Papa Francisco en una catequesis: la parábola evangélica del hijo pródigo nos muestra al padre que espera a la puerta de casa el retorno del hijo. Sabe esperar, sabe perdonar, sabe corregir. Ese padre no puede ser otro, no es otro, que nuestro Padre Dios.
      3. La Misericordia: con todo, Dios se nos muestra siempre como un Padre amoroso que está dispuesto a perdonarnos. No importa la gravedad y número de nuestros pecados, Él nos limpiará una y otra vez si acudimos a El arrepentidos. De ahí que cuando uno va arrepentido, como el hijo a su padre, y confiesa sus pecados, el Señor lo perdona. Y no sólo perdona, sino que también olvida.
      4. La Alegría: es también la alegría de Dios ante aquellos que se arrepienten. La vocación de los que siguen a Jesús consiste en ser felices, en regocijarnos de la vida, aún en medio de las vicisitudes y altibajos que encontramos en nuestro camino.
      5. La Generosidad: Dios no es un Ser lejano, ajeno a nuestro dolor, nuestro pecado, nuestros problemas. Dios es un PADRE que nos ama, nos acoge, nos perdona SIEMPRE. Su amor y su perdón no tienen más límites que nuestra propia libertad. Es importante ver la figura de ese Padre de la parábola esperando al hijo en la puerta, porque su corazón dolorido le decía que volvería. Es maravilloso observar cómo  el Padre sale corriendo a abrazar a su hijo. ¡Hay algo más que decir sobre Dios! Sólo adorar y agradecer este inmenso AMOR MISERICORDIOSO, dejarnos abrazar por El, abandonarnos en su pecho, llorar de arrepentimiento, sentir su corazón latiendo al compás de su inmenso cariño por nosotros.

        REFLEXIÓN 

           Hay tres fases en la parábola: Primero, el alejamiento del todo; Dios es todo, Dios es la felicidad. Aquel hijo que le pide al padre: "Dame la herencia porque me voy", es el hombre, es la mujer, es el joven que les parece pesada la ley de Dios. Y se quiere ir y se retira. Nadie respeta tanto la libertad del hombre como Dios. Sólo Dios, que me ha hecho libre y respeta mi libertad: "Si te quieres ir, si no te alegra mi ley, si no te sientes feliz en mi casa, si te parece aburrido el consejo que tu mamá te dió en nombre mío, si te parece molestia la honestidad de tu esposa que te llama a la fidelidad, si te parece vergüenza que tus hermanos denuncien tu vicio de hermano mayor; entonces vete, vete a gozar tu vida". 
           Y va el pobre hijo pródigo, feliz porque lleva dinero. Se aleja de aquel que es todo, de aquel que llena las aspiraciones más profundas del hombre. El hombre ha sido hecho para Dios- decía San Agustín- y su corazón está inquieto mientras no descansa en Dios. Dichoso el inocente que no traiciona la ley de Dios. Qué pocos son, pero los hay gracias a Dios. Dios me ha hecho para él y toda mi razón de ser, el cultivo de mis cualidades, el desarrollo de mis facultades, toda mi vida será feliz desarrollándose, si tiene como centro la gloria de Dios. Pero hay muchos que piensan al revés y se va la primera fase. 
           Hay muchos que están en esta primera fase: Los que ya se están cansando de la fidelidad al Señor, los que están comenzando a tener los primeros conflictos en su hogar, los que están comenzando a sentir nieblas en su fe. ¡Cuidado, hermanos! No se vayan. Si no han roto todavía las relaciones con Dios, con la Iglesia, quédense, estúdienla, aguanten un poquito. La pasión de ese momento pasa. La eternidad de Dios permanece. Hermanos, el evangelio es duro. Y ojalá no hubiéramos tenido la triste y amarga experiencia de haber saboreado que las bellotas de los cerdos no llenan la felicidad del hombre. 
           No está allí la felicidad. En la droga, en el aguardiente, en la prostitución, en el robo, en el crimen, en la violencia nunca habrá felicidad. No, son bellotas de cerdos; jamás te vas a sentir satisfecho. Fíjense cómo hay una pobreza pecadora; la pobreza del hijo pródigo fue fruto de su decisión equivocada y arrogante ante el Padr… 

        PARA LA VIDA 

           Un famoso predicador comenzó su sermón enseñando un billete de 100 euros. Y preguntó a los asistentes: "¿Quién de ustedes quiere este billete de 100 euros? Las manos empezaron a alzarse. Les dijo: "Voy a dar este billete a uno de ustedes, pero antes déjenme hacer esto". Y empezó a estrujar el billete. 
           Siguió preguntado; "¿Todavía lo quieren?" La gente levantó las manos. Bien, les dijo: "¿Y si hago esto?" Dejó caer el billete al suelo y comenzó a pisarlo y ensuciarlo con sus zapatos. Lo recogió, ahora arrugado y sucio. "¿Todavía lo quiere alguien?". Las manos seguían levantándose. 
           Amigos, han aprendido una valiosa lección. Hiciera lo que hiciera al billete, ustedes seguían deseándolo porque, a pesar de su aspecto cada vez más feo, sabían que su valor seguía siendo el mismo. Seguía valiendo 100 euros. Nosotros somos ese billete. Muchas veces ensuciados y postrados por nuestras propias decisiones o por las decisiones de los demás. 
           Nos sentimos indignos y sin valor. Pero el valor de nuestras vidas no está en lo que hacemos sino en lo que somos.  Y todos somos especiales. Hay que valorar las bendiciones de la vida, no los problemas.

        23° Domingo del Tiempo Ordinario, 4 de Septiembre 2016, Ciclo C


        San Lucas  14, 25 - 33

        “  Ser Discípulo de Jesús Exige Vivir Como Él"   

        1. La Familia: constituye el espacio natural en que nacemos y nos desarrollamos. Pocas instituciones tienen un valor tan alto. No obstante, Jesús no la absolutiza ni la banaliza. Las relaciones familiares, que son un magnífico impulso para el crecimiento en libertad, a veces son también una trampa que acaba oprimiendo a sus miembros. Es importante ser lúcidos para liberarse y liberar.
        2. La Cruz: es el símbolo del sufrimiento, tantas veces inevitable. Pero la cruz de Jesús es algo más: expresa el desprecio a quien es diferente, a quien con su modo de vivir y de obrar cuestiona tantos convencionalismos, inercias y comodidades. Vivir como creyente incomoda frecuentemente en la sociedad, e incluso en la Iglesia. Porque el creyente es el que busca y arriesga. El que sabe, con todas las consecuencias, que Dios está más allá de nuestras imágenes, nuestros discursos y de nuestras religiones.
        3. La Lucidez: para Jesús ser lúcido es actuar con decisión. Y mantener los compromisos asumidos con uno mismo, con los demás y con Dios. En la vida cotidiana decimos: Mi familia, Mi dinero, Mi institución, Mi país… Todo gira en torno a Mí, a mi libertad, a mi elección. Somos poseídos por el yo. Jesús nos pide relativizar todo lo que es pasajero y adherirnos a lo que es eterno.
        4. El Discípulo: ser discípulo de Jesús no es un camino fácil. La gracia que ‘cuesta’ es el evangelio que ha de buscarse siempre nuevamente; es don que se ha de pedir en la oración, es la puerta a la que hay que llamar con insistencia.  Cuesta porque llama a la obediencia, es gracia porque llama a la obediencia a Jesucristo, cuesta porque se trata de gastar la propia vida, cuesta porque condena el pecado; es gracia porque regenera al pecador.
        5. El Seguimiento de Cristo: puede efectuarse de diferentes maneras. Sigue a Jesús quien oye y pone en práctica su llamamiento a la conversión y a la fe en su mensaje. Pero los Evangelios conocen también un seguimiento que consiste en la adhesión permanente a Jesús, abandonando por consiguiente casa, profesión y familia. De esta manera siguieron a Jesús los apóstoles. Jesús no pide descuidar lo que amamos o lo que nos sirve en la vida (seres amados o bienes), lo que Él exige es que nada de eso esté por encima de Él. Es él, quien está por encima de todo y su nombre está sobre todo nombre.
          REFLEXIÓN 

             En el texto evangélico de hoy el interlocutor de Jesús no es un “tu” individualizado, sino un “vosotros” comunitario. El seguimiento no es un empeño individual, sino una experiencia compartida. Los cristianos llamamos Iglesia al conjunto de los que creemos en Jesús y le seguimos. La Iglesia es, en efecto, una comunidad de seguidores. Todo lo que ella hace debe tener ese trasfondo. Antes que compartir una doctrina, obedecer unas normas, realizar unos ritos, nos une haber descubierto a Jesús como camino, verdad y vida. 
             Alguien que nos lleva a los demás, como hermanos, pues todos somos hijos de su Padre. Viene bien recordar estas palabras del Papa Francisco en su Exhortación, La alegría del Evangelio: “No se nos pide que seamos inmaculados, pero sí que estemos siempre en crecimiento, que vivamos el deseo profundo de crecer en el camino del Evangelio, y no bajemos los brazos”. Es decir, una Iglesia que no se guarda para sí misma, sino que sigue a su Señor.
          Es claro que para seguirle a Jesús hay tres condiciones indispensables.  La primera es preferir una relación con Jesús a cualquier otra.  En segundo lugar, hay que aceptar la cruz.  No es solamente aceptar el sufrimiento que es parte de la vida humana, sino el rechazo, la burla, o la intimidación de los que no son de la misma mentalidad. 
             La cruz es el símbolo que indica que uno lleva una vida enfocada en la paz y el bien, aunque sea en medio de un mundo de violencia. Y al final, hay que vivir en contra de la cultura de egoísmo.  La propagando de las revistas, de la televisión, de la radio, todo nos dice que merecemos lo mejor- sea de ropa, de comida, de hoyas, de autos, de cualquier cosa material, pero todos sabemos que lo mejor es únicamente el Señor Jesús.

          PARA LA VIDA

             Érase una vez una mujer que caminando por las montañas encontró una piedra preciosa en un riachuelo. Al día siguiente se encontró con un viajero hambriento. Nuestra mujer abrió su bolsa para compartir la comida. El viajero que vio la piedra preciosa, lleno de avaricia, se la pidió y ella se la dio sin más. El viajero siguió su camino feliz, sabía que esa piedra preciosa tenía mucho valor y le iba a proporcionar mucho dinero. 
             Unos pocos días después, el viajero volvió y le devolvió la piedra a la mujer. He estado pensando y vengo a devolverle su piedra y espero me dé algo mucho mejor. Dame lo que usted lleva dentro, ese poder que hizo  que usted se desprendiera, sin más, de esta piedra preciosa. ¿Verdad que esta historia viene a cuento con el evangelio de hoy? Sí, hay algo más precioso y más valioso que las joyas o las cadenas de oro que se pueden comprar en una joyería. Lo más valioso está dentro de nosotros, en nuestro corazón:
             La libertad frente a las cosas y las personas, el desprendimiento de las riquezas, la mirada limpia, la sabiduría para discernir lo permanente de lo efímero, el Espíritu Santo que me ayuda a renunciar a todo para seguir.