11° Domingo del Tiempo Ordinario, 17 de Junio 2018, Ciclo B


San Marcos 4, 26 - 34

“Señor, que tu Semilla Crezca en Nuestro Corazón”


Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. La Semilla: germina y va creciendo sin que el labrador sepa cómo". El Reino de Dios no llega de repente, sino que va creciendo a partir de unos comienzos ocultos, pero siempre por obra divina. Para ello se necesita, humildad para saber que sólo Dios puede hacer crecer las semillas, y esperanza para creer que nuestra siembra va a ser bendecida por Dios.
  2. El Sembrador: no está inactivo, sino que espera día y noche hasta que llegue la cosecha cuando el grano esté a punto para meter la hoz. El sembrador representa a Dios que ha derramado abundantemente la semilla sobre la tierra por medio de Jesús, "sembrador de la Palabra".
  3. El Reino de Dios: ya está en la tierra, en la Iglesia, pero está como comenzando. El Reino de Dios se manifiesta externamente, pero es interior: “El Reino de Dios está dentro de nosotros”, de ahí la constante súplica del Padre nuestro: “Venga a nosotros tu Reino”.
  4. La Palabra: es eficaz, aunque su eficacia no sea constatable en sus efectos por aquéllos que la sirven. Esta es nuestra confianza y lo que nos obliga a sembrar con paciencia, esperando que un día recogeremos con alegría: "Se va, se va llorando, al llevar la semilla; más se vuelve, se vuelve entre gritos de júbilo al traer las gavillas".
  5. La Vida: quizás necesitamos todos aprender de nuevo a valorar las cosas pequeñas y los pequeños gestos. Probablemente no estamos llamados a ser héroes ni mártires cada día, pero a todos se nos invita a vivir poniendo un poco de felicidad en cada rincón de nuestro pequeño mundo diario. 

REFLEXIÓN

   Dos parábolas, dos mensajes sobre el Reino de Dios. Jesús habla a la gente de una experiencia muy cercana a sus vidas.

    En la primera parábola un hombre echa el grano en la tierra; el grano brota y crece. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Con estas palabras se refiere al Reino de Dios, que consiste en la santidad y la gracia, la verdad y la vida, la justicia, el amor y la paz.

    La semilla de la que habla el Evangelio tiene una fuerza que no depende del sembrador. Hoy el Señor nos invita a sembrar con la humildad de quien sabe que la semilla, que es la Palabra, hará su obra por la fuerza divina que posee, y no por la eficacia humana que nosotros queramos darle. Por eso el evangelizador debe ser consciente de que es un colaborador de Dios y no el dueño que pueda manipular a su arbitrio la salvación.

    Aprendamos a trabajar por el Evangelio sin querer violentar los caminos de Dios. Aprendamos a escuchar al Señor y a llevar su mensaje de salvación orando para que el Señor haga que su Palabra rinda abundantes frutos de salvación en aquellos que son evangelizados.

   En la segunda parábola del grano de mostaza, lo importante es el contraste entre la pequeñez del principio (grano de mostaza) y la magnitud del final (el arbusto). Así ocurre con el Reino de Dios: escondido ahora e insignificante, ha de llegar un día (el "día del Señor"), cuando vuelva con "poder y majestad", en que se manifieste según toda su dimensión. El Reino de Dios es la civilización del amor, de la que hablaba Pablo VI.

   Al escuchar el Evangelio de este Domingo se nos presenta ante nosotros un gran reto: ¿estamos sembrando en la dirección adecuada? ¿Hemos estudiado a fondo la tierra en la que caen nuestros esfuerzos evangelizadores? ¿No estaremos desgastando inútilmente nuestras fuerzas cuando, la realidad de las personas, de la iglesia local, de las personas o de la sociedad es muy diferente a la de hace unos años?
PARA LA VIDA

   Anoche tuve un sueño raro. En la plaza mayor de la ciudad habían abierto una nueva tienda. El rótulo decía: “Regalos de Dios”. Entré. Un ángel atendía a los compradores. - ¿Qué es lo que vendes?, pregunté. - Vendo cualquier don de Dios. - ¿Cobras muy caro? -No, los dones de Dios son siempre gratis. Miré las estanterías.

   Estaban llenas de ánforas de amor, frascos de fe, macutos llenos de esperanza… Yo necesitaba un poco de todo. Le pedí al ángel que me diera una ración de amor, dos de perdón, tres de esperanza, unos gramos de fe y el gran paquete de la salvación. Cuando el ángel me entregó mi pedido quedé totalmente sorprendido. ¿Cómo puede estar todo lo que he pedido en un paquete tan diminuto?, le pregunté al ángel.

   Mira, amigo, Dios nunca da los frutos maduros. Dios sólo da pequeñas semillas que cada uno tiene que cultivar y hacer crecer. La manía de lo grande anida en cada corazón y en nuestra sociedad. El rascacielos más grande, el coche más potente, el hombre más rápido, el predicador más elocuente… Sólo premiamos al número uno. Lo queremos todo ya, aquí y ahora. Despreciamos lo pequeño y lo invisible.