San Juan 6, 51 - 58
“Eucaristía…Presencia Real del Señor”
- El Pan: Jesús nos da a comer su propia carne inmolada en la cruz para que «vivamos para siempre». Si nos tomamos en serio estas palabras, descubrimos que la carne de Jesús inmolada en la cruz se convierte en la comunión eucarística en la unión profunda de vida con él. Uniéndose a nosotros, a nuestra debilidad, Jesús se transforma en nuestro pan. Quien come su cuerpo vive en Cristo y es transformado en una realidad eterna y desde ahora vive ya la vida eterna, que es propia de Dios.
- La Carne: la palabra "carne" designa todo lo que constituye la realidad del hombre con sus posibilidades y debilidades. Insiste sobre todo en el valor salvífico de la encarnación. No hay posibilidad de fe más que a partir de Jesús. De un modo u otro hay que llegar a "comprender", a amar a este Jesús que posibilita el acceso a Dios.
- La Eucaristía: la Eucaristía proporciona una comunión real de vida y de destino con la persona de Jesús. Lo acentúa nuestro texto de varias maneras: el cuerpo de Jesús nos hace participar en la resurrección, nos hace vivir "por Cristo", que es vida "para siempre". Ello hay que entenderlo no de una manera mágica, sino como una comunión auténticamente personal. Comunión de Cristo con el Padre, del discípulo con Cristo y del creyente con el Padre y con Cristo.
REFLEXIÓN
La Eucaristía ocupa el centro de la vida de la Iglesia, es el sacramento de la unidad en la fe y constituye verdadero alimento del alma: nos da la fuerza para caminar por el sendero de una fe viva, operante y luminosa; por la vía de una esperanza gozosa e inquebrantable otorgándonos la paz que sólo Dios puede dar y por la senda de una caridad ardiente y generosa en el servicio al prójimo.
La Palabra de Dios su Cuerpo y Sangre nos llenan de vida espiritual para no ser presa fácil ante cualquier problema. Quien come el Pan de vida, que es Jesús, vivirá para siempre. “Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo. Celebrar esta solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo nos debe llevar a comprender la identidad eclesial en el misterio eucarístico, no sólo en cuanto misterio que reverenciamos y adoramos sino como signo de unidad de los creyentes en Cristo.
PARA LA VIDA
San Antonio de Padua. A menudo, después de la misa, ponía el Santísimo Sacramento en una custodia y lo llevaba en una procesión por la plaza y calles de la ciudad. Una vez enfrentó a un hombre que se burló de la Eucaristía. Mientras todos hicieron una reverencia, el miró con desprecio. Antonio se acercó al hombre y le preguntó por qué no se inclinó ante el Sacramento. El hombre respondió que creó que no era nada más que pan.
Antonio, según una versión, le retó a una prueba. Antonia ayunaría por tres días y el hombre haría ayunar a su burro. Se encontraron en una plaza donde el hombre puso heno a unos seis metros del burro. Desató el animal y caminó hacia el heno. San Antonio expuso el Santísimo y llamó al burro, “¡Mula, en el nombre de Dios, te ordeno ven acá a adorar tu Creador!” El burro paró como si alguien lo llevara, dio una vuelta y caminó a San Antonio. El burro dobló sus patas, e inclinándose al Santísimo con su cabeza cerca del suelo, lo adoró.