San Lucas 1, 26 - 38
“Alegraos y Regocijaos en el Señor"
- María Cree y Espera: ella es la mujer que acogió siempre la Palabra de Dios, que consoló y ayudó a Isabel, que entregó su vida a la causa de Dios y de los necesitados, que exultó de alegría. Ella nos lleva a Jesús. Pero tenemos que colaborar también nosotros con ella, Esperamos activamente la llegada del Mesías preparando nuestro corazón, como María. Ella lo llevó en su seno, también nosotros en cierto modo debemos acogerlo en nuestro interior.
- María Confío: su confianza nacía de la Palabra de Dios. Por eso cuando recibió el anuncio del ángel, confundida, preguntó: ¿cómo será eso, pues no conozco varón? Confió en la Palabra del Señor. Su fe es confiada, pero no ciega. Pone su confianza en la Palabra, para decir "hágase en mí según tu palabra". Gracias a su confianza, Dios hará en ella maravillas.
- María Humilde: hizo fácil el acceso de Dios hasta ella. Realmente, como nos dice san Agustín, “María concibió a Jesús por la fe, antes de sentirlo vivo físicamente en sus entrañas”. El camino de la humildad es el camino más corto, junto con el camino del amor, para encontrarnos con Dios: “Derribó del trono a los poderosos y exaltó a los humildes”. En este siglo XXI, en el que nosotros vivimos, el camino de la humildad para llegar hasta Dios no es el camino más deseado. Vivimos, en el siglo de la ciencia, y lo que no conocemos científicamente es como si no existiera. Pero los caminos del alma para encontrarse con Dios han sido siempre los caminos de la fe, la humildad y del amor, como en María.
- María Abre la Puerta de la Navidad: María, ante la llegada del Señor, se entregó de lleno a la causa de Jesús. No le faltarían preocupaciones, confusiones, dudas, pero supo que algo grande iba a ocurrir y puso alma, cuerpo y vida, para que Dios –a través de ella y con ella– se hiciera presente en el mundo, en Jesucristo.
Homilía Noche Buena Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
San Juan 1,1-5.9-14/1-18
Homilía Navidad Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
REFLEXIÓN
Este Domingo último de Adviento es ya una preparación inmediata de la celebración de la Navidad. María es presentada como el gran ejemplo de cómo abrirse a la venida del Señor. Una venida que acontece en la concreta realidad de la historia humana, fruto de una larga esperanza en el pueblo de Israel, en la sencillez de una familia del pueblo. Pero a la vez, y quizá por ello mismo, nos abre a la gran esperanza, a la gran alegría, que no podemos reducir a una superficial celebración en la inmediata Navidad. Es preciso que llegue a lo más hondo de nuestra vida.
El misterio de la Navidad que nos disponemos a celebrar ahonda sus raíces en el corazón de Dios, es algo que implica y afecta profundamente al Padre, pues es su Hijo el que se hace hombre por amor al hombre y en obediencia al Padre que tanto amó al mundo que le dio a su Hijo único.
En Jesucristo se ha revelado y realizado el plan de Dios mantenido en secreto durante siglos eternos. Este plan no es otro que el cumplimiento de la promesa de salvación que Dios hizo en el paraíso a los primeros padres después de la caída y que luego renovó a David y que se hizo realidad en el seno de la Virgen María.
María, en el evangelio de san Lucas, se presenta como la contrafigura de Eva. Si Eva atendió a la voz del tentador, María presta oídos sólo al ángel de Dios: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Si Eva representa la desobediencia a la voluntad de Dios, María es la obediencia pura: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Si Eva duda y desconfía de las intenciones de Dios, María es la mujer de fe lúcida: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”.
Si Eva se deja llevar por la vanidad de los sentidos, María actúa desde una profunda humildad: “Ella se confundió ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquél”. Si con Eva empezó la historia del pecado, en María tuvo origen la historia más bella jamás contada, pues de ella nació el Autor de la gracia: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, y su reino no tendrá fin”.
Si Eva se deja llevar por la vanidad de los sentidos, María actúa desde una profunda humildad: “Ella se confundió ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquél”. Si con Eva empezó la historia del pecado, en María tuvo origen la historia más bella jamás contada, pues de ella nació el Autor de la gracia: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, y su reino no tendrá fin”.
PARA LA VIDA
Un día un hombre encontró a un amigo de rodillas en el suelo buscando algo y le preguntó: ¿Qué estás buscando? La llave. He perdido la llave de casa. Los dos, arrodillados, buscaban y buscaban la llave sin encontrarla. Al cabo de un rato, le preguntó al amigo: ¿Dónde la has perdido? Y le contestó: en la casa. Dios mío, y ¿por qué la buscas aquí? Porque aquí hay más luz.
Un día Jesús fue en busca de San Pedro, el de las llaves del cielo, y le dijo: Me da la impresión de que dejas entrar en el cielo a gente un tanto sospechosa.
San Pedro le contestó: Lo sé, Señor. ¿Pero qué puedo hacer? Yo no les dejo entrar, pero cuando me doy la vuelta se van a la puerta de servicio, hablan con tu madre y ella los deja entrar!!!.
Como en María e Isabel, Dios se ha fijado en nosotros para hacernos dignos de su amor y quiere que nosotros nos abramos a la escucha de Dios, a la justicia, a la alegría y al Espíritu que es el que lo transforma todo, el que gime dentro de nosotros y el que crea la vida.