Domingo de Resurrección, 21 de Abril de 2019, Ciclo C



San Juan 20, 1-9 

Bendito el que viene en nombre del Señor


Homilía Padre Pablo Galvis J.

  1. La Resurrección: ¡Cristo vive! Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado. Ha triunfado de la muerte, del poder de las tinieblas, del dolor y de la angustia. El tiempo pascual es tiempo de alegría. De una alegría que no se limita a esa época del año litúrgico, sino que se instala en todo momento en el corazón de los cristianos, porque Jesús está vivo.
  2. La Alegría: de este día tiene su origen en Cristo, en el amor que Dios nos tiene y en nuestra correspondencia con ese amor. Se cumple aquella promesa del Señor: Yo les daré una alegría que nadie les podrá quitar. La única condición que nos pone es no separarnos nunca del Padre, no dejar nunca que las cosas nos separen de Él; experimentar en todo momento que somos hijos suyos.
  3. La Fe:  El Evangelio nos muestra a Pedro y Juan que, entrando en el sepulcro, “ven y creen”. El sepulcro vacío es para ellos el inicio de una meditación que los conduce a la fe en Cristo resucitado. Así como las primeras comunidades cristianas vivían de la fe en la Resurrección del Señor, así también los cristianos están llamados a vivir más a fondo el misterio de la Resurrección en sus vidas. “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba”.
  4. Nuestra Esperanza:  creed vivamente en la resurrección del Señor para vivir una nueva vida llena de esperanza, de fortaleza, de amor. Resucitar con Cristo será no vivir más en el pecado; será participar con Cristo en el misterio de la cruz y la salvación de los hombres; será vivir esta vida como peregrinos hacia la posesión eterna de Dios. 
REFLEXIÓN
   Estamos en Pascua. Ahora sí; este es el zumo del fruto que se exprimió ante el silencio de unos, complacencia de otros, la complicidad de unos o la cobardía de otros. Cristo, muerto en el madero, nos gana a todos y nos catapulta en una vida sin término. ¿Caemos en la cuenta de tan gran Misterio? Que, nuestra fe, no es una fe de muertos ni en la muerte. 

   Que, nuestra fe, está coronada por el triunfo de un Cristo que al resucitar nos inyecta, ahora más que nunca, una infusión de vida eterna. Estamos llamados a eso: a la vida. Estamos llamados a despertar de este mundo, que, aun pareciéndonos un sueño, es algo pasajero y nada comparable con la realidad del cielo.

   Hoy, en esta mañana florecida por la luz de Cristo, apostamos fuerte por Aquel que nos lo ha dado todo. Hoy, en estas horas refulgentes y celestes, levantamos también nuestra victoria: ¡Cristo es nuestro futuro! Ahora, aunque lloremos, sabemos que nuestro llanto no será definitivo.
No olvidemos que, la salvación que Jesús nos ha traído, ha sido precisamente para los que creemos que la necesitamos. Para todo aquel que, humildemente, pone en Dios su esperanza, en la cruz sus ojos y en la resurrección su horizonte.
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Todos juntos, proclamemos y cantemos y ensalcemos el poder de nuestro Dios: 

¡Lo has Resucitado, Señor! ¡Nos has Resucitado a Todos!



PARA LA VIDA

   Un niño pequeño quería conocer a Dios; sabía que era un largo viaje hasta donde Dios vive, así que empacó su maleta con pastelillos y refrescos, y empezó su jornada.  Cuando había caminado como tres manzanas, se encontró con una mujer anciana. Ella estaba sentada en el parque, sola contemplando algunas palomas.  El niño se sentó junto a ella y abrió su maleta. Estaba a punto de beber su refresco, cuando notó que la anciana parecía hambrienta, así que le ofreció un pastelillo. 
   Ella agradecida aceptó el pastelillo y sonrió al niño. Su sonrisa era muy bella, tanto que el niño quería verla de nuevo, así que le ofreció uno de sus refrescos.  De nuevo ella le sonrió. ¡El niño estaba encantado!  Él se quedó toda la tarde comiendo y sonriendo, pero ninguno de los dos dijo nunca una sola palabra, mientras oscurecía, el niño se percató de lo cansado que estaba, se levantó para irse, pero antes de seguir sobre sus pasos, dio vuelta atrás, corrió hacia la anciana y le dio un abrazo. 
   Ella, después de abrazarlo le dio la más grande sonrisa de su vida.  Cuando el niño llegó a su casa, abrió la puerta. Su madre estaba sorprendida por la cara de felicidad. Entonces le preguntó:  -Hijo, ¿qué hiciste hoy que te hizo tan feliz?  El niño contestó:  -¡Hoy almorcé con Dios!...  Y antes de que su madre contestara algo, añadió: -¿Y sabes qué? ¡Tiene la sonrisa más hermosa que he visto!  

   Mientras tanto, la anciana, también radiante de felicidad, regresó a su casa. Su hijo se quedó sorprendido por la expresión de paz en su cara, y preguntó:  -Mamá, ¿qué hiciste hoy que te ha puesto tan feliz? La anciana contestó:  -¡Comí con Dios en el parque!... Y antes de que su hijo respondiera, añadió:  -¿Y sabes? ¡Es más joven de lo que pensaba! 

Semana Santa, 14 al 20 de Abril de 2019, Ciclo C



Domingo de Ramos:

Bendito el que viene en nombre del Señor


Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.



   Hoy la Iglesia entera conmemora el Domingo de Ramos, que constituye la puerta de la semana santa. La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén marca, en cierto sentido, el fin de lo que Jerusalén representaba para el antiguo testamento, y señala el principio de la plena realización de la nueva Jerusalén.

La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén nos pide a cada uno de nosotros coherencia y perseverancia. Ahondar en nuestra fidelidad para que nuestros propósitos no sean luces que brillan momentáneamente y pronto se apagan. Comencemos la Semana Santa con un nuevo ardor y dispongámonos a ponernos al servicio de Jesús.

  •    Vivir la semana Santa es acompañar a Jesús desde la entrada a Jerusalén hasta la resurrección.
  •    Vivir la semana Santa es descubrir qué pecados hay en mi vida y buscar el perdón generoso de Dios en el Sacramento de la Reconciliación.
  •    Vivir la Semana Santa es afirmar que Cristo está presente en la eucaristía y recibirlo en la comunión. Vivir la Semana Santa es aceptar decididamente que Jesús está presente también en cada ser humano que convive y se cruza con nosotros.
  •    Vivir la Semana Santa es proponerse seguir junto a Jesús todos los días del año, viviendo la oración, los sacramentos y la caridad. 

Jueves Santo: 

   Es el día del sacerdocio, de la Eucaristía y el mandamiento del amor. Como un hijo nace del seno de su madre, así hemos nacido nosotros, Oh Cristo, de tu único y eterno sacerdocio. Hemos nacido en la gracia y en la fuerza de la nueva y eterna alianza del Cuerpo y de la Sangre de tu sacrificio redentor: del “Cuerpo que es entregado por nosotros” (cf. Lc 22,19), y de la Sangre, que “por todos nosotros se ha derramado” (cfr. Mt 26,28). La liturgia de san Juan Crisóstomo reza así: “Hazme comulgar hoy en tu cena mística, oh Hijo de Dios. Porque no diré el secreto a tus enemigos ni te daré el beso de Judas. Sino que, como el buen ladrón, te digo: Acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.”.

El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es "entregado por nosotros", y la Sangre que bebemos es "derramada por muchos para el perdón de los pecados". Por eso la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos, preservarnos de futuros pecados, e impulsarnos a la práctica de la caridad.

Viernes Santo:

   El Viernes Santo hacemos el propósito de vivir con la mayor devoción y amor, el día de la muerte de Jesús, Nuestro Redentor. En un día como hoy, hace más de dos mil años, Jesús fue clavado en la Cruz. Toda su vida estuvo dirigida a este momento supremo. Ahora apenas logra llegar, exhausto, a la cima del Calvario. En seguida lo tienden sobre el suelo y lo clavan en el madero. Introducen los hierros, primero en las manos, con desgarro de nervios y carne. Luego es izado hasta quedar erguido sobre el madero vertical que está fijo en el suelo. Entonces le clavan los pies. María, dolorosa de pie junto a la cruz, contempla toda la terrible escena. 

Sábado Santo: 

   El mundo ha quedado a oscuras. María era la única luz encendida sobre la tierra. La madre de Jesús y las mujeres que han seguido al Maestro desde Galilea, después de observar todo atentamente, se marchan también. Cae la noche. Ahora ha pasado todo. Se ha cumplido la obra de nuestra Redención. Ya somos hijos de Dios, porque Jesús ha muerto por nosotros y su muerte nos ha rescatado. Hemos sido comprados a gran precio.

   Siempre, pero especialmente si alguna vez dejamos a Cristo y nos encontramos desorientados por haber abandonado la Cruz, como los apóstoles, tendremos acudir en seguida a esa luz continuamente encendida en nuestra vida que es la Virgen Santísima. 
Junto a ella nos disponemos a vivir la inmensa alegría de la Resurrección. 


PARA LA VIDA 

   En una iglesia de las misiones de África, al hacer la colecta de dones para el ofertorio, dos encargados pasaban con una gran cesta de mimbres de las que se usan para recoger la mandioca. En la última fila de bancas de la iglesia estaba sentado un niño que miraba con tristeza la cesta que pasaba de fila en fila. Todos depositaban algún producto de sus cosechas. Le entristecía el pensar que no tenía nada para ofrecer al Señor. Los que llevaban la cesta ya estaban delante de él. No lo pensó más. Ante la sorpresa de todos, el niño se recostó en la cesta excusándose: “Señor. No tengo nada, me ofrezco todo a ti, Señor”.

5° Domingo de Cuaresma, 7 Abril 2019, Ciclo C


San Juan 8, 1 - 11

Miseria y Misericordia


Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. El Pecado: El Señor mira a la adúltera. Ella vale más que el pecado; encuentra en ella ese granito de bondad que hay en cada persona. Jesús condena el pecado y salva al pecador: “Tampoco yo te condeno; anda, en adelante, no peques más”. Triunfa la vida sobre la muerte. Lo único verdaderamente importante, lo único que permanece y nos salva es Cristo.
  2. El Cambio: en Dios no hay ni sombra de egoísmo, resentimiento o venganza. Dios quiere desbordar sobre nosotros su amor y su misericordia: quiere volver a abrazar a todos los hombres con aquel mismo abrazo de Cristo en la cruz. Un abrazo de perdón incondicional, como fue aquel del padre del hijo pródigo.
  3. El Perdón:  La Cruz de Cristo grita bien alto que para Dios nuestros pecados los cargará el Señor, no por Él, dado que a Él no lo alcanzan nuestros pecados, sino por nosotros que quedamos bajo su veneno, porque el pecado nos hiere, nos perjudica gravemente a nosotros, sus criaturas, sus hijos. Jesús perdona a la mujer, la perdona totalmente, pero añade: "Anda en paz, y en adelante no peques más".
  4. La Palabra: nos invita una vez más a la conversión sincera, esa que sólo se puede hacer desde el corazón, cambiando nuestras actitudes. Y si nos fijamos en las actitudes de Jesús, nos ayudará a mirar la vida y a las personas con una esperanza renovadora. Su Palabra también hoy nos dice: “Te perdono, no peques más”.
REFLEXIÓN 

   En el Evangelio de hoy, leemos el pasaje de la mujer adúltera, que nos muestra la misericordia del Señor que está siempre dispuesto a perdonar cuando existe el arrepentimiento.

   Al ver la trampa que sus enemigos pusieron para Jesús, parece que no hay salida.  Los fariseos le ofrecen a Jesús solamente dos posibilidades, respetar la ley o negarla.  Pero Jesús no cae en la trampa.  Jesús no vino para hacer cumplir las leyes que destruyen a la persona.  Más bien, vino para enseñarnos una nueva ley que siempre lleva a la libertad.  

   Entonces, vemos como termina este encuentro que hubiera podido culminar con la condena de la mujer. El final es simple y tierno.   Jesús respeta a la mujer como persona.  No hay ni una palabra de reproche.  Reconoce en ella la posibilidad de cambio.  Le dice simplemente: “Vete y ya no vuelvas a pecar”.   Jesús le manda a empezar de nuevo su vida, a regresar a la familia y a la comunidad, y recomenzar su vida sin humillación ni vergüenza. 

   Es la semana antes de la Semana Santa y tenemos la invitación de acercarnos a Dios en el sacramento de Reconciliación y aceptar no solamente el perdón de Dios, sino la liberación de nuestra culpa.  Vemos a Jesús, que en el Evangelio se reveló como un hombre profundamente comprensivo, hasta la exageración.  Jesús creyó en Dios, capaz de hacer de la mujer una criatura nueva.  Creyó en la mujer, capaz de cambiar su vida.  No le hizo una pregunta indiscreta, ni le reprendió por su culpa.  Vio en ella una hija perdida del padre que ya había vuelto a la vida. 

PARA LA VIDA

Un Ejemplo de Misericordia

   Una madre solicitó a Napoleón el perdón de su hijo. El emperador dijo que era el segundo delito que cometía el hombre y que la justicia exigía su ejecución. “No pido justicia”, dijo la madre, “pido misericordia”. “Pero señora”, respondió el emperador, “no merece misericordia alguna”. “Su excelencia”, prosiguió la madre, “si se la mereciera, no sería misericordia, y misericordia es todo lo que le pido”. “Muy bien”, dijo el emperador, “tendré misericordia”. Y así se salvó la vida de su hijo. 

Sin Prejuicios

   Sucedió que un presidiario de Darlington, Inglaterra, que acababa de ser puesto en libertad, se cruzó con el alcalde John Morel en la calle. El hombre había pasado tres largos años en la cárcel por malversación de fondos y estaba sumamente susceptible por el ostracismo social que esperaba recibir por parte de la gente de su pueblo.

   “¿Qué tal?”, lo saludó el alcalde alegremente. “¡Qué gusto verlo! ¿Cómo le va?” El hombre parecía sentirse incómodo y la conversación terminó abruptamente. Años más tarde, por lo visto el alcalde Morel y el ex presidiario volvieron a encontrarse por casualidad en otro pueblo, y este último le dijo: “Quiero agradecerle lo que hizo por mí cuando salí de la cárcel”. “¿Y qué fue lo que hice?”, preguntó el alcalde. “Fue muy amable conmigo y eso transformó mi vida”, respondió agradecido el hombre.

4° Domingo de Cuaresma, 31 Mar 2019, Ciclo C


San Lucas 15, 1 - 3 . 11-32

Si el Afligido Invoca al Señor, Él lo Escucha y lo Salva de sus Angustias


Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. La Herencia: el patrimonio del padre es todo lo que le interesa al hijo, no los consejos, los valores, los afectos. A nosotros nos pasa igual, que desconfiamos de Dios para hacer nuestro antojo: comodidad, independencia, autonomía, prestigio, fama, riquezas, sensualidad, honores, poder, orgullo, etc. vivimos apegados a nuestras apetencias, fijos los ojos en esos otros bienes que tenemos o que deseamos, pero que ni son Dios ni a Dios conducen.
  2. El Alejamiento:  el pecado es siempre un derroche y abuso de nuestra libertad y el derroche de nuestros valores más preciosos. El alejamiento del Padre lleva siempre consigo una gran destrucción en quien lo realiza, en quien quebranta su voluntad, y disipa en sí mismo su herencia: la dignidad de la propia persona humana, la herencia de la gracia.
  3. Arrepentimiento: es ponerse al desnudo frente a la propia conciencia. El hombre debe encontrar de nuevo dolorosamente lo que ha perdido, aquello de que se ha privado al cometer el pecado, al vivir en el pecado, para que madure en él ese paso decisivo: “Me levantaré e iré a mi Padre” (Lc 15,18). La certeza de la bondad y del amor que pertenecen a la esencia de la paternidad de Dios, deberá conseguir en él la victoria sobre la conciencia de la culpa y de la propia dignidad.
  4. El Perdón: por más pecados que hayamos cometido, Dios nos espera siempre y está dispuesto a acogernos y hacer fiesta con nosotros y por nosotros. Porque es un Padre que jamás se cansa de perdonar y no tiene en cuenta si, al final, el “balance” es negativo: Dios no sabe hacer otra cosa que amar. 

REFLEXIÓN 

   Hoy, Domingo Laetare (“de Gozo y Alegría”), escuchamos nuevamente este fragmento entrañable del Evangelio según san Lucas, en el que Jesús justifica su práctica de perdonar los pecados y recuperar a los hombres para Dios. Efectivamente, el Padre de la parábola —que se conmueve viendo que vuelve aquel hijo perdido por el pecado— es un icono del Padre del Cielo reflejado en el rostro de Cristo: «Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente» (Lc 15,20). 

   Jesús nos da a entender claramente que todo hombre, incluso el más pecador, es para Dios una realidad muy importante que no quiere perder de ninguna manera; y que Él siempre está dispuesto a concedernos con gozo inefable su perdón (hasta el punto de no ahorrar la vida de su Hijo). San Juan Pablo II decía en su encíclica Dives in misericordia que el amor de Dios, en una historia herida por el pecado, se ha convertido en misericordia, compasión. La Pasión de Jesús es la medida de esta misericordia. 

   Así entenderemos que la alegría más grande que damos a Dios es dejarnos perdonar presentando a su misericordia nuestra miseria, nuestro pecado. A las puertas de la Pascua acudimos de buen grado al sacramento de la penitencia, a la fuente de la divina misericordia: daremos a Dios una gran alegría, quedaremos llenos de paz y seremos más misericordiosos con los otros. ¡Nunca es tarde para levantarnos y volver al Padre que nos ama! 

PARA LA VIDA 

   Durante años fui un neurótico. Era un ser angustiado, deprimido, egoísta. Y todo el mundo insistía en decirme que cambiara. Y no dejaban de recordarme lo neurótico que yo era. Y yo me ofendía, aunque estaba de acuerdo con ellos, y deseaba cambiar, pero no acababa de conseguirlo por mucho que lo intentara. 
   Lo peor era que mi mejor amigo tampoco dejaba de recordarme lo neurótico que yo estaba. Y también insistía en la necesidad de que yo cambiara. Y también con él estaba de acuerdo y no podía sentirme ofendido con él. De manera que me sentía impotente y como atrapado. 

   Pero un día me dijo: “No cambies. Sigue siendo tal como eres. En realidad, no importa que cambies o dejes de cambiar. Yo te quiero tal como eres y no puedo dejar de quererte”. Aquellas palabras sonaron en mis oídos como música: “No cambies. No cambies. No cambies. Te quiero”. Entonces me tranquilicé. Y me sentí vivo y mejor que nunca. Y, ¡oh maravilla!, cambié. 

   Sólo Dios es totalmente Bueno y Santo. Todos somos hijos pródigos. Todos somos hermanos e hijos de este Padre de la Misericordia. Imitemos el corazón de nuestro Dios, abriéndonos a su Amor infinito, reflejando en nuestra vida este perdón y esta misericordia a los que nos rodean, a los que nos ofenden, a los que se alejan, a los que no son como nosotros.