San Mateo 22, 15 - 21
"Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios"
- La Imagen del Cesar: lo que pertenece al César es local, temporal, caduco y lleva su imagen y su inscripción. Y nos identificamos con esas imágenes y le pagamos nuestro tributo: en dinero, en tiempo, en propaganda, en ropas… Son nuestras lealtades a las cosas que pasan, a los Césares del momento, a las modas, a los partidos políticos y todos nos piden un impuesto.
- La Imagen de Dios: Dios no es temporal sino eterno, no de un lugar o nación sino universal, no pasa como las monedas, permanece siempre, no cambia cada cuatro años como los gobiernos; él es eterno. La imagen de Dios no está grabada en una moneda, sino en el corazón.
- La Misión de la Iglesia: es de índole espiritual, pues consiste en la salvación de las almas. El sacerdote misionero lleva a todos los lugares el tesoro valioso de los Sacramentos, la Palabra de Dios, en definitiva, la luz de Cristo. Sólo en Cristo llegaremos a la plena realidad del “ungido del Señor” aquel que libera definitivamente a su pueblo de la esclavitud, de la muerte y del pecado. En Cristo, conocemos la bondad del Padre, porque Él nos revela el rostro amoroso del Padre.
- Nuestra Existencia: es alabar y glorificar a Dios porque Él es el Señor digno de toda alabanza. Dado que hemos sido creados a imagen de Dios, nuestra vida no debería ser otra cosa sino un canto de alabanza al Señor por su inmenso amor.
- Dar Gracias: ante Dios el hombre se presenta como un deudor de los dones divinos: el don de la existencia, el don de la fe, el don de la redención... La vida del hombre, en este sentido, debe ser una continua “acción de gracias” a un Dios providente que vela por sus creaturas con amor de Padre.
- La Oración: se eleva como incienso para suplicar al Señor las gracias necesarias para continuar el camino. La oración, por tanto, aumenta nuestro deseo y con ello la capacidad de recibir el regalo de Dios.
- El Perdón: si el Señor tomase en cuenta nuestras faltas, ¿quién podría resistir ante su mirada? ¿Quién podría presentarse inocente ante el Señor? Todos han sido hechos "a imagen y semejanza de Dios" (Gn 1,26). Así como la moneda tiene la imagen del César, cada ser humano posee la imagen de Dios (Cf San Agustín).
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
REFLEXIÓN
Yo te llamé por tu nombre, aunque tú no me conocías: Estas palabras de la primera lectura del libro de Isaías comentan las gestas de Ciro en favor de Israel. El profeta ve todo aquello que Ciro ha hecho, como parte del llamado divino; ve en Ciro, no sólo el rey de Persia, sino el ungido del Señor; es decir, ve en él un instrumento humano de los designios del Dios de la historia.
En realidad no son los hombres quienes, por su cualidades, se lanzan al cumplimiento de una misión, sino más bien es la misión dada por Dios que los transforma en personas capaces de llevar adelante esa tarea.
Este modo de obrar de Dios se repite en la historia de cada ser humano: Yo te llamé por tu nombre...aunque tú no me conocías. Al llamarnos por nombre, el Señor revela sus pensamientos de benignidad sobre nosotros, porque los pensamientos de Dios son de paz y no de aflicción.
Da a César lo que es del César. ¿Qué cosa exige el César de ti? Su propia imagen. ¿Qué cosa te exige el Señor? Su propia imagen. Pero la imagen del César está sobre la moneda, en cambio la imagen de Dios está en ti mismo.
Lo que sí es de Dios: el hambre de los que no tienen pan, el sufrimiento del cesante, las lágrimas de los que sufren la injusticia, la vida de los perseguidos por confesar a Cristo, el dolor de los explotados, la libertad de los oprimidos, la conciencia de cada persona. Porque todo eso pertenece a la naturaleza del hombre, creado a imagen de Dios.
Ser de Dios nos obliga a realizarnos como personas responsables y solidarias. El hombre pertenece a Dios, ha sido redimido por Jesús y pertenece al “Reino de Dios”. De Dios es el regalo de la vida, la alegría de vivir, el gozo de la fraternidad. De Dios es la persona, porque es Dios el único que le da libertad (los demás poderes esclavizan). Dios es Señor de la historia y dará cumplimiento a nuestra historia salvándonos.
PARA LA VIDA
Cuenta la leyenda que una mujer pobre con un niño en los brazos, pasando delante de una caverna, escuchó una voz misteriosa que allá adentro le decía: - Entra y toma todo lo que desees, pero no te olvides de lo esencial. Recuerda algo: después que salgas, la puerta se cerrará para siempre. Por lo tanto, aprovecha la oportunidad, pero no te olvides de lo esencial.
La mujer entró en la caverna y encontró muchas riquezas. Fascinada por el oro y por las joyas, puso al niño en el suelo y empezó a juntar, ansiosamente, todo lo que podía en su delantal. La voz misteriosa habló nuevamente. - Tienes solo ocho minutos. Agotados los ocho minutos, la mujer cargada de oro y piedras preciosas, corrió hacia fuera de la caverna y la puerta se cerró.
Recordó, entonces, que el niño quedó allí afuera y la puerta estaba cerrada para siempre. ¡La riqueza duró poco y la desesperación... para el resto de su vida! Lo mismo ocurre, a veces, con nosotros. Tenemos unos 80 años para vivir, en este mundo, y una voz siempre nos advierte: - ¡Y no te olvides de lo esencial! Y lo esencial es Dios, los valores espirituales, la oración, la vigilancia, la familia, los amigos, la propia vida.
Pero la ganancia, la riqueza, los placeres materiales nos fascinan tanto que lo esencial siempre se queda a un lado. Así agotamos nuestro tiempo aquí, y dejamos a un lado lo esencial: ¡Los tesoros del corazón!