1.- La Ascensión: Cristo resucitado asciende al Cielo. De este modo, las puertas del Cielo han quedado abiertas para que cada uno de nosotros, cuando nos toque, podamos también entrar en él. Por medio de Cristo, nuestra naturaleza está ya en el Cielo, y un día, también nosotros estaremos allí. Esta es nuestra esperanza cristiana, y este es el motivo del gozo inmenso de los discípulos que fueron testigos de la Ascensión del Señor y también de nuestra alegría.
2.- Nuestra Misión: ahora viene nuestra tarea. Aquello que hemos visto, que hemos experimentado en nuestra propia vida cristiana y que celebramos cada domingo en la Eucaristía, no podemos quedárnoslo para nosotros mismos. Es necesario que contemos a los demás lo que hemos visto y oído. Somos testigos del Señor. Ésta es la misión de la Iglesia y también de cada uno de nosotros: dar testimonio de la Resurrección de Cristo.
3.- Nuestro Servicio: la Iglesia somos todos los cristianos, luego todos tenemos que implicarnos más en la defensa de la dignidad del ser humano, de la vida, de la paz, de la justicia. La Eucaristía es el sacramento del servicio…a Dios y al hermano. Para poder ascender hay que descender primero. Para llegar a Dios hay que acoger al hermano.
4.- El Camino: primero estar al lado de hermano que sufre, del hermano que pasa dificultades, del hermano solo y abandonado. Sólo así podrá ascender. Mira a la cruz: ves en ella un brazo vertical que se eleva hacia el cielo, pero también tiene un brazo horizontal que mira a la tierra. Si quieres seguir el ejemplo de Jesús asume la cruz, pero con los dos brazos, mirando al hermano y acogiéndote a la gracia y al amor que Dios te brinda. Él no vino a servirse de los hombres, sino a servir y dar su vida.
REFLEXIÓN
Con la alegría de la Pascua, hemos llegado al séptimo domingo, en el que celebramos la Solemnidad de la Ascensión de Jesús a los cielos. El que descendió del cielo, encarnándose en las entrañas virginales de María, a los cuarenta días de haber resucitado, subió a los cielos, y allí está, a la diestra de Dios Padre, intercediendo por nosotros. El Papa Francisco, comentando esta fiesta, dijo que así contemplamos el misterio de Jesús que sale de nuestro espacio terreno para entrar en la plenitud de la gloria de Dios, llevando consigo nuestra humanidad.
Al contemplar, meditar y celebrar el misterio de la Ascensión de Jesús al cielo, no nos podemos quedar, ni en el simple recuerdo, ni en la sola admiración personal. De todos los misterios de la vida del Señor se pueden y deben sacar compromisos personales y comunitarios. Y el primero puede ser éste: fomentar la esperanza y la lucha para ir al cielo, en donde, como dice el Apocalipsis, ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto ni lágrimas, porque todo eso es propio del vivir en la tierra, pero no del vivir en el cielo junto a Dios. En el cielo ya todo será felicidad, alegría, gozo y Pascua eterna: ni ojo alguno vio, ni oreja oyó, ni pasaron a hombre por pensamiento las cosas que tiene Dios preparadas para aquellos que le aman, escribía el apóstol San Pablo.
No puede olvidarse, sin embargo, que para entrar en el cielo hay que morir en gracia y amistad con Dios, sin pecado mortal, y purificados. Así lo enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven "tal cual es".
PARA LA VIDA
Una vez apareció sobre los muros y en el periódico de la ciudad un extraño anuncio fúnebre: “Con profundo dolor comunicamos la muerte de la parroquia de santa Eufrosia. Los funerales tendrán lugar el domingo a las 11 de la mañana”. Naturalmente que el domingo había en la iglesia de santa Eufrosia un gentío inmenso, como nunca se había visto. No había un sitio libre, ni siquiera de pie. Ante el altar mayor se alzaba un catafalco con un ataúd de madera oscura. El párroco pronunció un sermón sencillo: Creo que nuestra parroquia no puede ni reanimarse ni resucitar; pero, dado que casi todos estamos aquí, quiero probar una última tentativa. Para ello me gustaría que todos pasaran ante el ataúd, a ver por última vez a la difunta. Desfilen, por favor, uno por uno en fila india. Una vez visto el cadáver, pueden salir por la puerta de la sacristía. Después, el que lo desee, podrá entrar de nuevo por el portón, para la Misa. El párroco abrió el ataúd. Todos preguntaban curiosos: ¿Quién estará ahí dentro? ¿Quién será el verdadero muerto? Comenzó el lento desfile. Uno tras otro iba asomándose al ataúd y miraba dentro, luego salía de la iglesia, Salían silenciosos y confundidos. Porque todos los que deseaban ver el cadáver de santa Eufrosia y miraban en el ataúd veían en un espejo colocado al fondo de la caja su propio rostro.
Los males de nuestra Iglesia, parroquias, comunidades, son el reflejo de nuestros propios males personales como cristianos. Pero más que nunca, aunque parezca lo contrario, los cristianos son observados y sin duda que en el fondo mucha parte de la sociedad lamenta que los cristianos se cansen de vivir, profundizar y testimoniar su fe en medio del mundo.