San Lucas 18, 9-14
"Si el Afligido Invoca al Señor, Él lo Escucha"
Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.
1.- Dios Justo: La justicia de Dios sobrepasa, de manera absoluta, la justicia humana. La justicia de Dios no es parcial. Dios juzga justamente. El más pobre, el más desvalido, el más desafortunado, encuentra en él su refugio, su abogado, su Justo Juez. La voz suplicante del oprimido, los gritos angustiosos del huérfano, las quejas entrecortadas por sollozos de la viuda encuentran en él acogida y respuesta. Dios los atiende. Entre ellos y Dios no se interpone nada en absoluto: ni el oro, ni la distancia, ni las nubes. Dios les hace justicia, en el sentido más pleno de la palabra. La respuesta de Dios acalla los deseos y necesidades más perentorias.
2.- El Fariseo: Él es puro y perfecto. La clase baja, el pueblo, dista mucho de ser como él. El Fariseo ostenta el distintivo de la religiosidad. El Fariseo, el piadoso modelo, sube a orar. Su oración resulta vacía; no alcanza nada. El soberbio es humillado; El fariseo, con toda su piedad, ora mal. El Fariseo dice verdad en lo que ora. Realmente cumple la Ley, pero lo hace más bien materialmente. La actitud del fariseo es la de aquél que exige o reclama a pleno derecho. Dios le es deudor. Las palabras de gratitud hacia Dios encubren un absoluto desprecio de los demás. Él nada necesita, nada pide; está sano, es justo, se encuentra limpio, perfecto. El soberbio no ve, no se ve, no se conoce, se oculta a sí mismo.
3.- El Publicano: Es también otra de las figuras típicas de la vida religiosa y social de Israel. Es lo contrario del fariseo. De oficio, cobrador de impuestos; por costumbre, extorsionador del pueblo. El Publicano, proverbial pecador, alcanza misericordia. El humillado es enaltecido. El publicano, con todo su pecado, ora bien. También el Publicano dice verdad en sus palabras. Se reconoce malhechor y pecador. Su actitud ante Dios es diferente. No osa levantar los ojos del suelo, sabiendo que es indigno de presentarse ante Dios. Confía, no obstante, en la misericordia del Señor. A ella se acoge. Se reconoce enfermo y ruega la salud. Dios usó de misericordia; Dios lo sanó. Salió de allí justificado.
REFLEXIÓN
La liturgia de este domingo nos muestra que Dios siente “debilidad” por los humildes y por los pobres, por los marginados; y que estos, en su despojamiento, en su humildad, en su finitud (y hasta en su pecado), son los que están más cerca de la salvación, pues son los que están más disponibles para acoger el don de Dios.
La primera lectura define a Dios como a un “juez justo”, que no se deja sobornar por las ofrendas de esos poderosos que practican la injusticia con los hermanos; en contrapartida, ese Dios justo ama a los humildes y escucha sus súplicas.
En la segunda lectura, tenemos una invitación a vivir el camino cristiano con entusiasmo, con entrega, con ánimo, a ejemplo de Pablo. La lectura se separa un poco del tema general de este domingo; con todo, podemos decir que Pablo fue un buen ejemplo de esa actitud que el Evangelio propone: él confió, no en sus méritos, sino en la misericordia de Dios, que justifica y salva a todos los hombres que la acogen.
El Evangelio define la actitud que el creyente debe tener frente a Dios.
Rechaza la actitud de los orgullosos y autosuficientes, convencidos de que la salvación es el resultado natural de sus méritos, y propone la actitud humilde del pecador, que se presenta ante Dios con las manos vacías, pero dispuesto a acoger su don. Esa es la actitud del “pobre”. La humildad es el conocimiento exacto de sí mismo. La humildad abre a uno a la misericordia de Dios. El humilde se ve como es, se siente como es, enfermo y necesitado. Dios levanta al deprimido; en cambio abaja al presumido. Nuestra actitud ante Dios debe ser la del que pide, la del que ruega, la del que necesita, la del que implora. Así es el hombre ante Dios.
PARA LA VIDA
A una vieja dama de mentalidad muy religiosa, a la que no satisfacía ninguna de las religiones existentes, se le ocurrió fundar su propia religión. Un periodista, que deseaba sinceramente comprender el punto de vista de dicha anciana, le preguntó un día: - ¿De veras cree usted, como dice la gente, que nadie irá al cielo, a excepción de usted misma y de su criada? La vieja dama reflexionó unos instantes y respondió: - Bueno,….de la pobre María no estoy tan segura.
Un día de sol, un elefante se bañaba en un río de la jungla. Un ratón se acercó a la orilla y contemplaba al elefante y le dijo: elefante, sal del agua. - ¿Por qué? - Cuando salgas te lo diré. El elefante salió del agua y le preguntó: ¿Qué quieres, ratón? Sólo quería ver si llevabas puesto mi traje de baño.
El hombre actual tiende fácilmente a justificarse -personalidad, libertad, responsabilidad-. Difícilmente se ve miserable, injusto, pecador. Se halla en una grave situación. Hoy día nadie se acusa de nada. Todo el mundo hace las cosas bien. Los «otros» son los que hacen las cosas mal. El hombre actual no se reconoce enfermo, no necesita de la misericordia divina. Más aún, a veces se insolenta con Dios. La actitud no es cristiana. Conviene meditar sobre ello. Todos tenemos mucho de fariseo y poco de humilde