San Mateo 20, 1 - 16
"Id También Vosotros a Mi Viña"
- La Viña: nos invita a encontrar un equilibrio más justo entre las dos exigencias del mérito y de la necesidad. En la viña, para que los sarmientos den buen fruto, hay que preparar el terreno, regar, podar, curar, cosechar... Esto mismo tenemos que aplicarlo a cada uno de nosotros que seríamos como el sarmiento. Para dar el fruto que Dios quiere de cada persona, se necesita tener un buen terreno... regar... podar... curar... y finalmente cosechar...
- Cultivadores: todos cultivamos esta viña. Somos trabajadores, jornaleros…No somos llamados por Dios sólo para hacer las cosas de nuestro gusto y provecho, sino a trabajar por su gloria. Así nosotros debemos mirar primero lo que pertenece a la gloria de Dios y después hacer las cosas que son de nuestra utilidad, y para nuestra dignidad y sustento.
- El Llamado: Dios llama a todos y acoge a todos los que temprano o tarde responden a su llamada. Lo que vale es que se quiera trabajar en el Reino, no los méritos que se pretendan. Dios es generoso y le basta que el hombre diga sí a su llamada.
- La Necesidad: aunque a nosotros nos sorprenda, Dios no está mirando nuestros méritos sino lo que valemos para él. Por eso, Dios increíblemente bueno, nos regala incluso lo que no nos merecemos. Cuando nos encontramos con alguien, no hemos de preguntamos qué se merece de nosotros, sino en que podemos ayudarlo para vivir.
- La Bondad: Dios es bueno con todos los hombres, lo merezcamos o no, seamos creyentes o ateos. Su bondad misteriosa está más allá de la fe de los creyentes y del increencia de los ateos. Lo primero es dejarle a Dios ser Dios, y no empequeñecer con nuestros cálculos y esquemas, su amor insondable, inagotable y gratuito para todos sus hijos.
- La Fe: el justo vive de la fe. Es difícil que viva mal quien cree bien. Creed con todo el corazón, sin desfallecer, sin dudar, sin argumentar con sospechas humanas contra la misma fe. Se llama fe porque se realiza lo que se dice. Cuando se pronuncia la palabra fides (Fe), indica que se hace lo que se dice.
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
REFLEXIÓN
Nos cuesta entender que los caminos del Señor son distintos a los nuestros. Dios se presenta como el Rey generoso que no funciona por rentabilidad, sino por amor gratuito e inmerecido. Ésta es la buena noticia del evangelio, aunque nosotros lo entendemos como injusto desde nuestra lógica humana de justicia.
En lugar de parecernos a él, intentamos que él se parezca a nosotros con salarios, tarifas, comisiones y porcentajes. Queremos comerciar con él y que nos pague puntualmente el tiempo que le dedicamos y que prácticamente se reduce al empleado en unos ritos sin compromiso y unas oraciones sin corazón.
Con una mentalidad utilitarista, muy propia de nuestro tiempo, preguntamos: ¿Para qué sirve ir a misa, si Dios nos va a querer igual? Así evidenciamos que no hemos tenido la experiencia de que Dios nos quiere y no reaccionamos en consecuencia amándole también más por encima de leyes y medidas. Dios es gratuito.
La infinita misericordia de Dios sólo tiene un enemigo: el ojo malo y egoísta. Pero quien tiene el ojo malo y no intenta curarse, es también enemigo de sí mismo, porque corre el peligro de echar a perder la eternidad.
Si esperamos la vida eterna como justa recompensa a nuestros méritos, cerramos la posibilidad de sorprendernos como los trabajadores de la última hora, frente a la generosidad del amo. Pasaremos la eternidad contabilizando nuestros méritos. Confrontándolos con los de los demás y llenándonos de envidia.
Dios no está sometido al tiempo: en él no hay últimos ni primeros. Ese es un asunto nuestro. Lo que Dios quiere es que se responda a su llamada, “al amanecer” o a “media tarde”. Lo que sí pide, es que seamos fieles a lo que él quiere de cada uno con las herramientas que nos dio y sin pedir cuentas a Dios por su actitud con los demás. Los planes de Dios no son nuestros planes; sus “caminos son más altos que los nuestros”. Desde lo alto Dios, Dios ve mejor que nosotros.
Imagínense la alegría de un estudiante que ha preparado a conciencia un trabajo durante una semana y el profesor le premia con un 10. Pero su alegría se desvanece cuando uno de sus compañeros que ha dedicado una hora recibe también otro 10. No es justo, piensa el primero.
Imagínense un feligrés de toda la vida que colabora en mil asuntos de la parroquia y llega uno nuevo y el párroco le da más confianza y responsabilidades que a él. Qué falta de consideración y respeto con los de siempre.
Imagínense los escándalos financieros. Leía yo en el periódico que un ejecutivo de GM no sólo recibía un sueldo millonario, sino que además la compañía le pagaba un apartamento, el colegio de los hijos, una limusina y un avión particular.
¿Qué pensarían los pequeños inversionistas de GM? Injusto, un robo.
Imagínense un cura que va al cielo y San Pedro lo coloca en un rincón y a un taxista lo coloca en la sección V.I.P. ¿Acaso no merece el cura un sitio mejor? San Pedro le dice, cuando tú predicabas la gente se dormía, pero mientras el taxista conducía, la gente oraba sin parar.
Nuestra primera reacción ante muchas situaciones de la vida es gritar: No es justo.
Quizá porque nos regimos por una injusticia de lógica humana. ¿Y quién no ha sido víctima de la injusticia humana?
La palabra de Dios en esta historia de Mateo nos sorprende y escandaliza. Los trabajadores de última hora reciben lo mismo que los que trabajaron todo el día. No comprenden ni la generosidad ni la gratuidad de semejante patrón.
No olvidemos: para Dios valemos más que nuestras acciones. Valemos, sencillamente porque nos ama infinitamente.
En lugar de parecernos a él, intentamos que él se parezca a nosotros con salarios, tarifas, comisiones y porcentajes. Queremos comerciar con él y que nos pague puntualmente el tiempo que le dedicamos y que prácticamente se reduce al empleado en unos ritos sin compromiso y unas oraciones sin corazón.
Con una mentalidad utilitarista, muy propia de nuestro tiempo, preguntamos: ¿Para qué sirve ir a misa, si Dios nos va a querer igual? Así evidenciamos que no hemos tenido la experiencia de que Dios nos quiere y no reaccionamos en consecuencia amándole también más por encima de leyes y medidas. Dios es gratuito.
La infinita misericordia de Dios sólo tiene un enemigo: el ojo malo y egoísta. Pero quien tiene el ojo malo y no intenta curarse, es también enemigo de sí mismo, porque corre el peligro de echar a perder la eternidad.
Si esperamos la vida eterna como justa recompensa a nuestros méritos, cerramos la posibilidad de sorprendernos como los trabajadores de la última hora, frente a la generosidad del amo. Pasaremos la eternidad contabilizando nuestros méritos. Confrontándolos con los de los demás y llenándonos de envidia.
Dios no está sometido al tiempo: en él no hay últimos ni primeros. Ese es un asunto nuestro. Lo que Dios quiere es que se responda a su llamada, “al amanecer” o a “media tarde”. Lo que sí pide, es que seamos fieles a lo que él quiere de cada uno con las herramientas que nos dio y sin pedir cuentas a Dios por su actitud con los demás. Los planes de Dios no son nuestros planes; sus “caminos son más altos que los nuestros”. Desde lo alto Dios, Dios ve mejor que nosotros.
PARA LA VIDA
Imagínense la alegría de un estudiante que ha preparado a conciencia un trabajo durante una semana y el profesor le premia con un 10. Pero su alegría se desvanece cuando uno de sus compañeros que ha dedicado una hora recibe también otro 10. No es justo, piensa el primero.
Imagínense un feligrés de toda la vida que colabora en mil asuntos de la parroquia y llega uno nuevo y el párroco le da más confianza y responsabilidades que a él. Qué falta de consideración y respeto con los de siempre.
Imagínense los escándalos financieros. Leía yo en el periódico que un ejecutivo de GM no sólo recibía un sueldo millonario, sino que además la compañía le pagaba un apartamento, el colegio de los hijos, una limusina y un avión particular.
¿Qué pensarían los pequeños inversionistas de GM? Injusto, un robo.
Imagínense un cura que va al cielo y San Pedro lo coloca en un rincón y a un taxista lo coloca en la sección V.I.P. ¿Acaso no merece el cura un sitio mejor? San Pedro le dice, cuando tú predicabas la gente se dormía, pero mientras el taxista conducía, la gente oraba sin parar.
Nuestra primera reacción ante muchas situaciones de la vida es gritar: No es justo.
Quizá porque nos regimos por una injusticia de lógica humana. ¿Y quién no ha sido víctima de la injusticia humana?
La palabra de Dios en esta historia de Mateo nos sorprende y escandaliza. Los trabajadores de última hora reciben lo mismo que los que trabajaron todo el día. No comprenden ni la generosidad ni la gratuidad de semejante patrón.
No olvidemos: para Dios valemos más que nuestras acciones. Valemos, sencillamente porque nos ama infinitamente.