8° Domingo del Tiempo Ordinario, 26 Febrero 2017, Ciclo A


San Mateo  6, 24 - 34

“ No Podéis Servir a Dios y al Dinero 

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. Dios: Qué difícil es hablar hoy de la confianza en un Dios providente cuando vemos a tantos descartados por la crisis económica, por las guerras, por las corrupciones, las injusticias, el hambre etc... Hemos vuelto la espalda a Dios y nos hemos “mundanizado” favoreciendo así la “deshumanización”. Lo que importa es el dinero y a este ídolo sacrificamos familia, amistad, ocio, salud, principios éticos, trabajo digno… Ya lo dice el refrán:” Poderoso caballero es don dinero”.
  2. El Dinero: parece comprarlo todo, y los que lo adoran y se dedican a conseguirlo robando, asaltando, matando o utilizando toda clase de medios ilícitos a su alcance, se creen dueños del mundo y piensan que así serán como dioses que todo lo pueden. Los bienes materiales, las diversiones, los goces de este mundo, que son buenos porque proceden de Dios, nos deben llevar a Dios, y así ocurrirá si los usamos rectamente. Pero nuestra salvación y verdadera felicidad no está en ellos; por eso si alguna vez nos faltan no nos sentimos desgraciados, y si alguna vez tenemos que renunciar a ellos, tampoco.
  3. El ServicioLos servidores del Señor deben ser fieles y rendir cuentas a Dios. «Los hombres destinatarios del amor de Dios, se convierten en sujetos de caridad, llamados a hacerse ellos mismos instrumentos de la gracia para difundir la caridad de Dios y para tejer redes de caridad». Pero también nos recordó el Santo Padre que la caridad tiene que ir acompañada de la Verdad que es Cristo, para que no se convierta en un mero acto de filantropía, desnudo de todo el sentido espiritual cristiano, propio de los que viven según nos enseñó el Maestro.
  4. El Desprendimiento: Se vive concretamente en la pobreza de espíritu, la práctica de la limosna o la ayuda económica a alguien que le hace falta, pero sin que se note para no humillarla. Hemos de aprender a distinguir entre lo que es dar una limosna y hacer justicia; es decir, dar a una persona lo que le corresponde por su trabajo o por sus servicios.

        REFLEXIÓN
         

           En el Evangelio del domingo pasado Jesús nos mandaba: “amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen para que seáis hijos de vuestro Padre celestial”. Cumplamos o no este mandato, nos identificamos con él y reconocemos en este mandamiento el mensaje central de Jesús, amar a Dios y amar al prójimo. En el evangelio de este domingo, Jesús nos dice cinco veces: “No andéis agobiados pensando qué vais a vestir o comer, no os agobiéis por el mañana”.
         
           Con esta misma idea de compasión y providencia coincide el Evangelio: Si Dios cuida de las aves y de los lirios, ¿qué no hará por los hombres? Dios alimenta a los pájaros, que ni siembran, ni cosechan, ni tienen graneros, y viste de belleza a los lirios que no se maquillan. Con estos ejemplos, Jesús nos indica que nuestra primera inquietud, el centro de nuestras preocupaciones debe ser: “Buscar primero el Reino de Dios y su justicia”; buscar a Dios, confiar en Él, entregarse a Él; que todo lo demás “se nos dará por añadidura”.
         
           El que es esclavo de las riquezas las guarda como esclavo; pero el que sacude el yugo de la esclavitud, las distribuye como señor”. Es el momento de hacer un examen de conciencia sobre el lugar que ocupa Dios en nuestra vida y sobre el grado de fe que vivimos: ¿Qué es lo primero en mi vida: Dios o el dinero? El afán desmedido por acaparar y acumular bienes materiales no nos sirve para la vida futura.
         

        “Nunca se ha visto un camión de mudanza detrás de un cortejo fúnebre”

         
           El verdadero discípulo de Cristo no se deja devorar por la obsesión de acaparar y acumular bienes perecederos. La verdadera fe reconoce y cuenta con el amor paterno-materno de Dios y deja su futuro, con plena confianza, (v. 6, 34) en manos de Dios.
         

        PARA LA VIDA

           Érase una vez un hombre muy rico y avaro que contrató a un matemático para que descubriera la fórmula que le permitiera incrementar más y más sus ganancias. El hombre rico estaba construyendo una enorme caja fuerte donde almacenar mucho oro y muchas joyas. El matemático se encerró durante seis meses en su estudio y al final encontró la fórmula.

           Una noche se presentó en la casa del hombre rico con una gran sonrisa en la cara y le dijo: Ya lo tengo. Mi fórmula es perfecta. El hombre rico no tenía tiempo para explicaciones ya que a la mañana siguiente emprendía un largo viaje, pero le prometió doblarle el sueldo si, en su ausencia, se encargaba de sus negocios y así ponía en práctica su nueva fórmula. Éste aceptó encantado.

           Cuando el rico regresó descubrió que todas sus riquezas se habían esfumado. Furioso, le pidió explicaciones. El matemático con mucha calma le dijo que había distribuido todo entre la gente. El rico no se lo podía creer. Durante meses, explicó el matemático, analicé cómo se podía obtener el máximo beneficio, pero siempre era algo muy limitado. Comprendí que la clave consistía en que, no uno, sino muchas gentes podían ayudarnos a conseguir el objetivo.

           La conclusión era que ayudando a los demás era la mejor manera de que muchas gentes nos beneficiaran a nosotros. Furioso y abatido se puso a caminar, pero los vecinos salían a su encuentro y le ofrecían todo lo que necesitaba, comida, casa… y pudo comprobar los resultados previstos por el matemático.

           Recibía honores y ayuda de todos. Cayó en cuenta de que no tener nada le había dado mucho más. Pronto emprendió nuevos negocios, pero siguiendo el consejo del matemático ya no guardaba nada en la caja fuerte sino que lo compartía con los demás cuyos corazones eran los más seguros y más agradecidos cofres.