3° Domingo de Cuaresma, 24 Mar 2019, Ciclo C


San Lucas 13, 1 - 9

“Dios Quiere Nuestra Conversión”

Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
  1. Cuidar la Higuera: cada uno debe ayudar a que esos cuidados intensivos ejercidos por la paciencia de Dios, por la misericordia de la Iglesia y por la caridad de los hermanos, consigan que la higuera pase de la esterilidad a dar frutos abundantes. Nadie podrá decir que el dueño de la higuera la abandona. Está ahí actuando ahora mismo, por su Palabra te está llamando y esperando que te decidas, porque su amor es eterno y su misericordia sin fin (Sal 137,8).
  2. La Conversión: significa volvernos hacia Dios, mirar de frente a Dios. Dios misericordioso tiene paciencia con nosotros, ciertamente, y no cesa de llamarnos a la conversión. En la eucaristía, el Señor nos alimenta con su palabra y con su pan partido para que demos el fruto de la conversión. Dios no quiere la muerte del pecador si no que se convierta y viva.
  3. Los Frutos: El Señor espera correspondencia a tantos desvelos, a tantas gracias concedidas, aunque nunca podrá haber paridad entre lo que damos y lo que recibimos, “pues el hombre nunca puede amar a Dios tanto como Él debe ser amado”; sin embargo, con la gracia sí que podemos ofrecerle cada día muchos frutos de amor: de caridad, de apostolado, de trabajo bien hecho... Cada noche, en el examen de conciencia, hemos de saber encontrar esos frutos pequeños en sí mismos, pero que han hecho grandes el amor y el deseo de corresponder a tanta solicitud divina. 

REFLEXIÓN 

   En el tercer Domingo del Tiempo de Cuaresma, las lecturas de la misa de hoy nos hablan de la necesidad de convertirse, de volverse a Dios. Para alentarnos a esta conversión las lecturas destacan también la misericordia y la paciencia de Dios. La primera lectura muestra a Dios reclamando santidad: El Libro del Éxodo nos muestra la escena de la zarza ardiendo en la montaña de Dios, el Horeb. 

   En la Segunda lectura, en la primera Carta a los Corintios, San Pablo nos previene para que no nos dejemos arrastrar por los malos deseos, ... para que no nos revelemos contra Dios. Se trata de un serio llamado a la conversión precisamente a quienes se sienten menos necesitados por estar dentro de la comunidad cristiana y por su familiaridad con las cosas religiosas.

   En el Evangelio de Lucas leemos la parábola de la Higuera que no da frutos. Este relato, que solo lo trae San Lucas, alude a unos galileos asesinados por Pilato en el templo. Esta matanza era considerada, según la mentalidad popular, como un castigo por sus pecados. 

   Jesús no cuestiona esta creencia, sino que aprovecha para insistir en que cada uno reflexione sobre su propia conducta y le llame a sí mismo al arrepentimiento y a la conversión. La principal resistencia al cambio es suponer que uno no necesita cambiar. A esto Jesús lo llamó “ceguera”: no querer ver ni reconocer nuestra necesidad de cambio para salir de la hipocresía y de la autosuficiencia. 

PARA LA VIDA 

   Un feligrés, bueno, pero un poco débil, se confesaba a menudo con su párroco. Sus confesiones parecían un disco rayado: las mismas faltas siempre y siempre el mismo pecado mortal. ¡Basta! le dijo un día el párroco en tono severo – No debes tomarle el pelo a Dios. Es la última vez que te absuelvo de este pecado. Pero quince días más tarde, el feligrés estaba de nuevo allí para confesar el pecado de costumbre. 

   El confesor perdió la paciencia: - Te lo había dicho: no te doy la absolución. Así aprenderás… Humillado y avergonzado, el pobre hombre se levantó. Exactamente encima del confesionario, clavado en la pared, se alzaba majestuosa la escultura de un Cristo crucificado. El hombre se quedó mirándolo. Entonces, el Jesús de escayola de la cruz cobró vida, alzó un brazo desde la posición en que siempre se encontraba y trazó el signo de la absolución. 

   ¡Qué verdad la del Evangelio de hoy y la verdad del cuento! ¡Y qué razón tenía el párroco acerca del pecado siempre confesado por el feligrés! ¡Quién no ha sentido esa experiencia en la vida, la experiencia del querer y no poder, la experiencia del pecado y el defecto repetido que no se logra cambiar y qué tentación la nuestra de desesperarnos o de alejarnos creyéndonos indignos del nombre cristiano! 

   Llega de nuevo la Cuaresma y vueltas a lo mismo: no nos convertimos del todo, al contrario, tenemos la sensación de estar en el mismo lugar que el año pasado. Un poco como la higuera del evangelio: años y años sin dar el fruto querido y deseado por Dios.

2° Domingo de Cuaresma, 17 Mar 2019, Ciclo C

San Lucas 9, 28b - 36

“Dios Quiere Nuestra Conversión”


Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.


  1. La Luz de Su Rostro: los tres discípulos contemplaron ese rostro radiante en el monte. Abraham también buscaba el rostro de Yahvé en un paisaje nocturno como para recordarnos que el encuentro de la fe está rodeado de oscuridad. No podemos vivir siempre bajo la luz del Tabor porque todavía no hemos llegado al amanecer eterno en que no sólo veremos la gloria de Cristo, sino que nosotros mismos estaremos transfigurados a su imagen.
  2. Vivir en la Nube: la gran tentación es quedarse quieto, porque en la montaña "se está muy bien". Hay que bajar al llano, a la vida diaria, de lo contrario la experiencia de Dios no es auténtica. No podemos refugiarnos en un mero espiritualismo que se desentiende de la vida concreta. Somos ciudadanos del cielo, pero ahora vivimos en la tierra y es aquí donde debemos demostrar que Dios transforma nuestra historia, nuestro cuerpo humilde y nos hace vivir como hombres nuevos y transformados.
  3. Camino Lleno de Espinas:  La fe no es camino fácil pero cuando uno confía en Dios, Dios lo hace todo más fácil”. Inmersos de lleno en la santa cuaresma, y al contemplar la cruz, caemos en cuenta que todo sendero que se emprende, tarde o temprano presenta algunas espinas. Jesús, en su camino hacia la gloria, les anuncia que esperan horas de dolor, sufrimiento, soledad y muerte. No lo entendieron y, por ello mismo, preferían vivir en una burbuja en lo más alto del Tabor a descender y encontrarse con la dura realidad.


REFLEXIÓN

   Estamos en el segundo domingo de la cuaresma que nos conduce a la Pascua a la resurrección de Jesús. Las lecturas siguen dándonos pistas para que vivamos auténticamente este tiempo de conversión, de oración, de sacrificio y de cercanía a los hermanos más necesitados.

   En la primera lectura hemos escuchado la relación que tiene Dios con Abraham. Si nos fijamos bien vemos, cómo es Dios el que da el primer paso y sale en busca del patriarca, se acerca a él con total generosidad, sin exigirle nada. Esta es la actitud de nuestro Dios, de una total gratuidad, sin pedir nada a cambio.

   Pero, la actitud de Abraham es también totalmente generosa. Entregó a Dios su confianza de una forma total y absoluta, se fió plenamente de Él. La confianza en Dios es muchas veces la única respuesta posible ante tantas maneras con que el misterio se hace presente en nuestras vidas de hombre y mujeres de fe.

   El evangelio presenta el episodio de la transfiguración del Señor delante de sus discípulos. Se trata de saber que la blancura de la pureza celestial nos pertenece, pero no por mérito propio, sino porque Jesús derramó su sangre por nosotros. Estamos llamados a ser transfigurados en el Señor.

   Para que esto se lleve a cabo es necesario que aceptemos su LEY, que escuchemos su PALABRA, que nos dejemos iluminar por su presencia. Hay que desinstalarse, salir de nuestros pensamientos y caminos, dejar de lado nuestras ambiciones y permitirle a Dios que nos hable como el Hijo amado del Padre.

   Todo esto no se realizará en un solo día. Ni siquiera en una sola cuaresma. Es cuestión de ir avanzando despacio por la senda de la Ley y la Palabra de Jesús en nuestra vida. Dejarse transfigurar con la certeza que ya comienza el cielo, pero todavía no vivimos en su plenitud.

PARA LA VIDA

   Los amigos de Beethoven, al recordarle la época de su juventud y los deseos de gloria sentidos por él, el gran músico exclamó: “¡Qué insensatez! Jamás he pensado en escribir por conquistar fama ni gloria. Lo que llevo en mi corazón tiene que salir. Por eso he escrito y escribo”. Esas palabras de Beethoven son el marco del siguiente comentario…

   Damos gloria a Dios en la medida en que nos enriquecemos, nos acercamos a Dios y nos llenamos de Él. El maestro brilla si el alumno aprende. El médico se luce cuando el paciente se cura. El bien del alumno glorifica al maestro. Como la mejoría del enfermo es lucimiento para el médico. Los mejores cuadros de un pintor son los que más le honran. El bien del hombre glorifica a Dios. Dar gloria a Dios no exige fastidiarse, sino enriquecerse y llenarse de él. La gloria de Dios y el bien del hombre corren paralelos.

   Con Pedro, Santiago y Juan subamos también nosotros al monte de la Transfiguración y permanezcamos en contemplación del rostro de Jesús, para recibir el mensaje y traducirlo en nuestra vida; para que también nosotros podamos ser transfigurados por el Amor. En realidad, el Amor es capaz de transfigurar todo: ¡el Amor transfigura todo! 

1° Domingo de Cuaresma, 10 Mar 2019, Ciclo C


San Lucas 4, 1 - 13

“No Nos Dejes Caer en la Tentación” 

Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
  1. La Tentación: «Nuestra vida, en efecto, mientras dura esta peregrinación, no puede verse libre de tentaciones. Nuestro progreso espiritual se va logrando en la medida que la vayamos superando. Nadie puede conocerse a sí mismo si no enfrenta la tentación; ni puede ser coronado si no la ha vencido; ni puede vencerla si no ha luchado; ni puede luchar contra ella si no ha sido tentado … ¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas en que venció la tentación? Reconócete a ti mismo tentado en él, y reconócete también a ti mismo victorioso en él. Hubiera podido impedir la acción tentadora del diablo, pero entonces tú, que estás sujeto a la tentación, no hubieras aprendido de Él a vencerla».
  2. La Conversión: cuando perdemos la santidad la podemos recuperar con nuestro arrepentimiento sincero, con la condición de que acudamos al sacramento de la Reconciliación para, con la absolución que el ministro nos da en nombre de la Santísima Trinidad, podamos recuperarla. Nuestro enemigo sólo tiene un poder limitado, que Dios le permite con el fin de probarnos. 
  3. La Fe: quien cree que Cristo es el Hijo de Dios, quien cree que Él es el Salvador y Reconciliador del mundo, quien cree que Dios le resucitó verdaderamente, como afirma San Pablo, ese «se salvará». 

REFLEXIÓN 

   Un año más iniciamos el camino de la cuaresma hacia la Pascua. Un año más el Señor nos concede celebrar este tiempo de gracia y salvación. Y de nuevo resuenan aquellas palabras de San Pablo que la Iglesia nos hizo escuchar el miércoles de ceniza: "Os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios, porque este es el tiempo favorable: dejaos reconciliar con Dios".

A cada uno de nosotros nos dirige el Señor esta misma invitación a no despreciar la oportunidad: que no se malogre la gracia que Dios nos ofrece generosamente en este tiempo de salvación. Pero para acoger la gracia, para que ésta no caiga en saco roto, es importante que cada uno eche un vistazo a su interior a fin de comprobar cuál es su situación ante Dios, para ver cuál es su disposición a seguir el llamamiento del Señor que nos invita a cambiar de conducta, a mejorar nuestra vida cristiana.

El tiempo de cuaresma es una llamada a la reflexión y a la sinceridad para darle un poco más de calidad y de hondura a la fe que profesamos. Todos tenemos que cambiar, pues nadie hay tan perfecto que no tenga que esforzarse en ser mejor y nadie hay tan santo que no tenga que pedir constantemente perdón al Señor. A todos nos hace falta un poco más de coherencia entre lo que creemos y lo que hacemos.

Que la participación en la Eucaristía nos confirme en la recta conciencia para escuchar la voz del Señor que nos llama a cambiar y mejorar nuestra vida cristiana.

PARA LA VIDA

   Un herrero que, después de una juventud llena de excesos, decidió entregar su alma a Dios. Durante muchos años trabajó con ahínco, practicó la caridad, pero, a pesar de toda su dedicación, nada parecía andar bien en su vida, muy por el contrario, sus problemas y sus deudas se acumulaban día a día. Una tarde, un amigo que lo visitaba, y que sentía compasión por su situación, le comentó: "Realmente es muy extraño que tu vida haya comenzado a empeorar y a pesar de tus creencias en el mundo espiritual, nada ha mejorado”. 

   He aquí lo que dijo el herrero: "En este taller yo recibo el acero aún sin trabajar, y debo transformarlo en espadas. ¿Sabes tú cómo se hace esto? Primero, caliento la chapa de acero a un calor infernal, hasta que se pone al rojo vivo; enseguida, sin piedad, tomo el martillo más pesado y le aplico varios golpes, hasta que la pieza adquiere la forma deseada; luego la sumerjo en un balde de agua fría, y el taller entero se llena con el ruido y el vapor, porque la pieza estalla y grita a causa del violento cambio de temperatura. 

   Tengo que repetir este proceso hasta obtener la espada perfecta, una sola vez no es suficiente”. El herrero hizo una larga pausa, y siguió: "A veces, el acero que llega a mis manos no logra soportar este tratamiento. El calor, los martillazos y el agua fría terminan por llenarlo de rajaduras. En ese momento, me doy cuenta de que jamás se transformará en una buena hoja de espada y entonces, simplemente lo dejo en la montaña de hierro viejo que ves a la entrada de mi herrería”. "Sé que Dios me está colocando en el fuego de las aflicciones. 

   Acepto los martillazos que la vida me da, y a veces me siento tan frío e insensible como el agua que hace sufrir al acero. Pero la única cosa que pienso es: Dios mío, no desistas, hasta que yo consiga tomar la forma que Tú esperas de mí. Inténtalo de la manera que te parezca mejor, por el tiempo que quieras, pero nunca me pongas en la montaña de hierro viejo de las almas. "

8° Domingo Tiempo Ordinario, 3 Mar 2019, Ciclo C


San Lucas 6, 39 - 45

De la Abundancia del Corazón Habla la Boca" 
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
  1. Guiar: el hermano, guía de otros hermanos; ha de tener el ojo limpio de vigas que entorpezcan su labor de guía. Hay que abrir bien los ojos, pero no para fijarnos en las faltas y en los defectos de los demás, sino para ver primero nuestras faltas y defectos, para sacarnos las “vigas” de nuestros ojos, y entonces, cuando veamos con claridad, poder guiar a otros, poderles ayudar a quitarse la mota de polvo que tienen en su ojo. Qué fácil es exigir a los demás, cuando nosotros no hacemos muchas veces ni la mitad de lo que exigimos a otros.
  2. Ver: las cosas son distintas si aprendemos a mirarlas con visión amplia. Desde el punto de vista del Reino de los cielos, nada es lo que era antes: se pesca donde no había peces; el ciego Bartimeo arroja el manto que lo protegía y ve. Basta ajustar la vista a la nueva visión, a la visión de Dios, para que todo se torne luminoso. Si nuestra vara de medir es estrecha y pequeña, todo será estrecho y pequeño.
  3. Los Frutos: Jesús nos recuerda que cada árbol da el fruto que le corresponde, y que de un árbol bueno se espera que dé fruto bueno, mientras que de un árbol malo se espera que de fruto malo. Del mismo modo, de un hombre que tiene un buen corazón, lleno del amor de Dios, saldrán frutos de bondad, de amor y de misericordia hacia los demás, mientras que un corazón lleno de maldad, de rencor y de juicios hacia los demás sólo podrá dar frutos de odio, de división y de maldad. Por ello, hoy es un buen día, cercanos ya a la Cuaresma, para que nos preguntemos: ¿cuáles son los frutos que estoy dando?
REFLEXIÓN 

   El Evangelio de hoy recoge unas sentencias de Jesús acerca de comportamientos orientados a la corrección fraterna o a la procura del bien del hermano: la del ciego que pretende guiar a otro ciego, la del discípulo que se cree más que su maestro y la del hermano que se propone quitar la mota del ojo de su hermano.

   Las tres conductas fluyen del corazón del hombre, en donde uno es lo que es y de donde –como de un árbol– brotan los buenos o malos frutos, pues cada árbol se conoce por su fruto: cada cual ofrece lo que produce según su naturaleza: la higuera, higos, la vid, uvas, de diversa calidad. La intención de ayudar al hermano es loable, pero se traducirá en resultados positivos o negativos según sea buena o mala la condición del corazón. 

   Resumiendo la enseñanza del Evangelio de este domingo, recordamos las etapas más importantes del camino cristiano para ser discípulos fieles: en primer lugar, Jesús nos invita a no ser jueces de los demás y menos para condenarlos; luego, nos pide que nos abramos y acojamos sus palabras que nos interpelan con amor y esperanza, para reconocer nuestras faltas graves (las vigas, no sólo las motas), comprometiéndonos a trabajar por eliminar las vigas, es decir, los pecados que lastran nuestras vidas, para llegar a ser personas nuevas, pues sólo así podremos mirar a los demás con la mirada de Jesús, ayudándoles a caminar tras él, siguiendo sus pasos. 

    A esto nos invita el Apóstol: “Manteneos firmes y constantes. Trabajad siempre por el Señor, sin reservas, convencidos de que el Señor no dejará sin recompensa vuestra fatiga”.

PARA LA VIDA 

   Érase una vez una joven pianista que daba su primer concierto. El público en silencio y con fervor escuchaba la música que brotaba de sus dedos disciplinados. Todos tenían los ojos clavados en la joven pianista. Al final del concierto todos puestos de pie aplaudieron a rabiar. 

   El manager se acercó a la pianista y se deshizo en alabanzas. Y le dijo: Mira, todos están de pie aplaudiéndote, menos ese viejito de la primera fila. La pianista entristecida le contestó: "Sí, pero ese viejito es mi maestro". Sólo el maestro podía juzgar la actuación de su discípulo con autoridad. 

   Y sólo el Maestro con mayúscula, Jesús, puede juzgar hoy a su pueblo aquí reunido. Si el no aplaude, mala señal. El domingo pasado, Jesús nos mandaba "amar a los enemigos". Amar no como sentimiento, sino amar como decisión, acto de voluntad, querer amar a pesar del miedo al sufrimiento. 

   Hoy, Jesús nos cuenta cuatro cortas parábolas para decirnos cómo tienen que ser las relaciones en la comunidad cristiana.” ¿Puede un ciego guiar a otro ciego?" Si Jesús nos estuviera dando un consejo más no tendría gran importancia, no han faltado hombres a lo largo de la historia que han dado buenos consejos. Jesús es más que un buen consejo y más que una frase que repetimos, Jesús es una manera de vivir. Jesús es una llamada a vivir nuestras responsabilidades.

7° Domingo Tiempo Ordinario, 24 Feb 2019, Ciclo C


San Lucas 6, 27 - 38

Amar a la Medida de Jesús" 
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
  1. El Amor: amar a los que nos aman puede ser interesado. El mérito está en amar a aquél que no nos lo puede devolver, e incluso a aquél que nos odia. Eso hizo David cuando perdonó la vida a su perseguidor, el rey Saúl. Es lo que hizo Jesús en la Cruz cuando perdonó a los que le maltrataban: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”.
  2. El Perdón:  acercarse a la celebración de la eucaristía nos compromete a ser auténticos y hacer nuestros los sentimientos y actitudes que Jesús llevó a la cruz y que estando en la cruz pidió perdón para sus verdugos: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lc 23,34). si queremos encontrar un Dios misericordioso tenemos que practicar nosotros la misericordia, si nos dedicamos a juzgar y descalificar el prójimo, si somos severos con los hermanos, así será Dios con nosotros.
  3. La Generosidad:  Hay que obrar como Dios obra. El amor del cristiano no debe conocer límites. Dios no tiene en cuenta, cuando hace llover, si los que reciben la lluvia la merecen o no. Le basta saber que la necesitan. Cuando hace llover, lo hace para todos, para que todos puedan vivir; no mira si son justos o pecadores. Al cristiano se le propone ese ideal: postura abierta para todos, buenos sentimientos para todos, buenas obras para todos, sin más interés que el bien propio del prójimo. Así obra Dios. 

REFLEXIÓN 

   El Evangelio, que se ha elegido para este Domingo, puede ser considerado como uno de los más exigentes para seguir a Jesús. Porque es sin duda más fácil aceptar que se nos diga que amemos a nuestros familiares y amigos, y que pongamos en práctica nuestras obras de caridad en beneficio de esas personas que nos son conocidas y sabemos que, al menos, nos lo han de agradecer. Hacer el bien a los que nos hacen bien –dice Jesús–, también lo hacen los pecadores.

   La existencia de muchas personas cambiaría y adquiriría otro color y otra vida si aprendieran a amar gratis a alguien. El ser humano está llamado a amar desinteresadamente; y, si no lo hace, en su vida se abre un vacío que nada ni nadie puede llenar. No es una ingenuidad escuchar las palabras de Jesús: “Haced el bien... sin esperar nada”. Puede ser el secreto de la vida, lo que puede devolvernos la alegría de vivir. Ágape, amor gratuito, es el nombre del amor cristiano. Así nos ama siempre Dios, aunque nosotros no seamos capaces de corresponderle. 

   Y finalmente la regla de oro: “Como queráis que la gente se porte con vosotros, de igual manera portaos con ella”, nos lo enseña el mismo Jesús por ejemplo en la Última Cena, cuando se arrodilla ante sus discípulos para lavarles los pies. Este es el amor más grande, el amor sin medida, sin condiciones, sin recompensas, el amor incluso a los enemigos. 
   Cuanto más nos acerquemos a Dios, más descubriremos este amor de Él para con nosotros, y más nos ayudará a vivirlo también hacia los demás. No hay nada que Cristo nos pida y que no haya hecho primero por nosotros. Vivamos así cada día, creciendo en el amor y en la misericordia, a la medida de amor del Señor. 

PARA LA VIDA 

   Un maestro dijo un día a sus alumnos: mañana van a traer a la escuela una funda de plástico transparente y un saco de patatas. Al día siguiente todos trajeron lo mandado por el maestro. Éste les dijo: por cada persona que te niegues a perdonar elige una patata, escribe el nombre de la persona y la fecha de la ofensa y colócala en la bolsa de plástico. Algunas bolsas eran bien pesadas y estaban bien llenas. 

   Luego les dijo: tienen que llevar la bolsa a todos los sitios que vayan y por la noche la colocan junto a su cama. La molestia e incomodidad de cargar cada día con la bolsa de patatas con sus nombres y fechas les hizo sentir el peso espiritual que llevaban dentro. La condición de las patatas con el tiempo empeoró y olían a muerto. Este es el precio que pagamos por almacenar rencores y odios. A veces pensamos que el perdón es un regalo que hacemos a los otros; no, es un regalo que nos hacemos a nosotros. 

   "Amar a los enemigos, hacer el bien a los que me odian…Orar por los que nos injurian…" no es fácil. Esto sólo está escrito en el Libro de Jesús, esto sólo lo hace Jesús y los que tienen el espíritu de Jesús. Esto sólo se aprende mirando al crucificado. Amar, perdonar, a mi marido, Dios perdona, ama siempre y las lágrimas de Dios en la cruz son las lágrimas por ti y por mi cuando nos negamos a amar.