27° Domingo del Tiempo Ordinario, 8 Octubre 2017, Ciclo A


San Mateo 21, 33 - 46

"Por sus Frutos los Conoceréis"

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. La Viña: amada fue Israel, pueblo elegido, cuidado por Dios, pero que, lamentablemente, no produjo los frutos que esperaba de él. Dios espera frutos, ahora de nosotros, la viña que Él ha cultivado con amor. Hemos recibido mucho de Dios y debemos ofrecer y dar frutos de vida eterna, de santidad verdadera, de caridad sincera.
  2. Los Frutos: a pesar del cuidado que Dios como viñador entrañable, la viña no prospera, ni da fruto; no da uvas dulces; da uvas inmaduras, amargas y silvestres. El cristiano debe dar buenos frutos; es una persona injertada en Cristo por el bautismo, por ello, debe dar frutos de vida eterna. Así como el Padre ha enviado al mundo a Cristo a cumplir la misión redentora, así Cristo envía a los cristianos, especialmente a los apóstoles, a cumplir una misión.
  3. Los Labradores: reciben la viña en arriendo. Son gente sin escrúpulos, gente que no sirven a la viña, sino se sirven de ella para su propio provecho. No piensan cómo acrecentar la viña y ofrecer al dueño el fruto merecido, sino que su intento es arrebatar la viña a su dueño. La fecundidad espiritual pasa siempre por la cruz y el dolor. Quien quiera ser fecundo huyendo de esta ley de salvación, se equivoca, y un día quedará amargamente desilusionado. “Sin efusión de sangre no hay redención”.
  4. El Envío: resulta difícil, y a veces doloroso, ser enviados una y otra vez a la viña del Señor. Entre otras cosas porque, las resistencias o contradicciones con las que nos encontramos, pueden llegar a mermar o debilitar nuestras iniciativas. ¡Cuándo llegaremos a comprender que no podemos ser más que el Maestro? Jesús también halló incomprensiones y descalificaciones. No sería bueno una viña del Señor con el “abono envenenado” que muchos intentan esparcir sobre lo santo y bueno que la Iglesia guarda como depositaria de la fe. Seamos fieles a lo que el Señor nos ha confiado. No colaboremos con crítica destructiva que busca acabar la viña encomendada. Más bien agradezcamos porque el Señor nos permite ser obreros de su viña.
REFLEXIÓN

   Contemplemos el amor del dueño de la viña por su viña; la magnanimidad de Dios para perdonar, para esperar, para insistir; la delicadeza de Dios con los hombres.
 
   La fidelidad y el amor de Dios deben conmovernos y deben suscitar en nosotros una gran valoración y una fundada gratitud.

   El Señor no falla. Lo demuestra la historia de la salvación: una y otra vez los profetas enviados hasta enviar a su propio Hijo. Si los viñadores no sirven, se les quita la viña y se les da a otros, pero la viña dará sus frutos indefectiblemente. Tenemos asegurada la fertilidad y la fecundidad, aunque los frutos a veces se demoren, tenemos seguridad (esperanza) de que vendrán, aunque haya poda y haya que cavar y quitar piedras, aunque haya malos viñadores que todavía estén en la viña.
 
   La presencia de viñedos en la tierra es señal de bendición de Dios. La tierra fértil y rica en viñedos es figura de los tiempos mesiánicos. La alegría que es fruto de la esperanza, siempre irá unida a la paz.
La segunda lectura a los Filipenses nos dice: "No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia recurran a la oración, la paz de Dios que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús".
 
   En la viña de Dios que es la Iglesia, Cristo es la vid y nosotros los sarmientos. El sarmiento debe estar unido a la vid, que es al mismo tiempo la piedra angular; si no, se seca y muere. Unirnos a la vid sobre todo en la Eucaristía. El vino es fruto de la vid y se transforma en la sangre de Cristo, sello de la nueva alianza de fidelidad mutua, y es la Eucaristía. Como otras vides, imitando la Eucaristía, debemos morir a nosotros mismos en el lagar para ser sangre de Cristo, para ser otros Cristo.
PARA LA VIDA

   El único sobreviviente de la inundación de un barco a causa de una terrible tormenta fue llevado por las olas a una isla completamente deshabitada. El hombre, desesperado y sin saber qué hacer, rezaba continuamente a Dios pidiendo por su rescate. Todos los días miraba hacia al horizonte en busca de algún barco, pero nunca veía nada. Ni siquiera el indicio de una pequeña señal. Con el paso del tiempo perdió toda esperanza.

   Ya cansado decidió construir una pequeña choza con ramas secas para protegerse del viento y la lluvia, y además, guardar las pocas pertenencias que conservaba. Pero un día, mientras escarbaba en el suelo en busca de algo de comida, vio sorprendido que su pequeña choza ardía en llamas: estaba siendo consumida por el fuego con todo lo que había dentro. La desesperación fue total. Ya no podía pasarle nada peor. Todo estaba perdido.

   El hombre estaba derrumbado: “¡Dios mío, ¡cómo pudiste hacerme esto!, exclamaba mientras lloraba amargamente. Al día siguiente, muy temprano, por la mañana, al hombre le despertó el sonido de un barco que se aproximaba a la isla. ¡Venían a rescatarlo! “¿Cómo supieron que estaba aquí?, preguntó a los hombres que lo rescataron. “Tuviste suerte, - le contestaron – Vimos tus señales de humo”.

   Que no nos pase como al hombre del cuento, que fue incapaz de descubrir la presencia de Dios en aquellas señales de humo que le salvaron la vida. Dios siempre está buscándonos, pero tenemos que dar señales de esperarlo. Hagamos que nuestra semana sea una búsqueda del Señor que necesita nuestras manos para trabajar como obreros en su viña. Esa viña que somos nosotros, la Iglesia, el mundo, la familia, nuestra vida y nuestros hermanos, los más necesitados.