29° Domingo del Tiempo Ordinario, 20 de Octubre de 2019, Ciclo C


San Lucas 18, 1 - 8


"Orar con Insistencia
 "Ni Ores sin Trabajar, ni Trabajes sin Orar"


Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.- La Oración: como en la vida espiritual todo es don, nada se puede recibir sin la oración humilde y constante a Dios. Con ella se abre la puerta del corazón de Dios de un modo invisible, pero real y eficaz. "Sin mí no podéis hacer nada". "Todo es posible para el que cree", para el que ora con fe. Dios es tan bueno que, incluso sin orar, recibimos muchas cosas de Él. Lo que ciertamente resulta infalible es que, si pedimos a Dios lo que Jesús nos enseña a pedir y en el modo en que nos enseña, Dios nos lo concederá.
2.- La Constancia:  que, en nuestra mentalidad, hasta nos puede parecer inoportuna, a Dios le agrada y le conmueve. Una constancia que puede ser exigente, incluso dura, y requerir no poco esfuerzo, como en el caso de Moisés, pero que Dios bendice
3.- La Justicia: si por egoísmo los seres humanos hacen justicia, favores, ¡cuánto más Dios hará justicia!, “Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a El día y noche, aunque los haga esperar?”. 
4.- La Fe: No es suficiente haber crecido en la fe; no basta que llevemos una vida cristiana, es preciso estar alerta, vigilante, a fin de que nuestra fe se convierta en vida, para que se verdadera. Esto lo añade el Señor para dar a conocer que si la fe falta, la oración es inútil. Por tanto, cuando oremos, creamos y oremos para que no falte la fe. La fe produce la oración y la oración produce a su vez la firmeza de la fe. Si la fe es luz, no vivamos en las tinieblas, vivamos en la luz, viviendo la fe. 

REFLEXIÓN
   La liturgia de la Palabra de hoy nos invita a mantener con Dios una relación estrecha, una comunión íntima, un diálogo insistente: sólo de esa forma será posible al creyente aceptar los planes de Dios, comprender sus silencios, respetar sus ritmos, creer en su amor. 
La primera lectura da a entender que Dios interviene en el mundo y salva a su Pueblo sirviéndose, muchas veces, de la acción de hombres; pero, para que el hombre pueda ganar la dura batalla de la existencia, tiene que contar con la ayuda y la fuerza de Dios. Ahora bien, esa ayuda y esa fuerza brotan de la oración, del diálogo con Dios.
La segunda lectura, sin referirse directamente al tema de la relación del creyente con Dios, presenta otra fuente privilegiada para el encuentro entre Dios y el hombre: la Sagrada Escritura. Siendo la Palabra con la que Dios indica a los hombres el camino que lleva a la vida plena, ella debe tener un lugar preponderante en la vida cristiana.
El Evangelio sugiere que Dios no está ausente, ni se queda insensible ante el sufrimiento de su Pueblo. Los creyentes deben descubrir que Dios les ama y que tiene un proyecto de salvación para todos los hombres; y ese descubrimiento sólo puede realizarse a través de la oración, de un diálogo continuo y perseverante con Dios. 

   De este modo, los textos litúrgicos de este domingo dan un valor extraordinario a la oración, como elemento constitutivo de la ortopraxis y como fundamento del progreso espiritual y de toda victoria en las luchas diarias de la fe. Hay que orar para recibir, pero también para dar según el don recibido. El don de Dios estará acompañado por la acción del hombre, basada en el don mismo. La victoria es de Dios, pero no sin que el hombre ponga los medios para la acción divina eficaz. Sin la espada de Josué no hubiese habido victoria, pero la sola espada, sin la intervención de Dios, hubiese terminado en derrota. Sin el esfuerzo de Timoteo por ser primeramente buen judío y luego buen discípulo de Pablo, Dios no hubiese podido "dotarle" para llevar a cabo la misión de dirigente de la comunidad de Éfeso.

PARA LA VIDA 

   Una noche tuve un sueño: Soñé que con el Señor caminaba por la playa, y a través del cielo, escenas de mi vida pasaban. Por cada escena que pasaba percibí que quedaron dos pares de pisadas en la arena. Unas eran las mías y las otras las del Señor. Cuando la última escena pasó delante nuestro, miré hacia atrás, hacia las pisadas en la arena, y noté que muchas veces en el camino de mi vida había sólo un par de pisadas en la arena. 

   Noté también que esto sucedió en los momentos más difíciles de mi vida. Esto me perturbó y, entonces, pregunté al Señor: “Señor, tú me dijiste, cuando yo resolví seguirte, que andarías conmigo a lo largo de todo el camino, pero he notado que durante los peores momentos de mi vida se divisan en la arena sólo un par de pisadas.

   No comprendo por qué me dejaste en las horas que más te necesitaba”. Entonces El, clavando en mí su mirada infinita de amor, me contestó: “Mi hijo querido, yo siempre te he amado y jamás te dejaría en los momentos más difíciles. Cuando viste en la arena un solo par de pisadas, fue justamente allí donde yo te cargué en mis brazos”.