San Lucas 13, 22 -30
Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.
1.-El Llamado: todos los hombres están llamados a vivir con Dios, pero han de pasar
por la puerta estrecha de la renuncia y del don de sí mismos. El auténtico
cristiano es consciente de la necesidad que tienen de Cristo todos los
hombres y actúan consecuentemente.2.-La Salvación: no es algo que se recibe de manera irresponsable de un Dios permisivo. No es tampoco el privilegio de algunos elegidos. No basta ser hijos de Abrahán. No es suficiente haber conocido al Mesías. Para acoger la salvación de Dios es necesario esforzarnos, luchar, imitar al Padre, confiar en su perdón.
3.-La Misericordia: Jesús no rebaja sus exigencias: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso»; «No juzguéis y no seréis juzgados»; «Perdonad setenta veces siete» como vuestro Padre; «Buscad el reino de Dios y su justicia».
4.-La Puerta: «entrar por la puerta estrecha», hemos de recordar las palabras de Jesús que podemos leer en el evangelio de Juan: «Yo soy la puerta; si uno entra por mí será salvo» (Juan 10,9). Entrar por la puerta estrecha es «seguir a Jesús»; aprender a vivir como él; tomar su cruz y confiar en el Padre que lo ha resucitado.
5.-Seguir a Jesús: en este seguimiento a Jesús, no todo vale, no todo da igual; hemos de responder al amor de Padre con fidelidad. Lo que Jesús pide no es rigorismo legalista, sino amor radical a Dios y al hermano. Por eso, su llamada es fuente de exigencia, pero no de angustia. Jesucristo es una puerta siempre abierta. Nadie la puede cerrar. Sólo nosotros si nos cerramos a su perdón.
6.-Dar: no podemos ser generosos sin regularmente dar de nuestros dispensarios a los necesitados. El esfuerzo por vivir según la justicia es el camino para llegar a la plenitud de la alegría. Conocer muchas cosas acerca de Jesús pero no vivir según la voluntad de Dios es poner en juego el logro de la meta y exponernos al fracaso y la desesperación. La salvación es un don de Dios que tenemos que conquistar.
La liturgia de este Domingo nos propone el tema de la “salvación”. Nos dice que el acceso al “Reino”, a la vida plena, a la felicidad total (“salvación”), es un don que Dios da a todos los seres humanos, sin excepción; pero, para llegar a eso, es necesario renunciar a una vida basada en esos valores que nos hacen orgullosos, egoístas, prepotentes, autosuficientes, y seguir a Jesús por su camino de amor, de entrega, de donación de la vida.
En la primera lectura el profeta Isaías nos enseña que el plan de Dios es congregar a todos los hombres para mostrarles su gloria. La evangelización y el testimonio no son ante todo un andar, un hacer, sino principalmente un ser. Algunos cristianos han sido llamados a vivir este aspecto de un modo especial. Debemos ir a los no creyentes, mas al mismo tiempo vivir de forma tal que seamos signos, para que sean atraídos.
La segunda lectura en la carta a los Hebreos. El Señor reprende a los que ama. La visión paternal de Dios es siempre más amplia y amorosa que la irresponsabilidad engreída de los hijos. «Todo cuanto nos viene de parte de Dios, y que de pronto nos parece próspero o adverso, nos es enviado por un Padre lleno de ternura y por el más sabio de los médicos, con miras a nuestro propio bien» (Colaciones 7,28).
En el Evangelio San Lucas nos recuerda que: Vendrán de Oriente y de Occidente y se sentarán en la mesa del Reino de Dios. Frente al racismo religioso y presuntuoso de Israel, el Evangelio es diáfano. La salvación se alcanza con fidelidad humilde a la voluntad del Padre, que quiere que todos los hombres se salven (1 Tim 2,4), no con la propia autojustificación o nuestra presunción de elegidos.
Debemos identificarnos con la inmolación reparadora del Corazón de Cristo en favor de todos los hombres. A todos los hombres debemos testimoniar fraternalmente nuestros anhelos por su salvación.
Había una vez un joven a quien gustaban tanto las marionetas que se convirtió en aprendiz de artesano. Pero era muy torpe, y su maestro y compañeros constantemente le decían que no tenía habilidad para ello y nunca llegaría a nada. Sin embargo, tanto le gustaba que trabajaba día tras día por mejorar. Y aún así, siempre encontraban fallos en sus muñecos, hasta que terminaron echándole de la escuela. Entonces, decidido a no rendirse, aquel joven dedicó desde aquel día todo su empeño a hacer un muñeco, sólo uno.
Jesucristo es una puerta siempre abierta. Nadie la puede cerrar. Sólo nosotros si nos cerramos a su perdón. (José Antonio Pagola)