25° Domingo del Tiempo Ordinario, 23 Septiembre 2018, Ciclo B


San Marcos 9, 30 - 37

Ser Como Niños


Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. El Primer Lugar: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y servidor de todos». Importantes son los que, sin pensar mucho en su nombre, prestigio o tranquilidad personal, se dedican sin ambiciones y con total libertad a servir, colaborar y contribuir al proyecto de Jesús. “Hacer el bien, pensar bien, hablar bien” (San Benito).
  2. Servir: es el mejor sinónimo del amor. Donde hay envidia y peleas no hay justicia ni paz. Paz y justicia van unidas pero deben pasar por el servicio. Nos da miedo la entrega y el servicio. Sin embargo la mesa del Señor es mesa común, fraternal y evangélica. Dejémonos empapar por Cristo, por su pan fraterno, por su paz y dispongámonos como él a servir, así nacerá en nosotros la felicidad plena.
  3. Seguir: “Seguir al Señor” es involucrarse y comprometerse con Él con todas las fuerza y a tiempo completo, sea cual sea nuestro estado de vida, soltero, casado, religioso… Es cooperar con Él en la construcción del Reino de Dios en este mundo. Como Jesús, todos venimos a este mundo con una misión que cumplir: la de ser felices y hacer felices a otros, lo que agrada mucho a Dios.
  4. Educar: la instrucción sobre el discipulado, aunque larga y dura como el camino hacia el Calvario, conduce a la resurrección. El último y servidor de todos es el primero porque entiende la vida “no para servirse uno mismo sino para servir a los demás”.

REFLEXIÓN

   En el Evangelio de hoy, Jesús nos invita a encontrar el equilibrio personal, a veces tan difícil de conseguir, en donde la necesidad de ser amados conviva con la necesidad de amar, como decía San Agustín. Jesús recuerda hoy en el evangelio, que quiere que seamos grandes... Pero nos recuerda que lo que nos hace grandes no son las cosas materiales, sino lo que está dentro de nosotros, es decir, Dios mismo. 

   Él nos hace personas grandes, nos da la capacidad de amar y de estar disponibles para aquellos que nos necesitan como son los pobres y menos favorecidos; y cuantos requieran nuestro apoyo material o espiritual. Pensemos en tantos padres  de familia que ya son ancianos; o los niños que necesitan de tiempo para estar con sus padres y jugar con ellos, y sentir ese cariño que a algunos, aunque parezca mentira, no tienen...; es la capacidad para acoger con una sonrisa. En definitiva, lo que nos hace grandes es vivir la vida en actitud de servicio y entrega generosa como Jesús.

   Jesús, es servidor de todos y nos invita a tener una actitud semejante a la suya. Él se hizo nuestro servidor, él se puso en nuestras manos, él se entregó a nosotros. Por eso no puede llamarse discípulo de Cristo aquel que se aprovecha del prójimo o lo explota de cualquier forma. Desde su propio ejemplo, Jesús nos invita a ser serviciales, siempre dispuestos a echar una mano cada uno en la medida de sus posibilidades.
   La clave de esta lógica de acción a la que nos invita Jesús, está desde el bautismo. Ahí quedaron grabadas, listas a desarrollar, todas las facultades que nos hacen capaces de obrar como hijos suyos porque somos propiedad suya.


PARA LA VIDA

   En una ocasión, el padre de una familia muy rica llevó a su hijo pequeño al campo con la intención de que viera lo pobre que era la gente que allí vivía. Estuvieron todo un día y una noche entera en la casa de un pueblo, con una familia campesina muy humilde. Al terminar el viaje, de regreso a casa en el coche, el padre le preguntó a su hijo: - ¿Qué te ha parecido el viaje?. - ¡Muy bonito, papá!, contestó alegremente el niño. El padre volvió a preguntar: - ¿Viste lo pobre que puede llegar a ser la gente? - Sí, dijo el niño. - Y, ¿qué aprendiste?, volvió a insistir el padre. 

   El niño calló un segundo y, después de pensar, respondió: - Ummmm… pues…, aprendí que nosotros tenemos un perro en casa, y ellos tienen cuatro. Que nosotros tenemos una piscina en medio del jardín y ellos tienen un río. Que nosotros tenemos en el patio unas lámparas compradas y ellos tienen las estrellas. Que nosotros tenemos un terreno que llega hasta un muro y ellos el campo. Al terminar el relato de lo que había aprendido el padre quedó mudo. Su hijo añadió: - Gracias papá por enseñarme lo pobres que somos.

24° Domingo del Tiempo Ordinario, 16 Septiembre 2018, Ciclo B




San Marcos 8,27-35 

“Tomar La Cruz”




Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. ¿Quién es Jesús?: es importante saber qué dice la Sagrada Escritura, la Iglesia, el Papa o los teólogos a cerca de Jesús. Pero, en mi fe, lo decisivo es qué digo yo. La respuesta a esta pregunta, la da mi experiencia que tengo de él, con él y en él. El día en que uno puede decirle a Cristo: «Tú eres el Camino, la Verdad y la Vida. Tú eres mi Salvador. Tú eres el Hijo de Dios encarnado por mi salvación», nuestra vida comenzará a reavivarse con una fuerza y una verdad nuevas.
  2. ¿La Cruz?: en el Crucificado no hay poder ni éxito, ni salud, ni vigor, no hay lógica ni sabiduría. Sólo hay un “amor crucificado” humilde, discreto, insondable hacia el ser humano. Las palabras de Jesús son tajantes. Quien quiera «salvar» su tranquilidad, su cuenta corriente, su vida privada, sus intereses..., al margen del evangelio, reducirá su vida a eso y se echará a perder como hombre, pues está prescindiendo de su verdadero fin.
  3. Nuestros Pensamientos: Tú piensas como los hombres, no como Dios”.Desde una actitud típicamente judía, nosotros le seguimos pidiendo a la vida “señales”, es decir, signos claros de que las cosas marchan bien, resultados, éxito y eficacia. No sabemos qué pensar ni qué decir ante el fracaso, el sufrimiento inútil, la vejez o la enfermedad. Dejarse conducir por Jesús es encontrarse con un Dios diferente, más grande y más humano que todos nuestros pensamientos.
REFLEXIÓN

   Hay que “cargar con la cruz” y “gastar la vida” por Jesús y por el evangelio, para encontrar la vida verdadera. ¿Y cómo se hace esto? Siguiendo el mismo estilo de vida de Jesús. Todos queremos esa vida eterna que Dios nos promete, pero solo la encuentra aquel que la busca no para sí, sino para los demás, aquel que es feliz haciendo felices a los que están a su alrededor, aquel que pierde la vida dándola, amando a los demás, y posponiendo lo suyo… hasta dar la vida, como Jesús. Ir por este camino, es llevar a la práctica la sentencia: “nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos”, que Jesús impetró en la última cena. 

Aquí ya no vale responder con lo que otros dicen. A esta pregunta fundamental de Jesús tenemos que responder cada uno en primera persona y desde dentro. En el evangelio, Pedro, en nombre de todos los discípulos, confiesa que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios. Esta es también nuestra propia confesión, nuestra fe: nosotros creemos, con Pedro, que Cristo es el Señor. 

   A nosotros nos interesa Jesús no porque lo consideremos un gran hombre, sino porque en él Dios mismo se ha hecho presente y nos ha salido al encuentro. Para nosotros Jesús es importante, lo más importante, porque es el Hijo de Dios, porque es real y verdaderamente Dios uno con el Padre y el Espíritu Santo; para nosotros Jesús es importante, lo más importante, porque es verdaderamente hombre, nacido de la Virgen María, y por eso, porque es Dios y hombre es nuestro Salvador y Redentor. 

PARA REFLEXIONAR 

   “Un matrimonio pobre. Ella hilaba a la puerta de su casa pensando en su marido. Todo el que pasaba se quedaba admirado de la belleza de su cabello, negro, largo. Él iba cada día al mercado a vender algunas frutas. A la sombra de un árbol se sentaba a esperar, sujetando entre los dientes una pipa vacía. 

   No llegaba el dinero para comprar tabaco. Se acercaba el día del aniversario y ella no cesaba de preguntarse qué podría regalar a su marido. Y, además, ¿con qué dinero? Una idea cruzó su mente. Vendería su pelo para comprarle tabaco. Ya imaginaba a su esposo en la plaza, sentado ante sus frutas, dando largas bocanadas a su pipa. Así lo hizo y obtuvo por su pelo unas cuantas monedas, pero eligió con cuidado el más fino estuche de tabaco. 

   El perfume de las hojas arrugadas compensaba  el sacrificio de su pelo. Al llegar la tarde regresó el marido. Venía cantando por el camino. Traía en su mano un pequeño regalo: eran unos peines para su esposa. Los acababa de comprar, tras vender su pipa. Al encontrarse, se rieron y se abrazaron llenos de gozo y de alegría”. 

“Nadie tiene más amor que el que da su vida por sus amigos (Jn.15, 13)

23° Domingo del Tiempo Ordinario, 9 Septiembre 2018, Ciclo B


San Marcos 7,31-37 

Ábrete


Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. La Sordera: es urgente que los cristianos escuchemos también hoy esta llamada de Jesús. La primera sordera por curar es la del corazón. Se nos pide actuar con lucidez y responsabilidad. Sería funesto vivir hoy sordos a su llamada, desoír sus palabras de vida, no escuchar su Buena Noticia, no captar los signos de los tiempos, vivir encerrados en nuestra sordera. Es urgente ori al Señor; la fuerza sanadora de su palabra nos puede curar.
  2. El Aislamiento: es encerrarse en la ocupación de cada día sin más. Vivir sin interioridad. Caminar sin brújula, sin reflexión ni apertura a la esperanza. Perder incluso la sed y el deseo de vivir con ansia de Dios.
  3. Escuchar: son muchos los hombres y mujeres que se sienten incapaces de entablar un verdadero diálogo con su Creador. No saben escuchar a Dios y no saben hablarle. Se diría que son «sordomudos” ante El. Para encontrar a Dios no hay que recorrer largos caminos. Basta detenerse, cerrar los ojos, entrar en nuestro corazón y escuchar la vida que hay en nosotros mismos. Ahí, donde estamos ahora mismo, está Dios rodeándonos e impregnándonos con su vida.
  4. La Conversión: el egoísmo, la desconfianza y la insolidaridad son también hoy lo que más nos separa y aísla a unos de otros. Por ello la conversión al amor es camino indispensable para escapar de la soledad. El que se abre al amor al Padre y a los hermanos, no está solo.

REFLEXIÓN 

   El Evangelio de este domingo es muy apropiado para describir la situación de muchos cristianos ante Dios, ante su Palabra y su Amor misericordioso. La dignidad humana, el ser y vivir conforme a nuestra condición humana, se salva si salvamos la conciencia, si no nos dejamos manipular desde fuera, si somos libres desde la hondura del corazón, si somos capaces de cerrar alguna vez los oídos a los cantos de sirena de los explotadores y manipuladores de turno para escuchar la voz, casi imperceptible, de Dios que resuena allí, en lo secreto de nuestro corazón. 

   Ciertamente, en mayor o menor medida todos padecemos de sordera ante Dios. La voz de Dios es muy difícil de escuchar, si no cerramos antes los oídos del alma a los gritos y seducciones del materialismo que nos domina. Necesitamos acudir a Jesús para que cure nuestra sordera. Bien poco se nos pide: que queramos oír, que deseemos de verdad ser curados, que lo pidamos ardientemente. 

   Dios no dejará de hablar a nuestro corazón, es decir, no dejará de salvarnos si nos ponemos en sus manos como somos, pobres y necesitados de Él, pues como nos ha dicho la carta de Santiago, "Dios ha elegido a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que le aman".


PARA LA VIDA

   Un día apareció un hombre que tocaba la flauta de manera tan exquisita que encantaba a todo ser animado que escuchaba el dulce acento de sus melodías. Al escucharlo acudían todo tipo de personas y animales, y se agolpaban en la plaza para escuchar el divino y sonoro, pero oculto mensaje de la música del flautista. Un día, un joven, que conocía a un anciano del pueblo que era sordo y que pedía limosna en las afueras del pueblo, quedó sorprendido de que día a día, aquel anciano acudiera a la plaza para ‘oír’ al flautista.

   No aguantando la curiosidad, escribió unas preguntas al pordiosero: - ¿Qué vienes a hacer aquí si tú no puedes escuchar? ¿Qué te extasía tanto si tú no puedes apreciar lo que él toca?. Aquel pordiosero, con dificultad en el hablar, contestó: - Mira el centro de la plaza, alza la vista, ¿qué ves? - Una cruz, respondió el joven. Y el pordiosero le contestó: - Es la cruz de Cristo que se alza sobre la cúpula de la vieja Iglesia.

   Me extasía no escuchar nada y soñar que algún día, la música de la verdad crucificada, fascine y cautive a los hombres. Cuando se reúnen en la plaza, sueño que venzan su sordera espiritual y su ceguera, y que la música del mundo no los encante como serpientes y sean capaces de dejarse conquistar por la música del cielo. Sordo no es el que no percibe sonidos, sino el que no es capaz de percibir y soportar la música del amor y la verdad. Vosotros oís, los que oyen utilizan el tímpano; yo escucho, los que escuchamos utilizamos el corazón». 

22° Domingo del Tiempo Ordinario, 2 Septiembre 2018, Ciclo B


San Marcos 7,1-8.14-15.21-23 

“Manos Limpias...Corazón Sucio?”


Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. La Crisis: en las crisis se revela quiénes son los verdaderos discípulos de Jesús. Por muy dolorosa que nos parezca, la crisis actual será positiva si los que seguimos al Señor Jesús, muchos o pocos, nos vamos convirtiendo en sus discípulos, es decir, en hombres y mujeres que vivimos de sus palabras de vida, y hacemos de él, nuestra guía.
  2. A Quién Acudir:  «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna». «Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida». Sin embargo, cuando se vive lleno de ruido, es difícil escuchar esa voz. Son muchos los hombres y mujeres que no logran encontrarse con su evangelio. El ruido no les ha permitido la dicha de abrir su corazón y escuchar con sencillez y humildad la fuerza de sus palabras de vida y verdad.
  3. La Fe: para muchos es «cumplir con sus obligaciones religiosas». Pero la verdadera fe es implicar a Jesús en la vida personal y hacer de él el mejor amigo y referente. El creyente vive una especie de «aventura personal» con Dios. Su fe se va transformando y enriqueciendo a lo largo de los años. Cada vez entiende mejor lo que puede significar la promesa de Dios: «Yo os daré un corazón nuevo y pondré dentro de vosotros un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne».           

REFLEXIÓN

   El relato de Juan nos recuerda una crisis de fe entre los discípulos de Jesús. Algunos vacilan, pues su modo de hablar les parece «inaceptable». Otros se echan para atrás y lo abandonan. Entonces Jesús se dirige directamente a los Doce. «También vosotros queréis marcharos?» Con su habitual sinceridad, Pedro le contesta: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos» 

   Los Doce descubren que, si abandonan a Cristo, no tendrían a quién acudir, pues no encontrarían en ningún otro «palabras de vida eterna». Aquel Jesús que a orillas del Tiberiades llamó un día a Pedro con una sola palabra: «Sígueme», hoy, me está diciendo a mí: «Ten fe, no vivas perdido, sigue mis pasos». Un cristiano cuando escucha las palabras de Jesús sabe que va a escuchar propuestas de eternidad. 

   Jesús es franco con sus discípulos. Está invitando a una fe que los alentará a acercarse a él, la fe no en algo espectacular, sino en sí mismo, en la nueva vida que nos ha mostrado en sus signos y palabras que ha proclamado. Jesús les recordó, y nos recuerda qué es lo que hace posible nuestra fe, quién es la fuente que nos permite seguirlo. 

   "Nadie puede venir a mí a menos que sea otorgado por mi Padre". La fe de Pedro flaqueará, como la nuestra cuando hay pruebas. Pero después de escuchar las desafiantes palabras de Jesús, Pedro no se aleja. Es posible que no entienda las consecuencias de decir "Sí" a Jesús, pero él cree en el que ha llegado a amar y continuará siguiéndolo.

PARA LA VIDA
    Cierto día, Buda, sentado sobre la flor del loto, enseñaba la necesidad de suprimir el sufrimiento para alcanzar la felicidad. El dolor, al oírlo, se quedó muy triste, porque ya nadie lo querría. Poco después pasó por allí un joven lleno de caridad, y, viendo llorar al dolor, se le enterneció el corazón, lo tomó de la mano y lo convirtió en su amigo inseparable. Ese joven se llamaba Jesús. Cuando Jesús comenzó a predicar, los oyentes se contagiaron de su felicidad. 

   Por primera vez en la historia, el dolor se alegraba viendo que él también podía dar algún fruto, pues Jesús decía que no habría felicidad sin cruz. Incluso murió en ella abrazado a su amigo el dolor, pero con el corazón inmerso en la alegría. Buda se asombró al constatar que Jesús y él buscaban lo mismo: la felicidad. Sin embargo, mientras Buda eliminaba el sufrimiento por la vía de la renuncia y de la meditación, Jesús lo asumía para sanar el pecado y traer la salvación.
   Al final, ni uno ni otro erradicaron el dolor del mundo. Buda no pudo; Jesús no quiso. Hoy, la felicidad toma la mano al sufrimiento para que no se encuentre solo. Y el sufrimiento se llena de esperanza y de alegría cuando ve que la felicidad pasa por el camino de la cruz.