San Lucas 13, 1 - 9
“Dios Quiere Nuestra Conversión”
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
- Cuidar la Higuera: cada uno debe ayudar a que esos cuidados intensivos ejercidos por la paciencia de Dios, por la misericordia de la Iglesia y por la caridad de los hermanos, consigan que la higuera pase de la esterilidad a dar frutos abundantes. Nadie podrá decir que el dueño de la higuera la abandona. Está ahí actuando ahora mismo, por su Palabra te está llamando y esperando que te decidas, porque su amor es eterno y su misericordia sin fin (Sal 137,8).
- La Conversión: significa volvernos hacia Dios, mirar de frente a Dios. Dios misericordioso tiene paciencia con nosotros, ciertamente, y no cesa de llamarnos a la conversión. En la eucaristía, el Señor nos alimenta con su palabra y con su pan partido para que demos el fruto de la conversión. Dios no quiere la muerte del pecador si no que se convierta y viva.
- Los Frutos: El Señor espera correspondencia a tantos desvelos, a tantas gracias concedidas, aunque nunca podrá haber paridad entre lo que damos y lo que recibimos, “pues el hombre nunca puede amar a Dios tanto como Él debe ser amado”; sin embargo, con la gracia sí que podemos ofrecerle cada día muchos frutos de amor: de caridad, de apostolado, de trabajo bien hecho... Cada noche, en el examen de conciencia, hemos de saber encontrar esos frutos pequeños en sí mismos, pero que han hecho grandes el amor y el deseo de corresponder a tanta solicitud divina.
REFLEXIÓN
En el tercer Domingo del Tiempo de Cuaresma, las lecturas de la misa de hoy nos hablan de la necesidad de convertirse, de volverse a Dios. Para alentarnos a esta conversión las lecturas destacan también la misericordia y la paciencia de Dios. La primera lectura muestra a Dios reclamando santidad: El Libro del Éxodo nos muestra la escena de la zarza ardiendo en la montaña de Dios, el Horeb.
En la Segunda lectura, en la primera Carta a los Corintios, San Pablo nos previene para que no nos dejemos arrastrar por los malos deseos, ... para que no nos revelemos contra Dios. Se trata de un serio llamado a la conversión precisamente a quienes se sienten menos necesitados por estar dentro de la comunidad cristiana y por su familiaridad con las cosas religiosas.
En el Evangelio de Lucas leemos la parábola de la Higuera que no da frutos. Este relato, que solo lo trae San Lucas, alude a unos galileos asesinados por Pilato en el templo. Esta matanza era considerada, según la mentalidad popular, como un castigo por sus pecados.
Jesús no cuestiona esta creencia, sino que aprovecha para insistir en que cada uno reflexione sobre su propia conducta y le llame a sí mismo al arrepentimiento y a la conversión. La principal resistencia al cambio es suponer que uno no necesita cambiar. A esto Jesús lo llamó “ceguera”: no querer ver ni reconocer nuestra necesidad de cambio para salir de la hipocresía y de la autosuficiencia.
PARA LA VIDA
Un feligrés, bueno, pero un poco débil, se confesaba a menudo con su párroco. Sus confesiones parecían un disco rayado: las mismas faltas siempre y siempre el mismo pecado mortal. ¡Basta! le dijo un día el párroco en tono severo – No debes tomarle el pelo a Dios. Es la última vez que te absuelvo de este pecado. Pero quince días más tarde, el feligrés estaba de nuevo allí para confesar el pecado de costumbre.
El confesor perdió la paciencia: - Te lo había dicho: no te doy la absolución. Así aprenderás… Humillado y avergonzado, el pobre hombre se levantó. Exactamente encima del confesionario, clavado en la pared, se alzaba majestuosa la escultura de un Cristo crucificado. El hombre se quedó mirándolo. Entonces, el Jesús de escayola de la cruz cobró vida, alzó un brazo desde la posición en que siempre se encontraba y trazó el signo de la absolución.
¡Qué verdad la del Evangelio de hoy y la verdad del cuento! ¡Y qué razón tenía el párroco acerca del pecado siempre confesado por el feligrés! ¡Quién no ha sentido esa experiencia en la vida, la experiencia del querer y no poder, la experiencia del pecado y el defecto repetido que no se logra cambiar y qué tentación la nuestra de desesperarnos o de alejarnos creyéndonos indignos del nombre cristiano!
Llega de nuevo la Cuaresma y vueltas a lo mismo: no nos convertimos del todo, al contrario, tenemos la sensación de estar en el mismo lugar que el año pasado. Un poco como la higuera del evangelio: años y años sin dar el fruto querido y deseado por Dios.