1. La Santísima Trinidad: no confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: «el misterio de la Trinidad». Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: «El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza en tres personas distintas». «Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina».
2. El Padre: no lo es sólo en cuanto Creador, es eternamente Padre en relación a su Hijo único, que recíprocamente sólo es Hijo en relación a su Padre: «Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
3. El Hijo: es «consubstancial» al Padre, es decir, un solo Dios con Él. En su formulación, el Credo de Nicea confesó «al Hijo Único de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, consubstancial al Padre».
4. El Espíritu Santo: 3ª persona de la Trinidad, es enviado a los apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al Padre. El envío de la persona del Espíritu en pentecostés, tras la glorificación de Jesús, revela en plenitud el misterio de la Santa Trinidad.
REFLEXIÓN
Celebramos en este domingo la fiesta de la Santísima Trinidad, fiesta en la que contemplamos el misterio de Dios, en el que creemos, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y una sola naturaleza divina. Nuestro Dios es relación de amor. También podríamos decir, que celebramos el misterio del ser humano, hecho a imagen y semejanza de Dios.
PARA LA VIDA
El pequeño Jaime recuerda una noche en casa de su abuela, como la noche de la gran tormenta. Su padre tuvo que ir a buscarlo. Viento, agua, truenos y rayos llenaban el cielo oscuro y tenebroso…
El padre de Jaime llegó con un impermeable azul grande y le dijo: “Hijo, vamos a casa”. Cubrió a su hijo con su impermeable y los dos se enfrentaron a la tormenta. A pesar de la ferocidad de la tormenta el pequeño Jaime no tenía miedo. Sabía que su padre lo guiaba. Abrazado a su padre, se sentía seguro. Poco después el impermeable se abrió y estaban en casa.
ORACION
Santísima Trinidad, acompáñanos en los viajes de esta vida
y en el viaje a la eternidad. Amén.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo…