30° Domingo del Tiempo Ordinario, 27 de Octubre de 2019, Ciclo C


San Lucas 18, 9-14


 "Si el Afligido Invoca al Señor, Él lo Escucha"


Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.- Dios JustoLa justicia de Dios sobrepasa, de manera absoluta, la justicia humana. La justicia de Dios no es parcial. Dios juzga justamente. El más pobre, el más desvalido, el más desafortunado, encuentra en él su refugio, su abogado, su Justo Juez. La voz suplicante del oprimido, los gritos angustiosos del huérfano, las quejas entrecortadas por sollozos de la viuda encuentran en él acogida y respuesta. Dios los atiende. Entre ellos y Dios no se interpone nada en absoluto: ni el oro, ni la distancia, ni las nubes. Dios les hace justicia, en el sentido más pleno de la palabra. La respuesta de Dios acalla los deseos y necesidades más perentorias. 
2.- El Fariseo: Él es puro y perfecto. La clase baja, el pueblo, dista mucho de ser como él. El Fariseo ostenta el distintivo de la religiosidad. El Fariseo, el piadoso modelo, sube a orar. Su oración resulta vacía; no alcanza nada. El soberbio es humillado; El fariseo, con toda su piedad, ora mal. El Fariseo dice verdad en lo que ora. Realmente cumple la Ley, pero lo hace más bien materialmente. La actitud del fariseo es la de aquél que exige o reclama a pleno derecho. Dios le es deudor. Las palabras de gratitud hacia Dios encubren un absoluto desprecio de los demás. Él nada necesita, nada pide; está sano, es justo, se encuentra limpio, perfecto. El soberbio no ve, no se ve, no se conoce, se oculta a sí mismo.
3.- El Publicano: Es también otra de las figuras típicas de la vida religiosa y social de Israel. Es lo contrario del fariseo. De oficio, cobrador de impuestos; por costumbre, extorsionador del pueblo. El Publicano, proverbial pecador, alcanza misericordia. El humillado es enaltecido. El publicano, con todo su pecado, ora bien. También el Publicano dice verdad en sus palabras. Se reconoce malhechor y pecador. Su actitud ante Dios es diferente. No osa levantar los ojos del suelo, sabiendo que es indigno de presentarse ante Dios. Confía, no obstante, en la misericordia del Señor. A ella se acoge. Se reconoce enfermo y ruega la salud. Dios usó de misericordia; Dios lo sanó. Salió de allí justificado. 

REFLEXIÓN 

   La liturgia de este domingo nos muestra que Dios siente “debilidad” por los humildes y por los pobres, por los marginados; y que estos, en su despojamiento, en su humildad, en su finitud (y hasta en su pecado), son los que están más cerca de la salvación, pues son los que están más disponibles para acoger el don de Dios. 
La primera lectura define a Dios como a un “juez justo”, que no se deja sobornar por las ofrendas de esos poderosos que practican la injusticia con los hermanos; en contrapartida, ese Dios justo ama a los humildes y escucha sus súplicas.
En la segunda lectura, tenemos una invitación a vivir el camino cristiano con entusiasmo, con entrega, con ánimo, a ejemplo de Pablo. La lectura se separa un poco del tema general de este domingo; con todo, podemos decir que Pablo fue un buen ejemplo de esa actitud que el Evangelio propone: él confió, no en sus méritos, sino en la misericordia de Dios, que justifica y salva a todos los hombres que la acogen.
El Evangelio define la actitud que el creyente debe tener frente a Dios. 
   Rechaza la actitud de los orgullosos y autosuficientes, convencidos de que la salvación es el resultado natural de sus méritos, y propone la actitud humilde del pecador, que se presenta ante Dios con las manos vacías, pero dispuesto a acoger su don. Esa es la actitud del “pobre”. La humildad es el conocimiento exacto de sí mismo. La humildad abre a uno a la misericordia de Dios. El humilde se ve como es, se siente como es, enfermo y necesitado. Dios levanta al deprimido; en cambio abaja al presumido. Nuestra actitud ante Dios debe ser la del que pide, la del que ruega, la del que necesita, la del que implora. Así es el hombre ante Dios. 

PARA LA VIDA 

   A una vieja dama de mentalidad muy religiosa, a la que no satisfacía ninguna de las religiones existentes, se le ocurrió fundar su propia religión. Un periodista, que deseaba sinceramente comprender el punto de vista de dicha anciana, le preguntó un día: - ¿De veras cree usted, como dice la gente, que nadie irá al cielo, a excepción de usted misma y de su criada? La vieja dama reflexionó unos instantes y respondió: - Bueno,….de la pobre María no estoy tan segura. 

   Un día de sol, un elefante se bañaba en un río de la jungla. Un ratón se acercó a la orilla y contemplaba al elefante y le dijo: elefante, sal del agua. - ¿Por qué? - Cuando salgas te lo diré. El elefante salió del agua y le preguntó: ¿Qué quieres, ratón? Sólo quería ver si llevabas puesto mi traje de baño.

El hombre actual tiende fácilmente a justificarse -personalidad, libertad, responsabilidad-. Difícilmente se ve miserable, injusto, pecador. Se halla en una grave situación. Hoy día nadie se acusa de nada. Todo el mundo hace las cosas bien. Los «otros» son los que hacen las cosas mal. El hombre actual no se reconoce enfermo, no necesita de la misericordia divina. Más aún, a veces se insolenta con Dios. La actitud no es cristiana. Conviene meditar sobre ello. Todos tenemos mucho de fariseo y poco de humilde

29° Domingo del Tiempo Ordinario, 20 de Octubre de 2019, Ciclo C


San Lucas 18, 1 - 8


"Orar con Insistencia
 "Ni Ores sin Trabajar, ni Trabajes sin Orar"


Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.- La Oración: como en la vida espiritual todo es don, nada se puede recibir sin la oración humilde y constante a Dios. Con ella se abre la puerta del corazón de Dios de un modo invisible, pero real y eficaz. "Sin mí no podéis hacer nada". "Todo es posible para el que cree", para el que ora con fe. Dios es tan bueno que, incluso sin orar, recibimos muchas cosas de Él. Lo que ciertamente resulta infalible es que, si pedimos a Dios lo que Jesús nos enseña a pedir y en el modo en que nos enseña, Dios nos lo concederá.
2.- La Constancia:  que, en nuestra mentalidad, hasta nos puede parecer inoportuna, a Dios le agrada y le conmueve. Una constancia que puede ser exigente, incluso dura, y requerir no poco esfuerzo, como en el caso de Moisés, pero que Dios bendice
3.- La Justicia: si por egoísmo los seres humanos hacen justicia, favores, ¡cuánto más Dios hará justicia!, “Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a El día y noche, aunque los haga esperar?”. 
4.- La Fe: No es suficiente haber crecido en la fe; no basta que llevemos una vida cristiana, es preciso estar alerta, vigilante, a fin de que nuestra fe se convierta en vida, para que se verdadera. Esto lo añade el Señor para dar a conocer que si la fe falta, la oración es inútil. Por tanto, cuando oremos, creamos y oremos para que no falte la fe. La fe produce la oración y la oración produce a su vez la firmeza de la fe. Si la fe es luz, no vivamos en las tinieblas, vivamos en la luz, viviendo la fe. 

REFLEXIÓN
   La liturgia de la Palabra de hoy nos invita a mantener con Dios una relación estrecha, una comunión íntima, un diálogo insistente: sólo de esa forma será posible al creyente aceptar los planes de Dios, comprender sus silencios, respetar sus ritmos, creer en su amor. 
La primera lectura da a entender que Dios interviene en el mundo y salva a su Pueblo sirviéndose, muchas veces, de la acción de hombres; pero, para que el hombre pueda ganar la dura batalla de la existencia, tiene que contar con la ayuda y la fuerza de Dios. Ahora bien, esa ayuda y esa fuerza brotan de la oración, del diálogo con Dios.
La segunda lectura, sin referirse directamente al tema de la relación del creyente con Dios, presenta otra fuente privilegiada para el encuentro entre Dios y el hombre: la Sagrada Escritura. Siendo la Palabra con la que Dios indica a los hombres el camino que lleva a la vida plena, ella debe tener un lugar preponderante en la vida cristiana.
El Evangelio sugiere que Dios no está ausente, ni se queda insensible ante el sufrimiento de su Pueblo. Los creyentes deben descubrir que Dios les ama y que tiene un proyecto de salvación para todos los hombres; y ese descubrimiento sólo puede realizarse a través de la oración, de un diálogo continuo y perseverante con Dios. 

   De este modo, los textos litúrgicos de este domingo dan un valor extraordinario a la oración, como elemento constitutivo de la ortopraxis y como fundamento del progreso espiritual y de toda victoria en las luchas diarias de la fe. Hay que orar para recibir, pero también para dar según el don recibido. El don de Dios estará acompañado por la acción del hombre, basada en el don mismo. La victoria es de Dios, pero no sin que el hombre ponga los medios para la acción divina eficaz. Sin la espada de Josué no hubiese habido victoria, pero la sola espada, sin la intervención de Dios, hubiese terminado en derrota. Sin el esfuerzo de Timoteo por ser primeramente buen judío y luego buen discípulo de Pablo, Dios no hubiese podido "dotarle" para llevar a cabo la misión de dirigente de la comunidad de Éfeso.

PARA LA VIDA 

   Una noche tuve un sueño: Soñé que con el Señor caminaba por la playa, y a través del cielo, escenas de mi vida pasaban. Por cada escena que pasaba percibí que quedaron dos pares de pisadas en la arena. Unas eran las mías y las otras las del Señor. Cuando la última escena pasó delante nuestro, miré hacia atrás, hacia las pisadas en la arena, y noté que muchas veces en el camino de mi vida había sólo un par de pisadas en la arena. 

   Noté también que esto sucedió en los momentos más difíciles de mi vida. Esto me perturbó y, entonces, pregunté al Señor: “Señor, tú me dijiste, cuando yo resolví seguirte, que andarías conmigo a lo largo de todo el camino, pero he notado que durante los peores momentos de mi vida se divisan en la arena sólo un par de pisadas.

   No comprendo por qué me dejaste en las horas que más te necesitaba”. Entonces El, clavando en mí su mirada infinita de amor, me contestó: “Mi hijo querido, yo siempre te he amado y jamás te dejaría en los momentos más difíciles. Cuando viste en la arena un solo par de pisadas, fue justamente allí donde yo te cargué en mis brazos”.

28° Domingo del Tiempo Ordinario, 13 de Octubre de 2019, Ciclo C


San Lucas 17, 11 - 19

 La Obediencia de la fe” 

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.-La Lepra: era una enfermedad, que no tenía remedio, llevaba implacablemente a la muerte. Y como además era contagiosa, el leproso era ¨impuro¨. Eran la imagen del muerto en vida. El Señor no lo cura sólo físicamente como a los otros. Cristo le da la salvación total. No sólo su pie volvió limpio, sino también su corazón se llenó de fe en Jesús. Para este samaritano, lo que comenzó con las curaciones del cuerpo, se transformó en una nueva existencia en Cristo.
2.-La Oración: es “un grito” que no teme “molestar a Dios”, “hacer ruido”, como cuando se “llama a una puerta” con insistencia. He aquí, según el Papa Francisco, el significado de la oración dirigida al Señor con espíritu de verdad y con . la seguridad de que Él puede escucharla de verdad.
3.-La Curación: La salvación corporal no es algo que merezca la pena por sí misma. Ahí está la verdadera salvación del individuo: en el verdadero conocimiento del único Dios. el que más reconoce su necesidad y el que menos cree merecer el remedio es quien mejor y más pronto ve la mano de Dios y la agradece. 
4.-La Obediencia: implica ya, al menos, un grado mínimo de fe en la persona a la que se obedece. Una fe que no está exenta de tropiezos y dificultades. La obediencia agrada a Dios. Dios no es un extraño, es nuestro Padre. ¿Cómo no buscar agradarle? Jesús, nuestro modelo, es un testigo supremo de obediencia. Obedeció a Dios durante su vida pública, teniendo como su alimento diario la voluntad de su Padre. Le obedeció hasta la muerte y tuvo una muerte de cruz.
5.-La Gratitud: Nada nos mueve tanto a agradecer como recibir un regalo, una gracia, un bien que necesitábamos o deseábamos pero que por alguna razón estaba más allá de nuestras previsiones, recursos o fuerzas. La gratitud, además, para un creyente, está en el corazón mismo de la fe: un cristiano que no sabe dar gracias es alguien que ha cerrado su corazón y ha olvidado el lenguaje de Dios. 

REFLEXIÓN

   La liturgia de este domingo nos muestra, con ejemplos concretos, cómo Dios tiene un proyecto de salvación para ofrecer a todos los hombres, sin excepción. Reconocer el don de Dios, acogerlo con amor y gratitud, es la condición para vencer la alienación, el sufrimiento, el alejamiento de Dios y de los hermanos y llegar a la vida plena. 

La primera lectura nos muestra la historia de un leproso (el sirio Naamán). El episodio revela que sólo Yahvé ofrece al hombre la vida y la salvación, sin límites ni excepciones; al hombre le queda acoger el don de Dios, reconocerlo como el único salvador y manifestarle gratitud.
La segunda lectura define la existencia cristiana como la identificación con Cristo. Quien acoge el don de Dios, se hace discípulo: se identifica con Cristo, vive en el amor y en la entrega a los hermanos y llega a la vida nueva de la resurrección.
El Evangelio nos presenta a un grupo de leprosos que se encuentran con Jesús, y que a través de Jesús descubren la misericordia y el amor de Dios. Ellos representan a toda la humanidad, envuelta por la miseria y por el sufrimiento, sobre quien Dios derrama su bondad, su amor, su salvación. También aquí nos llama la atención sobre la respuesta que el hombre da al don de Dios: todos los que experimentan la salvación que Dios ofrece deben reconocer el don, acogerlo y manifestarle su gratitud.

   Agradecer el don recibido sin hacer nada, sin merecerlo, es sólo obra del Espíritu. Agradecer es cantar y contar la bondad de Dios en voz muy alta. Agradecer es la respuesta improvisada de un nuevo amor. Agradecer es reconocer que todo es gracia, don de Dios y este reconocimiento es una profesión de fe. El domingo cristiano, día de la comunidad, día del “nosotros” proclamamos que “Es justo, es necesario, es nuestro deber y salvación dar GRACIAS a Dios siempre y en todo lugar”. 

PARA LA VIDA

   Cuenta el Padre Weichs, que : Un hombre estaba debajo de una palmera. En eso, un mono enfurecido, le tiró desde arriba un coco sobre la cabeza. Primero, el hombre se quedó sorprendido, sin moverse. Entonces, se agarra la cabeza porque le duele. Después cae su mirada sobre el coco, delante de él. El hombre sonríe, mira hacia arriba y le dice al mono: Gracias Parte el coco, bebe su contenido, come su carne y de la cáscara fabrica dos pequeñas fuentes. 

   Lo mismo se puede aplicar al leproso del evangelio. Todo el mundo habría dicho: ¨Qué desgracia sufre ese pobre leproso¨. Pero, sin embargo, mirando hacia atrás, este samaritano, tal vez agradeció a Dios su lepra. Porque eso que le parecía quizás la más horrible desgracia, se le convirtió en ¨Gracia¨. En este día aprendamos del samaritano a ser agradecidos con Dios, a darle gracias. 

   En la Eucaristía, en especial es donde damos ¨gracias a Dios. Pidámosle al Señor, ir a celebrar la Eucaristía dispuestos a glorificar a Dios, y tener el corazón repleto de gozo por las maravillas que Dios obra en nosotros. Que María nos enseñe a ser más agradecidos con el Señor.

27° Domingo del Tiempo Ordinario, 6 de Octubre de 2019, Ciclo C


San Lucas 17, 5 - 10


 Señor, Auméntanos la Fe” 


Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.- El Injusto: No teme a nada ni a nadie. Dios no lo soporta. El que no actúa según la voluntad de Dios, confía en su propio poder, pero se apoya en una realidad frágil e inconsistente; por ello se doblará, está destinado a caer.
2.- El Justo: Su fe en el Dios vivo lo salvará. Sobrevivirá debido a su fe. En realidad, no puede desaparecer el que se ha unido con toda su alma a la mano todopoderosa del Dios Inmortal. Dios no permite que sus fieles perezcan. El justo vive y vivirá por la fe. 
3.- La Docilidad: Dios nos conduce. Hay que dejarse llevar, por más que surjan diversas dificultades. Esta es una actitud de humildad que nos coloca verdaderamente en nuestro sitio y permite al Señor ser muy generoso con nosotros. 
4.- El Pastordebe cobrar ánimo e infundirlo, proclamar la palabra de Dios y hacer callar al impío, actuar con energía y consolar con delicadeza, dar la cara por el Señor y guardar celoso el tesoro encomendado. 
5.- La Fe: Es la virtud teologal del creerá. Así sea pequeña, es capaz de obrar maravillas. La fe alcanza lo imposible. Lo que el hombre, en su inteligencia y voluntad, no puede conseguir, lo consigue con la fePor la fe comenzamos a ver, comenzamos a apreciar y comenzamos a caminar en este mundo nuevo, que es, en el fondo, la manifestación de Dios mismo. Por la fe caminamos asidos de la mano de Dios. Por la fe nos dejamos llevar.
6.- El CriadoEstá siempre en dependencia del amo. En ese sentido no es un hombre libre. El esclavo depende en todo y para todo de su señor. El cristiano es un siervo, una criatura, un ser dependiente. Y lo es bajo todo concepto. ¿Qué tiene que no le venga de su Señor? No debe olvidarlo nunca. Él es el Dueño y nosotros somos los siervos. El cristiano, aunque hijo, no debe olvidarlo. 

REFLEXIÓN

    En la Palabra de Dios que hoy se nos propone, se entrecruzan varios temas (la fe, la salvación, la radicalidad del “camino del Reino”, etc.), pero sobresale la reflexión sobre la actitud concreta que el ser humano debe asumir frente a Dios. Las lecturas nos invitan a reconocer, con humildad, nuestra pequeñez y finitud, a comprometernos por el “Reino” sin cálculos ni exigencias, a acoger con gratitud los dones de Dios y a entregarnos confiadamente en sus manos. 

En la primera lectura, el profeta Habacuc interpela a Dios, le insta a que intervenga en el mundo para poner fin a la violencia, a la injusticia, al pecado. Dios, como respuesta, manifiesta su intención de actuar en el mundo, en el sentido de vencer a la muerte y a la opresión; pero da a entender que sólo lo hará cuando sea el momento oportuno, de acuerdo con su proyecto; al hombre le queda confiar y esperar pacientemente el “tiempo de Dios”.
La segunda lectura invita a los discípulos a renovar cada día su compromiso con Jesucristo y con el “Reino”. De forma especial, el autor exhorta a los animadores cristianos para que conduzcan con fortaleza, con equilibrio y con amor a las comunidades que les han sido confiadas y a que defiendan siempre la verdad del Evangelio.
En el Evangelio se invita a los discípulos a adherirse, con coraje y radicalidad, a ese proyecto de vida que, en Jesús, Dios vino a ofrecer al hombre. A esa adhesión se le llama “fe”; y de ella depende la instauración del “Reino” en el mundo. Los discípulos, comprometidos en la construcción del “Reino” debemos, sin embargo, tener conciencia de que no actuamos por nosotros mismos; somos, únicamente, instrumentos a través de los cuales Dios realiza la salvación. Nos queda cumplir nuestro papel con humildad y gratuidad, como “unos pobres siervos, (que) hemos hecho lo que teníamos que hacer”. 

PARA LA VIDA 

   El santo Joneyed acudió a la Meca vestido de mendigo. Estando allí, vio cómo un barbero afeitaba a un hombre rico. Al pedirle el barbero que le afeitara a él, el barbero dejó inmediatamente al hombre rico y se puso a afeitar a Joneyed. Y al acabar no quiso cobrarle. En realidad, lo que hizo fue darle a Joneyed una limosna. 

   Joneyed quedó tan impresionado que decidió dar al barbero todas las limosnas que pudiera recoger aquel día. Sucedió que un acaudalado peregrino se acercó a Joneyed y le entregó una bolsa de oro. Joneyed se fue aquella tarde a la barbería y ofreció el oro al barbero. Pero el barbero le gritó: - “¿Qué clase de santo eres? ¿No te da vergüenza pretender pagar un servicio hecho con amor? 

   Nos pasa como en el cuento de hoy a Joneyed, creemos que tenemos que pagar siempre algo a Dios: sean nuestras misas, nuestros rosarios, nuestras buenas obras. Nos cuesta entender que a Dios no se le compra, que Dios es puro don, puro amor incondicional, y que su amor no depende de nuestros comportamientos. 

   Dios nos ama, no porque seamos buenos, nos ama por que sí, porque somos sus hijos, incubando en nosotros la gran revolución del amor.
Hagamos todo con esta gozosa experiencia de agradecimiento, sin exigir nada, trabajando cada día por el Reino de Dios, pues Dios ya sabe lo que necesitamos y nos dará todo por añadidura.

26° Domingo del Tiempo Ordinario, 29 de Septiembre de 2019, Ciclo C


San Lucas 16, 19 – 31


 El Pobre Lázaro y el Rico Epulón” 



Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.- El Licencioso:  es de hombres que han hecho de este siglo «su siglo». Hombres que han cifrado en el disfrute de los bienes de este mundo su ideal y su gloria. Las riquezas materiales, con mayor frecuencia, nos hacen despreocuparnos de lo que les pasa a los demás. 
2.-El Necesitado: Dios es libertad para el cautivo, justicia para el oprimido, pan para el hambriento, luz para el ciego, firmeza para el débil, cobijo de la viuda, sustento del huérfano y defensa del peregrino. ¡Qué maravilla! Dios reina sirviendo al necesitado, salvando. Dios reina sembrando el consuelo y la vida. Ese es nuestro Dios. 
3.-El Hombre de Dios: camina en Dios, vive en Dios, suspira y trabaja por Dios. Dios es todo en todo momento. El hombre de Dios no es hombre de este mundo. Su vida transcurre bajo otro signo. Es expresión viva de la más radical consagración a Dios. El hombre de Dios vive la fe de Abraham, la esperanza de Moisés, la dedicación del profeta. El hombre de Dios es misericordioso, sabe tratar con delicadeza y respeto 
4.-El Rico: es un hombre de este mundo y para este mundo. Come, bebe, banquetea, se entrega de todo corazón a los placeres que le depara esta vida. El rico no pude llevarse nada de sus riquezas. Todos sus goces y deleites quedaran atrás, aquí en la tierra. 
5.-El Pobre Es pobre bajo todo concepto. No tiene bienes, no tiene comida; pasa necesidad extrema. Por no tener, no tiene ni quien le dé las migas que se arrojan al suelo. No hay quien se interese por él. Le falta la salud; está lleno de llagas. Hasta el pedir limosna le resulta difícil, pues está enfermo, y la enfermedad le dificulta el caminar y le hace abominable ante los demás. El que pasaba necesidad se ve colmado de dicha. El enfermo y abandonado aparece glorioso y glorificado. Fue pobre, ahora es rico. Sufrió mucho, ahora goza indeciblemente. 

REFLEXIÓN 

   La liturgia de este Domingo nos propone, de nuevo, la reflexión sobre nuestra relación con los bienes de este mundo. Nos invita a verlos, no como algo que nos pertenece de forma exclusiva, sino como dones que Dios puso en nuestras manos, para que los administremos y compartamos, con gratuidad y amor. 

En la primera lectura, el profeta Amós denuncia violentamente a una clase dirigente ociosa, que vive en el lujo a costa de la explotación de los pobres y que no se preocupa mínimamente por el sufrimiento y la miseria de los humildes. El profeta anuncia que Dios no va a pactar con esta situación, pues este sistema de egoísmo e injusticia no tiene nada que ver con el proyecto que Dios soñó para los hombres y para el mundo.
La segunda lectura no tiene relación directa con el tema de este domingo. Traza el perfil del “hombre de Dios”: debe ser alguien que ama a los hermanos, que es paciente, que es manso, que es justo y que transmite fielmente la propuesta de Jesús. Podríamos, también, añadir que es alguien que no vive para sí, sino que vive para compartir, todo lo que es y lo que tiene, con los hermanos.
El Evangelio nos presenta, a través de la parábola del rico y del pobre Lázaro, una catequesis sobre la posesión de los bienes. En la perspectiva de Lucas la riqueza es siempre un pecado, pues supone la apropiación, en beneficio propio, de los dones de Dios que están destinados a todos los hombres. Por eso, el rico es condenado y Lázaro recompensado. Es interesante en este orden de ideas que el nombre del rico no aparece por ninguna parte. Para él Lázaro no existía, pero ante Dios es Lázaro el que tiene nombre. Su historia y su dolor son preciosos ante los ojos de Dios, mientras que la comedia de placer del ricachón no tiene valor ni nombre en los cielos. 

PARA LA VIDA

    Cuentan que un sacerdote se aproximó a un herido en medio de una dura batalla de una lejana guerra, y le preguntó: ¿quieres que te lea la Biblia?  - Primero dame agua, que tengo sed- le respondió el herido. Y el sacerdote le entregó el último trago de su cantimplora, aunque sabía que no había más agua en muchos kilómetros a la redonda. – Y ahora, ¿quieres que te lea la Biblia?- volvió a insistir el sacerdote. – Primero dame de comer- suplicó el herido. 

   Y el sacerdote le dio el último mendrugo de pan que guardaba en su mochila. – Tengo frío- fue el siguiente lamento del herido, y el sacerdote se despojó de su abrigo, a pesar del frío que calaba hasta los huesos, y cubrió al lesionado. – Ahora sí, le dijo el herido al sacerdote, ahora puedes hablarme de ese Dios que te hizo darme tu última agua, tu último mendrugo y tu único abrigo. Ahora quiero conocer a tu Dios. 

  No podemos hablar de Dios si no damos primero testimonio de nuestro amor solidario. Si no damos el pan del cuerpo, ¿quién va a creernos que tenemos el pan del alma? Los Lázaros de nuestro mundo están cerca y nos gritan y sacuden nuestras conciencias. Esos Lázaros son los pobres, y los inmigrantes, y los ancianos, y los que están solos, y los que necesitan de nuestro tiempo, de nuestra sonrisa, de nuestro hombro para llorar y de nuestra mesa para comer. Que la Palabra de Dios de este domingo abra nuestros corazones a los Lázaros que se acercarán a nuestra vida.