San Lucas 1, 57-66 . 80
“La Mano del Señor Estaba con él”
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
- El Profeta: rompe barreras, atraviesa esquemas imposibles, porque desde el "seno materno" estaba tocado por el dedo de Dios para una misión muy especial. Para eso es que Dios elige y “llama”. Desde el bautismo todos somos profetas.
- Juan: es el puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Como Puente para sortear barreras entre ambos momentos del plan de salvación.
- Misión de Juan: ser luz y anunciar la salvación. Y lo hace desde su condición de siervo de Dios. Juan es testigo de la luz. He ahí la misión de Juan: descubrir dónde está la luz, en medio de opacidad. Nos corresponde seguir su ejemplo ser siervos que anuncien quién es el salvador, no constituirnos en salvadores; como Juan, indicar dónde está la luz.
- El Bautismo de Juan: Juan es el encargado de inducir a la limpieza interior, a la transparencia que permita, sin recovecos interiores, sin valles, sin montañas, permitir que Cristo luz se introduzca en lo íntimo del ser. Hoy, también necesitamos empeñarnos en ese oscuro trabajo depurador de nuestro interior, para convertirlo en campo donde la semilla de la Palabra encuentre propicia la tierra, germine y fructifique.
- La Vocación de Juan: desde pequeño supo decirle sí al llamado de Dios. Es por esos “sí” libres, generosos y decididos de cada día que su espíritu fue fortaleciéndose día a día (Lc 1, 80) para finalmente llegar a ser quien estaba llamado a ser. Sólo así, desde la fidelidad a su identidad y vocación, pudo llevar a cabo fielmente la misión que Dios le encomendaba: ser el Precursor del Señor (ver Lc 7, 27; Mal 3, 1), el «Profeta del Altísimo»
REFLEXIÓN
Sólo a tres personas se le celebra solemnemente su nacimiento: A Jesús, a la Virgen María y a San Juan Bautista, el testigo humilde del Salvador.
Juan prepara el camino del Señor. Desvela la conciencia de los judíos fieles que esperaban la venida del Mesías, pero que se lo imaginaban demasiado según sus deseos. Por esto Juan con radicalidad, con exigencia va al núcleo de la cuestión, centra la atención en la raíz de lo que es preciso hacer: renovarse, convertirse, para poder descubrir, escuchar y seguir al Verbo de Dios que se hace hombre en Jesucristo.
Esta es la grandeza de Juan Bautista. La grandeza de su misión y la grandeza de la fidelidad con la que él la vive. Sin ahorrarse sacrificio, sabiéndose retirar cuando su misión está realizada, no pretendiendo entender más de lo que le es dado, sabiendo morir para no traicionar su verdad repetida valerosamente ante los poderosos.
Nuestra situación no es la de Juan. Jesucristo no es "el que ha de venir" sino "el que ha venido". Pero en parte sí que podemos hablar de una necesidad de continua venida de Jesucristo. Y por tanto, de una necesidad de continuar el trabajo de Juan: preparar la venida de Jesucristo, más, a cada uno de nosotros, a cada hombre, a la humanidad, en cada momento de la historia.
Sólo con este trabajo nuestro de abrir camino, será posible que la palabra de Jesucristo sea descubierta, escuchada, seguida. Esta es la voluntad de Dios y esta es nuestra responsabilidad: que Jesucristo sea conocido y seguido a través de lo que nosotros hacemos. Por tanto, cada cristiano tiene planteada una cuestión fundamental: ser o no fiel a esta misión de preparar el camino. Por ello «es deber irrenunciable de cada uno buscar y reconocer, día tras día, el camino por el que el Señor le sale personalmente al encuentro».
PARA LA VIDA
Una vez llegó un profeta a una ciudad con el fin de convertir a sus habitantes. Al principio la gente le escuchaba cuando hablaba, pero poco a poco se fueron apartando, hasta que no hubo nadie que escuchara las palabras del profeta. Cierto día, un viajante le dijo al profeta: « ¿Por qué sigues predicando? ¿No ves que tu misión es imposible?». Y el profeta le respondió: «Al principio tenía la esperanza de poder cambiarlos. Pero si ahora sigo gritando es únicamente para que no me cambien ellos a mí».
Una llamada para nosotros en estos tiempos nuestros tan complicados, donde ser profeta no está de moda, donde ir contracorriente es mal visto o políticamente incorrecto. Donde la mentira campa a sus anchas y los valores éticos cotizan a la base. Donde los cristianos estamos refugiados en una fe sin compromiso, cómodamente asimilada, pero escasamente vivida.
Más que nunca el ejemplo de Juan el Bautista, que nos llama a salir de nuestras guaridas y proclamar con nuestra vida en las plazas públicas de nuestra familia, de nuestros trabajos, de nuestras universidades, de nuestros colegios, de nuestras parroquias, de nuestras comunidades, de nuestros compromisos políticos, sindicales o culturales, la Buena Nueva del Evangelio, la fantástica noticia de un Dios que nos ama y nos llama a construir un mundo de hermanos, sin guerras, en paz, en justicia y libertad.