12° Domingo del Tiempo Ordinario, 24 de Junio 2018, Ciclo B


San Lucas 1, 57-66 . 80

“La Mano del Señor Estaba con él”


Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.


  1. El Profeta: rompe barreras, atraviesa esquemas imposibles, porque desde el "seno materno" estaba tocado por el dedo de Dios para una misión muy especial. Para eso es que Dios elige y “llama”. Desde el bautismo todos somos profetas.
  2. Juan:  es el puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Como Puente para sortear barreras entre ambos momentos del plan de salvación.
  3. Misión de Juan: ser luz y anunciar la salvación. Y lo hace desde su condición de siervo de Dios. Juan es testigo de la luz. He ahí la misión de Juan: descubrir dónde está la luz, en medio de opacidad. Nos corresponde seguir su ejemplo ser siervos que anuncien quién es el salvador, no constituirnos en salvadores; como Juan, indicar dónde está la luz. 
  4. El Bautismo de Juan: Juan es el encargado de inducir a la limpieza interior, a la transparencia que permita, sin recovecos interiores, sin valles, sin montañas, permitir que Cristo luz se introduzca en lo íntimo del ser. Hoy, también necesitamos empeñarnos en ese oscuro trabajo depurador de nuestro interior, para convertirlo en campo donde la semilla de la Palabra encuentre propicia la tierra, germine y fructifique.
  5. La Vocación de Juan: desde pequeño supo decirle sí al llamado de Dios. Es por esos “sí” libres, generosos y decididos de cada día que su espíritu fue fortaleciéndose día a día (Lc 1, 80) para finalmente llegar a ser quien estaba llamado a ser. Sólo así, desde la fidelidad a su identidad y vocación, pudo llevar a cabo fielmente la misión que Dios le encomendaba: ser el Precursor del Señor (ver Lc 7, 27; Mal 3, 1), el «Profeta del Altísimo» 

REFLEXIÓN 

   Sólo a tres personas se le celebra solemnemente su nacimiento: A Jesús, a la Virgen María y a San Juan Bautista, el testigo humilde del Salvador.

Juan prepara el camino del Señor. Desvela la conciencia de los judíos fieles que esperaban la venida del Mesías, pero que se lo imaginaban demasiado según sus deseos. Por esto Juan con radicalidad, con exigencia va al núcleo de la cuestión, centra la atención en la raíz de lo que es preciso hacer: renovarse, convertirse, para poder descubrir, escuchar y seguir al Verbo de Dios que se hace hombre en Jesucristo. 

   Esta es la grandeza de Juan Bautista. La grandeza de su misión y la grandeza de la fidelidad con la que él la vive. Sin ahorrarse sacrificio, sabiéndose retirar cuando su misión está realizada, no pretendiendo entender más de lo que le es dado, sabiendo morir para no traicionar su verdad repetida valerosamente ante los poderosos. 

   Nuestra situación no es la de Juan. Jesucristo no es "el que ha de venir" sino "el que ha venido". Pero en parte sí que podemos hablar de una necesidad de continua venida de Jesucristo. Y por tanto, de una necesidad de continuar el trabajo de Juan: preparar la venida de Jesucristo, más, a cada uno de nosotros, a cada hombre, a la humanidad, en cada momento de la historia. 

   Sólo con este trabajo nuestro de abrir camino, será posible que la palabra de Jesucristo sea descubierta, escuchada, seguida. Esta es la voluntad de Dios y esta es nuestra responsabilidad: que Jesucristo sea conocido y seguido a través de lo que nosotros hacemos. Por tanto, cada cristiano tiene planteada una cuestión fundamental: ser o no fiel a esta misión de preparar el camino. Por ello «es deber irrenunciable de cada uno buscar y reconocer, día tras día, el camino por el que el Señor le sale personalmente al encuentro». 

PARA LA VIDA 

   Una vez llegó un profeta a una ciudad con el fin de convertir a sus habitantes. Al principio la gente le escuchaba cuando hablaba, pero poco a poco se fueron apartando, hasta que no hubo nadie que escuchara las palabras del profeta. Cierto día, un viajante le dijo al profeta: « ¿Por qué sigues predicando? ¿No ves que tu misión es imposible?». Y el profeta le respondió: «Al principio tenía la esperanza de poder cambiarlos. Pero si ahora sigo gritando es únicamente para que no me cambien ellos a mí». 

   Una llamada para nosotros en estos tiempos nuestros tan complicados, donde ser profeta no está de moda, donde ir contracorriente es mal visto o políticamente incorrecto. Donde la mentira campa a sus anchas y los valores éticos cotizan a la base. Donde los cristianos estamos refugiados en una fe sin compromiso, cómodamente asimilada, pero escasamente vivida. 

   Más que nunca el ejemplo de Juan el Bautista, que nos llama a salir de nuestras guaridas y proclamar con nuestra vida en las plazas públicas de nuestra familia, de nuestros trabajos, de nuestras universidades, de nuestros colegios, de nuestras parroquias, de nuestras comunidades, de nuestros compromisos políticos, sindicales o culturales, la Buena Nueva del Evangelio, la fantástica noticia de un Dios que nos ama y nos llama a construir un mundo de hermanos, sin guerras, en paz, en justicia y libertad.

11° Domingo del Tiempo Ordinario, 17 de Junio 2018, Ciclo B


San Marcos 4, 26 - 34

“Señor, que tu Semilla Crezca en Nuestro Corazón”


Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. La Semilla: germina y va creciendo sin que el labrador sepa cómo". El Reino de Dios no llega de repente, sino que va creciendo a partir de unos comienzos ocultos, pero siempre por obra divina. Para ello se necesita, humildad para saber que sólo Dios puede hacer crecer las semillas, y esperanza para creer que nuestra siembra va a ser bendecida por Dios.
  2. El Sembrador: no está inactivo, sino que espera día y noche hasta que llegue la cosecha cuando el grano esté a punto para meter la hoz. El sembrador representa a Dios que ha derramado abundantemente la semilla sobre la tierra por medio de Jesús, "sembrador de la Palabra".
  3. El Reino de Dios: ya está en la tierra, en la Iglesia, pero está como comenzando. El Reino de Dios se manifiesta externamente, pero es interior: “El Reino de Dios está dentro de nosotros”, de ahí la constante súplica del Padre nuestro: “Venga a nosotros tu Reino”.
  4. La Palabra: es eficaz, aunque su eficacia no sea constatable en sus efectos por aquéllos que la sirven. Esta es nuestra confianza y lo que nos obliga a sembrar con paciencia, esperando que un día recogeremos con alegría: "Se va, se va llorando, al llevar la semilla; más se vuelve, se vuelve entre gritos de júbilo al traer las gavillas".
  5. La Vida: quizás necesitamos todos aprender de nuevo a valorar las cosas pequeñas y los pequeños gestos. Probablemente no estamos llamados a ser héroes ni mártires cada día, pero a todos se nos invita a vivir poniendo un poco de felicidad en cada rincón de nuestro pequeño mundo diario. 

REFLEXIÓN

   Dos parábolas, dos mensajes sobre el Reino de Dios. Jesús habla a la gente de una experiencia muy cercana a sus vidas.

    En la primera parábola un hombre echa el grano en la tierra; el grano brota y crece. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Con estas palabras se refiere al Reino de Dios, que consiste en la santidad y la gracia, la verdad y la vida, la justicia, el amor y la paz.

    La semilla de la que habla el Evangelio tiene una fuerza que no depende del sembrador. Hoy el Señor nos invita a sembrar con la humildad de quien sabe que la semilla, que es la Palabra, hará su obra por la fuerza divina que posee, y no por la eficacia humana que nosotros queramos darle. Por eso el evangelizador debe ser consciente de que es un colaborador de Dios y no el dueño que pueda manipular a su arbitrio la salvación.

    Aprendamos a trabajar por el Evangelio sin querer violentar los caminos de Dios. Aprendamos a escuchar al Señor y a llevar su mensaje de salvación orando para que el Señor haga que su Palabra rinda abundantes frutos de salvación en aquellos que son evangelizados.

   En la segunda parábola del grano de mostaza, lo importante es el contraste entre la pequeñez del principio (grano de mostaza) y la magnitud del final (el arbusto). Así ocurre con el Reino de Dios: escondido ahora e insignificante, ha de llegar un día (el "día del Señor"), cuando vuelva con "poder y majestad", en que se manifieste según toda su dimensión. El Reino de Dios es la civilización del amor, de la que hablaba Pablo VI.

   Al escuchar el Evangelio de este Domingo se nos presenta ante nosotros un gran reto: ¿estamos sembrando en la dirección adecuada? ¿Hemos estudiado a fondo la tierra en la que caen nuestros esfuerzos evangelizadores? ¿No estaremos desgastando inútilmente nuestras fuerzas cuando, la realidad de las personas, de la iglesia local, de las personas o de la sociedad es muy diferente a la de hace unos años?
PARA LA VIDA

   Anoche tuve un sueño raro. En la plaza mayor de la ciudad habían abierto una nueva tienda. El rótulo decía: “Regalos de Dios”. Entré. Un ángel atendía a los compradores. - ¿Qué es lo que vendes?, pregunté. - Vendo cualquier don de Dios. - ¿Cobras muy caro? -No, los dones de Dios son siempre gratis. Miré las estanterías.

   Estaban llenas de ánforas de amor, frascos de fe, macutos llenos de esperanza… Yo necesitaba un poco de todo. Le pedí al ángel que me diera una ración de amor, dos de perdón, tres de esperanza, unos gramos de fe y el gran paquete de la salvación. Cuando el ángel me entregó mi pedido quedé totalmente sorprendido. ¿Cómo puede estar todo lo que he pedido en un paquete tan diminuto?, le pregunté al ángel.

   Mira, amigo, Dios nunca da los frutos maduros. Dios sólo da pequeñas semillas que cada uno tiene que cultivar y hacer crecer. La manía de lo grande anida en cada corazón y en nuestra sociedad. El rascacielos más grande, el coche más potente, el hombre más rápido, el predicador más elocuente… Sólo premiamos al número uno. Lo queremos todo ya, aquí y ahora. Despreciamos lo pequeño y lo invisible.

10° Domingo del Tiempo Ordinario, 10 de Junio 2018, Ciclo B


San Marcos 3, 20 - 35

“Señor, Tú Eres Nuestro Auxilio, Sálvanos con tu Poder”

Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. El Pecado: no cabe duda de que el principal efecto del pecado consiste en construir muros entre las personas, en separarnos no sólo de Dios, sino también los unos de los otros. Pecar es alejarse de la presencia de Dios, es vivir en la oscuridad y la tristeza. El hombre no puede esconderse de la presencia de Dios, aunque lo intenta siempre cuando peca.
  2. El Mal: no es solo una parte del comportamiento humano. Pero la negación de esa realidad personificada del mal es como negar al mismo Jesús de Nazaret, quien se refiere a dicha realidad muchas veces y sitúa al demonio como enemigo de Dios y de su creación.
  3. La Familia: lo somos cuando escuchamos y cumplimos la Palabra de Dios. Esto es lo único que Jesús pide, que le sigamos. La herencia celestial es única, y, por tanto, Cristo, que siendo único no quiso estar solo, quiso que fuéramos herederos del Padre y coherederos suyos.
  4. La Palabra: en cuanto Palabra divina, es la sustancia vital de nuestra alma; la alimenta, la apacienta y la gobierna; no hay nada que pueda hacer vivir el alma del hombre, como su Palabra hecha carne: Jesús de Nazaret. La Escritura acompañada de la oración realiza ese íntimo encuentro en el que, leyendo, se escucha a Dios que habla, y orando se le responde con confiada apertura de corazón”.
  5. La Comunidad: los que seguimos a Jesús como sus discípulos, pertenecemos a su familia y hemos entrado en la comunidad nueva del Reino. Esto nos hace decir con confianza la oración que él nos enseñó: "Padre nuestro". María es para nosotros una buena maestra, porque fue la mejor discípula en la escuela de Jesús y nos señala el camino de la vida cristiana: escuchar la Palabra, meditarla en el corazón y llevarla a la práctica en la vida.
   
REFLEXIÓN 

   La presencia misteriosa del «tentador» (satanás, el adversario), de «aquel que divide» (diábolos), en la historia de los hombres y de cada persona es, para el texto del Génesis, una experiencia real y constante: de nuestra historia forma parte un misterio de iniquidad; sin embargo, la lectura bíblica no concluye en el pesimismo trágico o en la desesperación, sino en una visión abierta a la esperanza: las palabras pronunciadas por Dios, que condenan el mal y dejan entrever que a este mal se le «herirá en la cabeza»
   La segunda lectura recuerda desde el comienzo el centro de la fe y de la esperanza de los cristianos: «Sabiendo que el que ha resucitado a Jesús, el Señor, nos resucitará también a nosotros y nos dará un puesto junto a él en compañía de todos nosotros».
   ¿Cómo no pensar aquí en la certeza que el apóstol Juan pretende transmitir de manera vigorosa en su evangelio cuando, al describir el momento en el que el mal parece llevar las de ganar, es decir, en el momento de la muerte de Jesús, afirma que precisamente en ese momento «el que tiraniza a este mundo va a ser arrojado fuera»
   El anuncio del Reino de Dios, que implica una conversión por parte del hombre, hace aflorar toda la dimensión interpersonal de la vida cristiana: hoy se usa con frecuencia la palabra reconciliación, y, en efecto, ésta es la realidad misteriosa que constituye la Iglesia.
   Ahora bien, referirse a Jesús de Nazaret como «salvador», como alguien que revela el sentido último de la vida humana, implica que el hombre creyente encuentre en él la fuerza para salir de este misterio del mal. Muchos textos del Nuevo Testamento presentan a Jesús como alguien que ha sido invitado por Dios para reconciliar, para establecer la paz. Aceptar a Jesús en nuestra propia vida (eso es, en definitiva, lo que quiere decir creer) significa asimismo aceptar su acción reconciliadora: así se convierte Jesús no sólo en palabra reveladora del Padre, sino en Dios con nosotros, que une a los hombres entre ellos y con el Padre.
PARA LA VIDA 

   “Un anciano muy pobre se dedicaba a sembrar árboles de mango. Un día se encontró con un joven que le dijo: ¿Cómo es que a su edad se dedica a plantar mangos? ¡Tenga por seguro que no vivirá lo suficiente para consumir sus frutos! El anciano respondió apaciblemente: Toda mi vida he comido mangos de árboles plantados por otros.
  
   ¡Que los míos rindan frutos para quienes me sobrevivan! Continuando con su explicación el sembrador sentenció: Habitamos en un universo en el que todo y todos tienen algo que ofrecer: lo árboles dan, los ríos dan, la tierra, el sol, la luna y las estrellas dan. ¿De dónde, pues, esa ansiedad por tomar, recibir, amasar, juntar, acumular sin dar nada a cambio? Todos podemos dar algo, por pobres que seamos.
  
   Podemos ofrecer pensamientos agradables, dulces palabras, sonrisas radiantes, conmovedoras canciones, una mano firme y tantas otras cosas que alivien a un corazón herido. Yo he decidido dar mangos, para que otros, que vengan después que yo, los disfruten. Y tú jovencito, preguntó el anciano, ¿has pensado en lo que quieres dar?”
   A Jesús le preocupaba mucho que sus seguidores terminaran un día desalentados al ver que sus esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no obtenían el éxito esperado. ¿Olvidarían el reino de Dios? ¿Mantendrían su confianza en el Padre? Lo más importante es que no olviden nunca cómo han de trabajar.

Domingo Solemnidad Corpus Christi, 3 de Junio 2018, Ciclo B


San Marcos 14,12-16.22-26

“Esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre..."


Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. La Eucaristía: es el sacramento por excelencia. Ella es presencia real de Jesucristo vivo, en su Cuerpo, sangre, alma y divinidad que se nos da como alimento de eternidad. El Señor quiso quedarse de una manera perpetua y lo hizo a través del pan eucarístico. En la Eucaristía, Dios prolonga el don de su presencia entre nosotros, renueva el sacrificio de la cruz en el altar y genera un cambio profundo en quien la recibe. Podemos decir como el apóstol Pablo: Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí.
  2. El Pan: partido y repartido, es también el compromiso personal de los creyentes para ser testigos de su muerte y resurrección. Jesús, parte el Pan y se lo ofrece a sus discípulos, y los invita a asumir un compromiso integrándose en la acción redentora del Verbo hecho carne siguiendo su misión.
  3. El Vino:  es como el agua que mana de la misma fuente. "el vino nuevo en el reino de Dios", es decir, la comunión con el Resucitado, con su vida. “Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos;" la sangre derramada, como expresión de la entrega generosa y voluntaria de la vida de Cristo, lo cual inaugura una nueva "alianza" o estilo de relación del hombre con Dios: la de la disponibilidad total a su voluntad.
  4. La Comunión: la unión con Cristo o Comunión es posible sólo si de veras deseamos unirnos con El y, si al recibirlo, lo hacemos con las debidas disposiciones.  Si no tenemos las actitudes correctas de fe y de deseo de imitar a Cristo y de unirnos a Él, no se realiza la “Comunión”.
  5. La Caridad: porque la exigencia del amor cristiano no es dar de lo que nos sobre, ni siquiera quitarnos lo que necesitamos. El amor de Dios nos urge a crear un mundo más humano, más justo, más solidario, más igual, donde se ponga fin al estigma de la pobreza, del abandono, del hambre y de la desesperación de tantos. 

REFLEXIÓN 

   En este 2º domingo después de Pentecostés, celebramos la solemnidad del Corpus Christi, del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Y este día, nos invita a la meditación, para que descubramos la necesidad que tenemos en nuestras vidas de alimentarnos. De recibir el Pan de Vida, en que es el propio Jesús que nos alimenta en cada Eucaristía. El sentido de esta fiesta, que se instituyó en el año 1264, es la consideración y el culto a la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
   El efecto más importante de la Sagrada Eucaristía es la íntima unión con Jesucristo. El mismo nombre de Comunión indica esta participación unitiva en la vida del Señor. Si en todos los sacramentos, por medio de la gracia que nos confieren, se consolida nuestra unión con Jesús, esta es más intensa en la Eucaristía, puesto que no sólo nos da la gracia, sino al mismo Autor de la gracia: “Participando realmente del Cuerpo del Señor en la fracción del pan eucarístico, somos elevados a una comunión con El y entre nosotros”. 

   Porque, como dice S. Pablo en la carta a los corintios, “el pan es uno, nosotros somos muchos que formamos un solo cuerpo, y todos participamos de un único pan”. Precisamente, por ser la Eucaristía el sacramento que mejor significa y realiza nuestra unión con Cristo, es a la vez donde toda la Iglesia muestra y lleva a cabo su unidad. En esta fiesta de Corpus Christi, tratemos de aprender a valorar el alimento que se nos ofrece en cada misa, y hagamos el propósito de recibir con más frecuencia y mejor preparados, a Jesús que se nos ofrece en la Comunión. 

   La Eucaristía es también presencia. Jesús está presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad bajo las especies eucarísticas. “Cristo Jesús que murió, resucitó, que está sentado a la derecha de Dios e intercede por nosotros, está presente de múltiples maneras en su Iglesia: en su Palabra, en l oración de su Iglesia, allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, en los pobres, los enfermos, los presos, en los Sacramentos de los que Él es autor, en el Sacrificio de la misa, y en la persona del ministro. Pero, sobre todo, (está presente) bajo las especies eucarísticas” 

PARA LA VIDA

   Se cuenta en una vieja leyenda oriental que había un rey que entregaba a su hijo los víveres necesarios para vivir cómodamente los doce meses del año. En esta oportunidad, que coincidía con la primera luna del año, el hijo le veía el rostro a su padre, el rey. Pero un día, el rey cambió de parecer y decidió entregar al príncipe, todos los días, los alimentos que debía consumir en esa jornada. ... De esta forma podía saludar todos los días a su hijo, y el príncipe podía ver todos los días la cara del rey. 

   Algo parecido ha querido hacer nuestro Padre Dios con nosotros. Jesús nos enseñó a pedir: Danos hoy nuestro pan de cada día. Pedir solamente para hoy significa tener la certeza de que tendremos un nuevo encuentro con Dios, mañana.

 Y cuando pedimos este pan, no solo estamos pidiendo al Señor por nuestras necesidades básicas, ... por el alimento material, ... por lo que necesitamos todos los días para nuestra vida como hombres. También estamos pidiendo por nuestras necesidades espirituales. Por el alimento de nuestra alma. Ningún Padre se contenta con haber dado la vida a sus hijos, sino que les da también loa alimentos y los medios para que puedan llegar a la madurez.

Domingo Solemnidad de La Santísima Trinidad, 27 de Mayo 2018, Ciclo B


San Mateo 28, 16 - 20

“Yo Estoy con Vosotros Hasta el fin del Mundo”

Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.


  1. La Trinidad: Dios es trino. Dios es misericordia. La confesión de la Trinidad es el misterio central de la fe cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la "jerarquía de las verdades de fe". "Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos".

  2. Padre: sólo hay un Dios, el creador del cielo y de la tierra, el que formó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza. El Dios único es el Dios verdadero, porque no puede haber más que un solo Dios. Si Dios es amor tiene que ser comunidad de amor, por eso para nosotros el Dios único no es un Dios solitario, es un Dios trinitario, el único Dios se nos ha revelado como Padre, Hijo y Espíritu Santo.

  3. Hijo: Jesús, el Hijo único del Padre, sólo Jesús nos ha introducido en el misterio y en la vida de Dios, porque él es el Hijo único, el enviado del Padre. Porque a Dios nadie le ha visto jamás, el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, él nos lo ha revelado (Jn 1,18). Siguiendo a Jesús, los cristianos confesamos que hay un solo Dios, el cual en su esencia divina es Amor, y porque es Amor tiene necesariamente que comunicarse, expandirse, darse.

  4. Espíritu Santo:  es Dios “en nosotros”. Somos hijos de Dios, pero para llegar a ser hijos de Dios tenemos que dejarnos llevar por el Espíritu, estar abiertos a la acción del Espíritu, atentos a sus impulsos y mociones. Porque la obra del Espíritu en nosotros es la de formarnos a imagen de Jesús, el Hijo único del Padre, el Espíritu va tallando la imagen de Cristo en nosotros en la medida que se lo permitamos. 

REFLEXIÓN 

   El Señor glorificado da a la Iglesia el mandato de bautizar bajo el nombre de la Trinidad de Dios. El bautismo cristiano es designado a menudo también como la marca de un sello; el bautizado debe saber a quién pertenece y según qué vida y qué ejemplo ha de conducirse. La Trinidad divina no es para nosotros simplemente un misterio impenetrable (como se la presenta a menudo), es más bien la forma en que Dios ha querido darse a conocer al mundo y especialmente a nosotros los cristianos: Él es nuestro Padre que nos ha amado tanto que entregó a su Hijo por nosotros y además nos dio su Espíritu para que pudiéramos conocer a Dios como el amor ilimitado.
   
   La Iglesia nos propone la contemplación del misterio trinitario. Misterio que excede nuestras fuerzas humanas, pero al que podemos acercarnos con humildad para ser iluminados y fortalecidos en nuestra vocación cristiana. La primera lectura del libro del Deuteronomio expone la revelación de Dios uno. No hay. Nada más grande que ser fiel a la alianza que ese Dios único ha pactado con su pueblo.

   San Pablo se detiene a considerar nuestra condición de Hijos de Dios, de modo que verdaderamente podemos llamar a Dios Padre. Así, el Dios uno, se revela en su Palabra como misericordia, benevolencia ante los hombres. Hemos recibido el Espíritu de Dios.
   El Evangelio nos propone las palabras de Cristo al despedirse definitivamente de sus discípulos. Éstos deberán bautizar en el nombre de la Trinidad y enseñar todo lo que Cristo, revelación del amor del Padre, les ha enseñado. Este domingo nos invita, pues, a entrar en la verdad íntima de Dios, no tanto por las disquisiciones filosóficas o afirmaciones teológicas, sino por medio de la Escritura y de la realidad del amor de Dios que, por su Espíritu, infunde en nuestros corazones.

PARA LA VIDA

   El explorador había regresado junto a los suyos, que estaban ansiosos por saberlo todo acerca del Amazonas. Pero ¿cómo podía él expresar con palabras la sensación que había inundado su corazón cuando contempló aquellas flores de sobrecogedora belleza y escuchó los sonidos nocturnos de la selva? ¿Cómo comunicar lo que sintió en su corazón cuando se dio cuenta del peligro de las fieras o cuando conducía su canoa por las inciertas aguas del río? Y les dijo: — «Id y descubridlo vosotros mismos.

   Nada puede sustituir al riesgo y a la experiencia personales». Pero, para orientarles, les hizo un mapa del Amazonas. Ellos tomaron el mapa y lo colocaron en el Ayuntamiento. E hicieron copias de él para cada uno. Y todo el que tenía una copia se consideraba un experto en el Amazonas, pues ¿no conocía acaso cada vuelta y cada recodo del río, y cuán ancho y profundo era, y dónde había rápidos y dónde se hallaban las cascadas? El explorador se lamentó toda su vida de haber hecho aquel mapa. Habría sido preferible no haberlo hecho.


“No hay como la experiencia personal con Dios”