San Juan 20,19- 31
“Dad Gracias al Señor Porque es Bueno, Porque es Eterna su Misericordia.”
Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.
1.- Confianza: la figura de Tomás como discípulo que se resiste a creer ha sido muy popular entre los cristianos. Sin embargo, el relato evangélico dice mucho más de este discípulo escéptico. Jesús resucitado se dirige a él con unas palabras que tienen mucho de llamada apremiante, pero también de invitación amorosa: «No seas incrédulo, sino creyente». Tomás, que lleva una semana resistiéndose a creer, responde a Jesús con la confesión de fe más solemne que podemos leer en los evangelios: «Señor mío y Dios mío».
2.- Alegría: se llenaron de alegría. Todos hemos conocido alguna vez momentos de alegría intensa y clara. Tal vez, sólo ha sido una experiencia breve y frágil, pero suficiente para vivir una sensación de plenitud y cumplimiento. Nadie nos lo tiene que decir desde fuera, porque cada uno sabemos que en el fondo de nuestro ser está latente la necesidad de la alegría. Su presencia no es algo secundario y de poca importancia. La necesitamos para vivir. La alegría ilumina nuestro misterio interior y nos devuelve la vida. La tristeza lo apaga todo. Con la alegría todo recobra un color nuevo; la vida tiene sentido; todo se puede vivir de otra manera.
3.- Fe: una comunidad cristiana, tiene que ser una comunidad de fe. La fe se vive en comunidad y no por libre y en solitario. Lo que mantiene al grupo cristiano unido a Cristo y a sus pastores, es la fe en Cristo resucitado. Nadie puede poner alegría en nosotros si nosotros no la dejamos nacer en nuestro corazón. Desde una perspectiva cristiana, la raíz última del gozo está en Dios. La alegría no es simplemente un estado de ánimo. Es la presencia viva de Cristo en nosotros, la experiencia de la cercanía y de la amistad de Dios, el fruto primero de la acción del Espíritu en nuestro corazón. El relato evangélico dice que «los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor».
REFLEXION
Tomás presenta una serie de exigencias para tener fe y Cristo le responde diciendo: “Ven Tomás, mete tu dedo… mete tu mano… y no seas incrédulo sino fiel”. Y cuando Tomás vio al Señor, lleno de ternura, resplandeciente de paz y de amor, comprendió enseguida que Cristo había resucitado. El peor castigo que se le pudo dar a Tomás fue concederle aquello que exigía. Él se dio cuenta que había fallado, de que tenía que haber tenido fe. Jesús tiene que decirle: “¿Tomás, porque has visto, has creído?; ¡dichosos los que creen sin haber visto!” Estas palabras eran humillantes para Tomás y por eso no le queda más remedio que exclamar: “¡Señor mío y Dios mío!”
De ese pobre Tomás que no creía, ha obtenido Jesús el acto de fe más hermoso del evangelio.
Tengamos cuidado, no vayamos a ser como Tomás, que pedimos pruebas a Dios y Dios acceda a nuestras pretensiones y tengamos que humillarnos ante Dios como lo hizo Tomás. Hay que creer sin ver.
Es fácil estropear esta alegría interior. Basta con encerrarse en uno mismo, endurecer el corazón, no ser fiel a la propia conciencia, alimentar nostalgias y deseos imposibles, pretender acapararlo todo. Por el contrario, la mejor manera de alimentar la alegría es vivir amando. Quien no conoce el amor cae fácilmente en la tristeza. Por eso, el culmen de la alegría se alcanza cuando los hijos de Dios nos miramos desde un amor recíproco desinteresado. Es fácil que entonces presientan la alegría que nace de ese Dios que es sólo Amor.
Cristo está vivo, está presente de modo real y verdadero en la Eucaristía. Esa lámpara al lado del sagrario nos recuerda la presencia real de Cristo entre nosotros. No cerremos nuestro corazón a la oportunidad que Dios nos da de salvarnos y de vivir con Él eternamente.
PARA LA VIDA
Un ángel se apareció a una familia rica y le dijo a la dueña de casa:
-Te traigo una buena noticia: esta noche el Señor Jesús vendrá a visitar a tu casa.
La señora quedó entusiasmada: Nunca había creído posible que en su casa sucediera este milagro. Trató de preparar una cena excelente para recibir a Jesús. Encargó pollos, pasa bocas y vinos importados.
De repente sonó el timbre. Era una mujer mal vestida, en su rostro se notaba una gran tristeza, con el vientre hinchado por su embarazo y pronto nacería su bebé.
- Señora, ¿no tendría algún trabajo para darme? Estoy embarazada y tengo mucha necesidad del trabajo.
- ¿Pero esta es hora de molestar? Vuelva otro día, respondió la dueña de casa. Ahora estoy ocupada con la cena para una importante visita.
Poco después, un hombre sucio de grasa llamó a su puerta:
- Señora, mi camión se ha arruinado aquí en la esquina. ¿Por casualidad no tendría usted una caja de herramientas que me pueda prestar?
La señora, como estaba ocupada limpiando los vasos de cristal y los platos de porcelana, se indignó mucho:
- ¿Usted piensa que mi casa es un taller mecánico? ¿Dónde se ha visto importunar a la gente así? Por favor, no ensucie mi entrada con esos pies inmundos.
La anfitriona siguió preparando la cena: abrió latas de caviar, puso champaña en el refrigerador, escogió de la bodega los mejores vinos, preparó unos coctelitos.
Mientras tanto alguien afuera batió las palmas. Será que ahora llega Jesús, pensó ella emocionada y con el corazón acelerado fue a abrir la puerta. Pero no era Jesús. Era un niño habitante de la calle.
-Señora, me puede dar un plato de comida. ¿Cómo te voy a dar comida si todavía no hemos cenado?
-Vuelve mañana, porque esta noche estoy muy atareada.
Al final, la cena estaba ya lista. Toda la familia emocionada esperaba la ilustre visita, sin embargo, pasaban las horas y Jesús no aparecía. Cansados de esperar empezaron a tomar los coctelitos, que al poco tiempo comenzaron a hacer efecto en los estómagos vacíos y el sueño hizo olvidar los pollos y los platos preparados.
A la mañana siguiente, al despertar, la señora se encontró, con gran espanto frente a un ángel.
- ¿Un ángel puede mentir? Gritó ella. Lo preparé todo con esmero, esperé toda la noche y Jesús no apareció. ¿Por qué me hizo esta broma?
-No fui yo quien mentí, fue usted la que no tuvo ojos para ver, dijo el ángel. Jesús estuvo aquí tres veces, en la persona de la mujer embarazada, en la persona del camionero y en el niño hambriento... pero usted no fue capaz de reconocerlo y de acogerlo.