San Juan 6, 60-69
“Tú Tienes Palabras de Vida Eterna”
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
- La Crisis: en las crisis se revela quiénes son los verdaderos discípulos de Jesús. Por muy dolorosa que nos parezca, la crisis actual será positiva si los que seguimos al Señor Jesús, muchos o pocos, nos vamos convirtiendo en sus discípulos, es decir, en hombres y mujeres que vivimos de sus palabras de vida, y hacemos de él, nuestra guía.
- A Quién Acudir: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna». «Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida». Sin embargo, cuando se vive lleno de ruido, es difícil escuchar esa voz. Son muchos los hombres y mujeres que no logran encontrarse con su evangelio. El ruido no les ha permitido la dicha de abrir su corazón y escuchar con sencillez y humildad la fuerza de sus palabras de vida y verdad.
- La Fe: para muchos es «cumplir con sus obligaciones religiosas». Pero la verdadera fe es implicar a Jesús en la vida personal y hacer de él el mejor amigo y referente. El creyente vive una especie de «aventura personal» con Dios. Su fe se va transformando y enriqueciendo a lo largo de los años. Cada vez entiende mejor lo que puede significar la promesa de Dios: «Yo os daré un corazón nuevo y pondré dentro de vosotros un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne».
REFLEXIÓN
El relato de Juan nos recuerda una crisis de fe entre los discípulos de Jesús. Algunos vacilan, pues su modo de hablar les parece «inaceptable». Otros se echan para atrás y lo abandonan. Entonces Jesús se dirige directamente a los Doce. «También vosotros queréis marcharos?» Con su habitual sinceridad, Pedro le contesta: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos»
Los Doce descubren que, si abandonan a Cristo, no tendrían a quién acudir, pues no encontrarían en ningún otro «palabras de vida eterna». Aquel Jesús que a orillas del Tiberiades llamó un día a Pedro con una sola palabra: «Sígueme», hoy, me está diciendo a mí: «Ten fe, no vivas perdido, sigue mis pasos». Un cristiano cuando escucha las palabras de Jesús sabe que va a escuchar propuestas de eternidad.
Jesús es franco con sus discípulos. Está invitando a una fe que los alentará a acercarse a él, la fe no en algo espectacular, sino en sí mismo, en la nueva vida que nos ha mostrado en sus signos y palabras que ha proclamado. Jesús les recordó, y nos recuerda qué es lo que hace posible nuestra fe, quién es la fuente que nos permite seguirlo.
"Nadie puede venir a mí a menos que sea otorgado por mi Padre". La fe de Pedro flaqueará, como la nuestra cuando hay pruebas. Pero después de escuchar las desafiantes palabras de Jesús, Pedro no se aleja. Es posible que no entienda las consecuencias de decir "Sí" a Jesús, pero él cree en el que ha llegado a amar y continuará siguiéndolo.
PARA LA VIDA
Cierto día, Buda, sentado sobre la flor del loto, enseñaba la necesidad de suprimir el sufrimiento para alcanzar la felicidad. El dolor, al oírlo, se quedó muy triste, porque ya nadie lo querría. Poco después pasó por allí un joven lleno de caridad, y, viendo llorar al dolor, se le enterneció el corazón, lo tomó de la mano y lo convirtió en su amigo inseparable. Ese joven se llamaba Jesús. Cuando Jesús comenzó a predicar, los oyentes se contagiaron de su felicidad.
Por primera vez en la historia, el dolor se alegraba viendo que él también podía dar algún fruto, pues Jesús decía que no habría felicidad sin cruz. Incluso murió en ella abrazado a su amigo el dolor, pero con el corazón inmerso en la alegría. Buda se asombró al constatar que Jesús y él buscaban lo mismo: la felicidad. Sin embargo, mientras Buda eliminaba el sufrimiento por la vía de la renuncia y de la meditación, Jesús lo asumía para sanar el pecado y traer la salvación.
Al final, ni uno ni otro erradicaron el dolor del mundo. Buda no pudo; Jesús no quiso. Hoy, la felicidad toma la mano al sufrimiento para que no se encuentre solo. Y el sufrimiento se llena de esperanza y de alegría cuando ve que la felicidad pasa por el camino de la cruz.