San Juan 20, 1-9
“Bendito el que viene en nombre del Señor”
Homilía Padre Pablo Galvis J.
- La Resurrección: ¡Cristo vive! Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado. Ha triunfado de la muerte, del poder de las tinieblas, del dolor y de la angustia. El tiempo pascual es tiempo de alegría. De una alegría que no se limita a esa época del año litúrgico, sino que se instala en todo momento en el corazón de los cristianos, porque Jesús está vivo.
- La Alegría: de este día tiene su origen en Cristo, en el amor que Dios nos tiene y en nuestra correspondencia con ese amor. Se cumple aquella promesa del Señor: Yo les daré una alegría que nadie les podrá quitar. La única condición que nos pone es no separarnos nunca del Padre, no dejar nunca que las cosas nos separen de Él; experimentar en todo momento que somos hijos suyos.
- La Fe: El Evangelio nos muestra a Pedro y Juan que, entrando en el sepulcro, “ven y creen”. El sepulcro vacío es para ellos el inicio de una meditación que los conduce a la fe en Cristo resucitado. Así como las primeras comunidades cristianas vivían de la fe en la Resurrección del Señor, así también los cristianos están llamados a vivir más a fondo el misterio de la Resurrección en sus vidas. “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba”.
- Nuestra Esperanza: creed vivamente en la resurrección del Señor para vivir una nueva vida llena de esperanza, de fortaleza, de amor. Resucitar con Cristo será no vivir más en el pecado; será participar con Cristo en el misterio de la cruz y la salvación de los hombres; será vivir esta vida como peregrinos hacia la posesión eterna de Dios.
REFLEXIÓN
Estamos en Pascua. Ahora sí; este es el zumo del fruto que se exprimió ante el silencio de unos, complacencia de otros, la complicidad de unos o la cobardía de otros. Cristo, muerto en el madero, nos gana a todos y nos catapulta en una vida sin término. ¿Caemos en la cuenta de tan gran Misterio? Que, nuestra fe, no es una fe de muertos ni en la muerte.
Que, nuestra fe, está coronada por el triunfo de un Cristo que al resucitar nos inyecta, ahora más que nunca, una infusión de vida eterna. Estamos llamados a eso: a la vida. Estamos llamados a despertar de este mundo, que, aun pareciéndonos un sueño, es algo pasajero y nada comparable con la realidad del cielo.
Hoy, en esta mañana florecida por la luz de Cristo, apostamos fuerte por Aquel que nos lo ha dado todo. Hoy, en estas horas refulgentes y celestes, levantamos también nuestra victoria: ¡Cristo es nuestro futuro! Ahora, aunque lloremos, sabemos que nuestro llanto no será definitivo.
No olvidemos que, la salvación que Jesús nos ha traído, ha sido precisamente para los que creemos que la necesitamos. Para todo aquel que, humildemente, pone en Dios su esperanza, en la cruz sus ojos y en la resurrección su horizonte.
Todos juntos, proclamemos y cantemos y ensalcemos el poder de nuestro Dios:
¡Lo has Resucitado, Señor! ¡Nos has Resucitado a Todos!
PARA LA VIDA
Un niño pequeño quería conocer a Dios; sabía que era un largo viaje hasta donde Dios vive, así que empacó su maleta con pastelillos y refrescos, y empezó su jornada. Cuando había caminado como tres manzanas, se encontró con una mujer anciana. Ella estaba sentada en el parque, sola contemplando algunas palomas. El niño se sentó junto a ella y abrió su maleta. Estaba a punto de beber su refresco, cuando notó que la anciana parecía hambrienta, así que le ofreció un pastelillo.
Ella agradecida aceptó el pastelillo y sonrió al niño. Su sonrisa era muy bella, tanto que el niño quería verla de nuevo, así que le ofreció uno de sus refrescos. De nuevo ella le sonrió. ¡El niño estaba encantado! Él se quedó toda la tarde comiendo y sonriendo, pero ninguno de los dos dijo nunca una sola palabra, mientras oscurecía, el niño se percató de lo cansado que estaba, se levantó para irse, pero antes de seguir sobre sus pasos, dio vuelta atrás, corrió hacia la anciana y le dio un abrazo.
Ella, después de abrazarlo le dio la más grande sonrisa de su vida. Cuando el niño llegó a su casa, abrió la puerta. Su madre estaba sorprendida por la cara de felicidad. Entonces le preguntó: -Hijo, ¿qué hiciste hoy que te hizo tan feliz? El niño contestó: -¡Hoy almorcé con Dios!... Y antes de que su madre contestara algo, añadió: -¿Y sabes qué? ¡Tiene la sonrisa más hermosa que he visto!
Mientras tanto, la anciana, también radiante de felicidad, regresó a su casa. Su hijo se quedó sorprendido por la expresión de paz en su cara, y preguntó: -Mamá, ¿qué hiciste hoy que te ha puesto tan feliz? La anciana contestó: -¡Comí con Dios en el parque!... Y antes de que su hijo respondiera, añadió: -¿Y sabes? ¡Es más joven de lo que pensaba!