San Lucas 17, 11 - 19
“ La Fe que Sana y Salva "
- La Lepra: más allá de entenderla como algo meramente físico, simboliza una situación psicológica y social. En fin, los leprosos de hoy son los más menospreciados de nuestros grupos sociales, los que son excluidos de los círculos de la comunidad. Y a otro nivel más personal, también podríamos encontrar nuestras propias lepras que no nos dejan sanar aquello que nos obstaculiza de vivir en plenitud y felicidad, aquello que nos desgasta y carcome el corazón y el alma: a veces son rencores, envidias, miedos y fobias, odios y prejuicios.
- La Compasión: Jesucristo se conmueve ante el sufrimiento humano; siente misericordia ante nuestros dolores y enfermedades, nunca pasa de largo, no se hace el sordo a nuestra llamada. Aunque nosotros seamos infieles, “Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo”. La misericordia de Dios se extiende también a nuestros pecados, a nuestras malas acciones. Su compasión nunca se acaba.
- La Gratitud: es la memoria del corazón. En ella experimentamos la salvación que Dios tiene para nosotros. Dios nos ha traído aquí para recordarnos que todo lo que nos rodea, todo lo que somos y tenemos es su don, su regalo. La gratitud tiene una fuerza transformadora que se extiende hacia los demás. Dar gloria a Dios consiste en encarnar la gratitud de un amor que sana con tal fuerza y poder que no puede quedarse para uno mismo: sale de si, se expresa y se comparte con los demás.
- La Fe: Jesús siempre repite: "Tu fe te ha curado, "Tu fe te ha salvado". Donde Jesús no encontraba fe, como sucedió en Nazaret, no podía hacer ningún milagro. Sus milagros estaban en relación con la salvación integral que trae al hombre la Buena Nueva de la salvación. Cada milagro del Señor nos dice que él es fuente de vida, esperanza y liberación para el hombre amado por Dios.
REFLEXIÓN
La primera lectura del Libro de los Reyes nos presenta una narración del ciclo del profeta Eliseo -discípulo del gran profeta Elías-, en la que se nos muestra la acción beneficiosa para un leproso extranjero; nada menos que Naamán, el general de Siria, pueblo eterno enemigo de Israel. La segunda lectura es uno de los textos cristológicos más sublimes del Nuevo Testamento. Seguramente procede de una antigua fórmula de fe; un credo que confiesa no solamente la descendencia davídica de Jesús, sino principalmente su resurrección, a partir de la cual viene al mundo la salvación. El relato de los leprosos curados por Jesús, tal como lo trasmite San Lucas, quiere enlazar de alguna manera con la primera lectura, aunque es este evangelio el que ha inducido, sin duda, la elección del texto de Eliseo. Y tenemos que poner de manifiesto, como uno de los elementos más estimados, la acción de gracias de alguien que es extranjero, como sucede con Naamán el sirio y con este samaritano que vuelve para dar gracias a Jesús.
El samaritano, extranjero, casi hereje, sabe que si ha sido curado ha sido por la acción de Dios. Pero además, el texto pone de manifiesto que no es la curación física lo importante sino que, profundizando en ella, se habla de salvación; y es este samaritano quien la ha encontrado de verdad viniendo a Jesús antes de ir a cumplir preceptos. Quien sabe dar gracias a Dios, pues, sabe encontrar la verdadera razón de su felicidad.
Todos los domingos se celebra la Eucaristía. La palabra Eucaristía procede del griego y significa «acción de gracias». La Iglesia siempre ha sido consciente de la importancia de la acción de gracias; por eso llamó a su celebración «Eucaristía», porque Jesús empezó la Última Cena dando gracias a Dios: antes de partir el pan y de presentar el cáliz, dio gracias, bendijo a Dios por su bondad. Se abrió, en medio de la gratitud, al amor que viene de Dios y quiere transformar todo el mundo. Por eso nosotros nos reunimos en la iglesia para dar gracias. Tal vez no pensamos nunca bastante en el hecho de que la Eucaristía es, en primer lugar, un sacrificio de acción de gracias, que debe situarse, antes que nada, en esta actitud.
PARA LA VIDA
Dios le contestó: “¿Cómo puedes decir eso amigo mío?”. “Cada mañana cuando despertabas me ofrecías tu trabajo. Después de realizarlo me dabas las gracias por la fuerza que yo te inspiraba. Cuando, a final de mes, te correspondían con el sueldo, supiste dejar una parte aunque fuera muy pequeña, para las necesidades de los otros. En varias ocasiones, y por tu posición en la empresa, tuviste oportunidad de haberte convertido en un pequeño ladronzuelo y, por si fuera poco, nunca pudo contigo el afán de poseer o de aparentar lo que no podías alcanzar. Entra, amigo y disfruta del paraíso”.