San Marcos 13, 24-32
“Mis Palabras No Pasarán”
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
- El Fin: "Nadie sabe el día o la hora..., sólo el Padre". Nada de pánico ante el final. Estamos en las manos de Dios. No caminamos hacia el caos. Podemos confiar en Dios, nuestro Creador y Padre. Lo que Jesús le ha enseñado a sus discípulos durante su vida terrena deben ponerlo en práctica ahora, en el presente histórico. Pero una cosa es cierta: ¡el final, la meta del discipulado es la comunión con el Señor glorioso! Cielo y tierra pasará, mis palabras no pasarán…
- La Esperanza: al final, está Dios. El Dios creador y revelado en Jesucristo. Un Dios que quiere la vida, la dignidad y la dicha plena del ser humano. Todo queda en sus manos. Él tiene la última palabra. Un día cesarán los llantos y el terror, y reinará la paz y el amor. Dios creará «unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habitará la justicia» Esta es la firme esperanza del cristiano enraizada en la promesa de Cristo: «El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán»
- La Palabra: los que tienen las riendas del mundo pronuncian sus palabras y éstas determinan el curso de la historia, pero son palabras son relativas, no tienen consistencia final ante la Palabra de Dios (“que no pasará”) sobre el mundo (“que si pasará”). La última palabra la tiene Dios en la venida del Hijo del hombre y esa palabra es la que determina en última instancia la vida del discípulo.
REFLEXIÓN
El Evangelio de hoy, nos pone frente a nuestro futuro absoluto. Un futuro quizá desconocido, pero confirmado por la fe; un futuro esperanzador, que aunque no está en nuestras manos, sí está en las manos de Dios. Jesús quiere que estemos despiertos, que vivamos como hijos de la luz, que vivamos en paz y en armonía.
Siempre nos hemos preguntado cuándo se manifestará el Señor. Pero Jesús no ha precisado el “cuando”. Solo nos ha dicho: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. La ignorancia del futuro es la condición de la libertad.
“El cielo y la tierra pasarán”. Todo en este mundo tiene fecha de caducidad. No podemos poner nuestra confianza solo en la técnica, en las promesas políticas o en una información manipulada. La espera del Señor juzga nuestras estructuras.
“Mis palabras no pasarán”. Todo es efímero, pero la palabra del Señor es un faro que nos guía. A su luz podemos realizar un discernimiento para distinguir el bien y el mal. La palabra del Señor nos alienta en el presente y nos juzgará en el futuro. La Esperanza con mayúscula no es fruto de nuestro esfuerzo ni de nuestros ardientes deseos, sino gracia y carisma del Espíritu, virtud teologal que tiene por anhelo al mismo Dios y la unión definitiva y perfecta con Él. Es ésta la esperanza que nos da acceso a la plenitud y a la realización de nuestro ser personal desde Dios, en Dios y con Dios. Es la Esperanza que todos debemos tener.
PARA LA VIDA
Ocurrió en un restaurante de autoservicio de Suiza. Una señora de unos 75 años coge un tazón y le pide al camarero que se lo llene de caldo. A continuación se sienta en una de las mesas del local. Apenas sentada se da cuenta que ha olvidado el pan. Se levanta, se dirige a coger un pan para comerlo con el caldo y vuelve a su sitio. ¡Sorpresa! Delante del tazón de caldo se encuentra, sin inmutarse, un hombre de color.
Él estaba comiendo tranquilamente. "¡Esto es el colmo, – piensa la señora –, pero no me dejaré robar!" Dicho y hecho. Se sienta al lado del hombre, parte el pan en pedazos, los mete en el tazón que está delante del señor y coloca la cuchara en el recipiente. El Hombre, complaciente, sonríe. Toman una cucharada cada uno hasta terminar la sopa, todo ello en silencio.
Terminada la sopa, el hombre de color se levanta, se acerca a la barra y vuelve poco después con un abundante plato de espagueti y... dos tenedores. Comen los dos del mismo plato, en silencio, turnándose. Al final se despiden. "¡Hasta la vista!", dice el hombre, reflejando una sonrisa en sus ojos. Parece satisfecho por haber realizado una buena acción. "¡Hasta la vista!", responde la mujer, mientras ve que el hombre se aleja.
La mujer le sigue con una mirada reflexiva. "¡Qué situación más rara! El hombre no se inmutó". Una vez vencido su estupor, busca con su mano el bolso que había colgado en el respaldo de la silla. Pero, ¡sorpresa!, el bolso ha desaparecido. Entonces... aquel negro... Iba a gritar "¡Al ladrón!" cuando, al mirar hacia atrás, para pedir ayuda, ve su bolso colgado de una silla, dos mesas más allá de donde estaba ella. Y, sobre la mesa, una bandeja con un tazón de caldo ya frío... Cuántas veces hemos juzgado mal a personas que consideramos peligrosas.