33° Domingo del Tiempo Ordinario, 18 Noviembre 2018, Ciclo B


San Marcos 13, 24-32

Mis Palabras No Pasarán
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
  1. El Fin: "Nadie sabe el día o la hora..., sólo el Padre". Nada de pánico ante el final. Estamos en las manos de Dios. No caminamos hacia el caos. Podemos confiar en Dios, nuestro Creador y Padre. Lo que Jesús le ha enseñado a sus discípulos durante su vida terrena deben ponerlo en práctica ahora, en el presente histórico. Pero una cosa es cierta: ¡el final, la meta del discipulado es la comunión con el Señor glorioso! Cielo y tierra pasará, mis palabras no pasarán…
  2. La Esperanza: al final, está Dios. El Dios creador y revelado en Jesucristo. Un Dios que quiere la vida, la dignidad y la dicha plena del ser humano. Todo queda en sus manos. Él tiene la última palabra. Un día cesarán los llantos y el terror, y reinará la paz y el amor. Dios creará «unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habitará la justicia» Esta es la firme esperanza del cristiano enraizada en la promesa de Cristo: «El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán»
  3. La Palabra: los que tienen las riendas del mundo pronuncian sus palabras y éstas determinan el curso de la historia, pero son palabras son relativas, no tienen consistencia final ante la Palabra de Dios (“que no pasará”) sobre el mundo (“que si pasará”). La última palabra la tiene Dios en la venida del Hijo del hombre y esa palabra es la que determina en última instancia la vida del discípulo. 
REFLEXIÓN 

   El Evangelio de hoy, nos pone frente a nuestro futuro absoluto. Un futuro quizá desconocido, pero confirmado por la fe; un futuro esperanzador, que aunque no está en nuestras manos, sí está en las manos de Dios. Jesús quiere que estemos despiertos, que vivamos como hijos de la luz, que vivamos en paz y en armonía.

   Siempre nos hemos preguntado cuándo se manifestará el Señor. Pero Jesús no ha precisado el “cuando”. Solo nos ha dicho: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. La ignorancia del futuro es la condición de la libertad.

   “El cielo y la tierra pasarán”. Todo en este mundo tiene fecha de caducidad. No podemos poner nuestra confianza solo en la técnica, en las promesas políticas o en una información manipulada. La espera del Señor juzga nuestras estructuras.

   “Mis palabras no pasarán”. Todo es efímero, pero la palabra del Señor es un faro que nos guía. A su luz podemos realizar un discernimiento para distinguir el bien y el mal.  La palabra del Señor nos alienta en el presente y nos juzgará en el futuro.  La Esperanza con mayúscula no es fruto de nuestro esfuerzo ni de nuestros ardientes deseos, sino gracia y carisma del Espíritu, virtud teologal que tiene por anhelo al mismo Dios y la unión definitiva y perfecta con Él. Es ésta la esperanza que nos da acceso a la plenitud y a la realización de nuestro ser personal desde Dios, en Dios y con Dios. Es la Esperanza que todos debemos tener. 

PARA LA VIDA


   Ocurrió en un restaurante de autoservicio de Suiza. Una señora de unos 75 años coge un tazón y le pide al camarero que se lo llene de caldo. A continuación se sienta en una de las mesas del local. Apenas sentada se da cuenta que ha olvidado el pan. Se levanta, se dirige a coger un pan para comerlo con el caldo y vuelve a su sitio. ¡Sorpresa! Delante del tazón de caldo se encuentra, sin inmutarse, un hombre de color. 


   Él estaba comiendo tranquilamente. "¡Esto es el colmo, – piensa la señora –, pero no me dejaré robar!" Dicho y hecho. Se sienta al lado del hombre, parte el pan en pedazos, los mete en el tazón que está delante del señor y coloca la cuchara en el recipiente. El Hombre, complaciente, sonríe. Toman una cucharada cada uno hasta terminar la sopa, todo ello en silencio. 

   Terminada la sopa, el hombre de color se levanta, se acerca a la barra y vuelve poco después con un abundante plato de espagueti y... dos tenedores. Comen los dos del mismo plato, en silencio, turnándose. Al final se despiden. "¡Hasta la vista!", dice el hombre, reflejando una sonrisa en sus ojos. Parece satisfecho por haber realizado una buena acción. "¡Hasta la vista!", responde la mujer, mientras ve que el hombre se aleja. 

   La mujer le sigue con una mirada reflexiva. "¡Qué situación más rara! El hombre no se inmutó". Una vez vencido su estupor, busca con su mano el bolso que había colgado en el respaldo de la silla. Pero, ¡sorpresa!, el bolso ha desaparecido. Entonces... aquel negro... Iba a gritar "¡Al ladrón!" cuando, al mirar hacia atrás, para pedir ayuda, ve su bolso colgado de una silla, dos mesas más allá de donde estaba ella. Y, sobre la mesa, una bandeja con un tazón de caldo ya frío... Cuántas veces hemos juzgado mal a personas que consideramos peligrosas.

32° Domingo del Tiempo Ordinario, 11 Noviembre 2018, Ciclo B


San Marcos 12, 38-44 

Todo por el Tesoro Divino…


Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
  1. Dar lo Mejor: la experiencia humana nos enseña que aquel o aquella que ama de verdad, está dispuesto a darlo todo por aquel a quien ama, está dispuesto incluso a sacrificar la propia vida por el amado. La viuda del Evangelio, al igual que la del Antiguo Testamento, lo da todo, se da a sí misma, y se pone en las manos de Dios, por el bien de los demás.
  2. La Cruz: Jesús nos dará la gran lección haciendo ofrenda de sí mismo en la cruz. Por eso su sacrificio es único y eficaz, nos ha conseguido el perdón definitivo de nuestros pecados. “Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos”. En el fondo, lo que la fe nos pide no es que demos “algo”, sino que nos demos nosotros, que nuestro corazón sea capaz de darlo todo, de entregarse, de ofrecerse con Cristo.
  3. El Amor:  nunca el mundo ha estado tan lleno de todo, pero escaso de amor y afecto. El ser humano anda mendigando amor. Un amor sincero y que da paz al corazón, se traduce en compañía y silencio, una visita oportuna a un enfermo o una palabra de aliento al que se encuentra abatido o deprimido.
  4. La Generosidad: el principio fundamental está claro: da, sé generoso. Qué dar y hasta dónde llegar en la generosidad, no admite una sola y única respuesta. Consideremos la generosidad una gracia de Dios, y pidámosla con sencillez de corazón, pero también con insistencia. Que Dios no la negará a quien se la pida de verdad. Son muchos los que tienen necesidad y se beneficiarán de nuestra generosidad.
REFLEXIÓN 

   Dos mujeres ocupan hoy las lecturas del domingo. Dos mujeres que no tienen nada en común con las mujeres que ocupan a diario las páginas de los periódicos que devora la gente. Una de ellas es una viuda que vive al Sur de Sidón, en Sarepta, y que, presumiendo que ha llegado al fin de su existencia, se prepara para terminar sus escuálidas provisiones y morir después, junto con su hijo.
   Elías le pidió de comer y ella le entregó, sin reservarse nada, todo lo que tenía, fiada en la promesa de aquel hombre al que no conocía de nada, pero que le hablaba en nombre de Dios. Y el Dios de Israel fue con ella un excelente despensero, que veló cumplidamente para que la "orza de harina no se vaciase y la alcuza de aceite no se agotase". Toda la fuerza de Dios aparece puesta al servicio de una mujer pobre, débil, abandonada e ignorada. 

   La otra mujer que protagoniza hoy las lecturas es también pobre e insignificante. No sabemos ni siquiera su nombre. También era viuda. También tenía, por consiguiente, una situación difícil. Frente a ella están los ricos echando abundantemente en la bandeja del Templo y pasando desapercibidos para la mirada Cristo. 

   Pero, de repente, entre las espléndidas limosnas, "dos reales", dieron un sonido especial. Era el don de la viuda, que, al echarlos en la bandeja del Templo en el que creía y confiaba, se quedó sin nada. Y algo sonó en el corazón de Cristo, que acusó el impacto y quiso en seguida que ese impacto que èl había recibido lo captasen los suyos, para que jamás olvidaran lo que, a los ojos de Dios, era verdaderamente interesante. "Os aseguro - les dice a los discípulos-que esa pobre viuda ha echado más que nadie... porque ha echado todo lo que tenía para vivir." 

PARA REFLEXIONAR

   Había una vez una rosa roja muy bella, que se creía sin duda la rosa más linda del jardín. Un día se dio cuenta de que la gente miraba de lejos, sin querer acercarse a ella. Observando a su alrededor vio que al lado de ella siempre había un sapo grande y oscuro, y que ésa era la causa por la que la gente no se acercaba a verla a ella para maravillarse de su belleza. 

   Indignada ante lo descubierto, la rosa ordenó al sapo que se fuera de allí de inmediato. Y el pobre sapo, muy obediente, acató la orden de la rosa y desapareció del jardín. Así, las personas podían ver y admirar de cerca la hermosura vanidosa de aquella rosa presumida. 

   Un tiempo después, el sapo volvió a pasar por donde estaba la rosa, y se sorprendió al verla totalmente marchita, sin hojas y sin pétalos. Entonces le dijo: -Te ves muy mal. ¿Qué te ha pasado? La rosa contestó: - Es que desde que te fuiste de mi jardín las hormigas me han comido día a día, y nunca pude volver a ser igual. 

   Ahora me muero de tristeza al ver que nadie se detiene a mirar la belleza que en otro tiempo fue la admiración de este jardín. El sapo, con una indisimulada satisfacción, le contestó: - Pues claro, te olvidaste de que era yo quien me comía las hormigas que te amenazaban, y por eso eras la más bella del jardín. Y la rosa, que había aprendido la lección del sapo, le pidió de nuevo que se quedara junto a ella.

31° Domingo del Tiempo Ordinario, 4 Noviembre 2018, Ciclo B


San Marcos 12, 28b-34 

Amar a Dios y al Prójimo…


Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

NO SE GRABÓ

  1. Lo Primero: Jesús no duda. Lo primero de todo es amar. No hay nada mayor que amar a Dios con todo el corazón y amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos. La última palabra la tiene siempre el amor, porque esa fue la primera y última palabra de Dios. Está claro. El amor es lo que verdaderamente justifica nuestra existencia. La savia de la vida. El secreto último de nuestra felicidad. La clave de nuestra vida personal y social. San Pablo dirá que si no tengo amor, nada sirve.
  2. El Amor: casi nadie piensa que el amor es algo que hay que ir aprendiendo poco a poco a lo largo de la vida. Para Jesús, el amor es la fuerza que mueve y hace crecer la vida pues nos puede liberar de la soledad y la separación para hacernos entrar en la comunión con Dios y con los otros. Amar exige aprender a perdonar.
  3. Escuhar: será necesario para poder cumplir lo que Dios nos pide, pero la oración en escucha se hace particularmente importante cuando las “circunstancias” se vuelven especialmente difíciles en nuestro amor a Dios y al prójimo, y requerimos gracias especiales de Sabiduría y Fortaleza del Espíritu Santo.
  4. El Prójimo: Jesús nos manda que amemos al prójimo como a uno mismo, ni más que a uno mismo, ni menos tampoco. De aquí se deduce que nos manda también amarnos a nosotros mismos, pues todos somos igualmente obra de las manos de Dios y criaturas suyas, amadas por Él. Si tenemos como regla de vida el amor a Dios y al prójimo «No estaremos lejos del Reino de Dios». Amor a Dios y al prójimo son las dos caras del único amor de Dios. Él es su fuente y su fin.

REFLEXIÓN 

   Para Jesús, el amor es la fuerza que mueve y hace crecer la vida pues nos puede liberar de la soledad y la separación para hacernos entrar en la comunión con Dios y con los otros. Pero, concretamente, ese "amar al prójimo como a uno mismo" requiere un verdadero aprendizaje, siempre posible para quien tiene a Jesús como Maestro. La primera tarea es aprender a escuchar al otro. Tratar de comprender lo que ocurre en su intimidad. Sin esa escucha sincera de sus sufrimientos, necesidades y aspiraciones no es posible el verdadero amor.

   Lo segundo es aprender a dar. No hay amor allí donde no hay entrega generosa, donación desinteresada, regalo. El amor es todo lo contrario a acaparar, apropiarse del otro, utilizarlo, aprovecharse de él.

   Por último, amar exige aprender a perdonar. Aceptar al otro con sus debilidades y su mediocridad. No retirar rápidamente la amistad o el amor. Ofrecer una y otra vez la posibilidad del reencuentro. Devolver bien por mal.

   Necesitamos amar a Dios, con todas nuestras fuerzas, para poder amar al prójimo como nosotros nos amamos; de hecho, y tal es la experiencia cotidiana, cuanto menos amamos a Dios tanto más odiamos a quienes nos están cercanos; el amor a nuestro prójimo es la medida de nuestro amor a Dios. 

PARA LA VIDA
   Se cuenta de un esposo que tenía problemas con su mujer. Acudió a uno de los sabios preguntándole ¿qué podría hacer para salvar su matrimonio? El sabio le dice: “Durante un mes escucha todas las palabras de tu mujer”. Pasado el mes volvió. “He escuchado atentamente todas las palabras de mi esposa”. Pues ahora, le dice el sabio, vete y “durante un mes escucha las palabras que tu esposa no te dice”. Escuchar lo que se nos dice y escuchar los silencios.

   Escuchar la Palabra de Dios y escuchar los silencios de Dios. Dios es palabra. El hombre es escucha. Y sólo podrá hablar cuando haya escuchado. “Amarás a Dios con todo tu ser”. Amar más allá de los sentimientos. Hay que amar con la mente, con el corazón, con el ser entero. No se ama solo con los labios. Ni con los abrazos. Ni con el cuerpo, si antes no amamos con nuestra mente, valorando y estimando a Dios, como “el único Señor”.

   No se ama a Dios cuando en el corazón llevamos otras divinidades escondidas. Amar a Dios escuchándole con la mente. Amar a Dios escuchándole con el corazón. Amar a Dios escuchándole con todo nuestro ser. “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Eso sí, cuando digas que amas a Dios, primero pregúntate cuanto amas a tu hermano. Es muy fácil amar lo que no se ve. El problema es amar al hermano que vemos. Siempre es más fácil amar a los que tenemos lejos. El problema es amar lo que tenemos al lado. Lo difícil es amar al que cada día tengo a mi lado.

30° Domingo del Tiempo Ordinario, 28 Octubre 2018, Ciclo B


San Marcos 10, 46b-52 

Señor, que Pueda Ver


Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.



  1. La Ceguera: no es difícil reconocernos en la figura de Bartimeo. Vivimos a veces como «ciegos», sin ojos para mirar la vida como la miraba Jesús. Todos tenemos nuestras cegueras, limitaciones (físicas, intelectuales, psicológicas, morales), o dependencias que nos desvían la mirada hacia el mal y nos marginan de un modo u otro del amor y del bien.
  2. Ver: el ciego Bartimeo demostró ser una persona decidida y arriesgada no sólo para pedir la vista, sino para usar correcta y santamente: mirar al Señor con todo su ser.
  3. La Fe: los que tenemos fe debemos reconocer sin complejos que llevamos una riqueza que no es nuestra y que hemos de compartir. Somos depositarios de una luz que quiere iluminar a todos. Por medio del testimonio de fe, que se expresa en el amor y en la atención a las necesidades ajenas, Jesús mismo quiere hacerse cercano también a esta forma de marginación y, dirigiéndose a cada uno, preguntarle con solicitud: «¿Qué quieres que haga por ti?»
  4. El Camino: en el camino de nuestra vida Jesús se deja encontrar. Si sentimos que, de un modo u otro, Jesús ya nos ha tocado y curado, si estamos ya en camino, Bartimeo nos invita a examinar e imitar la calidad de nuestro seguimiento. Puede ser que, como algunos apóstoles, estemos todavía ciegos para ciertos aspectos del mensaje evangélico. Ver al Señor, primero con los ojos del alma, de la fe. 

REFLEXIÓN
   El episodio del ciego Bartimeo narrado por san Marcos refleja simbólicamente la situación de los innumerables ciegos de nuestro tiempo, sentados a la vera del camino de la vida sin saber de dónde vienen ni adónde van. Pero tal vez podamos notar una diferencia significativa: a aquel ciego del evangelio, al paso de Jesús, se le despertaron las ganas de ver; no sé si hoy podríamos decir lo mismo: que los ciegos modernos quieran realmente ver. Naturalmente nos estamos refiriendo, desde el principio, a la ceguera espiritual, ceguera tanto más difícil de curar cuanto menos consciente se es de ella. 

   Lo mismo que los ojos del cuerpo nos filtran la luz del sol o de las lámparas que nos permite movernos, relacionarnos, trabajar, así también los ojos del espíritu tienen que recibir la luz de la fe para no vivir en la confusión y en la desesperanza. La fe es la luz del alma. Una persona sin fe está a oscuras en lo más hondo de su ser. Vive espiritualmente en tinieblas, es decir, sin comprender el verdadero sentido de su vida, el porqué de su presencia en el mundo, el destino que le aguarda más allá de la muerte.

Jesús pregunta a Bartimeo: “¿qué quieres que haga por ti? (…). Maestro que pueda ver” (Mc 10, 46-52). Y comenzó a ver y le seguía por el camino. Todos los días hemos de pedirle al Señor que nos dé luces para seguirle, para que mantenga viva la fe, la esperanza y la caridad. 

PARA LA VIDA

   Érase, una vez, dos monjes que fueron a la ciudad a solucionar unos asuntos del monasterio. Antes de separarse para hacer sus gestiones oraron para mantenerse limpios de corazón y cumplir con fidelidad sus tareas. Uno de los monjes seducido por una mujer cayó en la tentación y pecó. Cuando al final del día se encontraron para volver al monasterio, el monje pecador sollozaba de tristeza. Su compañero le preguntó la razón de su tristeza. Y éste le dijo: cuando estaba en la ciudad caí en la fornicación y ahora tengo que regresar al monasterio sucio y tengo que confesar mi pecado. 

   El otro monje que se había mantenido puro, sintió compasión por su hermano y le dijo: no llores, yo también he caído en el mismo pecado. Levantémonos, vayamos, confesemos nuestro pecado y juntos hagamos penitencia. Regresaron al monasterio y ambos se confesaron y aunque uno no había pecado hizo oración y penitencia con su hermano como si el pecado hubiera sido suyo. Y Dios perdonó al pecador por el amor de este monje a su hermano. 

   Así es Jesús. Él que no cometió pecado se hizo pecado con nosotros. Él se sometió a la penitencia de la vida humana. Él, inocente, pagó con su muerte en cruz nuestra ceguera. Él, con su sangre derramada nos devuelve a todos la vista para que veamos a Dios. Bartimeo, el limosnero ciego y sentado a la orilla del camino es cada uno de nosotros.