San Mateo 22, 34 – 40
1.-El que Ama a Dios: es decir, que nadie puede amar cristianamente a Dios si no ama cristianamente al prójimo y nadie puede amar cristianamente al prójimo si no ama cristianamente a Dios. Este debe ser siempre nuestro camino, el camino cristiano: amar a todos cristianamente y atender preferentemente a los que más lo necesitan. El amor nace de Dios porque "Dios es amor".
2.-Ser Justos en la Ayuda: los cristianos no debemos apostar siempre por los más fuertes y poderosos, sino mirar con especial predilección a los más débiles y marginados de la sociedad donde vivimos. Hagamos un esfuerzo para ayudar como mejor sepamos y podamos a estas personas que, por las circunstancias que sea, se encuentran en los márgenes más apartados y olvidados de la sociedad. Ya sabemos que no es fácil, pero, como digo, que cada uno ayude como mejor sepa y pueda y, en cualquier caso, animemos a las pocas personas que tan generosamente ayudan.
3.-Anunciar el Amor de Dios: en una sociedad donde abunda el anonimato, la soledad, el vacío de cariño, es necesario anunciar que "Dios es compasivo". No basta con la justicia, con lo debido, hay que amar, porque el hombre de hoy necesita ser amado. Podemos gritar la respuesta del salmo: "Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza". Pero el amor de Dios se hace visible y concreto en el amor al prójimo. Ya lo dice San Juan: "el que dice que ama a Dios y odia a su hermano es un mentiroso" (1 Jn 4,20). Al final de nuestra vida se nos examinará del amor, no de si hemos cumplido muchas leyes, o hemos ido mucho al templo, o si sabemos mucho de religión o de vidas de santos.
4.-Nuestra Misión: de sobra sabemos que amar a Dios y al prójimo es el resumen o la síntesis de todo el evangelio. quien ama a Dios, sobre todas las cosas y quien se vuelca en el prójimo como en uno mismo es porque, a la fuerza, cumple a la perfección el resto de los mandamientos.
REFLEXIÓN
La liturgia del 30º Domingo del tiempo ordinario nos dice, de forma clara e incuestionable, que el amor está en el centro de la experiencia cristiana. Lo que Dios pide, o incluso, lo que Dios exige, a cada creyente, es que deje que su corazón se sumerja en el amor.
La primera lectura nos asegura que Dios no acepta la perpetuación de situaciones intolerables de injusticia, de arbitrariedad, de opresión, de desprecio de los derechos y de la dignidad de los más pobres y de los más débiles. A título de ejemplo, la lectura habla de la situación de los extranjeros, de los huérfanos, de las viudas y de las pobres víctimas de la especulación de los usureros: cualquier injusticia o arbitrariedad practicada contra un hermano más pobre o más débil, es un crimen grave contra Dios, que nos aleja de la comunión con Dios y nos sitúa fuera de la órbita de la Alianza.
La segunda lectura nos presenta el ejemplo de una comunidad cristiana (de la ciudad griega de Tesalónica) que, a pesar de la hostilidad y de la persecución, aprendió a caminar con Cristo y con Pablo por el camino del amor y de la donación de la vida; y ese camino, realizado en la alegría y en el dolor, se convirtió en simiente de amor, que dio frutos en otras comunidades cristianas del mundo griego. De esa experiencia común, nació una inmensa familia de hermanos, unida alrededor del Evangelio y extendida por todo el mundo griego.
El Evangelio nos muestra que toda la revelación de Dios se resume en el amor, amor a Dios y amor a los hermanos. Estos dos mandamientos no pueden separarse: “amar a Dios” es cumplir su voluntad y establecer con los hermanos relaciones de amor, de solidaridad, de servicio, hasta dar la vida entera. Todo lo demás es explicación, desarrollo, aplicación práctica de estas dos coordenadas fundamentales de la vida cristiana.
PARA LA VIDA
Cuentan que una mujer dirigía siempre su oración y nunca era respondida por Dios. Pidió entonces ayuda a un sabio que habitaba en un convento muy alejado, quien le dijo: - "¿Cómo oras a Dios?" Ella respondió: - "Señor, este día tengo muchos problemas, muchas dificultades, necesito ayuda y ya no se que hacer. Te pido que tengas compasión de mí pues mis fuerzas se han agotado. Mi familia no me ayuda y tengo muchos enemigos" A lo que el sabio respondió: - "Tu problema radica en algo muy sencillo, cuando oras, debes ver a Dios y no ver tus problemas.
Dirigirte a Dios confiando en que El escucha, y sabiendo que su poder está sobre todas las cosas. De esta forma reconocerás a Dios como centro de tu vida, y entonces tu oración será escuchada, y aún así, Dios escucha intentos, nunca dejes de orar. Haz hecho bien y por eso Dios te ha escuchado." ¿Saben? A veces Dios se convierte en un pañuelito de lágrimas a quien nos acercamos pero no para que nos libre de nuestros problemas, sino para "quejarnos" y en nuestras oraciones decimos de todo, nos quejamos y enojamos, pero casi nunca decimos a Dios que confiamos en que El conoce nuestros problemas y los puede solucionar.
Cuando Pedro caminaba por el agua, cuenta la Biblia que quitó su mirada de Cristo, y entonces empezó a hundirse. Cada vez que sientas que te hundes, debe volver tus ojos a Jesús, el vendrá a ti, extenderá su mano y entonces te levantará. Pero no quites tus ojos de El. De la misma forma, tampoco en la oración debes tener a tus problemas como centro, sino a Jesús.