29° Domingo del Tiempo Ordinario, 22 Octubre 2017, Ciclo A


San Mateo 22, 15 - 21

"Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios"

      Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.


  1. La Imagen del Cesar: lo que pertenece al César es local, temporal, caduco y lleva su imagen y su inscripción. Y nos identificamos con esas imágenes y le pagamos nuestro tributo: en dinero, en tiempo, en propaganda, en ropas… Son nuestras lealtades a las cosas que pasan, a los Césares del momento, a las modas, a los partidos políticos y todos nos piden un impuesto. 
  2. La Imagen de Dios: Dios no es temporal sino eterno, no de un lugar o nación sino universal, no pasa como las monedas, permanece siempre, no cambia cada cuatro años como los gobiernos; él es eterno. La imagen de Dios no está grabada en una moneda, sino en el corazón.
  3. La Misión de la Iglesia: es de índole espiritual, pues consiste en la salvación de las almas. El sacerdote misionero lleva a todos los lugares el tesoro valioso de los Sacramentos, la Palabra de Dios, en definitiva, la luz de Cristo. Sólo en Cristo llegaremos a la plena realidad del “ungido del Señor” aquel que libera definitivamente a su pueblo de la esclavitud, de la muerte y del pecado. En Cristo, conocemos la bondad del Padre, porque Él nos revela el rostro amoroso del Padre.
  4. Nuestra Existencia: es alabar y glorificar a Dios porque Él es el Señor digno de toda alabanza. Dado que hemos sido creados a imagen de Dios, nuestra vida no debería ser otra cosa sino un canto de alabanza al Señor por su inmenso amor.
  5. Dar Gracias: ante Dios el hombre se presenta como un deudor de los dones divinos: el don de la existencia, el don de la fe, el don de la redención... La vida del hombre, en este sentido, debe ser una continua “acción de gracias” a un Dios providente que vela por sus creaturas con amor de Padre.
  6. La Oración: se eleva como incienso para suplicar al Señor las gracias necesarias para continuar el camino. La oración, por tanto, aumenta nuestro deseo y con ello la capacidad de recibir el regalo de Dios.
  7. El Perdón: si el Señor tomase en cuenta nuestras faltas, ¿quién podría resistir ante su mirada? ¿Quién podría presentarse inocente ante el Señor? Todos han sido hechos "a imagen y semejanza de Dios" (Gn 1,26). Así como la moneda tiene la imagen del César, cada ser humano posee la imagen de Dios (Cf San Agustín).
 REFLEXIÓN 

   Yo te llamé por tu nombre, aunque tú no me conocías: Estas palabras de la primera lectura del libro de Isaías comentan las gestas de Ciro en favor de Israel. El profeta ve todo aquello que Ciro ha hecho, como parte del llamado divino; ve en Ciro, no sólo el rey de Persia, sino el ungido del Señor; es decir, ve en él un instrumento humano de los designios del Dios de la historia.

   En realidad no son los hombres quienes, por su cualidades, se lanzan al cumplimiento de una misión, sino más bien es la misión dada por Dios que los transforma en personas capaces de llevar adelante esa tarea.

   Este modo de obrar de Dios se repite en la historia de cada ser humano: Yo te llamé por tu nombre...aunque tú no me conocías. Al llamarnos por nombre, el Señor revela sus pensamientos de benignidad sobre nosotros, porque los pensamientos de Dios son de paz y no de aflicción.

   Da a César lo que es del César. ¿Qué cosa exige el César de ti? Su propia imagen. ¿Qué cosa te exige el Señor? Su propia imagen. Pero la imagen del César está sobre la moneda, en cambio la imagen de Dios está en ti mismo.

   Lo que sí es de Dios: el hambre de los que no tienen pan, el sufrimiento del cesante, las lágrimas de los que sufren la injusticia, la vida de los perseguidos por confesar a Cristo, el dolor de los explotados, la libertad de los oprimidos, la conciencia de cada persona. Porque todo eso pertenece a la naturaleza del hombre, creado a imagen de Dios.

   Ser de Dios nos obliga a realizarnos como personas responsables y solidarias. El hombre pertenece a Dios, ha sido redimido por Jesús y pertenece al “Reino de Dios”. De Dios es el regalo de la vida, la alegría de vivir, el gozo de la fraternidad. De Dios es la persona, porque es Dios el único que le da libertad (los demás poderes esclavizan). Dios es Señor de la historia y dará cumplimiento a nuestra historia salvándonos.

PARA LA VIDA 
   Cuenta la leyenda que una mujer pobre con un niño en los brazos, pasando delante de una caverna, escuchó una voz misteriosa que allá adentro le decía: - Entra y toma todo lo que desees, pero no te olvides de lo esencial. Recuerda algo: después que salgas, la puerta se cerrará para siempre. Por lo tanto, aprovecha la oportunidad, pero no te olvides de lo esencial. 

   La mujer entró en la caverna y encontró muchas riquezas. Fascinada por el oro y por las joyas, puso al niño en el suelo y empezó a juntar, ansiosamente, todo lo que podía en su delantal. La voz misteriosa habló nuevamente. - Tienes solo ocho minutos. Agotados los ocho minutos, la mujer cargada de oro y piedras preciosas, corrió hacia fuera de la caverna y la puerta se cerró. 

   Recordó, entonces, que el niño quedó allí afuera y la puerta estaba cerrada para siempre. ¡La riqueza duró poco y la desesperación... para el resto de su vida! Lo mismo ocurre, a veces, con nosotros. Tenemos unos 80 años para vivir, en este mundo, y una voz siempre nos advierte: - ¡Y no te olvides de lo esencial! Y lo esencial es Dios, los valores espirituales, la oración, la vigilancia, la familia, los amigos, la propia vida. 

   Pero la ganancia, la riqueza, los placeres materiales nos fascinan tanto que lo esencial siempre se queda a un lado. Así agotamos nuestro tiempo aquí, y dejamos a un lado lo esencial: ¡Los tesoros del corazón!

28° Domingo del Tiempo Ordinario, 15 Octubre 2017, Ciclo A


San Mateo 22, 1 - 14

"Vamos Todos al Banquete"

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. El Banquete: es así como nosotros solemos celebrar los momentos más importantes de nuestra vida, sentándonos a la mesa, junto a los que más queremos; invitando a nuestros mejores amigos. Así mismo hace Dios con nosotros, si queremos ser sus invitados, si tomamos en serio su invitación y obramos en consecuencia.
  2. Los Invitados: son todos, buenos y malos, en ningún caso quiere decir que los invitados puedan asistir a la boda sin la preparación debida, sin el traje de fiesta. A todos, a los primeros y a los últimos, a los judíos y a los gentiles, se nos exige para entrar en el Reino de los Cielos una disposición interior y exterior adecuada, se nos exige, sobre todo, la limpieza de corazón y la conversión de alma como el más bello traje de fiesta.
  3. La Fiesta: es la Salvación, que todos anhelamos. Y que sólo puede venir de Dios, fuente de Vida: sólo él puede enjugar verdaderamente las lágrimas de todos los ojos, hacer desaparecer el velo de dolor que cubre todos los pueblos, aniquilar para siempre, la Muerte. Convertir nuestra vida -la tuya, la mía, la de todos- en una gran fiesta. Por eso podemos exclamar con las palabras del profeta Isaías: "Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara: celebremos y gocemos con su salvación".
  4. La Vida Cristiana: es también una llamada a solidaridad en las necesidades básicas, que no puede ser más que consecuencia de una comunión de fe y de amor. Compartir los dones espirituales podría ser, en algunos casos, demasiado poco ante la angustia y las necesidades que muchos experimentan. Dios es el primero que comparte la creación con nosotros y debemos ser consecuentes.
  5. La Eucaristía: ¡Dios me invita a su fiesta! ¿Cómo respondo yo? Dios llama e invita continuamente, toca y toca a la puerta del corazón. ¿Le abro? ¿Salgo a su encuentro? ¿Lo busco? ¿O le digo: “ahora no”, “más tarde”, “ahora no tengo tiempo”, “déjame en paz”, “tengo otras cosas más importantes que hacer, otros asuntos más importantes que atender”, “tengo pereza”, “no te quiero en mi vida”, “tu fiesta me aburre”? ¿O respondo como María, con prontitud, y con presteza abro mi corazón a Aquel que llama?

REFLEXIÓN

    Jesús dedica su vida entera a difundir la gran invitación de Dios:
 «El banquete está preparado. Venid». 
   Esto es lo que recuerda Jesús en la primera parte de la parábola. Los primeros invitados fueron excluidos por el rey y, en su lugar, mandó a sus oficiales a invitar a todo el que quisiera venir, no importa quiénes fuesen, de modo que acudieron una gran cantidad de personas, y con todos ellos se celebró la fiesta. 

   Sin embargo, aparece en la parábola un elemento inesperado. El rey encuentra uno que había entrado sin el traje propio para asistir a una fiesta de ese género. Esto plantea una serie de interrogantes. ¿Dónde consiguieron los demás el traje apropiado que llevaban puesto? En realidad ese detalle no aparece en la parábola. Jesús quiere referirse a algo mucho más importante que un simple traje: es la gracia, la fe y el amor que Dios nos da y que nos convierte en hijos suyos santos.

   Podemos entonces concluir que el pueblo de Israel, como tal, perdió la categoría que había recibido de pueblo elegido de Dios. El Señor, por medio de Jesús, llamaría a todos sin distinción a asistir a un banquete que nunca termina: la vida en el Cielo. Pero para que podamos asistir, aunque estemos invitados, necesitamos de un traje, que también se nos dará absolutamente gratis. Este traje es el que identifica nuestro derecho de asistir al banquete, de modo que nadie podrá entrar al cielo si no está en gracia de Dios. 

   El mismo Dios nos da esta gracia en el Bautismo. Aquellos que no conocen a Jesús, pero demuestran su deseo de salvación por medio de una búsqueda incesante de la divinidad, recibirán también la gracia de la salvación. Sólo quedarán excluidos aquellos que, habiendo tenido la oportunidad de conocer a Dios y recibir su amor, lo han despreciado, sintiéndose capaces de rechazar la invitación recibida por creer que no la necesitan. No podríamos nunca descubrir quiénes son los que se encuentran vestidos de gracia. Sólo Dios puede saberlo, ya que El conoce lo más íntimo de los corazones de todos. 

PARA LA VIDA

   Érase una vez un hombre muy rico que solía dar una cena al mes a sus amigos. En una ocasión algunos invitados no pudieron asistir por enfermedad. El hombre quería celebrar y brindar con los amigos ausentes en la siguiente reunión, así que mandó a su mayordomo colocar una botella de su mejor vino en una caja especial y le dijo al mayordomo: “Respeta esta caja. Tiene una finalidad muy especial para nuestros huéspedes”. 

   El mayordomo respetó la orden de su señor y cada vez que pasaba delante de la caja hacía una inclinación. Después el señor murió y las cenas siguieron celebrándose. El mayordomo recordó a los invitados que tenían que respetar la caja especial. 

   Así las cenas comenzaron a ser más serias y en lugar de celebrar la amistad de todos, se dedicaron a comer en silencio y a mirar la caja con mucho respeto. 
   La palabra de Dios, en este domingo, nos habla también de un Dios rico en amor, de un gran banquete y de una fiesta de bodas.

Dios invita a todos a su fiesta, nadie queda excluido, sólo quedan fuera los que no quieren entrar; los que no aceptan la invitación; los muy ocupados en sus negocios, o en lo mundano y lo profano.

27° Domingo del Tiempo Ordinario, 8 Octubre 2017, Ciclo A


San Mateo 21, 33 - 46

"Por sus Frutos los Conoceréis"

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. La Viña: amada fue Israel, pueblo elegido, cuidado por Dios, pero que, lamentablemente, no produjo los frutos que esperaba de él. Dios espera frutos, ahora de nosotros, la viña que Él ha cultivado con amor. Hemos recibido mucho de Dios y debemos ofrecer y dar frutos de vida eterna, de santidad verdadera, de caridad sincera.
  2. Los Frutos: a pesar del cuidado que Dios como viñador entrañable, la viña no prospera, ni da fruto; no da uvas dulces; da uvas inmaduras, amargas y silvestres. El cristiano debe dar buenos frutos; es una persona injertada en Cristo por el bautismo, por ello, debe dar frutos de vida eterna. Así como el Padre ha enviado al mundo a Cristo a cumplir la misión redentora, así Cristo envía a los cristianos, especialmente a los apóstoles, a cumplir una misión.
  3. Los Labradores: reciben la viña en arriendo. Son gente sin escrúpulos, gente que no sirven a la viña, sino se sirven de ella para su propio provecho. No piensan cómo acrecentar la viña y ofrecer al dueño el fruto merecido, sino que su intento es arrebatar la viña a su dueño. La fecundidad espiritual pasa siempre por la cruz y el dolor. Quien quiera ser fecundo huyendo de esta ley de salvación, se equivoca, y un día quedará amargamente desilusionado. “Sin efusión de sangre no hay redención”.
  4. El Envío: resulta difícil, y a veces doloroso, ser enviados una y otra vez a la viña del Señor. Entre otras cosas porque, las resistencias o contradicciones con las que nos encontramos, pueden llegar a mermar o debilitar nuestras iniciativas. ¡Cuándo llegaremos a comprender que no podemos ser más que el Maestro? Jesús también halló incomprensiones y descalificaciones. No sería bueno una viña del Señor con el “abono envenenado” que muchos intentan esparcir sobre lo santo y bueno que la Iglesia guarda como depositaria de la fe. Seamos fieles a lo que el Señor nos ha confiado. No colaboremos con crítica destructiva que busca acabar la viña encomendada. Más bien agradezcamos porque el Señor nos permite ser obreros de su viña.
REFLEXIÓN

   Contemplemos el amor del dueño de la viña por su viña; la magnanimidad de Dios para perdonar, para esperar, para insistir; la delicadeza de Dios con los hombres.
 
   La fidelidad y el amor de Dios deben conmovernos y deben suscitar en nosotros una gran valoración y una fundada gratitud.

   El Señor no falla. Lo demuestra la historia de la salvación: una y otra vez los profetas enviados hasta enviar a su propio Hijo. Si los viñadores no sirven, se les quita la viña y se les da a otros, pero la viña dará sus frutos indefectiblemente. Tenemos asegurada la fertilidad y la fecundidad, aunque los frutos a veces se demoren, tenemos seguridad (esperanza) de que vendrán, aunque haya poda y haya que cavar y quitar piedras, aunque haya malos viñadores que todavía estén en la viña.
 
   La presencia de viñedos en la tierra es señal de bendición de Dios. La tierra fértil y rica en viñedos es figura de los tiempos mesiánicos. La alegría que es fruto de la esperanza, siempre irá unida a la paz.
La segunda lectura a los Filipenses nos dice: "No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia recurran a la oración, la paz de Dios que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús".
 
   En la viña de Dios que es la Iglesia, Cristo es la vid y nosotros los sarmientos. El sarmiento debe estar unido a la vid, que es al mismo tiempo la piedra angular; si no, se seca y muere. Unirnos a la vid sobre todo en la Eucaristía. El vino es fruto de la vid y se transforma en la sangre de Cristo, sello de la nueva alianza de fidelidad mutua, y es la Eucaristía. Como otras vides, imitando la Eucaristía, debemos morir a nosotros mismos en el lagar para ser sangre de Cristo, para ser otros Cristo.
PARA LA VIDA

   El único sobreviviente de la inundación de un barco a causa de una terrible tormenta fue llevado por las olas a una isla completamente deshabitada. El hombre, desesperado y sin saber qué hacer, rezaba continuamente a Dios pidiendo por su rescate. Todos los días miraba hacia al horizonte en busca de algún barco, pero nunca veía nada. Ni siquiera el indicio de una pequeña señal. Con el paso del tiempo perdió toda esperanza.

   Ya cansado decidió construir una pequeña choza con ramas secas para protegerse del viento y la lluvia, y además, guardar las pocas pertenencias que conservaba. Pero un día, mientras escarbaba en el suelo en busca de algo de comida, vio sorprendido que su pequeña choza ardía en llamas: estaba siendo consumida por el fuego con todo lo que había dentro. La desesperación fue total. Ya no podía pasarle nada peor. Todo estaba perdido.

   El hombre estaba derrumbado: “¡Dios mío, ¡cómo pudiste hacerme esto!, exclamaba mientras lloraba amargamente. Al día siguiente, muy temprano, por la mañana, al hombre le despertó el sonido de un barco que se aproximaba a la isla. ¡Venían a rescatarlo! “¿Cómo supieron que estaba aquí?, preguntó a los hombres que lo rescataron. “Tuviste suerte, - le contestaron – Vimos tus señales de humo”.

   Que no nos pase como al hombre del cuento, que fue incapaz de descubrir la presencia de Dios en aquellas señales de humo que le salvaron la vida. Dios siempre está buscándonos, pero tenemos que dar señales de esperarlo. Hagamos que nuestra semana sea una búsqueda del Señor que necesita nuestras manos para trabajar como obreros en su viña. Esa viña que somos nosotros, la Iglesia, el mundo, la familia, nuestra vida y nuestros hermanos, los más necesitados.

26° Domingo del Tiempo Ordinario, 1 Octubre 2017, Ciclo A


San Mateo 21, 28 - 32

"Hijo, ve hoy a Trabajar en la Viña"

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. El Pecado: Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva”. Más que el número de pecados que se hayan cometido, cuando el pecador se arrepiente sinceramente y cambia su vida, Dios perdona y olvida. Lo dice el Señor por Isaías: "Así fueren sus pecados como la grana, cual la nieve blanquearán. Y así fueren rojos como el carmesí, cual la lana quedarán" (1,18).
  2. Examen de Conciencia:  todos hemos de reconocer el mal que hemos hecho... Dice San Juan de la Cruz, que un pájaro puede estar atado por un hilo o por una cadena, la consecuencia es la misma: no puede volar. Y lo explica para indicar que el crecimiento en la vida cristiana puede estar obstaculizado por grandes pecados o por pequeños pecados consentidos, contra los cuales no se lucha. Sea una cosa u otra la consecuencia es la misma: no se avanza. Hace falta reconocer el mal en nosotros... 
  3. El Perdón:  como necesidad de una profunda renovación espiritual en la Iglesia. Todos somos  invitados a convertirnos y a creer en el amor misericordioso predicado por Cristo; el Reino crecerá en la medida en que cada hombre aprenda a dirigirse a Dios como a un Padre en la intimidad de la oración y se esfuerce en cumplir su voluntad”
  4. La Verdad:  no es nuestra. No nos pertenece. Viene del Padre. Pero tenemos la posibilidad de hacer que sea nuestra: traduciéndola en nuestra conducta práctica, en la realidad del mundo en que vivimos. El «hacer» la voluntad de Dios, establece una relación estrecha, una especie de parentesco, entre nosotros y la verdad.
  5. Nosotros:  quizá al comienzo no digamos que sí, pero al final podemos hacer lo que se debe hacer, Que no pase lo  contrario: que digamos sí, pero que luego hagamos nuestro capricho.

REFLEXIÓN 

   Al escuchar el Evangelio de hoy, alguien podrá preguntarse “¿Para qué esforzarme por vivir según los mandamientos de Dios, si el mismo Jesús dice que los publicanos y las prostitutas entrarán antes en el Reino de Dios? “Sin embargo, si profundizamos un poco lo que dice Jesús, Él nos habla no simplemente de malos y buenos, sino de dos actitudes diferentes ante la invitación de Dios Padre a trabajar en su viña. La viña es el Reino de Dios y nuestra actitud es definitiva. 

   En esta parábola, uno de los hijos, aparentemente desobediente y el otro obediente, acaban haciendo ambos lo contrario de lo que habían dicho. Sin embargo quien quiere verdaderamente al Padre, es el hijo que hace lo que el Padre le pide. El hijo que verdaderamente contrarió a su Padre no fue el que le ofendió primero diciendo que no iba a ir a la viña y después fue, sino el que le dijo que sí y después faltó a su compromiso.

   En estos dos hijos, Jesús representa, por un lado, a los pecadores: los publicanos y las prostitutas; por otro, a los muy cercanos a Dios sacerdotes y ancianos del pueblo de Israel. Unos, pecadores públicos y aborrecidos por el pueblo, los otros, en apariencia piadosos. Y a ellos, a éstos últimos, el Señor les dice que entrarán antes que ellos, en el Reino de los Cielos, los publicanos y las prostitutas.

   Jesús les dice en esta parábola, que ellos que se creían los hijos muy piadosos, son en realidad los desobedientes. Y para mayor vergüenza todavía, los compara con la gente tenida por ellos como de muy bajo nivel. 

   Aquí, es importante recordar las palabras de la encíclica Redemptoris missio:“Todo hombre, por tanto, es invitado a convertirse y creer en el amor misericordioso predicado por  Cristo; el Reino crecerá en la medida en que cada hombre aprenda a dirigirse a Dios como a un Padre en la intimidad de la oración y se esfuerce en cumplir su voluntad” (Juan Pablo II, Redemptoris missio 13). En realidad se nos muestra que “todos estamos necesitados de conversión”. No hay quien pueda arrojar, sin pecado, la primera piedra.

PARA LA VIDA

   Cuenta una leyenda japonesa que un hombre murió y fue al cielo. Un guía le dio un tour en el Bus Turístico por el paraíso y, maravillado, dijo: esto es mucho más bello que nuestro universo. En el recorrido vio una gran sala llena de estanterías y en las estanterías estaban alineadas miles y miles de orejas humanas. ¿Qué hacen tantas orejas humanas aquí?, preguntó.  El guía le comentó: “Estas orejas pertenecen a todos los católicos que durante su vida han escuchado la Palabra de Dios en miles de sermones, pero nunca la han puesto en práctica. Así que sólo sus orejas han subido al cielo”.

   Tal vez a nosotros nos sucede lo mismo que a las orejas de la leyenda japonesa, que están tan llenas del mensaje que sólo sirven para llenar las estanterías del cielo.

   Nuestras orejas todavía escuchan el mensaje y podemos arrepentirnos y convertirnos en el primero de los hijos, y empezar a trabajar en las muchas viñas de Dios. Hay muchas orejas que nunca escuchan el mensaje, difícilmente las vemos en la iglesia. Pero si escuchan el clamor de los pobres, si son misericordiosos, si son constructores de la paz, si practican las obras de misericordia, si están presentes en las periferias del mundo, sí hacen de los demás el centro de su vida, si la avaricia no es el motor de sus vidas, si viven sencillamente…están donde Dios está y merecerán el denario al final de la jornada.