32° Domingo del Tiempo Ordinario, 6 de Noviembre 2022, Ciclo C

 San Lucas 20, 27 - 38

No es Dios de Muertos, sino de Vivos

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.

1.- Dios de Vivos: «Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven» (Lc 20,38). En efecto, Dios es «Dios de vivos» y a cuantos confían en él les concede la vida divina que posee en plenitud. Él, que es el «Viviente», es la fuente de la vida.

2.- La Vida: en esta vida después de la muerte, Dios nos espera con los brazos abiertos, pues es un Dios que ama la vida y que quiere que todos los hombres vivan. Esta vida eterna es un regalo de Dios, pero para llegar a ella es necesario vivir aquí en la tierra unidos a Dios, para participar así un día de su gloria, como lo están haciendo ya los santos, aquellos amigos de Dios aquí en la tierra que, tras la muerte, has ido a gozar de la presencia de Dios.

3.- La Muerte: como un paño oscuro que cubre la humanidad cerrando todo horizonte (Is 25,7). Pero Cristo ha descorrido ese paño y ha abierto la puerta de la luz y la esperanza, de manera que la muerte ya no es un final. La primera lectura nos muestra cómo el que cree en la resurrección no teme la muerte; al contrario, la encara con valentía y la desafía con firmeza triunfal. «¿Dónde está, muerte, tu victoria?» (1 Cor 15,55).

4.- La Resurrección: "Dios mismo nos resucitará" (2 Mac 7, 14). La fe en la resurrección de los muertos se basa, en la fidelidad misma de Dios, que no es Dios de muertos, sino de vivos, y comunica a cuantos confían en él la misma vida que posee plenamente. La resurrección de los muertos es una de las verdades fundamentales de nuestra fe, que proclamamos solemnemente cada vez que rezamos el Credo: «espero la resurrección de los muertos y la vida eterna» Esta esperanza en la resurrección nos libra del miedo a la muerte. Cristo ha venido a «liberar a los que por miedo a la muerte pasaban la vida como esclavos»

5.- La Fe:  nos da la certeza de que la vida continúa más allá de esta tierra.  Lo que motivó a los 7 hermanos mártires y lo que motiva a tantos mártires de ayer y de hoy para enfrentar la tortura y la muerte es la certeza de que Dios reserva la vida eterna a aquellos que, en este mundo viven con fidelidad. Quien cree en la resurrección no puede dejarse paralizar por el miedo, porque el miedo muchas veces nos impide defender los valores en los que creemos.  Quien cree en la resurrección es la persona que puede comprometerse en la lucha por la justicia y por la verdad, porque sabe que la muerte no lo puede vencer ni destruir.

 REFLEXIÓN

   Las lecturas de hoy son una reflexión sobre la vida, la muerte y la resurrección.  La vida nos enseña que la muerte es compañera de viaje, pero la muerte no es el punto final, sino un punto y seguido, es un paso doloroso, pero un paso hacia Dios nuestro Padre.

   La 1ª lectura del segundo libro de los Macabeos nos cuenta la historia de la persecución, tortura y martirio de 7 hermanos por causa de la fe.  Estos hermanos no consintieron renunciar a sus tradiciones religiosas de comer algo impuro y prefirieron morir antes que serles infiel a Dios.Cuando se da la vida por algo, siempre se hace porque, como cristianos, sabemos que la vida aquí en la tierra no lo es todo, sabemos que hay otra vida.

   La 2ª lectura de san Pablo a los Tesalonicenses nos exhorta a vivir con constancia nuestra fe: una fe expresada en buenas obras. Nos pide también que hagamos oración para que el Evangelio sea conocido por todos y que no nos desanimemos si vemos que hay personas que no aceptan el Evangelio, porque como nos dice san Pablo, la fe no la aceptan todos.  Para algunos la fe no es suya porque nunca la han tenido, ni se les ha concedido ese don.  Para otros la fe es algo que tuvieron en algún momento de su vida pero que la dejaron adormecer.  Otros, simplemente no la han cultivado ni la han dejado crecer y se les ha quedado pequeña.

   El Evangelio de san Lucas nos presenta a unos saduceos que le plantean a Jesús una pregunta capciosa, una pregunta para ridiculizar la creencia en la resurrección.  Basándose en la “Ley del levirato”, por la que el hermano del esposo debía casarse con la viuda si ésta no tenía descendencia, le preguntan a Jesús: “Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer”. Jesús afirma la existencia de otra vida después de la muerte.  Pero también nos dice que la vida eterna no es continuación de la actual. 

   Jesús responde a los saduceos diciendo que no se imaginen la vida eterna según el modelo de la vida actual. La resurrección no debe ser imaginada como la reanimación de un cadáver. La vida eterna no es, una mera prolongación de la vida de este mundo; ya no está sujeta a la muerte. La resurrección es una forma de existencia totalmente nueva y transformada. Se trata de una nueva vida, de la participación plena en la vida de Dios.

 PARA LA VIDA 

   Un hombre encontró un huevo de águila. Se lo llevó y lo colocó en el nido de una gallina de corral. El aguilucho fue incubado y creció con la nidada de pollos. Durante toda su vida, el águila hizo lo mismo que hacían los pollos, pensando que era un pollo. Escarbaba la tierra en busca de gusanos e insectos, piando y cacareando. Incluso sacudía las alas y volaba unos metros por el aire, al igual que los pollos. Después de todo, ¿no es así como vuelan los pollos? 

   Pasaron los años y el águila se hizo vieja. Un día divisó muy por encima de ella, en el límpido cielo, una magnífica ave que flotaba elegante y majestuosamente por entre las corrientes de aire, moviendo apenas sus poderosas alas. La vieja águila miraba asombrada hacia arriba: “¿Qué es eso?”, preguntó a una gallina que estaba junto a ella. “Es el águila, el rey de las aves”, respondió la gallina. “Pero no pienses en ello. Tú y yo somos diferentes de él”. De manera que el águila aquella no volvió a pensar en ello. Y murió creyendo que era una gallina de corral. 

   En medio de esta vida que llevamos, vida que cojea en valores, en tiempos de calidad, en entrega generosa y gratuita, en dimensiones que no sean otras que las materiales, Dios nos invita a entrar en el reino de la Vida, una vida llena, plena, vida de amor, de paz, de solidaridad, de perdón y de fe. Y nos invita a transformar nuestras relaciones humanas, muchas veces puramente mercantilistas y sexualizadas, en miradas humanizadoras, afectivamente maduras y gratificantes. 

   Unas nuevas relaciones que vayan más allá de las diferencias genéticas o biológicas, miradas desde el corazón y la igualdad radical de nuestra dignidad como personas e hijos de Dios. Será la novedad de ese Reino inaugurado por Jesús, antesala de ese Reino definitivo más allá de la muerte, un Reino que comienza a desarrollarse ya en esta vida en la vivencia de los valores predicados y vividos por Jesús, prolongados en la historia por la comunidad de creyentes que es la Iglesia y encarnada por cada uno y cada una de nosotros en la cotidianeidad de nuestra existencia.

31° Domingo del Tiempo Ordinario, 30 de Octubre 2022, Ciclo C

 San Lucas 19, 1 - 10

El Hijo del Hombre ha Venido a Buscar y a Salvar lo que Estaba Perdido

Homilía Padre Luis Guillermo Robayo M.
SIN GRABAR AÚN

1.- La Compasión: el tiempo es para el hombre un índice de su limitaciones como criatura y un don del amor misericordioso de Dios, que le espera para la conversión y la salvación. Nos lleva a ver en Dios no un dueño tiránico, siempre dispuesto a exigir y castigar, sino un Padre misericordioso que en todo y por todo busca siempre el bien de los hombres, elevados a la dignidad de hijos suyos.

2.- El Anuncio: «Quien pretende enseñar la Palabra de Dios debe hacer cuanto esté de su parte para que se le escuche inteligentemente con gusto y docilidad. Pero no dude de que si logra algo, y en la medida en que lo logra, es más por la piedad de sus oraciones que por sus dotes oratorias. Por tanto orando por aquellos a quienes ha de hablar, sea antes varón de oración que de peroración. Y cuando se acerque la hora de hablar, antes de comenzara a hablar, eleve a Dios su alma sedienta, para derramar de lo que bebió y exhalar de lo que se llenó» (Sobre la doctrina cristiana 4,15-32).

3.- La Salvación: El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido. Cristo Jesús busca al hombre pecador: continúa a diario su misión de llamar, buscar y salvar al hombre, mediante la conversión y la nueva vida de santidad que El le ofrece. La fe de Zaqueo nació "después". Precedió la fe de Cristo. Cristo ha creído en él, cuando los otros ya le habían juzgado y liquidado definitivamente como a alguien poco bueno, y de quien hay que guardar las distancias. "Tener fe significa creer en uno que cree en nosotros". "Tenemos que bajarnos, como Zaqueo, del árbol de las resignaciones, de los remordimientos y de los miedos, responder a una voz que nos llama por nuestro nombre, para reprocharnos no nuestros yerros sino nuestras posibilidades todavía intactas".

5.- La Eucaristía:  Cristo viene una vez más a nosotros, está deseando entrar en nosotros y hospedarse en nuestra vida. Nosotros, como Zaqueo, hemos venido a la Eucaristía para encontrarnos con Él. Y nos llevamos la sorpresa de que Él ya nos conoce a nosotros antes incluso de que nosotros nos demos cuenta. Nos llama por nuestro nombre y nos pide que le abramos el corazón. Dejemos entrar a Dios en nuestra vida y, como Zaqueo, convirtámonos de nuevo al Señor. Él nos da la felicidad y la vida plena. Con Él no perdemos, sino que ganamos siempre en amor y en misericordia.

6.- La Mirada de Jesús: su mirada es de cariño, como un padre o una madre miran a su hijo rebelde. Así es Dios con nosotros, clemente, misericordioso, rico en piedad, bueno con todos, cariñoso con todas sus criaturas (Salmo 144). 

7.- La Acogida: aceptemos la mirada de Jesús, dejemos que Él se tropiece con nosotros en el camino e invitémoslo a nuestra casa para que Él pueda sanar nuestras heridas y reconfortar nuestro corazón. No tengamos miedo, dejémonos seducir por el Señor, por el maestro, para confesar nuestras mentiras, arrepentirnos, expresar nuestra necesidad de ser justos, devolver lo que le hemos quitado al otro… No dudemos, Jesús nos dará la fuerza de su perdón. El Señor está con nosotros para que experimentemos su amor. Él ya nos ha perdonado, por eso es posible la conversión.

REFLEXIÓN

   La liturgia de este domingo nos invita a contemplar el amor de Dios. Nos presenta a un Dios que ama a todos sus hijos, sin exclusión; también a los pecadores, a los malos, a los marginales, a los “impuros” y muestra que sólo el amor transforma y da vida.

   En la primera lectura un “sabio” de Israel explica la “moderación” con la que Dios trató a los opresores egipcios. Esa moderación solo tiene una explicación: por amor. Ese Dios omnipotente, que lo creó todo, ama con amor de Padre a cada ser que salió de sus manos, también a los opresores, incluso a los egipcios, porque todos son sus hijos.

   La segunda lectura hace referencia al amor de Dios, poniendo de relieve su papel en la salvación del hombre (de él parte la llamada inicial a la salvación; él acompaña con amor el caminar diario del ser humano; él le dará, al final del camino, la vida plena). Además de eso, alerta a los creyentes para que no se dejen manipular por fantasías de fanáticos que aparecen, a veces, perturbando el camino normal del cristiano.

   El Evangelio presenta la historia de un hombre pecador, marginado y despreciado por sus conciudadanos, que se encontró con Jesús y descubrió en él el rostro de Dios que le amaba. Invitado a sentarse a la mesa del “Reino”, ese hombre egoísta y malo, se dejó transformar por el amor de Dios y se convirtió en un hombre generoso, capaz de compartir sus bienes y de conmoverse con la suerte de los pobres.

   Tenemos que despertar el interés por las cosas de Dios. Zaqueo, en su pequeñez y en su debilidad, le acompañó una gran virtud: ¡fue un curioso! No se echó atrás ante las dificultades. Tal vez incluso, alguno, le diría al oído que aquel nazareno era un impostor, que no merecía pena subirse a un árbol desde el cual, además, podía caerse. Pero, Zaqueo, no se lo pensó dos veces: ¡subió y vio al Señor! Y, el Señor, que valora y sale al encuentro del que lo busca…hizo con Zaqueo dos milagros: que no se conformara con estar en un simple árbol y que, además, su casa se convirtiera en anfitriona de Jesús. ¿Pudo esperar más en tan poco espacio y tiempo Zaqueo? Su pecado, la distancia que le separaba de Jesús, pronto fue historia pasada. 

PARA LA VIDA 

   Durante años fui un neurótico. Era un ser angustiado, deprimido y egoísta. Y todo el mundo insistía en decirme que cambiara. Y yo no dejaba de recordarme lo neurótico que yo era. Y me ofendía, aunque estaba de acuerdo con ellos, y deseaba cambiar, pero no acababa de conseguirlo por mucho que lo intentara. Lo peor era que mi mejor amigo tampoco dejaba de recordarme lo neurótico que estaba. Y también insistía en la necesidad de que yo cambiara. Y también con él estaba de acuerdo, y no podía sentirme ofendido con él. 

   De manera que me sentía impotente y como atrapado. Pero un día me dijo: “No cambies. Sigue siendo tal cual eres. En realidad no importa que cambies o dejes de cambiar. Yo te quiero tal como eres y no puedo dejar de quererte”. Aquellas palabras sonaron en mis oídos como música: “No cambies. No cambies…Te quiero…” Entonces me tranquilicé. Y me sentí vivo. Y, ¡oh maravilla!, cambié. 

   Es evidente que a Jesús le importa el corazón, no las leyes; el arrepentimiento y el perdón, no el pecado. Y lo hace sin imponer nada, sin exigir nada, porque es el mismo amor quien transforma por sí solo. Es Zaqueo quien se acerca, quien se sube a un árbol, que supera sus propias limitaciones; Jesús pone la otra parte, se hace invitar, a la vista de todos, no lo olvidemos, para provocar sin duda, y para dejar clara su opción. Zaqueo no se puede creer. Él, un pecador público, en público recibe el mayor gesto de cercanía y reconocimiento que se podría tener en oriente, ir a comer a su casa nada menos que Jesús, alguien para él tan importante. 

   Y lo hace a la vista de todos. Y come a la vista de todos. Sabiendo que en oriente la comida es algo más que un ejercicio culinario, es un acto social y también religioso, porque es símbolo del Banquete Pascual de la Eucaristía, signo esencial de la pertenencia al Reino de Dios inaugurado por Cristo. Y a partir de ahí, surge lo demás. Ya están puestos los cimientos para el arrepentimiento sincero de Zaqueo. Sin pedirle nada Jesús, muestra una sincera conversión algo desproporcionada, como son desproporcionados la alegría y el amor.