San Lucas 24, 35 - 48
1.- La Resurrección: Jesús está vivo y continúa siendo el centro alrededor del cual se construye la comunidad de los discípulos. Es precisamente en ese contexto eclesial, en el encuentro comunitario, en el diálogo con los hermanos que comparten la misma fe, en la escucha comunitaria de la Palabra de Dios en el amor compartido con gestos de fraternidad y de servicio, donde los discípulos pueden hacer la experiencia del encuentro con Jesús resucitado. Después de ese “encuentro”, los discípulos están invitados a dar testimonio de Jesús delante de los hombres.
2.- El Testimonio: Jesús está vivo y continúa ofreciendo a los hombres la salvación, cada bautizado está llamado a dar testimonio, con las palabras y con la vida, que Jesús ha resucitado, que Jesús está vivo y presente en medio de nosotros. Todos nosotros estamos llamados a dar testimonio de que Jesús está vivo.
3.- La Paz: lo primero para despertar nuestra fe en Jesús resucitado es poder intuir, también hoy, su presencia en medio de nosotros, y hacer circular en nuestros grupos, comunidades y parroquias la paz, la alegría y la seguridad que da el saberlo vivo, acompañándonos de cerca en estos tiempos nada fáciles para la fe.
4.- La Fe en Cristo Resucitado: no nace de manera automática y segura en nosotros. Se va despertando en nuestro corazón de forma frágil y humilde. Al comienzo, es casi sólo un deseo. De ordinario, crece rodeada de dudas e interrogantes: ¿será posible que sea verdad algo tan grande? Creer en el Resucitado no es cuestión de un día. Es un proceso que, a veces, puede durar años. Lo importante es nuestra actitud interior. Confiar siempre en Jesús. Hacerle mucho más sitio en cada uno de nosotros y en nuestras comunidades cristianas.
REFLEXIÓN
Centramos nuestra atención en Cristo muerto y resucitado. Los textos bíblicos y litúrgicos nos hablan de Él. Esto nos ayuda a tomar conciencia de los frutos de conversión santificadora que en nuestras vidas debió producir la Cuaresma. Esto es lo que nos ayuda a vivir la vida del Resucitado, una vida nueva de constante renovación espiritual. Esto no deben experimentarlo solamente los recién bautizados, sino también todos los demás, porque la renovación pascual ha de revivir en todos nosotros la responsabilidad de elegidos en Cristo y para Cristo por la santidad pascual.
En la primera lectura de los Hechos 3,13-15.17-19: Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Pedro inaugura la misión de la Iglesia, proclamando valientemente la necesidad de la conversión para responder al designio divino de salvarnos en Cristo Jesús, muerto y resucitado por nosotros.
En la segunda lectura nos recuerda 1 Juan 2,1-5: Él es víctima de propiciación por nuestros pecados y por los del mundo entero. Si realmente el Misterio Pascual ha prendido en nuestra vida, lo evidenciará nuestra renuncia real al pecado y nuestra fidelidad amorosa a la Voluntad divina.
En el Evangelio Lucas 24,35-48: Así estaba escrito: El Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día. La realidad de Cristo crucificado compromete a toda la Iglesia en la misión de proclamar la necesidad de la conversión a Cristo y a su Evangelio, para que los hombres puedan alcanzar su salvación.
Todo esto nos dice algo importante sobre la resurrección. Ésta no es sólo un gran milagro, un argumento o una prueba a favor de la verdad de Cristo. Es más. Es un mundo nuevo en el que se entra con la fe acompañada de estupor y alegría. La resurrección de Cristo es la «nueva creación». No se trata sólo de creer que Jesús ha resucitado; se trata de conocer y experimentar «el poder de la resurrección» (Filipenses 3, 10). Nosotros estamos involucrados en esta representación. La resurrección de Cristo es también nuestra resurrección. Cada hombre que mira es invitado a identificarse con Adán, cada mujer con Eva, y a tender su mano para dejarse aferrar y arrastrar por Cristo fuera del sepulcro. Es éste el nuevo y universal éxodo pascual.
PARA LA VIDA
Un explorador del Amazonas regresó a su pueblo y todos estaban ansiosos por conocer sus aventuras por el río poderoso y por aquel vasto territorio. ¿Cómo, se preguntaba, describirles lo que he visto? ¿Cómo puedo poner en palabras los sentimientos que experimenté al ver las flores exóticas y los sonidos oídos durante las noches? ¿Cómo comunicarles los olores que impregnaban el aire y los peligros encontrados a lo largo del viaje? Así que les dijo: “Vayan y descubran por ustedes mismos este territorio desconocido”.
Les dio un mapa del río indicándoles los peligros y los lugares maravillosos y les ofreció pistas para evitar todo tipo de encuentros peligrosos. Las gentes cogieron el mapa, lo pusieron en un marco y lo colgaron en el ayuntamiento para que todos lo pudieran admirar. Algunos se hicieron copias que estudiaban entusiasmados y, con el tiempo, se consideraron expertos en el Amazonas.
La resurrección de Jesucristo no es un mapa que tenemos que contemplar, ni una lección que tenemos que aprender, es una inmersión en el Amazonas de la vida vivida en y con Cristo. La Palabra de Dios tiene que ser saboreada en el silencio, profundizada en el estudio, asimilada en la oración, celebrada en la liturgia, vivida en la vida fraterna, anunciada en la misión, hasta que se convierta en nuestra lengua materna afirma un teólogo italiano. La Escritura, asignatura pendiente de los católicos, es el Amazonas por el que tenemos que viajar todos los días.parezca a veces que vamos a ciegas o que apenas se ve la luz.