San Lucas 9, 28b - 36
“Dios Quiere Nuestra Conversión”
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
- La Luz de Su Rostro: los tres discípulos contemplaron ese rostro radiante en el monte. Abraham también buscaba el rostro de Yahvé en un paisaje nocturno como para recordarnos que el encuentro de la fe está rodeado de oscuridad. No podemos vivir siempre bajo la luz del Tabor porque todavía no hemos llegado al amanecer eterno en que no sólo veremos la gloria de Cristo, sino que nosotros mismos estaremos transfigurados a su imagen.
- Vivir en la Nube: la gran tentación es quedarse quieto, porque en la montaña "se está muy bien". Hay que bajar al llano, a la vida diaria, de lo contrario la experiencia de Dios no es auténtica. No podemos refugiarnos en un mero espiritualismo que se desentiende de la vida concreta. Somos ciudadanos del cielo, pero ahora vivimos en la tierra y es aquí donde debemos demostrar que Dios transforma nuestra historia, nuestro cuerpo humilde y nos hace vivir como hombres nuevos y transformados.
- Camino Lleno de Espinas: “La fe no es camino fácil
pero cuando uno confía en Dios, Dios lo hace todo más fácil”. Inmersos
de lleno en la santa cuaresma, y al contemplar la cruz, caemos en cuenta que
todo sendero que se emprende, tarde o temprano presenta algunas espinas. Jesús,
en su camino hacia la gloria, les anuncia que esperan horas de dolor,
sufrimiento, soledad y muerte. No lo entendieron y, por ello mismo, preferían
vivir en una burbuja en lo más alto del Tabor a descender y encontrarse con la
dura realidad.
REFLEXIÓN
Estamos en el segundo domingo de la cuaresma que nos conduce a la Pascua
a la resurrección de Jesús. Las lecturas siguen dándonos pistas para que
vivamos auténticamente este tiempo de conversión, de oración, de sacrificio y
de cercanía a los hermanos más necesitados.
En la primera lectura hemos escuchado la relación que tiene Dios con
Abraham. Si nos fijamos bien vemos, cómo es Dios el que da el primer paso y
sale en busca del patriarca, se acerca a él con total generosidad, sin exigirle
nada. Esta es la actitud de nuestro Dios, de una total gratuidad, sin pedir
nada a cambio.
Pero, la actitud de Abraham es también totalmente generosa. Entregó
a Dios su confianza de una forma total y absoluta, se fió plenamente de Él. La
confianza en Dios es muchas veces la única respuesta posible ante tantas
maneras con que el misterio se hace presente en nuestras vidas de hombre y
mujeres de fe.
El evangelio presenta el episodio de la transfiguración del Señor
delante de sus discípulos. Se trata de saber que la blancura de la pureza celestial nos pertenece,
pero no por mérito propio, sino porque Jesús derramó su sangre por nosotros.
Estamos llamados a ser transfigurados en el Señor.
Para que
esto se lleve a cabo es necesario que aceptemos su LEY, que escuchemos su
PALABRA, que nos dejemos iluminar por su presencia. Hay que desinstalarse,
salir de nuestros pensamientos y caminos, dejar de lado nuestras ambiciones y
permitirle a Dios que nos hable como el Hijo amado del Padre.
Todo esto
no se realizará en un solo día. Ni siquiera en una sola cuaresma. Es cuestión
de ir avanzando despacio por la senda de la Ley y la Palabra de Jesús en
nuestra vida. Dejarse transfigurar con la certeza que ya comienza el cielo,
pero todavía no vivimos en su plenitud.
PARA LA VIDA
Los amigos de Beethoven, al recordarle la
época de su juventud y los deseos de gloria sentidos por él, el gran músico
exclamó: “¡Qué insensatez! Jamás he
pensado en escribir por conquistar fama ni gloria. Lo que llevo en mi corazón
tiene que salir. Por eso he escrito y escribo”. Esas palabras de Beethoven son el marco del
siguiente comentario…
Damos gloria a Dios en la medida en que nos
enriquecemos, nos acercamos a Dios y nos llenamos de Él. El maestro brilla si
el alumno aprende. El médico se luce cuando el paciente se cura. El bien del
alumno glorifica al maestro. Como la mejoría del enfermo es lucimiento para el
médico. Los mejores cuadros de un pintor son los que más le honran. El bien del
hombre glorifica a Dios. Dar gloria a Dios no exige fastidiarse, sino
enriquecerse y llenarse de él. La gloria de Dios y el bien del hombre corren
paralelos.
Con Pedro, Santiago y Juan subamos también nosotros al monte de la
Transfiguración y permanezcamos en contemplación del rostro de Jesús, para
recibir el mensaje y traducirlo en nuestra vida; para que también nosotros
podamos ser transfigurados por el Amor. En realidad, el Amor es capaz de
transfigurar todo: ¡el Amor transfigura
todo!