Domingo de la Misericordia, 11 Abril 2021, Ciclo B

 San Juan 20, 19-31

"Dad Gracias al Señor Porque es Bueno, Porque es Eterna su Misericordia"

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M. 

1.- Nacidos de Nuevo: La Pascua, que es la meta de la Cuaresma, nos da una vida nueva, transforma todas las cosas, cambia nuestro corazón y redime la creación entera. Por eso, los que hemos renacido con Cristo en la Pascua, somos criaturas nuevas. Así es como comenzó a crecer la Iglesia, por el testimonio de los primeros cristianos. Hoy, nosotros también estamos llamados a vivir de este modo, llenos de Dios, unidos como verdaderos hermanos. Éste es el primer efecto de la Pascua: una vida nueva que nace de la alegría de la resurrección y que es testimonio para todos aquellos que nos ven.

2.-La Alegría: es el signo propio de los cristianos, pues nosotros creemos en un Dios que está vivo y presente entre nosotros. Era cierto lo que Jesús había dicho: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

3.- La Paz: que nos une de nuevo a Dios y a los demás, de los que nos habíamos separado por culpa del pecado. Todos nosotros necesitamos de la alegría y de la paz que Cristo nos trae con su resurrección.

4.-La Misericordia: o mejor, darnos cuenta de verdad que la misericordia del Señor es ciertamente eterna. Así lo hemos rezado juntos en el salmo de hoy: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”. Que lo digan los fieles del Señor, que lo diga la Iglesia entera, que lo digan todas las criaturas: la misericordia del Señor no tiene fin, es eterna, pues Dios ha vencido a la muerte, ha destruido el pecado, nos ha salvado con su resurrección. Vivamos con fe este tiempo de gozo. Cristo vive entre nosotros, él ha dado su vida por nuestros pecados y ha vuelto a la vida. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

5.-La Fe en Jesús Vivo y Resucitado: consiste en reconocer su presencia en la comunidad de los creyentes, que es el lugar natural donde él se manifiesta y de donde irradia su amor. Sólo en la comunidad podemos compartir, celebrar, madurar y testimoniar nuestra fe. Valoremos más que nunca lo privilegiados que somos por haber visto a Jesús y por tener una comunidad en la que compartimos nuestra fe.

REFLEXIÓN 

   Hoy la Iglesia nos invita a celebrar el domingo de la Misericordia Divina.  Hace una semana escuchamos la noticia que sigue asustando al mundo.  Cristo vive.  La muerte no es el final de la historia.  Seguimos tratando de entender como esto puede ser y como debemos vivir en la luz de tal realidad.  Las lecturas nos dan una idea de cómo era para los primeros cristianos. 

   La primera lectura nos dice que los primeros cristianos vivían en comunidad, compartiendo su fe en la nueva vida que brotó de la Resurrección.  Parece que todo había cambiado.  Ellos tenían un solo corazón y una sola alma.  Tenían todo en común y daban testimonio del poder de Dios por medio de su compartir y su generosidad con los necesitados.  Su fe en Cristo Resucitado les impulsó a llevar una vida de esperanza y gozo.  Todo el énfasis era en la comunidad.  Vivian como verdaderos hijos e hijas de Dios.  Hicieron presente por sus acciones la gran misericordia de Dios con los pequeños de la tierra.  Qué bello ejemplo de la misericordia divina.

   En la segunda lectura, el apóstol Juan nos dice que creer en Cristo es ser hijo de Dios, amar a Dios, vencer al mundo y obedecer los mandamientos. Es el Espíritu quien garantiza la verdad y la eficacia salvadora de la fe. No hay duda que muchas de nuestras derrotas, desánimos, debilidades, son fruto de una fe débil. Basamos nuestras esperanzas en la eficacia de las fuerzas humanas más que en la eficacia de la fe en Dios.

   En el Evangelio tenemos el hermoso saludo de Jesús cuando apareció en el cuarto donde se escondieron los discípulos.  Él dijo simplemente: “La paz esté con ustedes.”  Imagínense, esta pequeña comunidad había sufrido la gran decepción de su esperanza.  Había sufrido el sentido de abandono y de desilusión.  Si, es verdad que habían escuchado la noticia de las mujeres y de los dos discípulos que habían encontrado con Jesús.  Sin embargo, tenían miedo.  Jesús no estuvo presente como antes.  No podían acercarse de Él y gozar de su compañía.  Seguro que tenían miedo todavía a los jefes de los sacerdotes.  No sabían que reacción tendrían las autoridades al oír los rumores de que Jesús vivió.  Por eso, estaban adentro con las puertas cerradas. De repente, apareció Jesús con las palabras, “La paz esté con ustedes.”   ¿Cuál era el sentido de esta paz?  No era solamente la ausencia de persecución y malos tratos.  Más bien era la seguridad de la presencia de un Dios de misericordia. 

PARA LA VIDA 

   Un beduino, perseguido por enemigos feroces, huyó adonde el desierto era más áspero y las rocas más cortantes. Corrió y corrió hasta constatar que el ruido de los cascos de los caballos que lo seguían se había debilitado y después apagado del todo. Sólo entonces miró alrededor. Estaba junto a una espantosa garganta sobre la que se alzaban paredes de granito y obeliscos de oscuro basalto. Con asombro descubrió un sendero que trepaba a través de la garganta. Lo siguió y, al cabo de un rato, se halló ante la boca de una profunda gruta vacía. Con paso indeciso se introdujo en la oscuridad. -Pasa adelante, hermano – lo animó una voz amiga. 

   En la penumbra vio el beduino un ermitaño que estaba rezando. - ¿Vives aquí? -, preguntó el beduino. -Ya lo ves. -Y ¿cómo te haces para aguantar en esta gruta, solo, pobre y abandonado de todos? El ermitaño sonrió. -Yo no soy pobre. Tengo grandes tesoros. - ¿Dónde? -Mira allí -. El ermitaño le indicó una pequeña hendidura que se abría paso a un lado de la gruta, y le preguntó: 

- ¿Qué ves? -Nada - ¿Nada de verdad? -, inquirió el ermitaño. -Sólo un pedazo de cielo. -Un pedazo de cielo. ¿No te parece un tesoro maravilloso?

La fe es fiarse de Alguien, sabiendo bien de quién nos hemos fiado. Porque la fe no es tener certeza de todo, sino caminar en la confianza de que hay luz, de que es un tesoro ver ese trozo de cielo que Jesús nos ha mostrado con su resurrección, aunque parezca a veces que vamos a ciegas o que apenas se ve la luz.