San Marcos 12, 38-44
“Todo por el Tesoro Divino…”
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
- Dar lo Mejor: la experiencia humana nos enseña que aquel o aquella que ama de verdad, está dispuesto a darlo todo por aquel a quien ama, está dispuesto incluso a sacrificar la propia vida por el amado. La viuda del Evangelio, al igual que la del Antiguo Testamento, lo da todo, se da a sí misma, y se pone en las manos de Dios, por el bien de los demás.
- La Cruz: Jesús nos dará la gran lección haciendo ofrenda de sí mismo en la cruz. Por eso su sacrificio es único y eficaz, nos ha conseguido el perdón definitivo de nuestros pecados. “Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos”. En el fondo, lo que la fe nos pide no es que demos “algo”, sino que nos demos nosotros, que nuestro corazón sea capaz de darlo todo, de entregarse, de ofrecerse con Cristo.
- El Amor: nunca el mundo ha estado tan lleno de todo, pero escaso de amor y afecto. El ser humano anda mendigando amor. Un amor sincero y que da paz al corazón, se traduce en compañía y silencio, una visita oportuna a un enfermo o una palabra de aliento al que se encuentra abatido o deprimido.
- La Generosidad: el principio fundamental está claro: da, sé generoso. Qué dar y hasta dónde llegar en la generosidad, no admite una sola y única respuesta. Consideremos la generosidad una gracia de Dios, y pidámosla con sencillez de corazón, pero también con insistencia. Que Dios no la negará a quien se la pida de verdad. Son muchos los que tienen necesidad y se beneficiarán de nuestra generosidad.
REFLEXIÓN
Dos mujeres ocupan hoy las lecturas del domingo. Dos mujeres que no tienen nada en común con las mujeres que ocupan a diario las páginas de los periódicos que devora la gente. Una de ellas es una viuda que vive al Sur de Sidón, en Sarepta, y que, presumiendo que ha llegado al fin de su existencia, se prepara para terminar sus escuálidas provisiones y morir después, junto con su hijo.
Elías le pidió de comer y ella le entregó, sin reservarse nada, todo lo que tenía, fiada en la promesa de aquel hombre al que no conocía de nada, pero que le hablaba en nombre de Dios. Y el Dios de Israel fue con ella un excelente despensero, que veló cumplidamente para que la "orza de harina no se vaciase y la alcuza de aceite no se agotase". Toda la fuerza de Dios aparece puesta al servicio de una mujer pobre, débil, abandonada e ignorada.
La otra mujer que protagoniza hoy las lecturas es también pobre e insignificante. No sabemos ni siquiera su nombre. También era viuda. También tenía, por consiguiente, una situación difícil. Frente a ella están los ricos echando abundantemente en la bandeja del Templo y pasando desapercibidos para la mirada Cristo.
Pero, de repente, entre las espléndidas limosnas, "dos reales", dieron un sonido especial. Era el don de la viuda, que, al echarlos en la bandeja del Templo en el que creía y confiaba, se quedó sin nada. Y algo sonó en el corazón de Cristo, que acusó el impacto y quiso en seguida que ese impacto que èl había recibido lo captasen los suyos, para que jamás olvidaran lo que, a los ojos de Dios, era verdaderamente interesante. "Os aseguro - les dice a los discípulos-que esa pobre viuda ha echado más que nadie... porque ha echado todo lo que tenía para vivir."
PARA REFLEXIONAR
Había una vez una rosa roja muy bella, que se creía sin duda la rosa más linda del jardín. Un día se dio cuenta de que la gente miraba de lejos, sin querer acercarse a ella. Observando a su alrededor vio que al lado de ella siempre había un sapo grande y oscuro, y que ésa era la causa por la que la gente no se acercaba a verla a ella para maravillarse de su belleza.
Indignada ante lo descubierto, la rosa ordenó al sapo que se fuera de allí de inmediato. Y el pobre sapo, muy obediente, acató la orden de la rosa y desapareció del jardín. Así, las personas podían ver y admirar de cerca la hermosura vanidosa de aquella rosa presumida.
Un tiempo después, el sapo volvió a pasar por donde estaba la rosa, y se sorprendió al verla totalmente marchita, sin hojas y sin pétalos. Entonces le dijo: -Te ves muy mal. ¿Qué te ha pasado? La rosa contestó: - Es que desde que te fuiste de mi jardín las hormigas me han comido día a día, y nunca pude volver a ser igual.
Ahora me muero de tristeza al ver que nadie se detiene a mirar la belleza que en otro tiempo fue la admiración de este jardín. El sapo, con una indisimulada satisfacción, le contestó: - Pues claro, te olvidaste de que era yo quien me comía las hormigas que te amenazaban, y por eso eras la más bella del jardín. Y la rosa, que había aprendido la lección del sapo, le pidió de nuevo que se quedara junto a ella.