San Juan 5, 4 - 42
“ Señor, Dame Agua de Ésa; Así no Tendré más Sed”
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
- El Agua: Jesús es el Agua Viva. Lo que es el agua para la vida normal, eso es Jesús para la vida humana. Jesús es el Agua, Jesús es La Palabra, Jesús es el que da el Espíritu. Jesús no es un pozo a donde se va a beber de vez en cuando, es una fuente de espíritu: el que bebe de Jesús es fuente. Él mismo siente brotar de dentro de sí el Agua que brota hasta la Vida eterna, y no tiene más sed de otras aguas, porque Jesús quita la sed de todas las otras cosas.
- La Palabra: es Jesús, un modo diferente de vivir, una manera de situarse ante los demás, una nueva relación con Dios. Todo esto se explica con palabras, pero solo se transmite con obras. Por esta razón, el agua vuelve a aparecer en la última "parábola", la del Juicio final. En ella se diferencia lo válido de lo inválido, no por la predicación, ni por la pertenencia jurídica a la Iglesia, sino por la mejor de todas las frases que puede entender cualquiera: "Porque tuve sed y me disteis de beber"
- La Fe: nuestra fe en la divinidad de Jesús va a ser puesta a prueba al ver su humanidad. Verle sufrir y morir es un escándalo. ¿Puede pasarle esto al “hijo predilecto”? "Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz". Y nos sucede lo mismo al ver la cruz de tantos crucificados de la tierra. Es el desafío más fuerte para nuestra fe. Si, después de la cruz, seguimos creyendo en Dios, es porque sabemos que, precisamente por eso no bajó de la cruz. Nuestra fe es en Jesús crucificado, es decir: creemos en el Amor de Dios, a pesar del mal del mundo, a pesar del desierto, porque hemos visto a Jesús dar la vida, hasta la misma muerte, por nosotros, los hijos pecadores, simplemente porque nosotros necesitamos creer en el amor, a pesar de que vemos el mal, el odio.
- El Testimonio: "tres son los que dan testimonio sobre la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre, y estos tres son uno solo" (1 Jn 5, 7-8). Esto es lo que Jesús vio, como de antemano, en el pozo de Jacob. La "luz del testimonio" que brilla en la plenitud del misterio le iluminaba, salida del plácido espejo de las aguas del pozo. Esta luz cobró realidad con su muerte; su vida se salió de El con su sangre, y, como agua vivificante, llenó el pozo de la iglesia.
REFLEXIÓN
El tema del agua, elemento imprescindible para la vida y símbolo del bautismo, recorre toda la liturgia En la primera lectura, Dios hace brotar agua de la roca para que beba el pueblo sediento en el desierto. A partir de allí, el Señor es llamado en el Antiguo Testamento Roca, como lo vemos en el Salmo que dice: Vengan, cantemos con júbilo al Señor. Aclamemos la Roca que nos salva!
El agua viva que en los cristianos bautizados se convierte en un manantial que brota hasta la vida eterna, es Jesucristo, don gratuito del amor de Dios. Este amor gratuito nos lo recuerda San Pablo en la segunda lectura “el amor de Dios se va derramando en nuestros corazones”.
El Evangelio nos presenta la escena del encuentro del Señor con la samaritana. Los judíos odiaban a los samaritanos. Por otra parte, en ese tiempo era muy mal visto entablar conversación con una mujer en un lugar público. Jesús, sin embargo, supera los prejuicios de raza y las conveniencias sociales y empieza a conversar con la samaritana. En la persona de esta mujer el Señor acoge a la gente común de Palestina. Es verdad que no era judía, sino samaritana, es decir, que era de una provincia diferente, con una religión rival de la de los judíos. Pero tanto samaritanos como judíos creían en las promesas de Dios y esperaban un Salvador.
Cuando se entabla el dialogo con el Señor, la primera inquietud que muestra la samaritana es la de calmar su sed. Los antepasados del pueblo judío andaban errantes con sus rebaños de una fuente a otra. Los más famosos (como Jacob) habían cavado pozos, en torno a los cuales el desierto empezaba a revivir.
Así somos los hombres: buscamos por todas partes algo para calmar la sed y estamos condenados a no encontrar más que aguas dormidas o estanques agrietados, como lo dice el libro del Génesis. Jesús, en cambio, trae el agua viva, que es el don de Dios, a sus hijos e hijas y que significa el Espíritu Santo (7,37).
Cuando hay agua en el desierto, aunque no aflore en la superficie, se nota por la vegetación más tupida. Lo mismo pasa con nosotros: nuestros actos se hacen mejores, nuestras decisiones más libres, nuestros pensamientos más ordenados hacia lo esencial. Pero no se ve el agua viva de la que proceden estos frutos; ésa es la vida eterna contra la cual la muerte no puede nada.
PARA LA VIDA
A Booker T. Washington le gustaba contar la historia de un buque que navegaba por el sur del océano Atlántico y hacía señas a otro buque que navegaba por allí: Ayudadnos. No agua, Nos morimos de sed. Los del otro buque les gritaron: Echen sus cubos donde están. Los del barco siguieron gritando: Ayuda. No agua. Nos morimos de sed. La respuesta era siempre la misma.
Desesperados decidieron seguir el consejo y llenaron sus cubos con agua clara, fresca y dulce de la desembocadura del Amazonas. Estaban rodeados de agua dulce por los cuatro costados, sólo tenían que cogerla, peros ellos ignorantes pensaban que se encontraban rodeados de aguas saladas.
“Si conocieras el don de Dios, tú le pedirías y él te daría el agua viva”. “El que beba el agua que yo le daré nunca tendrá sed y se convertirá en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”.