3° Domingo de Pascua, 18 Abril 2021, Ciclo B

 San Lucas 24, 35 - 48

"El Mesías Debía Sufrir, y Resucitar de Entre los Muertos al tercer día"

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M. 

1.- La Resurrección: Jesús está vivo y continúa siendo el centro alrededor del cual se construye la comunidad de los discípulos. Es precisamente en ese contexto eclesial, en el encuentro comunitario, en el diálogo con los hermanos que comparten la misma fe, en la escucha comunitaria de la Palabra de Dios en el amor compartido con gestos de fraternidad y de servicio, donde los discípulos pueden hacer la experiencia del encuentro con Jesús resucitado. Después de ese “encuentro”, los discípulos están invitados a dar testimonio de Jesús delante de los hombres.

2.- El Testimonio: Jesús está vivo y continúa ofreciendo a los hombres la salvación, cada bautizado está llamado a dar testimonio, con las palabras y con la vida, que Jesús ha resucitado, que Jesús está vivo y presente en medio de nosotros. Todos nosotros estamos llamados a dar testimonio de que Jesús está vivo.

3.- La Paz: lo primero para despertar nuestra fe en Jesús resucitado es poder intuir, también hoy, su presencia en medio de nosotros, y hacer circular en nuestros grupos, comunidades y parroquias la paz, la alegría y la seguridad que da el saberlo vivo, acompañándonos de cerca en estos tiempos nada fáciles para la fe.

4.- La Fe en Cristo Resucitado:  no nace de manera automática y segura en nosotros. Se va despertando en nuestro corazón de forma frágil y humilde. Al comienzo, es casi sólo un deseo. De ordinario, crece rodeada de dudas e interrogantes: ¿será posible que sea verdad algo tan grande? Creer en el Resucitado no es cuestión de un día. Es un proceso que, a veces, puede durar años. Lo importante es nuestra actitud interior. Confiar siempre en Jesús. Hacerle mucho más sitio en cada uno de nosotros y en nuestras comunidades cristianas. 

REFLEXIÓN 

   Centramos nuestra atención en Cristo muerto y resucitado. Los textos bíblicos y litúrgicos nos hablan de Él. Esto nos ayuda a tomar conciencia de los frutos de conversión santificadora que en nuestras vidas debió producir la Cuaresma. Esto es lo que nos ayuda a vivir la vida del Resucitado, una vida nueva de constante renovación espiritual. Esto no deben experimentarlo solamente los recién bautizados, sino también todos los demás, porque la renovación pascual ha de revivir en todos nosotros la responsabilidad de elegidos en Cristo y para Cristo por la santidad pascual.

   En la primera lectura de los Hechos 3,13-15.17-19: Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Pedro inaugura la misión de la Iglesia, proclamando valientemente la necesidad de la conversión para responder al designio divino de salvarnos en Cristo Jesús, muerto y resucitado por nosotros. 

   En la segunda lectura nos recuerda 1 Juan 2,1-5: Él es víctima de propiciación por nuestros pecados y por los del mundo entero. Si realmente el Misterio Pascual ha prendido en nuestra vida, lo evidenciará nuestra renuncia real al pecado y nuestra fidelidad amorosa a la Voluntad divina.

   En el Evangelio Lucas 24,35-48: Así estaba escrito: El Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día. La realidad de Cristo crucificado compromete a toda la Iglesia en la misión de proclamar la necesidad de la conversión a Cristo y a su Evangelio, para que los hombres puedan alcanzar su salvación.

Todo esto nos dice algo importante sobre la resurrección. Ésta no es sólo un gran milagro, un argumento o una prueba a favor de la verdad de Cristo. Es más. Es un mundo nuevo en el que se entra con la fe acompañada de estupor y alegría. La resurrección de Cristo es la «nueva creación». No se trata sólo de creer que Jesús ha resucitado; se trata de conocer y experimentar «el poder de la resurrección» (Filipenses 3, 10). Nosotros estamos involucrados en esta representación. La resurrección de Cristo es también nuestra resurrección. Cada hombre que mira es invitado a identificarse con Adán, cada mujer con Eva, y a tender su mano para dejarse aferrar y arrastrar por Cristo fuera del sepulcro. Es éste el nuevo y universal éxodo pascual.

 PARA LA VIDA 

   Un explorador del Amazonas regresó a su pueblo y todos estaban ansiosos por conocer sus aventuras por el río poderoso y por aquel vasto territorio. ¿Cómo, se preguntaba, describirles lo que he visto? ¿Cómo puedo poner en palabras los sentimientos que experimenté al ver las flores exóticas y los sonidos oídos durante las noches? ¿Cómo comunicarles los olores que impregnaban el aire y los peligros encontrados a lo largo del viaje? Así que les dijo: “Vayan y descubran por ustedes mismos este territorio desconocido”. 

   Les dio un mapa del río indicándoles los peligros y los lugares maravillosos y les ofreció pistas para evitar todo tipo de encuentros peligrosos. Las gentes cogieron el mapa, lo pusieron en un marco y lo colgaron en el ayuntamiento para que todos lo pudieran admirar. Algunos se hicieron copias que estudiaban entusiasmados y, con el tiempo, se consideraron expertos en el Amazonas. 

   La resurrección de Jesucristo no es un mapa que tenemos que contemplar, ni una lección que tenemos que aprender, es una inmersión en el Amazonas de la vida vivida en y con Cristo. La Palabra de Dios tiene que ser saboreada en el silencio, profundizada en el estudio, asimilada en la oración, celebrada en la liturgia, vivida en la vida fraterna, anunciada en la misión, hasta que se convierta en nuestra lengua materna afirma un teólogo italiano. La Escritura, asignatura pendiente de los católicos, es el Amazonas por el que tenemos que viajar todos los días.parezca a veces que vamos a ciegas o que apenas se ve la luz. 

Domingo de la Misericordia, 11 Abril 2021, Ciclo B

 San Juan 20, 19-31

"Dad Gracias al Señor Porque es Bueno, Porque es Eterna su Misericordia"

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M. 

1.- Nacidos de Nuevo: La Pascua, que es la meta de la Cuaresma, nos da una vida nueva, transforma todas las cosas, cambia nuestro corazón y redime la creación entera. Por eso, los que hemos renacido con Cristo en la Pascua, somos criaturas nuevas. Así es como comenzó a crecer la Iglesia, por el testimonio de los primeros cristianos. Hoy, nosotros también estamos llamados a vivir de este modo, llenos de Dios, unidos como verdaderos hermanos. Éste es el primer efecto de la Pascua: una vida nueva que nace de la alegría de la resurrección y que es testimonio para todos aquellos que nos ven.

2.-La Alegría: es el signo propio de los cristianos, pues nosotros creemos en un Dios que está vivo y presente entre nosotros. Era cierto lo que Jesús había dicho: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

3.- La Paz: que nos une de nuevo a Dios y a los demás, de los que nos habíamos separado por culpa del pecado. Todos nosotros necesitamos de la alegría y de la paz que Cristo nos trae con su resurrección.

4.-La Misericordia: o mejor, darnos cuenta de verdad que la misericordia del Señor es ciertamente eterna. Así lo hemos rezado juntos en el salmo de hoy: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”. Que lo digan los fieles del Señor, que lo diga la Iglesia entera, que lo digan todas las criaturas: la misericordia del Señor no tiene fin, es eterna, pues Dios ha vencido a la muerte, ha destruido el pecado, nos ha salvado con su resurrección. Vivamos con fe este tiempo de gozo. Cristo vive entre nosotros, él ha dado su vida por nuestros pecados y ha vuelto a la vida. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

5.-La Fe en Jesús Vivo y Resucitado: consiste en reconocer su presencia en la comunidad de los creyentes, que es el lugar natural donde él se manifiesta y de donde irradia su amor. Sólo en la comunidad podemos compartir, celebrar, madurar y testimoniar nuestra fe. Valoremos más que nunca lo privilegiados que somos por haber visto a Jesús y por tener una comunidad en la que compartimos nuestra fe.

REFLEXIÓN 

   Hoy la Iglesia nos invita a celebrar el domingo de la Misericordia Divina.  Hace una semana escuchamos la noticia que sigue asustando al mundo.  Cristo vive.  La muerte no es el final de la historia.  Seguimos tratando de entender como esto puede ser y como debemos vivir en la luz de tal realidad.  Las lecturas nos dan una idea de cómo era para los primeros cristianos. 

   La primera lectura nos dice que los primeros cristianos vivían en comunidad, compartiendo su fe en la nueva vida que brotó de la Resurrección.  Parece que todo había cambiado.  Ellos tenían un solo corazón y una sola alma.  Tenían todo en común y daban testimonio del poder de Dios por medio de su compartir y su generosidad con los necesitados.  Su fe en Cristo Resucitado les impulsó a llevar una vida de esperanza y gozo.  Todo el énfasis era en la comunidad.  Vivian como verdaderos hijos e hijas de Dios.  Hicieron presente por sus acciones la gran misericordia de Dios con los pequeños de la tierra.  Qué bello ejemplo de la misericordia divina.

   En la segunda lectura, el apóstol Juan nos dice que creer en Cristo es ser hijo de Dios, amar a Dios, vencer al mundo y obedecer los mandamientos. Es el Espíritu quien garantiza la verdad y la eficacia salvadora de la fe. No hay duda que muchas de nuestras derrotas, desánimos, debilidades, son fruto de una fe débil. Basamos nuestras esperanzas en la eficacia de las fuerzas humanas más que en la eficacia de la fe en Dios.

   En el Evangelio tenemos el hermoso saludo de Jesús cuando apareció en el cuarto donde se escondieron los discípulos.  Él dijo simplemente: “La paz esté con ustedes.”  Imagínense, esta pequeña comunidad había sufrido la gran decepción de su esperanza.  Había sufrido el sentido de abandono y de desilusión.  Si, es verdad que habían escuchado la noticia de las mujeres y de los dos discípulos que habían encontrado con Jesús.  Sin embargo, tenían miedo.  Jesús no estuvo presente como antes.  No podían acercarse de Él y gozar de su compañía.  Seguro que tenían miedo todavía a los jefes de los sacerdotes.  No sabían que reacción tendrían las autoridades al oír los rumores de que Jesús vivió.  Por eso, estaban adentro con las puertas cerradas. De repente, apareció Jesús con las palabras, “La paz esté con ustedes.”   ¿Cuál era el sentido de esta paz?  No era solamente la ausencia de persecución y malos tratos.  Más bien era la seguridad de la presencia de un Dios de misericordia. 

PARA LA VIDA 

   Un beduino, perseguido por enemigos feroces, huyó adonde el desierto era más áspero y las rocas más cortantes. Corrió y corrió hasta constatar que el ruido de los cascos de los caballos que lo seguían se había debilitado y después apagado del todo. Sólo entonces miró alrededor. Estaba junto a una espantosa garganta sobre la que se alzaban paredes de granito y obeliscos de oscuro basalto. Con asombro descubrió un sendero que trepaba a través de la garganta. Lo siguió y, al cabo de un rato, se halló ante la boca de una profunda gruta vacía. Con paso indeciso se introdujo en la oscuridad. -Pasa adelante, hermano – lo animó una voz amiga. 

   En la penumbra vio el beduino un ermitaño que estaba rezando. - ¿Vives aquí? -, preguntó el beduino. -Ya lo ves. -Y ¿cómo te haces para aguantar en esta gruta, solo, pobre y abandonado de todos? El ermitaño sonrió. -Yo no soy pobre. Tengo grandes tesoros. - ¿Dónde? -Mira allí -. El ermitaño le indicó una pequeña hendidura que se abría paso a un lado de la gruta, y le preguntó: 

- ¿Qué ves? -Nada - ¿Nada de verdad? -, inquirió el ermitaño. -Sólo un pedazo de cielo. -Un pedazo de cielo. ¿No te parece un tesoro maravilloso?

La fe es fiarse de Alguien, sabiendo bien de quién nos hemos fiado. Porque la fe no es tener certeza de todo, sino caminar en la confianza de que hay luz, de que es un tesoro ver ese trozo de cielo que Jesús nos ha mostrado con su resurrección, aunque parezca a veces que vamos a ciegas o que apenas se ve la luz. 


Domingo Pascua Resurrección, 4 Abril 2021, Ciclo B

 San Juan 20, 1 - 9

"Éste Es El Día que Hizo el Señor: Alegrémonos y Regocijémonos en Él"

Homilía Vigilia Pascual Padre Luis Guillermo Robayo M. 

Homilía Domingo Resurrección Padre Luis Guillermo Robayo M. 

1.-La Tumba Vacía: la vida ha vencido a la muerte. Cristo ya no está entre los muertos, ha resucitado y está vivo y presente en medio de nosotros. La tumba vacía es signo de la Resurrección. Sólo el que ha vivido en la intimidad de Jesús, el amado, el que ha permanecido junto a la cruz de Jesús y ha contemplado el amor de Dios manifestado en el Crucificado, es el que es capaz de ver y creer. La resurrección es un hecho cierto, verdadero, pero que sólo se puede creer desde el amor.

2.-Una Vida Nueva: la Resurrección nos trae una vida nueva. Ya no vivimos bajo la antigua ley, sino que Cristo nos ha dado una ley nueva, la ley del amor. La vida nueva que nace de la resurrección es la vida del amor verdadero. Nosotros participamos de esta vida nueva por medio del Bautismo. La fuente que anoche bendecíamos en la solemne Vigilia Pascual es el surtidor de un agua viva que renueva la tierra.

3.-El Testimonio de la Resurrección: el mundo necesita la luz de Cristo, necesita la alegría de la Resurrección, necesita una vida nueva. Sólo Cristo nos puede dar esta nueva vida de la que el mundo está sediento. Por ello, al celebrar hoy la fiesta de la Pascua, nos convertimos cada uno de nosotros en apóstoles, en testigos de la Resurrección de Cristo.

4,-La Fe en la Resurrección: es un dogma cristiano, un dogma fundamental porque es el dogma en el que se fundamentan, según pensaban san Pablo, San Agustín y todos los teólogos cristianos, todas las enseñanzas cristianas. Pero lo más importante para nosotros no es el cómo de la Resurrección de Jesucristo, y de nuestra propia resurrección; lo realmente importante es que nosotros hagamos de nuestra fe en la resurrección una experiencia vital que nos impulse a vivir como personas resucitadas, en comunión espiritual con el Resucitado. La fe en la resurrección ha sido, de hecho, para muchas personas, una fuerza interior profunda que les ayudó a soportar grandes dificultades y hasta el propio martirio. 

REFLEXIÓN

   En la Vigilia Pascual hemos vivido el gran acontecimiento de nuestra Pascua: Cristo Resucitado. Celebramos el Misterio de Cristo-Luz que ha vencido el poder de las tinieblas y de la muerte. A todos se nos proclamó el Misterio de Vida nueva y renovamos gozosos nuestras esperanzas bautismales y la alegría de ser de Cristo. Esta gran realidad no se agota en una celebración. La Iglesia le dedica el cincuentenario pascual, para saturarnos de Cristo, muerto y resucitado con un Aleluya perenne.

   La primera lectura presenta el ejemplo de Cristo que “ pasó por el mundo haciendo el bien” y que, por amor, se entregó hasta la muerte; por eso, Dios lo resucitó. Los discípulos, testigos de esto, deben anunciar este “camino” a todos los hombres.

   La segunda lectura invita a los cristianos, revestidos de Cristo por el bautismo, a continuar su recorrido de vida nueva, hasta la transformación plena (que sucederá cuando, por la muerte, hayan atravesado la última barrera de su finitud).

   El Evangelio nos sitúa ante dos actitudes frente a la resurrección: la del discípulo obstinado, que no quiere aceptarla porque, en su lógica, el amor total y la donación de la vida no pueden nunca ser generadoras de vida nueva; y la del discípulo ideal, que ama a Jesús y que por eso entiende su camino y su propuesta (a ese no le escandaliza ni le espanta que de la cruz surja la vida plena, la vida verdadera).

   El Misterio de Pascua es a la vez nuevo y antiguo, eterno y pasajero, corruptible e incorruptible, mortal e inmortal. Antiguo según la ley, pero nuevo según la Palabra encarnada. Pasajero en su figura, pero eterno en la gracia. Corruptible por el sacrificio del cordero, pero incorruptible por la Vida del Señor. Mortal por su sepultura en la tierra, pero inmortal por su Resurrección de entre los muertos. La ley es antigua, pero la Palabra es nueva. La figura es pasajera, pero la gracia es eterna. Corruptible el cordero, pero incorruptible el Señor, el cual, inmolado como Cordero, resucitó como Dios...

PARA LA VIDA

   Había una vez un gusano que iba por el campo. Era de color blanco con puntitos verdes en la espalda. Nadie lo quería porque decían que era muy feo y repugnante. El pobre gusano se arrastraba muy triste por el suelo. Cuando llegaba a una planta, todos los insectos que había en ella se burlaban de él. No encontraba a nadie que le hiciera compañía, o quisiera jugar con él. La única distracción que tenía era subirse a lo alto de un árbol y ver volar a las mariposas. 

   Daría cualquier cosa por volar como ellas. Se pasaba allí horas y horas observándolas. Pero cuando bajaba al suelo, volvía a encontrarse con las mismas burlas e insultos de siempre. Cansado de todo esto, decidió subirse a lo más alto de un árbol para que nadie pudiera encontrarlo. Nunca más volvería a bajar al suelo. Un día, una mariposa se puso a descansar en la rama donde estaba él. Éste se acercó hacia ella y comenzaron a hablar. Al final, se hicieron muy amigos.

   Y desde entonces, pasaban largos ratos hablando y estando juntos. Después de un tiempo, el gusano le hizo esta pregunta: - ¿Por qué has querido ser mi amiga si nadie me quiere por lo feo y repugnante que soy? Y la mariposa le respondió: - Lo que importa para ser amigos, no es cómo eres por fuera, sino lo buena persona que eres por dentro. El gusano estaba muy contento porque había encontrado un amigo de verdad. Estaba tan feliz que, una noche, mientras estaba durmiendo en lo alto de su árbol, su cuerpo comenzó a transformarse. 

   A la mañana siguiente, se había convertido en una mariposa bellísima, como nunca se había visto. Cuando su amiga mariposa vino a verle, y vio lo que le había ocurrido, se alegró mucho y le dijo: - Ahora has sacado hacia fuera la belleza y lo buena persona que antes eras por dentro. Y las dos mariposas se pusieron a volar juntas. Desde ese momento, cada vez que veían a un gusano triste en lo alto de alguna rama, bajaban y se ponían junto a él. Y se volvía a repetir la misma historia. 


Domingo de Ramos, 28 Marzo de 2021, Ciclo B

 San Marcos 14, 1 -15, 47

"Llevaron a Jesús al Gólgota y lo Crucificaron"

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M. 

1.-Jesús Mesías: reconocer a Cristo como Mesías es aceptarlo como nuestro salvador, siendo conscientes de que no podemos hacer nada sin Él, que nuestra salvación viene de Él. Por eso, la celebración de hoy tiene un primer carácter festivo, de alegría. Como los habitantes de Jerusalén abrieron las puertas de su ciudad para acoger al Mesías, también nosotros hoy queremos abrir las puertas de nuestra vida para que entre en ella Cristo, el que viene en nombre del Señor, nuestro rey y Mesías. Comenzamos pues la Semana Santa con gozo, haciendo fiesta, pues Cristo viene a nosotros.

2.-Un Mesías Pobre: es difícil reconocer a Dios en un hombre sencillo y montado en un borrico. Los discípulos y los habitantes de Jerusalén lo reconocieron. Nosotros, si vivimos pendientes de las riquezas y de la abundancia, difícilmente lo reconoceremos. Abramos pues nuestros corazones a Dios que viene sencillo, pobremente. Que Él entre en nosotros y encuentre un corazón sencillo, dispuesto a acogerle con júbilo. ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

3.-Un Mesías Sufriente: Cristo, que hoy entra triunfante en Jerusalén, es el Mesías sufriente, que muere por amor, que da la vida por nosotros. Éste es el verdadero sentido de la Semana Santa que hoy empezamos: celebrar y vivir el amor de Dios manifestado en la entrega incondicional de Cristo en la Cruz. Al celebrar hoy esta fiesta del Domingo de Ramos, abramos con gozo las puertas de nuestro corazón a Cristo, el Mesías, que viene a nosotros como en aquel día entró en Jerusalén. Él viene sencillo, pacífico, pobre. Desea mostrarnos el amor de Dios, y lo hace con su muerte en la cruz, con la entrega de su vida. Que las enseñanzas de su pasión nos sirvan de testimonio, como hemos rezado en la oración colecta de hoy. Pongamos a Cristo en el centro de nuestra vida y caminemos así hasta la Pascua de la Resurrección.

REFLEXIÓN

   La liturgia de este último Domingo de Cuaresma nos invita a contemplar a ese Dios que por amor bajó a nuestro encuentro, compartió nuestra humanidad, se hizo siervo de los hombres, se dejó matar para que el egoísmo y el pecado fuesen vencidos. La cruz (que la liturgia de este Domingo coloca en el horizonte próximo de Jesús) nos presenta la lección suprema, el último paso de ese camino de vida nueva que, en Jesús, Dios nos propone: la donación de la vida por amor.

   La primera lectura nos presenta a un profeta anónimo, llamado por Dios a testimoniar en medio de las naciones la Palabra de salvación. A pesar del sufrimiento y de la persecución, el profeta confió en Dios e hizo realidad, con una gran fidelidad, los proyectos de Dios. Los primeros cristianos veían en este “siervo” la figura de Jesús.

   La segunda lectura nos presenta el ejemplo de Cristo. Prescindió del orgullo y de la arrogancia, para escoger la obediencia al Padre y el servicio a los hombres, hasta la donación de la vida. Ese mismo camino de vida es el que nos propone la Palabra de Dios.

   El Evangelio nos invita a contemplar la pasión y muerte de Jesús: es el momento supremo de una vida hecha don y servicio, con el fin de liberar a los hombres de todo aquello que genera egoísmo y esclavitud. En la cruz se nos manifiesta el amor de Dios, ese amor que no guarda nada para sí, sino que se hace donación total.

   La meditación de la pasión desde la fe arroja luz sobre nuestra vida de cada día. El sufrimiento no es una muralla, sino una puerta. Cristo no ha venido a eliminar nuestros sufrimientos, lo mismo que Él no ha bajado de la cruz cuando se lo pedían; ha venido a darles sentido, transfigurándolos en fuente de fecundidad y de gloria (Rom 8,17; 2Cor 4,10s; Fil 3,10s; 1Pe 4,13). Por eso, el cristiano no rehuye el sufrimiento ni se evade de él, sino que lo asume con fe; la prueba no destruye su confianza y su ánimo, sino las proporciona un fundamento más firme (Rom 5,3; St 1,2-4; Heb 12,7; He 5,41). Para quien ve la pasión con fe, la cruz deja de ser locura y escándalo y se convierte en sabiduría y fuerza (1Cor 1,22-25).

PARA LA VIDA

Nosotros buscamos algo. ¿Pero qué buscamos?

   Un Dios que nos haga todo y nosotros lo recibamos todo. Un Dios vengador hacia todo lo malo. Defensor. Hoy entra a la ciudad es un siervo que se humilla hasta la muerte. Un Jesús obediente a la voluntad de Dios que lo mandó a salvar. Olvidando que él vino a liberarnos. Del pecado. Es único liberador.

   ¿Por qué nos cuesta aceptar a Jesús? Porque no lo vemos como Dios verdadero. Porque la cruz no nos convence. No queremos aceptar el dolor. Porque no lo concretamos en la Iglesia. Venimos y partimos. No hacemos reflexión seria y mucho menos, hacemos compromiso. Porque no comprendemos que Jesús entra para dar testimonio de la verdad. Porque se nos es fácil traicionar. Un día de palmeras de esa agitada y golpeada por el viento. Esa que nos da sombra en medio de la inmensidad de la arena de las playas. Esa que hunde sus raíces para no dejarse arrancar por la tempestad o la mano enemiga.

   La Iglesia saluda al Señor en la Sagrada Eucaristía como el que ahora viene, el que ha hecho su entrada en ella. Y lo saluda al mismo tiempo como Aquel que sigue siendo el que ha de venir y nos prepara para su venida. Como peregrinos, vamos hacia Él; como peregrino, Él sale a nuestro encuentro y nos incorpora a su «subida» hacia la cruz y la resurrección, hacia la Jerusalén definitiva que, en la comunión con su Cuerpo, ya se está desarrollando en medio de este mundo.