San Mateo 22, 1 - 14
"Vamos Todos al Banquete"
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
- El Banquete: es así como nosotros solemos celebrar los momentos más importantes de nuestra vida, sentándonos a la mesa, junto a los que más queremos; invitando a nuestros mejores amigos. Así mismo hace Dios con nosotros, si queremos ser sus invitados, si tomamos en serio su invitación y obramos en consecuencia.
- Los Invitados: son todos, buenos y malos, en ningún caso quiere decir que los invitados puedan asistir a la boda sin la preparación debida, sin el traje de fiesta. A todos, a los primeros y a los últimos, a los judíos y a los gentiles, se nos exige para entrar en el Reino de los Cielos una disposición interior y exterior adecuada, se nos exige, sobre todo, la limpieza de corazón y la conversión de alma como el más bello traje de fiesta.
- La Fiesta: es la Salvación, que todos anhelamos. Y que sólo puede venir de Dios, fuente de Vida: sólo él puede enjugar verdaderamente las lágrimas de todos los ojos, hacer desaparecer el velo de dolor que cubre todos los pueblos, aniquilar para siempre, la Muerte. Convertir nuestra vida -la tuya, la mía, la de todos- en una gran fiesta. Por eso podemos exclamar con las palabras del profeta Isaías: "Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara: celebremos y gocemos con su salvación".
- La Vida Cristiana: es también una llamada a solidaridad en las necesidades básicas, que no puede ser más que consecuencia de una comunión de fe y de amor. Compartir los dones espirituales podría ser, en algunos casos, demasiado poco ante la angustia y las necesidades que muchos experimentan. Dios es el primero que comparte la creación con nosotros y debemos ser consecuentes.
- La Eucaristía: ¡Dios me invita a su fiesta! ¿Cómo respondo yo? Dios llama e invita continuamente, toca y toca a la puerta del corazón. ¿Le abro? ¿Salgo a su encuentro? ¿Lo busco? ¿O le digo: “ahora no”, “más tarde”, “ahora no tengo tiempo”, “déjame en paz”, “tengo otras cosas más importantes que hacer, otros asuntos más importantes que atender”, “tengo pereza”, “no te quiero en mi vida”, “tu fiesta me aburre”? ¿O respondo como María, con prontitud, y con presteza abro mi corazón a Aquel que llama?
REFLEXIÓN
Jesús dedica su vida entera a difundir la gran invitación de Dios:
«El banquete está preparado. Venid».
Esto es lo que recuerda Jesús en la primera parte de la parábola. Los primeros invitados fueron excluidos por el rey y, en su lugar, mandó a sus oficiales a invitar a todo el que quisiera venir, no importa quiénes fuesen, de modo que acudieron una gran cantidad de personas, y con todos ellos se celebró la fiesta.
Sin embargo, aparece en la parábola un elemento inesperado. El rey encuentra uno que había entrado sin el traje propio para asistir a una fiesta de ese género. Esto plantea una serie de interrogantes. ¿Dónde consiguieron los demás el traje apropiado que llevaban puesto? En realidad ese detalle no aparece en la parábola. Jesús quiere referirse a algo mucho más importante que un simple traje: es la gracia, la fe y el amor que Dios nos da y que nos convierte en hijos suyos santos.
Podemos entonces concluir que el pueblo de Israel, como tal, perdió la categoría que había recibido de pueblo elegido de Dios. El Señor, por medio de Jesús, llamaría a todos sin distinción a asistir a un banquete que nunca termina: la vida en el Cielo. Pero para que podamos asistir, aunque estemos invitados, necesitamos de un traje, que también se nos dará absolutamente gratis. Este traje es el que identifica nuestro derecho de asistir al banquete, de modo que nadie podrá entrar al cielo si no está en gracia de Dios.
El mismo Dios nos da esta gracia en el Bautismo. Aquellos que no conocen a Jesús, pero demuestran su deseo de salvación por medio de una búsqueda incesante de la divinidad, recibirán también la gracia de la salvación. Sólo quedarán excluidos aquellos que, habiendo tenido la oportunidad de conocer a Dios y recibir su amor, lo han despreciado, sintiéndose capaces de rechazar la invitación recibida por creer que no la necesitan. No podríamos nunca descubrir quiénes son los que se encuentran vestidos de gracia. Sólo Dios puede saberlo, ya que El conoce lo más íntimo de los corazones de todos.
PARA LA VIDA
Érase una vez un hombre muy rico que solía dar una cena al mes a sus amigos. En una ocasión algunos invitados no pudieron asistir por enfermedad. El hombre quería celebrar y brindar con los amigos ausentes en la siguiente reunión, así que mandó a su mayordomo colocar una botella de su mejor vino en una caja especial y le dijo al mayordomo: “Respeta esta caja. Tiene una finalidad muy especial para nuestros huéspedes”.
El mayordomo respetó la orden de su señor y cada vez que pasaba delante de la caja hacía una inclinación. Después el señor murió y las cenas siguieron celebrándose. El mayordomo recordó a los invitados que tenían que respetar la caja especial.
Así las cenas comenzaron a ser más serias y en lugar de celebrar la amistad de todos, se dedicaron a comer en silencio y a mirar la caja con mucho respeto.
La palabra de Dios, en este domingo, nos habla también de un Dios rico en amor, de un gran banquete y de una fiesta de bodas.
Dios invita a todos a su fiesta, nadie queda excluido, sólo quedan fuera los que no quieren entrar; los que no aceptan la invitación; los muy ocupados en sus negocios, o en lo mundano y lo profano.