Domingo de Ramos, 28 Marzo de 2021, Ciclo B

 San Marcos 14, 1 -15, 47

"Llevaron a Jesús al Gólgota y lo Crucificaron"

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M. 

1.-Jesús Mesías: reconocer a Cristo como Mesías es aceptarlo como nuestro salvador, siendo conscientes de que no podemos hacer nada sin Él, que nuestra salvación viene de Él. Por eso, la celebración de hoy tiene un primer carácter festivo, de alegría. Como los habitantes de Jerusalén abrieron las puertas de su ciudad para acoger al Mesías, también nosotros hoy queremos abrir las puertas de nuestra vida para que entre en ella Cristo, el que viene en nombre del Señor, nuestro rey y Mesías. Comenzamos pues la Semana Santa con gozo, haciendo fiesta, pues Cristo viene a nosotros.

2.-Un Mesías Pobre: es difícil reconocer a Dios en un hombre sencillo y montado en un borrico. Los discípulos y los habitantes de Jerusalén lo reconocieron. Nosotros, si vivimos pendientes de las riquezas y de la abundancia, difícilmente lo reconoceremos. Abramos pues nuestros corazones a Dios que viene sencillo, pobremente. Que Él entre en nosotros y encuentre un corazón sencillo, dispuesto a acogerle con júbilo. ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

3.-Un Mesías Sufriente: Cristo, que hoy entra triunfante en Jerusalén, es el Mesías sufriente, que muere por amor, que da la vida por nosotros. Éste es el verdadero sentido de la Semana Santa que hoy empezamos: celebrar y vivir el amor de Dios manifestado en la entrega incondicional de Cristo en la Cruz. Al celebrar hoy esta fiesta del Domingo de Ramos, abramos con gozo las puertas de nuestro corazón a Cristo, el Mesías, que viene a nosotros como en aquel día entró en Jerusalén. Él viene sencillo, pacífico, pobre. Desea mostrarnos el amor de Dios, y lo hace con su muerte en la cruz, con la entrega de su vida. Que las enseñanzas de su pasión nos sirvan de testimonio, como hemos rezado en la oración colecta de hoy. Pongamos a Cristo en el centro de nuestra vida y caminemos así hasta la Pascua de la Resurrección.

REFLEXIÓN

   La liturgia de este último Domingo de Cuaresma nos invita a contemplar a ese Dios que por amor bajó a nuestro encuentro, compartió nuestra humanidad, se hizo siervo de los hombres, se dejó matar para que el egoísmo y el pecado fuesen vencidos. La cruz (que la liturgia de este Domingo coloca en el horizonte próximo de Jesús) nos presenta la lección suprema, el último paso de ese camino de vida nueva que, en Jesús, Dios nos propone: la donación de la vida por amor.

   La primera lectura nos presenta a un profeta anónimo, llamado por Dios a testimoniar en medio de las naciones la Palabra de salvación. A pesar del sufrimiento y de la persecución, el profeta confió en Dios e hizo realidad, con una gran fidelidad, los proyectos de Dios. Los primeros cristianos veían en este “siervo” la figura de Jesús.

   La segunda lectura nos presenta el ejemplo de Cristo. Prescindió del orgullo y de la arrogancia, para escoger la obediencia al Padre y el servicio a los hombres, hasta la donación de la vida. Ese mismo camino de vida es el que nos propone la Palabra de Dios.

   El Evangelio nos invita a contemplar la pasión y muerte de Jesús: es el momento supremo de una vida hecha don y servicio, con el fin de liberar a los hombres de todo aquello que genera egoísmo y esclavitud. En la cruz se nos manifiesta el amor de Dios, ese amor que no guarda nada para sí, sino que se hace donación total.

   La meditación de la pasión desde la fe arroja luz sobre nuestra vida de cada día. El sufrimiento no es una muralla, sino una puerta. Cristo no ha venido a eliminar nuestros sufrimientos, lo mismo que Él no ha bajado de la cruz cuando se lo pedían; ha venido a darles sentido, transfigurándolos en fuente de fecundidad y de gloria (Rom 8,17; 2Cor 4,10s; Fil 3,10s; 1Pe 4,13). Por eso, el cristiano no rehuye el sufrimiento ni se evade de él, sino que lo asume con fe; la prueba no destruye su confianza y su ánimo, sino las proporciona un fundamento más firme (Rom 5,3; St 1,2-4; Heb 12,7; He 5,41). Para quien ve la pasión con fe, la cruz deja de ser locura y escándalo y se convierte en sabiduría y fuerza (1Cor 1,22-25).

PARA LA VIDA

Nosotros buscamos algo. ¿Pero qué buscamos?

   Un Dios que nos haga todo y nosotros lo recibamos todo. Un Dios vengador hacia todo lo malo. Defensor. Hoy entra a la ciudad es un siervo que se humilla hasta la muerte. Un Jesús obediente a la voluntad de Dios que lo mandó a salvar. Olvidando que él vino a liberarnos. Del pecado. Es único liberador.

   ¿Por qué nos cuesta aceptar a Jesús? Porque no lo vemos como Dios verdadero. Porque la cruz no nos convence. No queremos aceptar el dolor. Porque no lo concretamos en la Iglesia. Venimos y partimos. No hacemos reflexión seria y mucho menos, hacemos compromiso. Porque no comprendemos que Jesús entra para dar testimonio de la verdad. Porque se nos es fácil traicionar. Un día de palmeras de esa agitada y golpeada por el viento. Esa que nos da sombra en medio de la inmensidad de la arena de las playas. Esa que hunde sus raíces para no dejarse arrancar por la tempestad o la mano enemiga.

   La Iglesia saluda al Señor en la Sagrada Eucaristía como el que ahora viene, el que ha hecho su entrada en ella. Y lo saluda al mismo tiempo como Aquel que sigue siendo el que ha de venir y nos prepara para su venida. Como peregrinos, vamos hacia Él; como peregrino, Él sale a nuestro encuentro y nos incorpora a su «subida» hacia la cruz y la resurrección, hacia la Jerusalén definitiva que, en la comunión con su Cuerpo, ya se está desarrollando en medio de este mundo.