34° Domingo del Tiempo Ordinario, 22 de Noviembre 2020, Ciclo A

 San Mateo 25, 31 - 46

"Se Sentará en su Trono Glorioso y Separará a Unos de Otros"

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M. 

1.-Cristo Rey: Él es el principio y el fin de la historia, el alfa y la omega. Y al concluir un año litúrgico más, contemplamos a Cristo como Rey y Señor de todo el mundo. Jesús es por tanto el único rey, no con tronos de gloria y con coronas de oro, sino colgado en el madero de la cruz y con una corona de espinas. Un rey que no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida. Así es como el Mesías, el Rey de todo el mundo, ejerce su poder: desde el servicio y la entrega por amor a todos.

2.-El Pastor: el mismo Jesús quiere que le veamos a Él como a un Buen Pastor que “busca a las ovejas perdidas, hace volver a las descarriadas, venda a las heridas y cura a las enfermas”. Nuestro Rey, el Cristo, no es rey al estilo de los reyes de la tierra. No quiere súbditos que le defiendan con armas y ejércitos; quiere a hijos que proclamen y defiendan su Reino con la única arma del amor. Amar a Dios y demostrar ese amor en el amor al prójimo.

3.-El Pecado y La Muerte: son enemigos del reino porque en ellos se sintetiza, en cierto sentido, la suma del mal que hay en el mundo, el mal que ha penetrado en el corazón del hombre y en su historia.

4.-El Amor Misericordioso: tiende a la plenitud del bien. El reino "preparado desde la creación del mundo" es reino de la verdad y de la gracia, del bien y de la vida. Tendiendo a la plenitud del bien, el amor misericordioso entra en el mundo signado con la marca de la muerte y de la destrucción. El amor misericordioso penetra en el corazón del hombre.

5.-La Vida Eterna: la vida eterna es el último fruto de toda la historia de salvación. i Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos Si el primer hombre, Adán, fue el comienzo de una historia abocada a la muerte, el segundo Adán, Jesucristo, es el principio de la nueva vida y de otra historia en la que será vencido el último enemigo, que es la muerte. 

REFLEXIÓN

   En el Domingo 34 del Tiempo Ordinario celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey y Señor del Universo. Las lecturas de este Domingo nos hablan del Reino de Dios (ese Reino del que Jesús es el rey). Es presentado como una realidad que Jesús sembró, que los discípulos están llamados a edificar en la historia (a través del amor) y que se realizará definitivamente en el mundo que ha de venir.

   La Primera Lectura utiliza la imagen del Buen Pastor para representar a Dios y para definir su relación con los hombres. La imagen subraya, por un lado, la autoridad de Dios y su papel en la conducción de su Pueblo por los caminos de la Historia; y, por otro lado, la preocupación, el cariño, el cuidado, el amor de Dios por su Pueblo.

  La Segunda Lectura, Pablo recuerda a los cristianos que el fin último de la vida del creyente es la participación en ese “Reino de Dios” de vida plena, hacia el que Cristo nos conduce. En ese Reino definitivo, Dios se manifestará completamente y actuará como Señor de todas las cosas (v. 28).

   El Evangelio nos presenta, en una escena dramática, al “rey” Jesús llamando la atención a sus discípulos acerca del amor que compartirán con los hermanos, sobre todo con los pobres, con los débiles, con los abandonados.

La cuestión es esta: el egoísmo, el encerrarse en uno mismo, la indiferencia para con el hermano que sufre, no caben en el Reino de Dios. Quien se empeñe en conducir su vida según esos criterios, quedará al margen del Reino.

El reino de Cristo es una tensión hacia la victoria definitiva del amor misericordioso, hacia la plenitud escatológica del bien y de la gracia, de la salvación y de la vida. Esta plenitud tiene su comienzo visible sobre la tierra en la cruz y en la resurrección. Cristo, crucificado y resucitado, es revelación auténtica del amor misericordioso en profundidad. Él es rey de nuestros corazones. Este es el diálogo cotidiano de la Iglesia: el diálogo que tiene lugar entre el Pastor y el rebaño y en este diálogo madura el reino "preparado desde la creación del mundo" (Mt 25, 24). 

PARA LA VIDA

Cuenta la historia que un anciano perdió el conocimiento en la calle y fue llevado de emergencia a un hospital. Después de hacer algunas indagaciones, la enfermera pareció localizar al hijo del anciano, un marino que estaba en otra ciudad. Cuando el marino llegó al hospital, la enfermera le dijo al anciano: “su hijo está aquí”. El anciano, sedado por tanta medicación, levantó su brazo tembloroso. El marino tomó su mano y la tuvo entre las suyas por varias horas. De vez en cuando la enfermera le sugería al marino que se tomara un descanso, pero él rehusaba. Cerca de la madrugada, el anciano falleció. Luego que murió, el marino le preguntó a la enfermera: - ¿quién era ese hombre? La enfermera le preguntó: - ¿no era tu padre?  - No, dijo el marino, pero vi que se estaba muriendo y en ese momento él necesitaba un hijo y por eso me quedé.

El amor a Dios y al prójimo están a la misma altura, son la misma cosa. Qué bien entendió esto la Beata Teresa de Calcuta. Ella decía a sus monjas que debían tratar a los pobres con el mismo amor que tratarían a Cristo, porque ellos son Cristo. Y aunque muchos no lo sepan, como le pasa el marino del cuento de hoy, que se hace prójimo para un anciano desconocido, moribundo y necesitado de amor, el mero servicio desinteresado a quien nos necesita, es ya un acto de amor cristiano y es a Cristo a quien se le hace.

33° Domingo del Tiempo Ordinario, 15 de Noviembre 2020, Ciclo A

 San Mateo 25, 14 - 30

"Respondiste Fielmente en lo Poco:                                                                  entra a Participar del Gozo de tu Señor"

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M. 

1.Las Virtudes de la Mujer: la mujer, de espíritu fuerte, y laboriosa, que sabe ganarse la vida con su trabajo, representa un ideal válido para nuestra época. Cuando corremos el riesgo de convertir a la mujer en una señal de prestigio del varón y en un objeto de placer, vale la pena subrayar con energía que lo más hermoso de la mujer son las virtudes que tiene y que no siempre son reconocidas por nuestra querida Iglesia.

2.-La Fraternidad: es una gracia de Dios comer juntos, sentarse a la mesa en compañía de hermanos, tomar en unidad el fruto común de nuestro trabajo, sentirse en familia y charlar y comentar y comer y beber todos juntos en la alegre intimidad del grupo unido. Comer juntos es bendición de Dios. El comedor común nos une quizá tanto como la capilla. Somos cuerpo y alma, y si aprendemos a rezar juntos y a comer juntos, tendremos ya medio camino andado hacia el necesario arte de vivir juntos. 

3.-La Vida: es imprevisible y no se deja controlar por ninguna máquina programadora. En una palabra, los cristianos, aun alegrándose de las victorias humanas sobre sus múltiples alienaciones, nunca juzgarán definitiva una época histórica, sino que siempre adoptarán frente a ella una actitud crítica y de espera. Hay que vivir la vida de forma positiva, como dice Martin Seligman, valorando el presente, sin añorar demasiado el pasado y con la ilusión de conseguir metas que están a nuestro alcance.

4.-Los Talentos: El Señor no da a todos las mismas cosas y de la misma manera: nos conoce personalmente y nos confía aquello que es justo para nosotros y que está a nuestro alcance. Todos tenemos algún talento con el cual servir a la comunidad. Dios coloca en todos nosotros la misma inmensa confianza ¡No lo defraudemos! ¡No nos dejemos engañar por el miedo, sino intercambiemos confianza con confianza! Pidámosle ayudarnos a ser “servidores buenos y fieles”, para participar “de la alegría de nuestro Señor”. 

REFLEXIÓN 

   La liturgia del Domingo 33 del tiempo Ordinario recuerda a cada cristiano la grave responsabilidad de ser, en el tiempo histórico en el que vivimos, testimonio consciente, activo y comprometido de ese proyecto de salvación/liberación que Dios Padre tiene para los hombres. 

   La primera lectura presenta, en la figura de la mujer virtuosa, algunos valores que aseguran la felicidad, el éxito, la realización. El “sabio” autor del texto propone, sobre todo, los valores del trabajo, del compromiso, de la generosidad, del “temor de Dios”. No son solo los valores de la mujer virtuosa: son los valores de los que debe revestirse el discípulo que quiere vivir en fidelidad a los proyectos de Dios y corresponder a la misión que Dios le ha confiado. 

   En la segunda lectura Pablo deja claro que lo importante no es saber cuándo vendrá el Señor por segunda vez; sino estar atentos y vigilantes, viviendo de acuerdo con las enseñanzas de Jesús, dando testimonio de sus proyectos, empeñándose activamente en la construcción del Reino. 

   El Evangelio nos presenta dos ejemplos opuestos de cómo esperar y preparar la última venida de Jesús. Elogia al discípulo que se empeña en hacer fructificar los “bienes” que Dios le confía; y condena al discípulo que se instala en el miedo y en la apatía y no pone a fructificar los “bienes” que Dios le entrega (de esa forma, está desperdiciando los dones de Dios y privando a los hermanos, a la Iglesia y al mundo de los frutos a los que tienen derecho).

El gran talento cristiano es la fe que hay que sacar al aire sin temor a que se oxide o desdibuje. No se premia al que es incapaz de arriesgarse. Riesgo supuso la predicación de los apóstoles: un hombre que murió ajusticiado; escándalo o necedad. El talento es la vida: el que se desentiende de la vida, entierra su talento. ¿Y el que se arriesga y pierde? Para Jesús todo el que arriesga, gana. Lo importante no son los resultados.

 PARA LA VIDA 

   Había una vez un hombre que poseía mucho oro pero que era incapaz de disfrutarlo. Como la comida costaba dinero, comía muy poco. Los mendigos nada tenían que hacer con él…pues ahorraba, decía, para el día del Juicio Final. Día y noche, su mente estaba dominada por pensamientos de oro y plata. ¿Dónde guardaba todas sus riquezas? La respuesta a esta pregunta era lo que su hijo quería saber, así que éste se dedicó a vigilar atentamente a su padre y a seguirlo en secreto. 

   Al fin descubrió el lugar. Estaba escondido bajo tierra.  En menos de lo que canta un gallo, el hijo desenterró los cofres, sacó el oro y los rellenó con piedras. Y se fue a divertir con sus amigos. El dinero llovía de sus manos y, claro está, no duró mucho en los bazares y en las cantinas del pueblo. Pero cuando el viejo avaro descubrió el robo, aullaba de gritos de dolor. Se pasó la noche gimiendo y llorando. ¡El hijo, en cambio, estuvo despierto todo el tiempo tocando la flauta y el arpa! Al día siguiente, el hijo fue a ver a su angustiado padre: - ¡Oh, padre! – dijo riéndose - ¡El oro es para disfrutarlo! Si todo lo que sabes hacer con él, es enterrarlo, ¡las piedras te servirán lo mismo! 

   Y es que el oro, el tesoro, el regalo que es la gracia de Dios no es para enterrarla, sino para disfrutarla y entregarla. Pongamos, pues, a trabajar todos esos talentos que Dios nos ha dado, todas las semillas de bien y de bondad que Él ha puesto en nuestros corazones, todo esa fe que vale más que el oro y que debemos dar a otros con esperanza y con fiesta.

32° Domingo del Tiempo Ordinario, 8 de Noviembre 2020, Ciclo A

 San Mateo 25, 1 - 13

"Ya Viene el Esposo, Salgan a su Encuentro"

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M. 

1.- Estar Atentos: debemos vivir siempre preparados para encontrarnos con Jesús, con Dios, cuando tengamos que comparecer ante él, en cualquier momento que él nos llame. Y como no sabemos cuándo nos va a llamar, debemos vivir preparados, es decir, esperándole siempre, durante toda nuestra vida.          

2.- El Esposo: este título subraya sobre todo la relación de profunda intimidad que Cristo establece con la Iglesia, su Esposa, y en ella con cada hombre. El cristiano es el que está esperando a Cristo Esposo con un gran deseo que brota del amor. Por tanto, es una espera amorosa. Y no es una espera de estar con los brazos cruzados: el que espera de verdad prepara la lámpara, sale al encuentro. Lejos de temer esta venida, el cristiano la desea, como la esposa desea la vuelta del marido que marchó de viaje.

3.- La Muerte: la muerte es sólo un «dormir» y el cristiano tiene la certeza de que será despertado y experimentará la dicha de «estar siempre con el Señor» (1 Tes 4,17). Por eso, en lugar de vivir de espaldas a la muerte, el verdadero creyente vive «aguardando la vuelta de Jesús desde el cielo» (1Tes 1,10).

4.- La Iglesia: según el Vaticano II, es «el sacramento universal de salvación» (LG 1). Pero la salvación de los hombres, que es una invitación gratuita y amorosa de iniciativa divina, está siempre condicionada por la respuesta de los mismos hombres ante el llamamiento de Dios. Por eso necesitamos preocuparnos más del gran problema de nuestra vida: la santificación y la salvación. De ahí la necesidad urgente de una vigilancia constante.

5.- La Salvación: Dios salva del pecado. Solo Dios puede perdonarlo, absolverlo, eliminarlo. El nombre de Jesús significa que el Nombre mismo de Dios está presente en la persona de su Hijo, hecho hombre para la redención universal y definitiva del pecado. Él es «el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). 

REFLEXIÓN 

   La liturgia del 32º domingo del tiempo ordinario, nos invita a la vigilancia. Nos recuerda que la segunda venida del Señor Jesús está en el horizonte final de la historia humana; debemos, por tanto, caminar por la vida siempre atentos al Señor que viene y con el corazón preparado para acogerle.

   La primera lectura nos presenta la “sabiduría”, don gratuito e incondicional de Dios para el hombre. Es un caso ejemplar de la forma como Dios se preocupa de la felicidad del hombre y pone a disposición de sus hijos la fuente de donde brota la vida definitiva. Al hombre le queda estar atento, vigilante y disponible para acoger, en cada instante, la vida y la salvación que Dios le ofrece.

   En la segunda lectura, Pablo asegura a los cristianos de Tesalónica que Cristo vendrá, de nuevo, para concluir la historia humana y para inaugurar la realidad del mundo definitivo; todo aquél que se haya adherido a Jesús y se haya identificado con él, irá al encuentro del Señor y permanecerá con él para siempre.

   El Evangelio nos sugiere que “estar preparado” para acoger al Señor que viene, significa vivir el día a día con fidelidad a las enseñanzas de Jesús y comprometidos con los valores del Reino. Con el ejemplo de las cinco jóvenes “insensatas” que no llevaban aceite suficiente para mantener sus lámparas encendidas cuando esperaban la llegada del novio, nos avisa que sólo los valores del Evangelio nos aseguran la participación en el banquete del Reino. La esperanza firme en la vida eterna, lograda por la misericordia de Dios, que es fiel a sus promesas, da a los cristianos paz en la vida y paz en la muerte. 

PARA LA VIDA 

   Un grupo de turistas iba a emprender una excursión por las montañas. La carretera era estrecha y llena de curvas peligrosas. El conductor estaba nervioso, era la primera vez que hacía ese recorrido. Antes de comenzar la excursión se plantó delante del autobús y dijo sus oraciones. Apenas recorridos unos kilómetros, el motor comenzó a calentarse. No había agua en el radiador. 

   Eso tenía fácil arreglo. Pero faltando muchos kilómetros para la meta, el autobús se paró. No había gasolina en el tanque. Se quedó vacío. Los turistas tuvieron que esperar largas horas antes de ser auxiliados. El conductor había orado antes de salir, pero no había echado agua al radiador y no había llenado el tanque de gasolina. 

   En nuestro mundo, y entre nosotros, hay personas que viven como turistas. El turista es el que disfruta de un lugar, lo usa unas horas o unos días y habitualmente lo deja peor de lo que lo encontró. Los hay que viven como peregrinos. Hacen muchos sacrificios, pero sólo les interesa la meta. Y se desentienden de lo que pasa a su alrededor. Los hay indiferentes. El mundo pasa. La vida es una historia contada por un idiota. ¿Para qué trabajar? ¿Para qué preocuparse? Los impíos dicen: comamos, bebamos, gocemos...que esto no da más de sí. 

   Algunos creyentes: oran mucho pero no echan agua al radiador ni llenan el tanque de gasolina. Todas estas personas son las cinco doncellas necias que esperan al novio dormidas y vacías. Y están las cinco doncellas sabias. Estas son las que saben que el mundo es un lugar hermoso, que hay que disfrutar, pero que hay que dejarlo mejor de lo que lo encontramos. Las que saben que hay que hacerlo más humano, más justo, más solidario, más fraterno, más según el proyecto de Dios. 

   Son sabias las personas que saben que hay una meta final, una nueva patria, pero este mundo es hoy nuestra casa y nuestra patria y hay que comprometerse con todas las causas justas, hay que hincar el diente a los problemas que a todos nos afectan y hay que mancharse las manos.

31° Domingo del Tiempo Ordinario, 1 de Noviembre 2020, Ciclo A

 San Mateo 5, 1-12a

"Alégrense y Regocíjense, Porque Tendrán   una Gran Recompensa en el Cielo"

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M. 

1.-La Santidad: es una llamada universal, a todos los hombres y mujeres. Puesto que Cristo ha dado su vida por todos en la cruz, la llamada a vivir este amor de Dios es universal. Todos pueden llegar a la santidad por medio de Cristo. Pero todos gritan al unísono con voz potente que la salvación viene de Dios, por tanto, todos reconocen de forma unánime a Cristo como salvador y redentor de todo el género humano. La santidad, nos muestra el Evangelio de hoy, consiste en definitiva en vivir como vivió el mismo Cristo, llegando a dar la vida por los demás.

2.-La Alegría: todos deseamos vivir felices. Nos esforzamos arduamente durante toda nuestra vida para alcanzar la felicidad. Pero la felicidad pareciera como el rayito del sol del invierno que aparece y desaparece en el tiempo menos pensado. Muchos de nosotros creemos que para ser feliz se necesita alcanzar cierto nivel material, social y ambiental. En cierta forma esas condiciones no son del todo equivocadas. Lo cierto es que lo material y lo ambiental pueden ser condiciones secundarias, pero no la razón céntrica de la felicidad. La base de la verdadera felicidad está en el corazón. Jesús señaló el auténtico camino que conduce a la felicidad.

3.-El Caminosi optamos por el camino fácil nunca llegamos a ser de verdad cristianos comprometidos con el mensaje de Jesús. Nos quedamos en el camino, sin decidirnos a optar radicalmente por El. Las Bienaventuranzas nos recuerdan que somos ciudadanos del cielo. Para llegar a la cima tenemos que escoger el camino directo, el mismo que eligió Jesús. Se trata de asumir la opción por el Reino, a pesar de que esto conlleve dureza y esfuerzo. La recompensa es única y da sentido al esfuerzo: la posesión del Reino de los cielos, heredar la tierra, ver a Dios, ser llamado hijo de Dios.

REFLEXIÓN 

   Hoy, en este día de Todos los Santos, celebramos con la Iglesia entera la fiesta del gozo y de la esperanza cristiana, esa esperanza de la que ya participan por la misericordia de Dios los santos, todos aquellos hermanos nuestros que han sido fieles al Señor durante su peregrinación por este mundo. ahora somos ya hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es".

   Nuestro destino es 'ver' a Dios que significa: entrar en el fondo inagotable de su misterio, participar de su misma vida inmortal, ser admitidos a su divina presencia en calidad de hijos.

   La visión de Dios es la meta de nuestra fe y el fin de nuestra esperanza. Entonces veremos con los ojos de Dios, seremos felices con la felicidad de Dios, viviremos por siempre en la luz y el gozo de la Trinidad eterna. Entonces "seremos semejantes a él, porque el veremos tal cual es". Ser semejantes a Dios: este es el final de nuestro camino, para eso fuimos creados, para vivir en Dios, para vivir de Dios por toda la eternidad. Esta es la vida de los Santos, la vida que nos aguarda al término de nuestra peregrinación por este mundo. "Ahora somos ya hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado lo que seremos". 

   En medio de un mundo sin apenas esperanza, marcado por el derrotismo y la resignación, la fiesta de Todos los Santos nos recuerda que el cristianismo es ante todo una gran esperanza: la esperanza de vivir para siempre junto a Dios en compañía de los santos, si es que en esta vida somos fieles al Evangelio de Jesús, expresado resumidamente en las bienaventuranzas, que son la Carta Magna del Reino de Dios, la Ley, con mayúscula, de todo cristiano que aspire a entrar un día, con todos los Santos, en la Patria del cielo.

PARA LA VIDA 

   Eran dos preguntas, que un niño, lanzaba a su padre cuando el pequeño contemplaba atónito y expectante, el paso de miles y miles de jóvenes que participan en un gran maratón. El padre, cariñosamente lo cogió en brazos, lo puso en sus hombros y le contestó: “vienen desde muchos kilómetros atrás; y, mira hijo mío, van todos hacia aquel lugar donde les espera un premio” El niño prosiguió: ¿y quiénes son papá? El padre, ya sin respuesta, se limitó a musitar: “son gente anónima hijo mío. Sólo en su casa los conocen. 

   Nosotros hemos venido para aplaudirles y, si podemos, iremos poco a poco para verlos en la meta” Esta parábola refleja perfectamente la Solemnidad de Todos los Santos. Una muchedumbre inmensa, de hermanos nuestros, que han desfilado por delante de nosotros sin otro objetivo que el llegar hasta el final de sus vidas con criterio de fe. Unos, oficialmente, fueron subidos al pódium de la santidad. Otros, llegando más que de sobra hasta el colofón del itinerario, lo hicieron tan calladamente, tan humildemente que fueron obsequiados por el mismo Dios.

   La festividad de todos los santos tiene aire de deportividad. Son hombres y mujeres que no se han quedado quietos. Que han ofrecido su cara por Cristo. Padres y madres, jóvenes y niños que, sin saberlo nosotros, hicieron de su vida un canto a Dios y un seguimiento constante a Jesús. ¿Escollos, zancadillas, traiciones? Ya lo creo que las tuvieron. ¡Corrieron! ¡Ya lo creo que lo hicieron! Fueron apoyándose y aleccionándos en los 8 mojones de las bienaventuranzas.