San Mateo 25, 31 - 46
1.-Cristo Rey: Él es el principio y el fin de la historia, el alfa y la omega. Y al concluir un año litúrgico más, contemplamos a Cristo como Rey y Señor de todo el mundo. Jesús es por tanto el único rey, no con tronos de gloria y con coronas de oro, sino colgado en el madero de la cruz y con una corona de espinas. Un rey que no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida. Así es como el Mesías, el Rey de todo el mundo, ejerce su poder: desde el servicio y la entrega por amor a todos.
2.-El Pastor: el mismo Jesús quiere que le veamos a Él como a un Buen Pastor que “busca a las ovejas perdidas, hace volver a las descarriadas, venda a las heridas y cura a las enfermas”. Nuestro Rey, el Cristo, no es rey al estilo de los reyes de la tierra. No quiere súbditos que le defiendan con armas y ejércitos; quiere a hijos que proclamen y defiendan su Reino con la única arma del amor. Amar a Dios y demostrar ese amor en el amor al prójimo.
3.-El Pecado y La Muerte: son enemigos del reino porque en ellos se sintetiza, en cierto sentido, la suma del mal que hay en el mundo, el mal que ha penetrado en el corazón del hombre y en su historia.
4.-El Amor Misericordioso: tiende a la plenitud del bien. El reino "preparado desde la creación del mundo" es reino de la verdad y de la gracia, del bien y de la vida. Tendiendo a la plenitud del bien, el amor misericordioso entra en el mundo signado con la marca de la muerte y de la destrucción. El amor misericordioso penetra en el corazón del hombre.
5.-La Vida Eterna: la vida eterna es el último fruto de toda la historia de salvación. i Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos Si el primer hombre, Adán, fue el comienzo de una historia abocada a la muerte, el segundo Adán, Jesucristo, es el principio de la nueva vida y de otra historia en la que será vencido el último enemigo, que es la muerte.
REFLEXIÓN
En el Domingo 34 del Tiempo Ordinario celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey y Señor del Universo. Las lecturas de este Domingo nos hablan del Reino de Dios (ese Reino del que Jesús es el rey). Es presentado como una realidad que Jesús sembró, que los discípulos están llamados a edificar en la historia (a través del amor) y que se realizará definitivamente en el mundo que ha de venir.
La Primera Lectura utiliza la imagen del Buen Pastor para representar a Dios y para definir su relación con los hombres. La imagen subraya, por un lado, la autoridad de Dios y su papel en la conducción de su Pueblo por los caminos de la Historia; y, por otro lado, la preocupación, el cariño, el cuidado, el amor de Dios por su Pueblo.
La Segunda Lectura, Pablo recuerda a los cristianos que el fin último de la vida del creyente es la participación en ese “Reino de Dios” de vida plena, hacia el que Cristo nos conduce. En ese Reino definitivo, Dios se manifestará completamente y actuará como Señor de todas las cosas (v. 28).
El Evangelio nos presenta, en una escena dramática, al “rey” Jesús llamando la atención a sus discípulos acerca del amor que compartirán con los hermanos, sobre todo con los pobres, con los débiles, con los abandonados.
La cuestión es esta: el egoísmo, el encerrarse en uno mismo, la indiferencia para con el hermano que sufre, no caben en el Reino de Dios. Quien se empeñe en conducir su vida según esos criterios, quedará al margen del Reino.
El reino de Cristo es una tensión hacia la victoria definitiva del amor misericordioso, hacia la plenitud escatológica del bien y de la gracia, de la salvación y de la vida. Esta plenitud tiene su comienzo visible sobre la tierra en la cruz y en la resurrección. Cristo, crucificado y resucitado, es revelación auténtica del amor misericordioso en profundidad. Él es rey de nuestros corazones. Este es el diálogo cotidiano de la Iglesia: el diálogo que tiene lugar entre el Pastor y el rebaño y en este diálogo madura el reino "preparado desde la creación del mundo" (Mt 25, 24).
PARA LA VIDA
Cuenta la historia que un anciano perdió el conocimiento en la calle y fue llevado de emergencia a un hospital. Después de hacer algunas indagaciones, la enfermera pareció localizar al hijo del anciano, un marino que estaba en otra ciudad. Cuando el marino llegó al hospital, la enfermera le dijo al anciano: “su hijo está aquí”. El anciano, sedado por tanta medicación, levantó su brazo tembloroso. El marino tomó su mano y la tuvo entre las suyas por varias horas. De vez en cuando la enfermera le sugería al marino que se tomara un descanso, pero él rehusaba. Cerca de la madrugada, el anciano falleció. Luego que murió, el marino le preguntó a la enfermera: - ¿quién era ese hombre? La enfermera le preguntó: - ¿no era tu padre? - No, dijo el marino, pero vi que se estaba muriendo y en ese momento él necesitaba un hijo y por eso me quedé.
El amor a Dios y al prójimo están a la misma altura, son la misma cosa. Qué bien entendió esto la Beata Teresa de Calcuta. Ella decía a sus monjas que debían tratar a los pobres con el mismo amor que tratarían a Cristo, porque ellos son Cristo. Y aunque muchos no lo sepan, como le pasa el marino del cuento de hoy, que se hace prójimo para un anciano desconocido, moribundo y necesitado de amor, el mero servicio desinteresado a quien nos necesita, es ya un acto de amor cristiano y es a Cristo a quien se le hace.