23° Domingo del Tiempo Ordinario, 9 Septiembre 2018, Ciclo B


San Marcos 7,31-37 

Ábrete


Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. La Sordera: es urgente que los cristianos escuchemos también hoy esta llamada de Jesús. La primera sordera por curar es la del corazón. Se nos pide actuar con lucidez y responsabilidad. Sería funesto vivir hoy sordos a su llamada, desoír sus palabras de vida, no escuchar su Buena Noticia, no captar los signos de los tiempos, vivir encerrados en nuestra sordera. Es urgente ori al Señor; la fuerza sanadora de su palabra nos puede curar.
  2. El Aislamiento: es encerrarse en la ocupación de cada día sin más. Vivir sin interioridad. Caminar sin brújula, sin reflexión ni apertura a la esperanza. Perder incluso la sed y el deseo de vivir con ansia de Dios.
  3. Escuchar: son muchos los hombres y mujeres que se sienten incapaces de entablar un verdadero diálogo con su Creador. No saben escuchar a Dios y no saben hablarle. Se diría que son «sordomudos” ante El. Para encontrar a Dios no hay que recorrer largos caminos. Basta detenerse, cerrar los ojos, entrar en nuestro corazón y escuchar la vida que hay en nosotros mismos. Ahí, donde estamos ahora mismo, está Dios rodeándonos e impregnándonos con su vida.
  4. La Conversión: el egoísmo, la desconfianza y la insolidaridad son también hoy lo que más nos separa y aísla a unos de otros. Por ello la conversión al amor es camino indispensable para escapar de la soledad. El que se abre al amor al Padre y a los hermanos, no está solo.

REFLEXIÓN 

   El Evangelio de este domingo es muy apropiado para describir la situación de muchos cristianos ante Dios, ante su Palabra y su Amor misericordioso. La dignidad humana, el ser y vivir conforme a nuestra condición humana, se salva si salvamos la conciencia, si no nos dejamos manipular desde fuera, si somos libres desde la hondura del corazón, si somos capaces de cerrar alguna vez los oídos a los cantos de sirena de los explotadores y manipuladores de turno para escuchar la voz, casi imperceptible, de Dios que resuena allí, en lo secreto de nuestro corazón. 

   Ciertamente, en mayor o menor medida todos padecemos de sordera ante Dios. La voz de Dios es muy difícil de escuchar, si no cerramos antes los oídos del alma a los gritos y seducciones del materialismo que nos domina. Necesitamos acudir a Jesús para que cure nuestra sordera. Bien poco se nos pide: que queramos oír, que deseemos de verdad ser curados, que lo pidamos ardientemente. 

   Dios no dejará de hablar a nuestro corazón, es decir, no dejará de salvarnos si nos ponemos en sus manos como somos, pobres y necesitados de Él, pues como nos ha dicho la carta de Santiago, "Dios ha elegido a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que le aman".


PARA LA VIDA

   Un día apareció un hombre que tocaba la flauta de manera tan exquisita que encantaba a todo ser animado que escuchaba el dulce acento de sus melodías. Al escucharlo acudían todo tipo de personas y animales, y se agolpaban en la plaza para escuchar el divino y sonoro, pero oculto mensaje de la música del flautista. Un día, un joven, que conocía a un anciano del pueblo que era sordo y que pedía limosna en las afueras del pueblo, quedó sorprendido de que día a día, aquel anciano acudiera a la plaza para ‘oír’ al flautista.

   No aguantando la curiosidad, escribió unas preguntas al pordiosero: - ¿Qué vienes a hacer aquí si tú no puedes escuchar? ¿Qué te extasía tanto si tú no puedes apreciar lo que él toca?. Aquel pordiosero, con dificultad en el hablar, contestó: - Mira el centro de la plaza, alza la vista, ¿qué ves? - Una cruz, respondió el joven. Y el pordiosero le contestó: - Es la cruz de Cristo que se alza sobre la cúpula de la vieja Iglesia.

   Me extasía no escuchar nada y soñar que algún día, la música de la verdad crucificada, fascine y cautive a los hombres. Cuando se reúnen en la plaza, sueño que venzan su sordera espiritual y su ceguera, y que la música del mundo no los encante como serpientes y sean capaces de dejarse conquistar por la música del cielo. Sordo no es el que no percibe sonidos, sino el que no es capaz de percibir y soportar la música del amor y la verdad. Vosotros oís, los que oyen utilizan el tímpano; yo escucho, los que escuchamos utilizamos el corazón».