4° Domingo de Adviento, 24 Diciembre 2017, Ciclo B


San Lucas 126 - 38

“Alegraos y Regocijaos en el Señor"

    Homilía Noche Buena Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

    San Juan  1,1-5.9-14/1-18


      Homilía Navidad Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. María Cree y Espera: ella es la mujer que acogió siempre la Palabra de Dios, que consoló y ayudó a Isabel, que entregó su vida a la causa de Dios y de los necesitados, que exultó de alegría. Ella nos lleva a Jesús. Pero tenemos que colaborar también nosotros con ella, Esperamos activamente la llegada del Mesías preparando nuestro corazón, como María. Ella lo llevó en su seno, también nosotros en cierto modo debemos acogerlo en nuestro interior.
  2. María Confío: su confianza nacía de la Palabra de Dios. Por eso cuando recibió el anuncio del ángel, confundida, preguntó: ¿cómo será eso, pues no conozco varón? Confió en la Palabra del Señor. Su fe es confiada, pero no ciega. Pone su confianza en la Palabra, para decir "hágase en mí según tu palabra". Gracias a su confianza, Dios hará en ella maravillas.
  3. María Humilde: hizo fácil el acceso de Dios hasta ella. Realmente, como nos dice san Agustín, “María concibió a Jesús por la fe, antes de sentirlo vivo físicamente en sus entrañas”. El camino de la humildad es el camino más corto, junto con el camino del amor, para encontrarnos con Dios: “Derribó del trono a los poderosos y exaltó a los humildes”. En este siglo XXI, en el que nosotros vivimos, el camino de la humildad para llegar hasta Dios no es el camino más deseado. Vivimos, en el siglo de la ciencia, y lo que no conocemos científicamente es como si no existiera. Pero los caminos del alma para encontrarse con Dios han sido siempre los caminos de la fe, la humildad y del amor, como en María.
  4. María Abre la Puerta de la Navidad: María, ante la llegada del Señor, se entregó de lleno a la causa de Jesús. No le faltarían preocupaciones, confusiones, dudas, pero supo que algo grande iba a ocurrir y puso alma, cuerpo y vida, para que Dios –a través de ella y con ella– se hiciera presente en el mundo, en Jesucristo.


REFLEXIÓN 

   Este Domingo último de Adviento es ya una preparación inmediata de la celebración de la Navidad. María es presentada como el gran ejemplo de cómo abrirse a la venida del Señor. Una venida que acontece en la concreta realidad de la historia humana, fruto de una larga esperanza en el pueblo de Israel, en la sencillez de una familia del pueblo. Pero a la vez, y quizá por ello mismo, nos abre a la gran esperanza, a la gran alegría, que no podemos reducir a una superficial celebración en la inmediata Navidad. Es preciso que llegue a lo más hondo de nuestra vida.

   El misterio de la Navidad que nos disponemos a celebrar ahonda sus raíces en el corazón de Dios, es algo que implica y afecta profundamente al Padre, pues es su Hijo el que se hace hombre por amor al hombre y en obediencia al Padre que tanto amó al mundo que le dio a su Hijo único.

   En Jesucristo se ha revelado y realizado el plan de Dios mantenido en secreto durante siglos eternos. Este plan no es otro que el cumplimiento de la promesa de salvación que Dios hizo en el paraíso a los primeros padres después de la caída y que luego renovó a David y que se hizo realidad en el seno de la Virgen María.

   María, en el evangelio de san Lucas, se presenta como la contrafigura de Eva. Si Eva atendió a la voz del tentador, María presta oídos sólo al ángel de Dios: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Si Eva representa la desobediencia a la voluntad de Dios, María es la obediencia pura: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Si Eva duda y desconfía de las intenciones de Dios, María es la mujer de fe lúcida: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”

   Si Eva se deja llevar por la vanidad de los sentidos, María actúa desde una profunda humildad: “Ella se confundió ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquél”. Si con Eva empezó la historia del pecado, en María tuvo origen la historia más bella jamás contada, pues de ella nació el Autor de la gracia: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, y su reino no tendrá fin”. 

PARA LA VIDA

   Un día un hombre encontró a un amigo de rodillas en el suelo buscando algo y le preguntó: ¿Qué estás buscando? La llave. He perdido la llave de casa. Los dos, arrodillados, buscaban y buscaban la llave sin encontrarla. Al cabo de un rato, le preguntó al amigo: ¿Dónde la has perdido? Y le contestó: en la casa. Dios mío, y ¿por qué la buscas aquí? Porque aquí hay más luz.
   Un día Jesús fue en busca de San Pedro, el de las llaves del cielo, y le dijo: Me da la impresión de que dejas entrar en el cielo a gente un tanto sospechosa.
   San Pedro le contestó: Lo sé, Señor. ¿Pero qué puedo hacer? Yo no les dejo entrar, pero cuando me doy la vuelta se van a la puerta de servicio, hablan con tu madre y ella los deja entrar!!!.

   Como en María e Isabel, Dios se ha fijado en nosotros para hacernos dignos de su amor y quiere que nosotros nos abramos a la escucha de Dios, a la justicia, a la alegría y al Espíritu que es el que lo transforma todo, el que gime dentro de nosotros y el que crea la vida.

3° Domingo de Adviento "de Gaudete", 17 Diciembre 2017, Ciclo B


San Juan 16-8.19-28

“Alegraos y Regocijaos en el Señor

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. La Alegría: viene del olvido de sí, de hacernos como niños -que nada pueden- delante de Dios y abandonarnos en sus manos. Sabiendo que si nosotros no podemos nada Él lo puede todo. “La alegría es la virtud que denota que se viven las demás virtudes” (San Josemaría). Un santo triste es un triste santo, se suele decir en los libros de espiritualidad.
  2. La Luz: en medio de la oscuridad de nuestros tiempos necesitamos «testigos de la luz». El testigo de la luz no habla mucho, pero es una voz. Vive algo inconfundible. Comunica lo que a él le hace vivir. No dice cosas sobre Dios, pero contagia «algo». No enseña doctrina religiosa, pero invita a creer. En la Iglesia nadie es «la Luz», pero todos podemos irradiarla con nuestra vida. Nadie es «la Palabra de Dios», pero todos podemos ser una voz que invita y alienta a centrar el cristianismo en Jesucristo.
  3. El Testigo: se siente débil y limitado. Muchas veces comprueba que su fe no encuentra apoyo ni eco social. Incluso se ve rodeado de indiferencia o rechazo. El testigo de Dios no juzga a nadie. No ve a los demás como adversarios que hay que combatir o convencer. Dios sabe cómo encontrarse con cada uno de sus hijos e hijas. La vida está llena de pequeños testigos. Son creyentes sencillos, humildes, conocidos sólo en su entorno. Personas entrañablemente buenas. Viven desde la verdad y el amor. Ellos nos «allanan el camino» hacia Dios.
  4. La Esperanza: más enriquecedora es, sin duda, la de quien aguarda el encuentro con un ser querido. Esta espera produce diversos efectos en la persona. Crea en nosotros una tensión sana, nos prepara interiormente para acoger a quien nuestro corazón ama, dilata nuestra alma, excita nuestro deseo, ensancha nuestra existencia, sostiene nuestra alegría.
   Esta espera alcanza su mayor plenitud cuando no sólo esperamos a la persona querida, sino que sabemos que también nosotros somos esperados por ella. Esta es una de las mayores fuentes de alegría humana: esperar y ser esperados por alguien que nos quiere.

REFLEXIÓN 
   El Adviento, que en las primeras semanas anuncia el desenlace final de nuestra historia terrena, en las últimas nos va preparando para revivir la primera venida de Jesús. Él es el Mesías esperado, a quien Juan el Bautista precedió con su predicación incisiva. Dios envió al precursor de su Hijo para que preparara el camino, porque la novedad era tan insólita que necesitaba un preludio profético.
   Vivimos, sí, a la espera de la última venida del Señor, pero no podemos pretender que nuestra tarea se reduzca a dejar que el tiempo pase. Si la Iglesia repite, año tras año, esta espera ritual de la Navidad, es para recordarnos que, igual que los que escuchaban al Bautista, tenemos necesidad de prepararnos para un encuentro fecundo con Jesús.
   Ese encuentro de cada año tiene que parecerse al que tuvieron con él sus discípulos cuando lo fueron conociendo. Su descubrimiento del Maestro no fue instantáneo. La luz se fue haciendo en ellos poco a poco. Necesitaron tiempo, intimidad y superar dificultades y prejuicios -además de la iluminación del Espíritu- para reconocerlo como su Salvador, sentirse transformados y obrar en consecuencia.
   Jesús viene a nosotros cada año, no como vino en Belén ni como vendrá al final de este mundo, sino en una venida íntima y a la vez comunitaria, reconocible sólo en la fe y en el amor fraterno. La única capaz de colmarnos de gozo y de avivar nuestra esperanza.
   Participar en la celebración eucarística en este Tiempo de adviento significa acoger y reconocer al Señor que viene continuamente a nosotros, seguirle en el camino que conduce al Padre; para que en su venida gloriosa al final de los tiempos nos introduzca a todos en el reino, para «hacernos partícipes de la vida eterna» con los bienaventurados y santos del cielo. Viviendo de este modo, los cristianos desempeñamos un papel profético de protesta contra un mundo ador-mecido que corre el riesgo de perder su propia alma, y testimoniamos el gozo profundo y la fe cierta de la venida de un mundo.

PARA LA VIDA 
   Érase un rey que había establecido una hora para recibir a cualquiera de sus súbditos que quisieran exponerle sus problemas. Un día un mendigo se presentó en el palacio a una hora distinta de la fijada y pidió entrevistarse con el rey. Los guardias le insultaron y le dijeron que si no conocía la norma. El mendigo les contestó: Claro que la conozco, pero esa norma sólo atañe a los que quieren hablar con el rey de sus problemas, yo quiero hablar al rey de los problemas de su reino. El mendigo fue inmediatamente recibido. 
   Un día le preguntaron a un profesor: ¿cuál es el sentido de la vida? Y éste sacando del bolsillo un trozo de espejo dijo a sus alumnos. Cuando yo era pequeño me encontré un espejo roto y me quedé con este trozo y empecé a jugar con él. Era maravilloso, podía iluminar agujeros profundos y hendiduras oscuras. Podía reflejar la luz en esos lugares inaccesibles y esto se convirtió para mí en un juego fascinante.  
   Cuando ya me hice hombre comprendí que no era un juego de infancia sino un símbolo de lo que yo podía hacer con mi vida. Comprendí que yo no soy la luz ni la fuente de la luz. Pero supe que la luz existe y ésta sólo brillará en la oscuridad si yo la reflejo. Soy un trozo de espejo y aunque no poseo el espejo entero, con el trocito que tengo puedo reflejar luz en los corazones de los hombres y cambiar algunas cosas en sus vidas. Ese soy yo. Ese es el significado de mi vida.

2° Domingo de Adviento, 10 Diciembre 2017, Ciclo B


San Marcos 1, 1 - 8

Preparadle un camino al Señor
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. Preparar el Camino: para poder recibir bien al Mesías debíamos empezar por arreglar los caminos por los que el Mesías tiene que llegar hasta nosotros. Que los valles se levanten, es decir, que se encienda nuestra esperanza y eleve nuestros ánimos decaídos; que los montes y las colinas se abajen, es decir, que derribemos nuestro orgullo y pongamos nuestra esperanza en el Señor; allanemos en la estepa una calzada para nuestro Dios, es decir, arranquemos de nuestro interior los cardos, abrojos e inmundicias que hacen imposible la llegada de Dios hasta nosotros.
  2. Navidad: La Navidad nos habla de la ternura y de la esperanza. Dios, al encontrarse con nosotros, nos dice dos cosas. La primera: tengan esperanza. Dios siempre abre las puertas, no las cierra nunca. Es el Papá que nos abre las puertas. Segunda: no tengan miedo de la ternura”.
  3. La Conversión: El Señor viene, pero nosotros tenemos que ir hacia Él. Esto exige un cambio de mente y de corazón. Es decir, requiere volvernos a Dios. La tentación está servida. Lo efímero y lo superficial tratan de imponerse a lo profundo y eterno. Y, sin despreciar aquello, hoy se nos pide que nos volquemos sobre esto. La clave siempre será la misma: mirar dónde y en qué ponemos nuestro tesoro para saber por dónde va nuestro corazón.
  4. La Buena Noticia: algo nuevo y bueno. Una sensación de liberación, alegría, seguridad y desaparición de miedos. En Jesús se encuentran con «la salvación de Dios». Una buena noticia trata siempre de un acontecimiento feliz que no es todavía conocido, aunque en el fondo, el hombre lo espera y lo busca.
  5. La Paciencia: es la madre de la espera, es la misma espera la que produce nuevo gozo en nuestras vidas. En la espera confiada y fiel del amado es donde comprendemos cómo ya ha llenado nuestras vidas. Como el amor de una madre por su propio hijo puede crecer mientras espera su regreso, como los que se aman pueden descubrir cada vez más su amor durante un largo período de ausencia, así nuestra relación interior con Dios puede ser cada vez más profunda, más madura mientras esperamos pacientemente su retorno.

REFLEXIÓN

Para Marcos el evangelio de Jesús, que es Cristo el Hijo (v. 1), no comienza de repente con la venida de Jesús, sino con un tiempo de preparación. En este tiempo de preparación se subrayan por lo menos tres elementos, el primero de los cuales es la Sagrada Escritura (vv. 2-3), ya que el evangelio de Jesús les dará una realización concreta y el evangelio solo se podrá comprender auténticamente meditando incesantemente las páginas de las que Dios ya había hablado. Las palabras que relata san Marcos citando a Isaías, aluden a un camino que hay que preparar: el camino de Dios hacia su pueblo y el camino del pueblo hacia Dios.
Pasa a continuación al segundo elemento: el envío de un profeta, el Bautista, capaz de indicar a la humanidad el camino del desierto, el lugar donde Dios ofrece la posibilidad de una auténtica conversión (vv. 4,7-8). Según san Marcos, el Bautista no insiste tanto en la predicación moral como, sobre todo, en la necesidad de esperar a “otro”, uno que debe venir de parte de Dios.
El tercer elemento es el mismo pueblo que, por la predicación de san Juan, camina penitente hacia el desierto, como el pueblo del éxodo (v. 5). Por consiguiente, está naciendo un pueblo nuevo, aunque se requiere una condición: que el hombre se ponga en camino, salga y se dirija al Bautista para acoger su mensaje de conversión. Y caminando juntos hacia el lugar donde resuena la Palabra de Dios es como el pueblo podrá reconstruirse.
Una metáfora domina las lecturas de hoy: es la del “camino”. Correlativa a la del camino, aparece la idea de Iglesia como comunidad que se forma poniéndose en camino. Isaías se dirige a un pueblo desconfiado, con necesidad de consuelo y ayuda para ponerse en marcha; necesitamos profetas capaces de hablar al corazón, profetas de confianza, no de desventuras. Ante la devastación de nuestras conciencias, bombardeadas por mensajes negativos, es importante el aliento y la esperanza que nos trae este tiempo del adviento.

PARA LA VIDA 
Érase una vez un cursillista que estaba orando y leyendo la Biblia en su habitación. De repente entró en la habitación su hijo llorando. El niño había estado jugando con un amigo al escondite y se había escondido tan bien que el amigo se cansó de buscarlo y al no encontrarlo se marchó a su casa. Papá, no es justo, le dijo su hijo, debería haber seguido buscándome. No está bien, le dijo el padre, pero ahora ya sabes cómo se siente Dios. Dios también se escondió muy bien y los hombres han dejado de buscarle. Y Dios también está triste. Y no es justo. Dios escondido en un niñito que nació en Belén. Dios escondido en el pan. Dios escondido en sus hijos. Cuando lo encontramos en su escondite, Dios llora de alegría. Una palabra que resuena hoy con fuerza en el evangelio es "preparar". "Mando mi mensajero para prepararte el camino".

Unos discípulos le preguntaron a su rabino: ¿Por qué en los tratados del Talmud babilónico falta siempre la página número 1? Este les contestó: “Por más que uno haya aprendido, debería recordar siempre que no ha llegado aún a la primera página”.

1° Domingo de Adviento, 3 Diciembre 2017, Ciclo B


San Marcos 13, 33-37

“Vigilad, Estad Alerta, Vivid Despiertos”

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
  1. Adviento: nos invita, más que a recordar que Jesús vino hace dos mil años, a pensar que Jesús lleva ya dos mil años con nosotros haciendo que el Amor sea más fuerte que el odio, haciendo que el Amor y no el dinero, sea el motor de la vida y avivando la Esperanza en los corazones de los hombres desesperanzados.
  2. Velar: porque Dios siempre sorprende. Él viene siempre, pero no sabemos cuándo, cómo y dónde. Velad para no dormir, dejando pasar la ocasión del encuentro. Velad para reconocer y acoger a Dios, siempre que quiera presentarse. Velad, pero cumpliendo cada uno su tarea. Velad, porque la vigilancia es hija de la Esperanza, y la Esperanza es la virtud propia del adviento.
  3. Vigilar: significa estar constantemente alerta, despiertos, en situación de espera. Significa vivir una actitud de servicio permanente, a disposición del amo, que puede regresar en cualquier momento. Es vivir atentos a la realidad. Escuchar los gemidos de los que sufren. Sentir el Amor de Dios a la vida. Vivir más atentos a su venida a nuestra vida, a nuestra sociedad y a la tierra. Sin esta sensibilidad, no es posible caminar tras los pasos de Jesús.
  4. Esperar: es una actitud enormemente radical en la vida. Es confiar en que sucederá algo que supera con mucho nuestra imaginación. Es abandonar el control de nuestro futuro y dejar que sea Dios quien determine nuestra vida. Necesitamos Esperanza para llenarnos de algo. Primero, tenemos que sentir necesidad de ello y vaciar o despejar aquellos lugares que están ocupados o saturados por la desesperación, el orgullo, la pereza o la falta de entusiasmo en nuestra fe.
  5. Orar: cuando se ora, la espera no cansa sino que ensancha y transforma nuestro corazón. Quien cuida la oración en su vida, dedicando momentos propios y exclusivos al trato amoroso con el Señor, se descubrirá atento y vigilante, con un deseo renovado. 

REFLEXIÓN 

   Estamos en tiempo de preparación para la Navidad. Las tiendas, la propaganda, la música, los adornos de las calles, la expectativa de los niños- todo eso es como una sinfonía de sonidos anunciando la llegada de Navidad, aunque tristemente le han hecho perder el significado más sagrado de esta celebración. La Iglesia nos invita a pensar en otra realidad, en el verdadero sentido de la fiesta: la llegada de Cristo que le da sentido a nuestras vidas y a la historia.  
   Hoy empieza el Adviento y, con él, un nuevo año litúrgico: la Iglesia empieza el año con este período cuatro semanas recordando los siglos en los que Dios fue preparando a su pueblo para su nacimiento. Al celebrar anualmente la liturgia del Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su Segunda Venida. Jesús, en estas semanas de Adviento, nos pide que nos preparemos interiormente para recibirlo con un corazón limpio y generoso cuando nazca en Belén. “Vigilad sobre vosotros mismos para que vuestros corazones no estén ofuscados por los afanes de esta vida”. 
   Debemos vigilar para que, cuando llegue, nuestros corazones no estén ofuscados por los afanes terrenos, por la tentación de la vida fácil y superficial; por el egoísmo de pensar sólo en mis problemas y en mis intereses. ¿Qué debo hacer para estar vigilante? 
    El creyente, con la misma intensidad con la que antiguamente el profeta Isaías anhelaba que Dios se hiciese presente en medio de su pueblo rasgando el cielo y bajando a la tierra, anhela, espera y se prepara para la segunda venida de su Señor. Quien vendrá al final de los tiempos es el Emmanuel, Dios-con-nosotros (Mt 1,23), el Hijo de la Virgen cuyo nombre es Jesús, Dios que salva (Ver Mt 1,21). Dios, que ya ha venido a nosotros haciéndose hijo de Mujer, volverá glorioso al fin de los tiempos. 
   ¿A dónde vas? Voy buscando Esperanza. ¿De dónde vienes? ¡Vengo cargado de Esperanza! ¿Por qué? Porque, el Señor ha venido, viene y vendrá para darnos un poco de valor y de coraje, y porque, hoy más que nunca, la humanidad necesita un mensaje ilusionante. Así preguntaban y así respondía un peregrino a su paso por un pueblo. 

PARA LA VIDA

   “Hace tiempo que un viajero, en una de sus vueltas por el mundo, llegó a una tierra, donde le llamó la atención la belleza de los arroyos que cruzaban los sembrados y las praderas. Habiendo caminado un rato, se encontró con las casas del pueblo, sencillas, coloridas y con puertas abiertas de par en par. No podía creerlo... él venía de un lugar distinto. Al acercarse, tres niños salieron a recibirle y lo invitaron a entrar en su casa, donde sus padres le ofrecieron hospedaje y la posibilidad de quedarse con ellos unos días. 
   El viajero aprendió a hornear el pan, a trabajar la tierra, a ordeñar las vacas y a realizar todas las labores propias de una familia campesina. Pero algo le intrigaba sobremanera de sus bienhechores: cada día el papá, la mamá y los tres niños se acercaban a la mesita sobre la que habían colocado las figuras de María, José y una cuna, en la que dejaban pajitas. Al llegar el momento de irse, el viajero, que recibió unos panecitos, fruta para el camino y abrazos de despedida, preguntó a sus nuevos amigos sobre el misterio de la pajita. 
   El más pequeño satisfizo su curiosidad con espontaneidad: “Cada vez que hacemos algo con amor, buscamos una pajita y la depositamos en la cuna. Así nos vamos preparando para cuando nazca el niño Jesús. Si amamos poco, el colchón será delgado y frío, pero si amamos mucho, Jesús estará cómodo y calientico 

34° Domingo del Tiempo Ordinario, 26 Noviembre 2017, Ciclo A


San Mateo 25, 31-46

“Cristo, Rey del Universo”

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
  1. Cristo Rey: Cristo resucitado es la primicia de la nueva humanidad de los redimidos y tiene el señorío universal. Él es también pastor que guía al pueblo de Dios y hace justicia siguiendo la ley del amor a los humildes, con quienes él se identifica.
  2. El Juicio: está ya realizándose. Desde el momento de la venida de Jesús al mundo el reino de Dios está presente entre nosotros, si bien todavía no se ha manifestado en toda su plenitud. Así también el juicio de Cristo está ya realizándose en el presente de nuestra vida. El dictamen final no será más que hacer pública la sentencia que día a día vamos pronunciando nosotros mismos con nuestra vida de amor o desamor.
  3. Nuestra Vida: cuando nos reunimos para celebrar la eucaristía, nuestro culto debe reflejar el culto de nuestra vida, y viceversa, porque se necesitan mutuamente. El culto completo del discípulo de Cristo se expresa en la solidaridad con el pobre, el que sufre, el hermano menor de Jesús. Ésta es la religión que acepta el Señor. El compromiso efectivo de nuestra fe y de nuestro seguimiento de Cristo se comprueba al ras de la vida, en el empeño por la promoción del necesitado.
  4. Nuestro Balance: de entrada, para acceder a la inmensa oferta de amor no se hace sobre ninguna de las cosas que supuestamente Dios tendría que querer de los hombres. El examen o balance se hace sobre la ayuda verdadera a aquellos que la necesitan. "¿Venid, benditos de mi Padre” o “¿Apartaos de mí, malditos?" Y preguntémonos: ¿Damos de comer a los que pasan hambre, aquí y en los países del Tercer Mundo? ¿Acogemos a los forasteros? ¿Visitamos a los enfermos? ¿Visitamos a los presos y tenemos verdadera "compasión" por los delincuentes?
  5. El Prójimo:  permite distinguir entre el amor genuino a Dios y el que sólo lo es en apariencia, de la boca para afuera. Quien no ama al hermano a quien ve, con un amor que se expresa en obras concretas de caridad, miente si dice que ama a Dios a quien no ve.

REFLEXIÓN 

   La solemnidad de hoy nos recuerda que, cuando este mundo se acabe, al final de los tiempos, el Cristo hecho niño en la cueva de Belén vendrá como Rey del universo, lleno de majestad, a juzgar a todos los hombres. La primera lectura de hoy nos lo dice bien claro: así dice el Señor: he aquí que yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío. 

   El Evangelio proclamado es todavía más claro. Presenta a Cristo sentado en su trono, separando a unos de otro, como un pastor separa a las ovejas de las cabras, y dictando sentencia. Dirá a unos: venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros. Otros, por el contrario, tendrán que escuchar: apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. 

   El Evangelio que hemos escuchado, en esta fiesta de Cristo Rey, es una invitación clarísima a vivir el amor fraterno, sin el cual, cuando nos juzgue de nuestra vida, no podremos oír que Él nos dice: venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros. Para vivir bien el mandamiento Nuevo es fundamental estar muy atentos y vigilar nuestro amor propio, tan propicio para dejar de amar a los hermanos. Quizá nos ayude mucho decir al Señor esta jaculatoria: que mi amor propio, Señor, no me impida vivir el amor fraterno. 

   Un cristiano, además de ir consiguiendo que Cristo reine en él más y más, debe tratar de extender el Reino de Cristo en los demás y en las estructuras de la sociedad. 

   Y esto ha de hacerlo por amor a Cristo, que debe ser siempre el centro de nuestro vivir, y también por amor a la propia sociedad y a los que la componemos. Si Cristo reina en la sociedad, y ante todo en nuestros corazones, el pecado y la descomposición moral tan extendida a todos los niveles tenderá a desaparecer; habrá un mejor y más justo reparto de los bienes materiales. La verdad nos liberará de cualquier esclavitud, las leyes serán justas y respetarán los derechos de todos; el amor no será una palabra manoseada y carente de contenido... y la fraternidad y la paz serán una gozosa realidad.

PARA LA VIDA

    «Un mandarín tuvo una visión. Vio el infierno con demonios hambrientos y enflaquecidos que parecían esqueletos. Estaban sentados delante de un enorme plato con un sabroso arroz. En sus manos tenían unas enormes cucharas de unos dos metros de longitud. Cada demonio intentaba coger la mayor cantidad posible de arroz. Sin embargo, cada uno obstaculizaba al otro con su larga cuchara, sin que ninguno llegase a comer nada. 

   El mandarín espantado apartó su mirada de aquella visión... Más tarde llegó al cielo. Allí vio el mismo gran plato con el arroz sabroso y las mismas largas cucharas. Pero los elegidos respiraban literalmente salud. Las enormes cucharas no les causaban ninguna dificultad. Es verdad que ninguno podía alimentarse con su instrumento. Pero cada uno alimentaba con la cuchara al otro». 

   Salta a la vista la semejanza entre esta simpática narración y el relato del Evangelio de hoy. (...) «El infierno son los otros» decía J. P. Sartre. El infierno son los otros cuando cada uno se empeña en comer para sí mismo. El cielo son los otros cuando cada hombre no se preocupa de sí mismo, sino de dar de comer a los hermanos. Ese es el cielo al que aspiramos, el Reino de Dios que comenzamos ya a construir