25° Domingo del Tiempo Ordinario, 24 Septiembre 2017, Ciclo A


San Mateo 20, 1 - 16

"Id También Vosotros a Mi Viña"

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. La Viña: nos invita a encontrar un equilibrio más justo entre las dos exigencias del mérito y de la necesidad. En la viña, para que los sarmientos den buen fruto, hay que preparar el terreno, regar, podar, curar, cosechar... Esto mismo tenemos que aplicarlo a cada uno de nosotros que seríamos como el sarmiento. Para dar el fruto que Dios quiere de cada persona, se necesita tener un buen terreno... regar... podar... curar... y finalmente cosechar...
  2. Cultivadores: todos cultivamos esta viña. Somos trabajadores, jornaleros…No somos llamados por Dios sólo para hacer las cosas de nuestro gusto y provecho, sino a trabajar por su gloria. Así nosotros debemos mirar primero lo que pertenece a la gloria de Dios y después hacer las cosas que son de nuestra utilidad, y para nuestra dignidad y sustento.
  3. El Llamado: Dios llama a todos y acoge a todos los que temprano o tarde responden a su llamada. Lo que vale es que se quiera trabajar en el Reino, no los méritos que se pretendan. Dios es generoso y le basta que el hombre diga sí a su llamada.
  4. La Necesidad: aunque a nosotros nos sorprenda, Dios no está mirando nuestros méritos sino lo que valemos para él. Por eso, Dios increíblemente bueno, nos regala incluso lo que no nos merecemos. Cuando nos encontramos con alguien, no hemos de preguntamos qué se merece de nosotros, sino en que podemos ayudarlo para vivir.
  5. La Bondad: Dios es bueno con todos los hombres, lo merezcamos o no, seamos creyentes o ateos. Su bondad misteriosa está más allá de la fe de los creyentes y del increencia de los ateos. Lo primero es dejarle a Dios ser Dios, y no empequeñecer con nuestros cálculos y esquemas, su amor insondable, inagotable y gratuito para todos sus hijos.
  6. La Fe: el justo vive de la fe. Es difícil que viva mal quien cree bien. Creed con todo el corazón, sin desfallecer, sin dudar, sin argumentar con sospechas humanas contra la misma fe. Se llama fe porque se realiza lo que se dice. Cuando se pronuncia la palabra fides (Fe), indica que se hace lo que se dice.
 

REFLEXIÓN
 
   Nos cuesta entender que los caminos del Señor son distintos a los nuestros. Dios se presenta como el Rey generoso que no funciona por rentabilidad, sino por amor gratuito e inmerecido. Ésta es la buena noticia del evangelio, aunque nosotros lo entendemos como injusto desde nuestra lógica humana de justicia.
 
   En lugar de parecernos a él, intentamos que él se parezca a nosotros con salarios, tarifas, comisiones y porcentajes. Queremos comerciar con él y que nos pague puntualmente el tiempo que le dedicamos y que prácticamente se reduce al empleado en unos ritos sin compromiso y unas oraciones sin corazón.
 
   Con una mentalidad utilitarista, muy propia de nuestro tiempo, preguntamos: ¿Para qué sirve ir a misa, si Dios nos va a querer igual? Así evidenciamos que no hemos tenido la experiencia de que Dios nos quiere y no reaccionamos en consecuencia amándole también más por encima de leyes y medidas. Dios es gratuito.
 
   La infinita misericordia de Dios sólo tiene un enemigo: el ojo malo y egoísta. Pero quien tiene el ojo malo y no intenta curarse, es también enemigo de sí mismo, porque corre el peligro de echar a perder la eternidad.
 
   Si esperamos la vida eterna como justa recompensa a nuestros méritos, cerramos la posibilidad de sorprendernos como los trabajadores de la última hora, frente a la generosidad del amo. Pasaremos la eternidad contabilizando nuestros méritos. Confrontándolos con los de los demás y llenándonos de envidia.
 
   Dios no está sometido al tiempo: en él no hay últimos ni primeros. Ese es un asunto nuestro. Lo que Dios quiere es que se responda a su llamada, “al amanecer” o a “media tarde”. Lo que sí pide, es que seamos fieles a lo que él quiere de cada uno con las herramientas que nos dio y sin pedir cuentas a Dios por su actitud con los demás. Los planes de Dios no son nuestros planes; sus “caminos son más altos que los nuestros”. Desde lo alto Dios, Dios ve mejor que nosotros.
 
PARA LA VIDA
 
   Imagínense la alegría de un estudiante que ha preparado a conciencia un trabajo durante una semana y el profesor le premia con un 10. Pero su alegría se desvanece cuando uno de sus compañeros que ha dedicado una hora recibe también otro 10. No es justo, piensa el primero.
Imagínense un feligrés de toda la vida que colabora en mil asuntos de la parroquia y llega uno nuevo y el párroco le da más confianza y responsabilidades que a él. Qué falta de consideración y respeto con los de siempre.
 
   Imagínense los escándalos financieros. Leía yo en el periódico que un ejecutivo de GM no sólo recibía un sueldo millonario, sino que además la compañía le pagaba un apartamento, el colegio de los hijos, una limusina y un avión particular.
 
   ¿Qué pensarían los pequeños inversionistas de GM? Injusto, un robo.
Imagínense un cura que va al cielo y San Pedro lo coloca en un rincón y a un taxista lo coloca en la sección V.I.P. ¿Acaso no merece el cura un sitio mejor? San Pedro le dice, cuando tú predicabas la gente se dormía, pero mientras el taxista conducía, la gente oraba sin parar.
Nuestra primera reacción ante muchas situaciones de la vida es gritar: No es justo.
 
   Quizá porque nos regimos por una injusticia de lógica humana. ¿Y quién no ha sido víctima de la injusticia humana?
 
   La palabra de Dios en esta historia de Mateo nos sorprende y escandaliza. Los trabajadores de última hora reciben lo mismo que los que trabajaron todo el día. No comprenden ni la generosidad ni la gratuidad de semejante patrón.
 
   No olvidemos: para Dios valemos más que nuestras acciones. Valemos, sencillamente porque nos ama infinitamente.

24° Domingo del Tiempo Ordinario, 17 Septiembre 2017, Ciclo A


San Mateo 18, 21 -35

No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. El Rencor: el sentir rencor, como sentir cualquier otro desorden moral, puede sucederle a cualquiera. Pero el pecado no está en el sentir el rencor, el pecado se da cuando el rencor se acepta y se consiente. Ahí es donde ha de darse la lucha del cristiano, en no consentirlo. El que siente, pero no consiente, no peca, no deja de amar. El buen discípulo de Cristo, cuando siente rencor, odio, resentimiento, etc, no solo no debe consentirlo, sino que ha de saber perdonar por amor y también olvidar. El hermano está de por medio.
  2. El Perdón: no es fácil perdonar siempre. El perdón se hace más real y más puro cuando se desea para el otro todo lo mejor. El perdón, además de desatarnos de nuestros propios dioses, nos hace comprender, vivir, gustar y entender el gran amor que Dios siente por cada uno de nosotros. ¿Perdonas? ¿Estás cerca de Dios?. ¿No perdonas? ¿nuestros corazón, sera que está totalmente ocupado por Dios?. En nuestra vida de todos los días, son muchas las veces que tenemos que perdonar, y también muchas las veces en que tenemos que ser perdonados. Dios perdona a quien sabe perdonar. Podría, pues, decirse que el perdón que damos nosotros es la medida del que recibimos de Dios.
  3. La Misericordia: los hijos del reino de Dios “son misericordiosos como el Padre celeste (Lc 6,36) y han comprendido que: “el amor no busca su interés, no se irrita, sino que deja atrás las ofensas y las perdona Si el corazón de Dios se conmueve ante nuestras miserias, si su compasión se enciende ante nuestras desgracias, ¿no deberíamos hacer otro tanto nosotros con nuestros hermanos que nos han ofendido? El antídoto para el veneno del odio, del rencor, del resentimiento es el Amor que viene de Dios. Quien se deja tocar por el Amor del Señor, quien experimenta su misericordia que es más grande que cualquiera de nuestros pecados, es capaz de amar como Él; es capaz como Él de perdonar toda ofensa o daño recibido, por muy grave que éste sea. 

REFLEXIÓN 

   Jesucristo nos enseña a perdonar siempre. Cuando perdonamos a nuestros hermanos y a nuestros enemigos, imitamos a Dios que siempre perdona. Si Dios no dudó en entregar a su Hijo por nuestros pecados, cuánto más debemos nosotros perdonarnos mutuamente las ofensas. Después de afirmar su doctrina sobre el perdón de las ofensas, el Señor cuenta la parábola del siervo sin misericordia. Diez mil talentos era una cantidad muy grande de dinero, y el señor, tiene compasión de él y le perdona la deuda. Así es el perdón de Dios.

   Es mucho lo que le debemos, pero Él tiene misericordia de nosotros y nos perdona. Nosotros no tenemos con qué pagar nuestra deuda con Dios y Él nos perdona siempre, simplemente porque es movido a compasión. Nuestra deuda con Dios es siempre grande tal como era grande la deuda del siervo de la parábola. Y Dios perdona...Con ese perdón, Dios nos deja en libertad, ya que el perdón de Dios nos hace libres y de siervos que somos, nos convierte en hijos.

   Hoy Dios nos pone una meta muy exigente. ¡Perdonar de corazón! ¡Perdonar desde adentro y no por compromiso! Sólo así estaremos imitando a Dios en su misericordia. Dios nos perdona muchísimo. En comparación, lo que puedan adeudarnos los hombres es muy poca cosa. ¿Seremos capaces de darnos cuenta lo poquito que es lo que nos debe nuestro hermano, comparado con lo que nosotros le debemos a Dios? Si logramos pensar de esta forma y darnos cuenta, entonces seremos capaces de perdonar a nuestro hermano, siempre.

   Y sólo así, cuando en el padrenuestro le digamos a Dios: ... ̈perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden ̈, lo haremos confiados que ese perdón que nosotros hacemos de corazón nos permite pagar nuestra gran deuda con Dios e ir creciendo en el ̈Amor ̈.

   Quienes mejor nos hablan del perdón son los mártires. Ellos sufren a manos de sus verdugos, sin embargo, no permiten que la más mínima apariencia de rencor se anide en su alma. Así, san Esteban pide a Dios que perdone el pecado de aquellos que lo están apedreando. Miles de sacerdotes internados en Dachau, en Viet-Nam, en Tirana, en Lituania etc..., dieron sus vidas por la conversión de sus verdugos. Esto es vida cristiana. El perdón en el mártir autentifica su amor y su fe en Dios, dador de toda vida.

PARA LA VIDA 

   Corrie Ten Boom cuenta en su autobiografía que terminada la guerra y liberada de un campo de concentración Nazi predicó un sermón en la iglesia sobre el PERDÓN.

   Al terminar el sermón, un hombre, con una mano extendida y una gran sonrisa, se dirigió hacia ella.

   Corrie lo reconoció; era el jefe de los vigilantes del campo donde ella y su hermana habían estado encarceladas por haber escondido en su casa a unos judíos y donde su hermana había muerto.

   El guarda le dijo: “Oh, Fraulein, le estoy muy agradecido por su mensaje poderoso. Qué alegría pensar que Jesús ha lavado todos mis pecados.
   Corrie, paralizada, no podía levantar la mano.

   “Los pensamientos de venganza hervían dentro de mí, vi el pecado…y no podía hacer nada. No sentí la menor chispa de amor o caridad, así que susurré una oración en silencio. Jesús, no puedo perdonarle, por favor dame tu perdón”.

   La oración ofrecida, pudo levantar la mano y estrechar la del hombre que la había torturado.

   Historia de un perdón grande. Nuestra vida debería estar llena de perdones pequeños que son tan difíciles de ofrecer como los grandes.

   La fuerza de perdonar de corazón no es nuestra, se la tenemos que pedir a Jesús que es el que nos manda perdonar como condición para ser perdonados.

23° Domingo del Tiempo Ordinario, 10 Septiembre 2017, Ciclo A


San Mateo 18, 15 -20

Si tu Hermano Peca, Corrígelo con Amor

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.


  1. La Corrección FraternaEs decir la necesidad que todos tenemos de corregir y ser corregidos por los demás en nuestros defectos y errores y orientarnos por el buen camino.  Porque nadie puede decir que está tan seguro de sí mismo como para pensar que nunca comete errores.  Corregir no es fácil, porque cuando corregimos a alguien, a veces, no lo hacemos con cariño y respeto. A veces, bajo el pretexto de corregir, lo que hacemos es humillar al otro que no piensa ni actúa como nosotros. Por eso la corrección ha de hacerse con sumo cuidado que nunca haya duda de que esa corrección busca el bien del otro.
  2. El Amor: genera vida y felicidad.  El amor debe manifestarse en la ternura, en el abrazo, en la bienvenida, en la sonrisa sincera, en la lágrima de la despedida y en el beso sincero, pero también en la exigencia, en la disciplina y en la corrección cuando sea necesario. Corregirnos y orientarnos mutuamente en el mandamiento que nos dejó Jesús: el amor a Dios y al prójimo, como Él nos ha amado.
  3. La Oración: para sentir a Dios en lo más íntimo, para sentir que me quiere, para sentirme bien a solas con él. Conocer no es bastante. Sentir el amor de Dios desde lo íntimo. Contemplar a Jesús: ver en Él al Hijo perfecto. “Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del Cielo”. Nuestros egoísmos individuales dificultan la oración. Solo el amor puede unirnos ante Dios.  Solo la concordia entre los hermanos garantiza el valor y la eficacia de nuestras plegarias.
  4. La Misión: no conocemos a Jesús para quedárnoslo, sino para anunciarlo. No hemos recibido un privilegio, sino un encargo. No somos poseedores, si no mensajeros. Dios me soñó para otros. Recuperar el sentido de la respuesta a este encargo de mi Padre. El verdadero creyente alimenta su fe en el seno de una comunidad compartiendo con otros hombres y mujeres la misma esperanza en el Dios de Jesucristo. 

REFLEXIÓN


    Todos somos responsables unos de otros. Es quizá la enseñanza básica del evangelio de hoy. Si somos hermanos no podemos desentendernos unos de otros. Debemos reconocer que lo fácil es desentenderse o limitarse a una crítica insolidaria, a espaldas del afectado. Debemos ayudarnos mutuamente a vivir como cristianos. A través del "buen ejemplo"
 
   Los creyentes deberíamos escuchar hoy más que nunca la llamada de Jesús a corregimos y ayudamos mutuamente a ser mejores. Jesús nos invita, sobre todo, a actuar con paciencia y sin precipitación, acercándonos de manera personal y amistosa a quien está actuando de manera equivocada. «Si tu hermano peca, repréndelo a solas, entre los dos. Si te hace caso, habrás salvado a tu hermano.»
 
   Cuánto bien nos puede hacer a todos esa crítica amistosa y leal, esa observación oportuna, ese apoyo sincero en el momento en que nos habíamos desorientado. Todo hombre es capaz de salir de su pecado y volver a la razón y a la bondad. Pero necesita con frecuencia encontrarse con alguien que lo ame de verdad, le invite a interrogarse y le contagie un deseo nuevo de verdad y generosidad.
   Son muchos los factores que constantemente deterioran nuestras relaciones personales dentro de la familia, entre vecinos y compañeros de trabajo o en la convivencia diaria.
 
   La comunicación queda fácilmente bloqueada, sobre todo, cuando constatamos que el otro ha actuado de manera injusta o desleal. Nos sentimos como justificados para excluirlo de nuestra aceptación amistosa y encerrarnos en un juicio destructor.
 
   No es éste el camino acertado para crecer. Jesús nos anima a adoptar una postura positiva, orientada a salvar la relación con el hermano, sin buscar su desprestigio o su condena, sino únicamente el bien. Sorprendentemente, Jesús indica que es «el ofendido» el que ha de tomar la iniciativa para facilitar la reconciliación.
 
   Todos cometemos fallos y equivocaciones. Todos tenemos momentos malos y necesitamos poder empezar de nuevo, contar con una nueva oportunidad. Hay que seguir creyendo en el amigo, en la esposa, en el compañero aunque hayamos de ser críticos para ayudarle a salir de su error. 

    PARA LA VIDA 
   Una señora tenía una sirvienta muy trabajadora, pero comprobó que cada vez que su sirvienta visitaba a su madre echaba en falta algo. La espió y encontró un cesto con azúcar, café, telas y otras baratijas escondido debajo de la cama. Cesto que llevaba a su madre. La señora no se sublevó ni reaccionó con violencia o insultos.


   Sintió compasión y con cordialidad le dijo: “Estoy segura de que su madre vive en escasez y aquí tenemos de todo. En este cesto hay azúcar, café y unas telas, déselas a su madre y dígale que le envío mis mejores saludos y deseos. La sirvienta se puso colorada y balbuceó un tímido gracias. Nunca más la señora echó nada en falta. La corrección surtió su efecto y las dos convivieron en paz y sin sospechas durante largos años. 

   “Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos”. La palabra pecado, ayer tan presente en nuestras vidas, hoy, ha perdido contenido y se ha secularizado. Ya no hay que dar cuentas a nadie, ni a Dios ni a los demás y mucho menos al cura. El pecado existe y es un gran mal. A nosotros nos toca eliminar sus efectos y sanar al pecador. Tarea difícil en este tiempo de un individualismo feroz, pero hay que intentarlo y de una manera especial entre nosotros, los seguidores de Jesús, la Iglesia de Jesús. “Si hace caso, has salvado a tu hermano”. “Existimos desde un diálogo”.

22° Domingo del Tiempo Ordinario, 3 Septiembre 2017, Ciclo A


San Mateo 16, 21 -27

“El que no Toma su Cruz, y me Sigue, no es Digno de Mi”

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.


  1. Dios nos Seduce: la seducción implica atracción y enamoramiento…Y eso es lo que siente el profeta respecto a su Dios que lo ha escogido “antes de formarse en el seno materno”… Esa seducción es la que, lejos de abandonar su misión, le hace entregarse a ella con más fuerza.
  2. Sed de Dios: desde la sed, realidad que expresa una necesidad imperiosa, así nuestra alma esté sedienta de Dios. Sin Dios, somos tierra reseca. Quien ha probado lo bueno que es el Señor no desea otro “agua viva” que no sea Él.
  3. El Sacrificio: cuerpo ofrecido, mente transformada, renovada, a punto siempre para discernir la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada. Nuestro ser referido a Dios, no a la mentalidad de este mundo. No buscándonos a nosotros mismos sino a Dios y su querer que revierte sin duda en nuestro bien.
  4. Tentación: Satanás es "el que divide". El que intenta separar del camino señalado por el Padre y aceptado por amor. En el desierto Satanás sugiere atajos de facilidad, de éxito a golpes de milagros, de poder. Lo de Pedro también es una tentación, o sea, el intento de hacer replegar a Cristo a los caminos de los hombres, en el sentido de los deseos terrenos, de las ambiciones triunfalistas, apartándolo de "su" camino. Pedro es roca. Pero la piedra puede ser también tropiezo, escándalo, no nos olvidemos de esto.
  5. Seguir a Jesús: ser seguidores de Jesús implica ir detrás, nunca delante de Jesús, pues perdemos la ruta y el tiempo. Él es el Camino. Al increpar a Jesús Pedro es como “Satanás”, se convierte en “adversario” de Jesús y estorbo para sus planes. Nuestro éxito personal, el sentido de la vida y el camino a la plenitud no están en afincarnos en nosotros mismos, sino en abrir el horizonte limitado de nuestra vida a una entrega radical por amor. Perder la vida para “encontrarla de verdad”.
  6. La Cruz: es signo de lo ignominioso y de crueldad para los hombres. Pero desde una perspectiva de “martirio”, de radicalidad y de consecuencia de vida, la cruz es el signo de la libertad suprema. No basta con afirmar que el discípulo está llamado a sacrificarse y martirizarse como ideal supremo, porque tampoco Jesús deseó y buscó su muerte en la cruz que le dieron, sino que le vino como consecuencia de una vida radicalmente de amor y de entrega a los demás. 

REFLEXIÓN
"Negarse a sí mismo"

   La expresión no implica un simple negarse algo para uno mismo, o la negación que aquí se contempla no es la que nace del ejercicio que uno mismo voluntariamente se impone, sino del que le imponen los demás. Negarse a sí mismo significa aquí, colocarse último ante los demás, estar dispuesto a renunciar al propio tipo de vida en aras de los demás. Negarse a sí mismo es, en definitiva, olvidarse de sí mismo, porque el corazón está fijo en los ojos y el corazón de Dios.
   Este modo de ser y de vivir comporta dureza y sufrimiento. Esta es la cruz de la que habla el texto y que el discípulo es invitado a cargar. Una Cruz que puede llegar a ser tan real y física como la de Jesús. De aquí se deduce que el comprometerse a seguir a Jesús significa arriesgarse a un estilo de vida que termina en la muerte por amor. El seguimiento de Cristo comprende para todos la disposición para recorrer el camino en solitario y soportar el odio del pueblo, de la comunidad, de la nación, de la propia familia. Palabras duras, cuyas aristas no podrán ser limadas por nuestra mediocridad. 

   Jesús asumió las realidades humanas y al asumirlas las transformó. Tomó nuestra carne mortal y la hizo inmortal. Tocó un día el barro del camino y con él devolvió la vista a un ciego. 

   Tocó el pan y el vino para transformarlo en su cuerpo y sangre, y así hizo con otras realidades humanas. También tocó el sufrimiento y lo transformó. La Cruz tocada por Él se convierte de fracaso en signo de victoria, de humillación en símbolo de triunfo, de muerte en fecundo signo de vida, de locura a los ojos del mundo en sabiduría de Dios, en triunfo del bien sobre el mal, en triunfo del amor sobre el odio, del poder santificador de la gracia sobre el poder destructor del pecado. 

   Por eso, cuando se nos propone la Cruz como una opción fundamental, en lugar de hablar de un sacrificio costoso debería hablarse de un gozoso amor preferencial. Y más que de amor a la cruz debe hablarse de amor al crucificado. 

PARA LA VIDA 

   Un día apareció un hombre que tocaba la flauta tan maravillosamente que todo el pueblo acudía a la plaza a escucharle.  Un día un joven que conocía a un anciano que era sordo y que pedía limosna quedó sorprendido al verle todos los días en la plaza. No aguantando la curiosidad, escribió unas preguntas para el anciano. ¿Qué vienes a hacer aquí si eres sordo? ¿Qué te extasía tanto si no puedes apreciar la música?

   El anciano le contestó: Mira al centro de la plaza, levanta la vista, ¿qué ves?   Una Cruz, respondió el joven. 

   Es la Cruz de Cristo que se alza sobre la cúpula de la vieja iglesia. Cierto, no oigo nada, pero me extasía pensar que algún día la música de la verdad crucificada fascine y cautive a los hombres y pongan sus ojos en la cruz, la de Jesús. 

   Algo muy anunciado son las pastillas, esas píldoras maravillosas que curan toda enfermedad y toda impotencia. Pero todas producen efectos secundarios. El Evangelio de Jesús es también una pastilla maravillosa que nos da la salvación eterna. ¿Va acompañado este anuncio de algún efecto secundario? Sí; Jesús nos lo dice muchas veces y de muchas maneras. ¿Quieres salvación, felicidad y vida eterna? Carga con la cruz y sígueme. Hay una Cruz para Jesús y hay una Cruz para cada uno de nosotros.

21° Domingo del Tiempo Ordinario, 27 Agosto 2017, Ciclo A


San Mateo 16, 13 -20

“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. ¿Quién es Jesús?: el Hijo de Dios encarnado por nuestra salvación. Hemos de dar nuestra respuesta comprometida a Cristo Salvador, el Buen Pastor que da la vida por las ovejas, el Amigo que da la vida por sus amigos. Debemos responder con sinceridad al Señor y reconocerlo como el primero y único Señor de nuestra vida!
  2. La Fe: si algo necesitamos los cristianos modernos es la vivacidad de la fe. Una fe llena de amor. Como la fe que alaba Jesús, y que Mateo nos muestra en gente aparentemente alejada de la religión: el centurión romano, la mujer que sufre hemorragias, la mujer cananea. Para garantizar la vivacidad de la fe en Cristo el Hijo de Dios, Jesús instituye la Iglesia, y la edifica sobre un hombre débil que le creyó de corazón: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios”.
  3. La Iglesia: Jesús edifica su nuevo pueblo. "Ekklesía", que en griego significa convocación, y asamblea reunida. Nosotros pertenecemos a esos convocados. También hoy la comunidad aquí reunida para la Eucaristía, que participamos de ella sincera y activamente, expresamos nuestro acto de fe en Cristo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y, como Pedro y la primera comunidad, somos proclamados dichosos. ¿Sentimos realmente esta dicha, esta felicidad de la fe como iglesia?
  4. La Palabra: provoca nuestra admiración. Siempre que repasamos sus palabras y sus gestos aparece la inmensidad de su misterio. Nos damos cuenta de su manera clara y amorosa de proceder. No lo comprendemos todo, evidentemente, pero le tenemos una confianza absoluta, porque sabemos que todo sucede para nuestro bien. 
  5. La Salvación: consiste en que Dios se nos comunica en Cristo Jesús, que nos incorpora a sí y nos introduce en su vida divina. Por eso Jesús s lo central de nuestra fe. No podemos colocar la fe en cualquier hombre: por más importante que sea, sólo sería creer en un ídolo. Tan sólo puedo creer en Dios que es el absoluto. Creemos y colocamos toda la confianza en Jesús, es porque Él es Dios.
REFLEXIÓN 

   Jesús les pregunta a los discípulos qué opinión tienen de Él. Entonces Simón Pedro responde: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (16,16). Una vez que Pedro confiesa la fe, Jesús, alaba a Pedro y se dirige a él con nombre propio y con su patronímico (nombre del papá) para indicar: Su plena realidad humana: “Simón”. Su origen y su historia: “Hijo de Jonás”.  Jesús le pone un nuevo nombre. 
   Al “Tú eres” dicho por Simón a Jesús, Jesús le responde con otro “Tú eres” y le declara su nueva identidad: “Tú eres Pedro”, es decir “Roca”. Este término no aparecía antes en ninguna parte como nombre de persona, es una nueva creación de Jesús. Para Simón comienza una nueva vida.
Jesús le da una nueva tarea. Con la nueva existencia, Jesús le da una nueva responsabilidad. Con tres imágenes Jesús describe la nueva tarea del apóstol:
  • La Roca: una roca sobre la que Jesús edificará su Iglesia. La Iglesia presentada como la comunidad de los que expresan la misma confesión de fe de Pedro. Pedro debe darle consistencia y firmeza a esta comunidad de fe, la cuida y la apacienta. 
  • Las Llaves: no significan que Pedro sea nombrado portero del cielo, sino el administrador que representa al dueño de la casa ante los demás y que actúa como delegado por la autoridad misma de Dios.
  • El Atar y Desatar: es una imagen que indica la autoridad de su enseñanza. Pedro debe decir qué se permite y qué no en la comunidad; él tiene la tarea de acoger o excluir de ella. El punto de referencia de su enseñanza es la misma doctrina de Jesús. 
   Con las palabras a Pedro, Jesús se declara una vez más como el Señor de la Iglesia. Jesús es su Pastor y nunca la abandona sino que le da una guía con autoridad. En la Iglesia todo proviene de Jesús y apunta a Él. Es cierto que quien edifica la Iglesia es Jesús, Él es el fundamento, la piedra angular. Pedro debe hacer visible este fundamento y esta piedra siendo signo de unidad y de comunión entre todos los discípulos que confiesan la misma fe. Con razón decía San Ambrosio: “Ubi Petrus, Ibi Ecclesia”, es decir, “donde está Pedro, allí está la Iglesia”. 
PARA LA VIDA 

    En un midrash, una historia judía, del Talmud se dice que Israel es el centro del mundo. El centro de Israel es Jerusalén. El centro de Jerusalén es el Templo. El centro del Templo es el Arca de la Alianza, presencia y gloria de Dios, y debajo del Arca está la roca sobre la que descansa todo.
Todo necesita un centro, una roca, un cimiento sobre el cual levantar el edificio de la vida con sus creencias, sus aspiraciones y sus sueños presentes y futuros.
 

   Israel, el pueblo concebido por Yahvé, tuvo su centro en el Templo. Hoy, la Torah, proclamada en las sinagogas es la roca y el centro sobre lo que descansa todo, la que recuerda que Yahvé es uno.
Jesús, como un judío que era, vino a engendrar un nuevo pueblo, a proclamar el Reino de Dios, a acercarnos tanto a Dios que lo podamos experimentar como centro de la vida.
 

   Este Jesús, en palabras del evangelio, ha sido constituido como único centro del cristiano. “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.

   Hoy, Domingo, a los que nos hemos reunido en la casa de Dios, Jesús nos hace dos preguntas. No se trata de un examen, no se trata de un saber teológico, porque nosotros nos hemos reunido no como teólogos, sino como creyentes, como hombres de fe. Jesús quiere saber lo que nuestro corazón siente, quiere saber sobre qué roca se afirma nuestro vivir, y quiere saber si estamos centrados en El o en el imperio de lo efímero.