30° Domingo del Tiempo Ordinario, 23 de Octubre 2016, Ciclo C


San Lucas  18, 9 - 14
“  ¡Oh Dios, Ten Misericordia de Este Pecador "   


  1. La Humildad: “ten piedad de mí porque soy un pecador”. En el corazón del creyente no existen las cuentas pendientes ni los reproches. En el corazón humilde se aprende a buscar y a guardar la voz de un Dios que valora y potencia la humildad como una gran autopista para ir más deprisa a su encuentro. 
  2. La Caridad: estamos muy equivocados si pensamos que la caridad es sólo la asistencia material o la compasión por los demás. Caridad es querer a los demás, comprenderles, ponernos en su lugar, porque la caridad más que en dar está en comprender que todos somos necesitados de Dios. 
  3. El Orgullo: todos necesitamos de todos y vivimos de todos, aunque estemos inflados de orgullo y vanidad. Unas veces somos tan “fariseos” que nos cuesta muy poco, o casi nada, traspasar los límites y ajustar cuentas con el mismo Dios sin percatarnos que todo nos viene de Él.  
  4. La Oración: en la oración interviene todo el ser humano: su cuerpo y su espíritu, su inteligencia y su voluntad, sus gestos y posturas como sus actitudes profundas. La postura de su cuerpo ha de ser un reflejo de la postura con que está delante de Dios en la intimidad de su alma. Con el corazón no se señala la afectividad humana, sino todo el mundo interior, ese sagrario intocable en el que se encuentra uno consigo mismo, se expone a la verdad de Dios, y le declara con humildad su indigencia, su pecado, su arrepentimiento, su amor. 
  5. La Justicia: no se excluye que Dios, a la vez sea Padre, y también un Padre que hace justicia. Hace justicia a quien ora con la actitud adecuada, como el publicano, y lo justifica; y hace justicia a quien ora con actitud impropia, como el fariseo, que sale del templo sin el perdón de Dios. Lleno de él pero vacío de Dios. La Justicia debe estar puesta al servicio del Evangelio. 

REFLEXIÓN 

   El Señor nos enseña que la oración que a Dios maravilla no es un ramillete de rezos, sino ponerse de rodillas y mostrar lo que hay en el corazón. Nuestra cultura no suele ayudar a que valoremos la humildad y la sencillez. Al contrario, la sociedad actual aplaude al que alardea de sus virtudes y a los que se muestran superiores a los demás. Jesús nos pide humildad de corazón. No presumir de las propias virtudes, pero tampoco esconderlas. El humilde es el que reconoce lo que sabe hacer y es capaz de ponerlo al servicio de los demás.
   Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador. El fariseo y el publicano revelan dos dimensiones en cada uno de nosotros. Todos tenemos una buena cuota de soberbia, como el fariseo. Esa soberbia que nos lleva a tratar a Dios, casi, de igual a igual. Pero también a veces nos es dada la humildad del publicano, que nos hace mantenernos a distancia y no alzar los ojos al cielo.
   Este Domingo es una oportunidad para examinar nuestra actitud cuando oramos. Porque puede suceder que, sin saberlo y sin quererlo, estemos orando "al estilo del fariseo". Rezo porque me lleva a la Iglesia la esposa o la novia. Nuestra actitud ha de ser, saborear en el interior nuestras preocupaciones y proyectos delante de Dios. O hablo con Dios porque necesito abrir el corazón, desahogarme y dejar mi vida entre sus manos. 
   Muchas veces vamos a la Iglesia, más que para encontrarnos con Dios, a encontrarnos con las amistades; más que para alabar y dar gloria a Dios, para mantener nuestra reputación de buen católico, o presentarle una contabilidad a Dios de todo cuanto hemos hecho, o creemos ser o merecer, como pidiendo que Dios nos premie. Recordemos: orar es conectarnos con Dios. Y con Dios sólo se conecta, si se es humilde. Si en mi humildad bendigo a Dios, le agradezco su perdón y misericordia, le suplico por las necesidades espirituales y materiales propias y de los hombres, entonces Dios prestará oídos a mi oración. Nuestra oración será del agrado de Dios, si buscamos su Gloria y sólo su Gloria. "A Él el honor y la gloria por los siglos de los siglos". 

PARA LA VIDA 

   Federico, el Rey de Prusia, visitó en una ocasión una de las cárceles del país y habló con todos los encarcelados. Todos se declaraban inocentes y víctimas de las circunstancias y de los demás. Cuando saludó a unos de los últimos condenados le dijo: Supongo que usted es también inocente. El hombre le contestó: No, yo soy culpable y merezco el castigo. El rey dijo a los carceleros: Suelten a este bandido no sea que contagie a los otros reos. 

JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES 

   “Todos estamos invitados a «salir», como discípulos misioneros, ofreciendo cada uno sus propios talentos, su creatividad, su sabiduría y experiencia en llevar el mensaje de la ternura y de la compasión de Dios a toda la familia humana. En virtud del mandato misionero, la Iglesia se interesa por los que no conocen el Evangelio, porque quiere que todos se salven y experimenten el amor del Señor”.
Las misiones evidencian el amor de Dios, nuestro Padre, que es misericordioso con todos y ama a todos los pueblos. Además nos recuerdan que Jesucristo revela el rostro del Padre rico en misericordia. Y el Espíritu Santo nos ayuda a ser misericordiosos como nuestro Padre celestial, para amar como él nos ama y hacer de nuestra vida un signo de su bondad.

29° Domingo del Tiempo Ordinario, 16 de Octubre 2016, Ciclo C


San Lucas  18, 1 - 8
“  Orar sin Desanimarse "   


  1. La Oración: es el alimento y el respiro del alma que la une íntimamente con el amado Dios. Es el primer deber, la primera necesidad del creyente. Orar es sencillamente hablar con el amado, con Dios Padre, conversar con el enamorado. Dios no es un juez malo. Dios es infinitamente bueno y hará justicia a sus elegidos si aclaman a él día y noche, si se enamoran más de él. La Oración es un impulso del corazón, una simple mirada dirigida al cielo, un grito de agradecimiento y de amor, tanto en medio del sufrimiento como en medio de la alegría. En una palabra es algo grande, algo sobrenatural que dilata el alma, uniéndola más a Jesús.
  2. La Fe: si se apaga la fe, se apaga la oración, y nosotros caminamos en la oscuridad, nos extraviamos en el camino de la vida. La oración perseverante es más bien expresión de la fe en un Dios que nos llama a combatir con Él, cada día, en cada momento, para vencer el mal con el bien. De la fe fluye la oración; y la oración que fluye suplica constancia para la misma fe. Para que la fe no decayese en medio de las tentaciones, dijo el Señor: “Vigilad y orad para que no entréis en tentación”.
  3. La Justicia: son muchos los que se sienten marginados o tratados injustamente en la sociedad y hasta en los estrechos límites de la familia o del puesto de trabajo. Lejos de ser alienante, la oración puede ayudarles a adquirir conciencia de la propia dignidad y de los propios derechos. También la Iglesia, como comunidad tantas veces humillada, puede y debe dirigirse a Dios implorando su misericordia y su justicia, cuando muchos de sus hijos son perseguidos hasta la muerte. 
  4. La Perseverancia: consiste en persistir por conseguir un noble fin. Dios nos dará lo que le pedimos, si persistimos en su búsqueda. Dios escucha a sus hijos que laman a él, día y noche.
    REFLEXIÓN

       Las lecturas de la misa de hoy están referidas a la necesidad que tenemos de ser perseverantes en la oración. En el evangelio, el Señor pone como ejemplo una situación humana y hace la comparación: si una persona es capaz de ceder ante la insistencia de quien pide algo, aunque sea por una cuestión de saturación y de cansancio, qué no hará Dios que además es bueno y nos ama? Sin embargo, vamos a detener nuestra reflexión en una expresión que Jesús dice al final de su enseñanza: Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos se hará justicia”.
       Ante la insistencia del hombre, Dios va a responder con justicia. Algunas veces nos pasa que nos desilusionamos porque decimos que Dios desoye nuestra oración. Y esto no es así. En numerosas oportunidades pedimos cosas que no nos convienen, o manifestamos deseos que son contrarios al amor. Y Dios siempre actúa con justicia y de acuerdo con su voluntad. No debemos cansarnos de orar. Y si alguna vez comenzamos a sufrir el desaliento o el cansancio, tenemos que pedir a quienes nos rodean que nos ayuden, sabiendo que ya en ese momento el Señor nos está concediendo otras gracias, quizás más necesarias que lo que estamos pidiendo.
       Perseverar en la oración es el punto de partida para alcanzar la paz, la alegría y la serenidad. En la confianza de que nada puede contra una oración perseverante, le vamos a pedir hoy al Señor, que con la intercesión de María nos conceda la gracia de alcanzarla. Ya san Benito enseñaba a sus monjes: "Ora et labora". "Ni ores sin trabajar, ni trabajes sin orar". 
       Desde entonces está claro que no estamos hablando de dos caminos, sino de un único y solo camino en el que se entrecruzan la oración y la acción, la reflexión y la lucha diaria. En la iglesia se ora, pero activamente, metiendo en la oración los trabajos y las preocupaciones del día. En donde quiera que estemos, nuestro corazón necesita conectarse con el Amor supremo y fuente de todo. La oración no es otra cosa que sabernos creaturas, frente  nuestro creador. 


    PARA LA VIDA 

       La Madre Teresa de Calcuta, la servidora de los más pobres entre los pobres, visitó un día al famoso y poderoso abogado de Washington Edward Bennett Williams. Williams, abogado de Richard Nixon, Frank Sinatra y otros personajes importantes, presidía una pequeña fundación caritativa y Madre Teresa decidió visitarle en busca de ayuda para un hospital de enfermos del Sida que iba a construir. 
       Antes de la visita, Williams confió a su colaborador Paul Dietrich: “Pablo, sabes que el Sida no es mi enfermedad preferida y no quiero dar dinero para esa causa, pero tengo una santa católica que viene a verme y no sé qué hacer”. Decidieron recibirla con cortesía, escucharla y decirle que no. Madre Teresa entró en la oficina, les expuso su proyecto y les pidió la ayuda económica. Wlliams le dijo:”Nos conmueve su petición, pero no es posible”. Madre Teresa contestó: “Vamos a rezar”. Williams y Paul bajaron sus cabezas y terminada la oración Madre Teresa hizo la misma súplica. 
       De nuevo Williams le dijo que no era posible. Madre Teresa dijo una vez más: “Vamos a rezar”. Williams, exasperado, miró al techo y dijo: “Está bien, está bien. Paul tráeme la chequera”. Madre Teresa no se dejó intimidar por las negativas del abogado y salió de la importante oficina con un cheque. Madre Teresa, como la viuda del evangelio, persevera en la oración, llama a las puertas de los jueces y abogados de este mundo y alcanza la justicia que los más pobres del mundo son merecedores.

    28° Domingo del Tiempo Ordinario, 9 de Octubre 2016, Ciclo C


    San Lucas  17, 11 - 19

    “  La Fe que Sana y Salva "   


    1. La Lepra: más allá de entenderla como algo meramente físico, simboliza una situación psicológica y social. En fin, los leprosos de hoy son los más menospreciados de nuestros grupos sociales, los que son excluidos de los círculos de la comunidad. Y a otro nivel más personal, también podríamos encontrar nuestras propias lepras que no nos dejan sanar aquello que nos obstaculiza de vivir en plenitud y felicidad, aquello que nos desgasta y carcome el corazón y el alma: a veces son rencores, envidias, miedos y fobias, odios y prejuicios.
    2. La Compasión: Jesucristo se conmueve ante el sufrimiento humano; siente misericordia ante nuestros dolores y enfermedades, nunca pasa de largo, no se hace el sordo a nuestra llamada. Aunque nosotros seamos infieles, “Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo”. La misericordia de Dios se extiende también a nuestros pecados, a nuestras malas acciones. Su compasión nunca se acaba.
    3. La Gratitud: es la memoria del corazón. En ella experimentamos la salvación que Dios tiene para nosotros. Dios nos ha traído aquí para recordarnos que todo lo que nos rodea, todo lo que somos y tenemos es su don, su regalo. La gratitud tiene una fuerza transformadora que se extiende hacia los demás. Dar gloria a Dios consiste en encarnar la gratitud de un amor que sana con tal fuerza y poder que no puede quedarse para uno mismo: sale de si, se expresa y se comparte con los demás.
    4. La Fe: Jesús siempre repite: "Tu fe te ha curado, "Tu fe te ha salvado". Donde Jesús no encontraba fe, como sucedió en Nazaret, no podía hacer ningún milagro. Sus milagros estaban en relación con la salvación integral que trae al hombre la Buena Nueva de la salvación. Cada milagro del Señor nos dice que él es fuente de vida, esperanza y liberación para el hombre amado por Dios.
      REFLEXIÓN

         La primera  lectura del Libro de los Reyes nos presenta una narración del ciclo del profeta Eliseo -discípulo del gran profeta Elías-, en la que se nos muestra la acción beneficiosa para un leproso extranjero; nada menos que Naamán, el general de Siria, pueblo eterno enemigo de Israel. La segunda lectura es uno de los textos cristológicos más sublimes del Nuevo Testamento. Seguramente procede de una antigua fórmula de fe; un credo que confiesa no solamente la descendencia davídica de Jesús, sino principalmente su resurrección, a partir de la cual viene al mundo la salvación. 
         El relato de los leprosos curados por Jesús, tal como lo trasmite San Lucas, quiere enlazar de alguna manera con la primera lectura, aunque es este evangelio el que ha inducido, sin duda, la elección del texto de Eliseo. Y tenemos que poner de manifiesto, como uno de los elementos más estimados, la acción de gracias de alguien que es extranjero, como sucede con Naamán el sirio y con este samaritano que vuelve para dar gracias a Jesús. 
         El samaritano, extranjero, casi hereje, sabe que si ha sido curado ha sido por la acción de Dios. Pero además, el texto pone de manifiesto que no es la curación física lo importante sino que, profundizando en ella, se habla de salvación; y es este samaritano quien la ha encontrado de verdad viniendo a Jesús antes de ir a cumplir preceptos. Quien sabe dar gracias a Dios, pues, sabe encontrar la verdadera razón de su felicidad.
      Todos los domingos se celebra la Eucaristía. La palabra Eucaristía procede del griego y significa «acción de gracias». La Iglesia siempre ha sido consciente de la importancia de la acción de gracias; por eso llamó a su celebración «Eucaristía», porque Jesús empezó la Última Cena dando gracias a Dios: antes de partir el pan y de presentar el cáliz, dio gracias, bendijo a Dios por su bondad. Se abrió, en medio de la gratitud, al amor que viene de Dios y quiere transformar todo el mundo. Por eso nosotros nos reunimos en la iglesia para dar gracias. Tal vez no pensamos nunca bastante en el hecho de que la Eucaristía es, en primer lugar, un sacrificio de acción de gracias, que debe situarse, antes que nada, en esta actitud.


      PARA LA VIDA 

         En cierta ocasión murió un hombre profundamente creyente. Durante toda su existencia intentó llevar una vida sencilla y austera. Cerró los ojos al mundo con la misma serenidad con la que los mantuvo abiertos ante los muchos acontecimientos que se le presentaron en su caminar. Desde siempre le preocupó querer y disfrutar aquello que hacía. Y, por ello mismo, antes de presentarse ante Dios les dijo a los suyos: “temo que Dios pueda decirme que no estuve suficientemente pendiente de Él”. Cuando se presentó ante Dios, el hombre creyente, dijo: “perdóname, Señor, si mis fuerzas las dediqué más a lo material que hacia lo espiritual”. 
         Dios le contestó: “¿Cómo puedes decir eso amigo mío?”. “Cada mañana cuando despertabas me ofrecías tu trabajo. Después de realizarlo me dabas las gracias por la fuerza que yo te inspiraba. Cuando, a final de mes, te correspondían con el sueldo, supiste dejar una parte aunque fuera muy pequeña, para las necesidades de los otros. En varias ocasiones, y por tu posición en la empresa, tuviste oportunidad de haberte convertido en un pequeño ladronzuelo y, por si fuera poco, nunca pudo contigo el afán de poseer o de aparentar lo que no podías alcanzar. Entra, amigo y disfruta del paraíso”.

      27° Domingo del Tiempo Ordinario, 2 de Octubre 2016, Ciclo C


      San Lucas  17, 3b - 10

      “  El Justo, Vivirá por su Fe "   

      1. La Fe: la fe, a pesar de ser un don gratuito, es también una virtud que hemos de fomentar y de custodiar. En ese sentido debemos recordar que la fe es un don, el principal de los dones. Es gracia y viene de Dios. Al igual que los discípulos debemos pedirla; rogar siempre con insistencia para que el Señor nos aumente la fe, y poder vivir en armonía con Dios, enfrentando las crisis que se puedan presentar. Por eso, la fe se la compara aquí con un grano de mostaza, pequeño, muy pequeño, porque en esa pequeñez, muchas posibilidades pueden encerrarse, si uno se fía verdaderamente de Dios, el que todo lo puede, a partir de lo pequeño.
      2. El Servicio: es la actitud que caracteriza al creyente. Un servicio humilde, constante, sin desfallecer. Un servicio atento, minucioso. Y, una vez cumplido con esmero, la conciencia de haber hecho sólo aquello que era obligación, y sin esperar ni, mucho menos, exigir, recompensa. Porque no se ha hecho nada especial. Porque sólo se ha cumplido con el propio deber. Tanto en el servicio a Dios como en el servicio al hermano, en que aquél se manifiesta y culmina.
      3. El Esfuerzo: "¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio!". Defender los valores éticos en nombre del Señor Jesús debe ser una tarea decisiva para quien es responsable de una comunidad cristiana. Cuando se da esa razón secreta para seguir a Jesús, no se vive pendiente de recompensas; se hace lo que se debe hacer y entonces se es feliz en ello, como servidores...
      4. La Confianza: es tener la certeza, aún en medio de las dificultades, que Dios quiere siempre lo mejor para sus hijos. Sus proyectos son mejores que los nuestros; lo que él quiere para cada uno de nosotros supera con creces lo que nosotros mismos estamos aspirando. En esa Realidad que llamamos «Dios» lo cambia todo. Hay muchas cosas que siguen sin entenderse, pero la persona «sabe» que la palabra «Dios» encierra un misterio en el que está lo que de verdad desea el corazón humano. Lo importante es, entonces, «dejarse amar».
        REFLEXIÓN  

           La fe nos lleva al compromiso de vida. Una fe que no es comprometida no es auténtica. Ya es de ser consecuentes con las exigencias de nuestra fe. Quizá las situaciones difíciles y duras que vivimos sean un llamado para despertar nuestra fe adormecida. Cuando todo va bien decae el compromiso y la autenticidad. No vale lamentarse, tampoco sirve emprender una cruzada para recristianizar nuestra sociedad. Lo que hay que hacer es ser coherentes con nuestra fe. Entonces seremos fermentos en medio de la masa. 
           Más claro no lo puede decir San Pablo a Timoteo: "no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor", "toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios", "vive con fe y amor en Cristo Jesús". "guarda este precioso depósito". Lo que nunca nos va a faltar es la ayuda del Espíritu Santo, "que habita en nosotros". Y todo ello realizado con humildad, pues podremos decir "que hemos hecho lo que teníamos que hacer". Es preciso que el discípulo que es pequeño, pobre y siempre insuficiente ante la gran tarea que Dios le confía.
           El Señor Jesús quiere que no nos creamos indispensables en el Reino. No cuentan las obras que nosotros podamos hacer, que acaban por volvernos, poco o mucho, orgullosos. No es ésta la lógica para la que el Señor nos quiere educar. Sólo él es quien obra todo, y nada le es imposible (Lc 1,37). Cuando hayamos hecho todo lo que estaba en nuestro poder, será una gracia que crezca en nosotros la conciencia de que“si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles” (Sal 126,1), y seremos bienaventurados porque confiaremos en el Señor. Después de afirmar esto debemos añadir algo muy importante. 
           Dios no está obligado a darnos ningún premio, ni tiene por qué agradecernos ningún servicio. Sin embargo, desde el momento en que es amigo nos suscita la confianza; sabemos que se preocupa de nosotros y podemos confiar en su presencia y en su ayuda. Una vez que hemos hecho lo nuestro y hemos dicho "somos unos pobres siervos", podemos añadir..., "y sin embargo, tenemos un amigo que nos quiere más que todo lo que nosotros podemos imaginar". Por eso estamos seguros en sus manos. 

        PARA LA VIDA 

           Alejandro Solzhenitsyn, enviado a un campo de concentración, fue obligado a trabajar hasta el agotamiento. Sin descanso y mal alimentado. Siempre vigilado e incomunicado creyó que todos le habían olvidado incluso Dios. Pensó en suicidarse, pero recordaba las enseñanzas de la Biblia y no se atrevía. Decidió escaparse y así serían otros los que lo matarían. 
           El día de la fuga cuando echó a correr un prisionero que nunca había visto antes se plantó delante de él. Le miró a los ojos y vio más amor en esos ojos del que jamás había visto en los ojos de otro ser humano. El extraño prisionero se agachó y con una ramita trazó la señal de la cruz en el suelo de la Rusia comunista. Cuando vio la cruz supo que Dios no le había olvidado. Supo que Dios estaba con él en el pozo de la desesperación. 
           Pocos días después Solzhenitsyn estaba en Suiza. Era un hombre libre. Vio la cruz dibujada en la tierra y supo que Dios no le había olvidado. Vio la cruz y ésta encendió la fe en su corazón. Vio la cruz y recordó la fidelidad de Dios y que su amor es eterno.