33° Domingo del Tiempo Ordinario, 19 Noviembre 2017, Ciclo A


San Mateo 25, 14 - 30

“Eres un Empleado Fiel y Cumplidor”

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. Los Talentos: todos y cada uno de nosotros, además de los talentos naturales que nos han sido dados, hemos recibido una inmensa fortuna, un gran talento, llamado Jesús de Nazaret. Es el gran regalo que Dios Padre ha hecho a toda la humanidad y a cada uno de nosotros.
  2. La Pereza: si creer es crear, esperar es operar. La esperanza no puede alejarnos de la tarea de trabajar por el progreso humano y la extensión del Reino de Dios. Imposible resulta alcanzar la montaña más alta del mundo si, de antemano, el montañero se esconde y se queda conforme en el collado más pequeño; al lado de la llanura.
  3. La Cobardía: es el enemigo que paraliza nuestra vida cristiana. Es muy tentador vivir siempre evitando problemas y buscando tranquilidad: no comprometernos en nada que nos pueda complicar la vida, defender nuestro pequeño bienestar. No hay una forma mejor de vivir una vida estéril, pequeña y sin horizonte. Lo mismo sucede en la vida cristiana. Nuestro mayor riesgo no es salirnos de los esquemas de siempre y caer en innovaciones exageradas, sino congelar nuestra fe y apagar la frescura del evangelio.
  4. Arriesgarse: no es un camino fácil para ninguna institución, tampoco para la Iglesia. Pero no hay otro si queremos comunicar la experiencia cristiana en un mundo que ha cambiado radicalmente. La verdadera fidelidad a Dios no se vive desde la pasividad y la inercia de quien no arriesga, sino desde la vitalidad y el riesgo de quien trata de escuchar hoy sus llamadas.
  5. La Responsabilidad:  nos exige ser fieles a todo lo que nos surge espontáneamente, y hasta el final. Ser fieles en el sentido más amplio del término, fieles a sí mismos, fieles con Dios, fieles en todo momento. Significa estar al «cien por cien». Mi quehacer consiste en ser especialmente fiel a mi talento creativo, por humilde que sea. Todos somos responsables de los dones que hemos recibido de Dios. Somos administradores de esos dones que se nos han confiado y tendremos que dar cuenta de su uso. 

REFLEXIÓN

  Destaca ante todo en la parábola la iniciativa generosa del Señor para con nosotros: nos deja –durante el tiempo de nuestra vida- como administradores de ‘sus’ bienes. Pero no da a toda la misma responsabilidad en la administración, porque unos reciben más talentos y otros menos, es decir, a unos confía unas tareas, y a otros otras. En cualquier caso, lo cierto es que todos recibimos de Dios parte de sus bienes y por eso, a todos se nos pedirá cuenta de cómo los hemos administrado. ¿De qué bienes se trata? No debemos pensar que aquí se refiere Jesús a bienes materiales, a riquezas o cualidades humanas que uno ha heredado o adquirido con su trabajo.

   Se trata de los ‘talentos eternos o bienes del espíritu’. Son los más preciosos que poseemos: el don de la fe que recibimos en el bautismo; su Palabra recogida en la Sagrada Escritura y proclamada cada domingo en la liturgia; los sacramentos que el Señor pone a nuestra disposición para que sean nuestro alimento y nuestra fuerza mientras dura nuestra peregrinación por este mundo; la pertenencia a la Iglesia, la comunidad de los discípulos de Jesús, la que entre todos formamos como el único pueblo de Dios, el único Cuerpo de Cristo; y en fin, el talento de ser sus hijos, son algunos de los bienes más importantes que el Señor nos ofrece y distribuye entre nosotros.

  Pero en la parábola aparece también descrita la diferente respuesta de los empleados a los dones recibidos de Dios. Unos empleados negocian con los bienes prestados, les sacan rentabilidad, los hacen circular y producir. En cambio, hay un empleado holgazán y cobarde, que no se arriesga, que entierra el talento recibido sin hacerlo producir. A los primeros se les premia con la entrada en la vida eterna, y al último se le ‘echa fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes’. Cuando llegue el ‘ajuste de cuentas’, pues ‘sabéis perfectamente que el día del Señor llegará como un ladrón en la noche’, se descubrirá lo que significa todo esto.

   En efecto, Dios nos confía sus bienes, no para que los dejemos improductivos como si no tuvieran ningún valor; ni tampoco para que cada uno goce de ellos individualmente, sino para que trabajemos con ellos de modo que alcancen también a los demás. Sólo el que no se reserva para sí los dones recibidos gratuitamente de Dios, escuchará el día de la cuenta la gozosa invitación del Señor: ‘Muy bien, has sido un empleado fiel y cumplidor... Pasa al banquete de tu Señor’. 

PARA LA VIDA 

   Érase un árbol muy viejo que parecía haber sido tocado por el dedo de Dios porque siempre estaba lleno de frutos. Sus ramas, a pesar de sus muchos años, nunca se cansaban de dar frutos y era la delicia de todos los viajeros que por allí pasaban y se alimentaban de sus frutos.

   Un día, un comerciante compró el terreno en que estaba el árbol y edificó una valla a su alrededor. Los viajeros le pidieron al nuevo dueño que les dejara alimentarse de los frutos del árbol como siempre lo habían hecho.

   "Es mi árbol, es mi fruta. Yo lo compré con mi dinero", les contestó. A los pocos días sucedió algo sorprendente. El árbol murió. ¿Qué causó esa muerte repentina? Lo que pasa es que cuando se deja de dar, se deja también de producir frutos y la muerte aparece inevitablemente. El árbol empezó a morir el día en que la valla empezó a subir. La valla fue la tierra que enterró el árbol.

   La parábola de los talentos suena a juicio, a premio y castigo, a escándalo, a regreso del dueño. De los dos primeros empleados nos dice el evangelio que fueron "fieles en las cosas pequeñas" y el dueño les confió responsabilidades mayores y los asoció a su gozo. Fieles en la ausencia de su señor. "Fieles en las cosas pequeñas."

32° Domingo del Tiempo Ordinario, 12 Noviembre 2017, Ciclo A


San Mateo 25, 1 - 13

“¡El Señor Siempre Llega a Tiempo…Esperémoslo!”

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. La Sabiduría:  hay que ser previsores y estar preparados ante cualquier eventualidad. La sabiduría del cristiano está en un planteamiento prudente de la vida y no en teorías especulativas. La seriedad del momento presente exige preparación y compromiso personal. Vivimos en una sociedad, en muchos momentos, improvisada, instintiva, superficial, impulsiva e irreflexiva, de aquí que sea tan útil la llamada a ser sabios y a concentrarnos en lo esencial.
  2. La Necedad: no saben sino lamentarse  y confesar a Jesucristo con una vida apagada, vacía de su espíritu y su verdad. El paso del tiempo lo desgasta todo. Al hombre de nuestros días sólo parece fascinarle lo nuevo, lo actual, el momento presente. No acertamos a vivir algo de manera viva y permanente sin dejarlo languidecer.
  3. El Aceite: tiene muchos usos prácticos en la vida, pero sobre todo, es símbolo de las realidades más profundas: luz, paz y suavidad (poner un poco de aceite en las relaciones de una comunidad), amor, alegría, salud. En el uso religioso, ya en el AT se empleaba la unción con aceite como signo de la elección y consagración de reyes, profetas o sacerdotes de parte de Dios.
  4. Vigilar: no es vivir con miedo ni dejarnos atenazar por la angustia. Un cristiano no deja de vivir el presente, de incorporarse seriamente a las tareas de la sociedad y de la Iglesia. Pero lo hace con responsabilidad, y con la atención puesta en los verdaderos valores, sin dejarse amodorrar por las drogas de este mundo o por la pereza.
  5. Esperar: esto significa que toda nuestra vida debe estar completamente dirigida a ese encuentro con el señor que ciertamente habrá de llegar. Un cristiano debe ser feliz, no sólo por lo que tiene, sino también por lo que "espera". Pero el Señor nos dice que no basta con que conservemos la fe en Dios sino que la mantengamos activa.
  6. La Eucaristía: tiene que multiplicar y renovar, cada domingo, el aceite de nuestras lámparas y la verdadera sabiduría, que es Jesucristo. Y al mismo tiempo tiene que ser una llamada a la responsabilidad en la vida cristiana.
REFLEXIÓN

   “El Reino de los cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo… Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora”.Jesús vuelve a usar una parábola para hablarnos del Reino de los cielos: esta vez lo compara con diez doncellas, cinco necias y cinco prudentes.
 
   Les dice a sus discípulos que el que espera el Reino de los cielos debe imitar a las cinco doncellas prudentes que esperaron al esposo con las lámparas encendidas. ¿Qué quiere decirnos esta parábola? Nos invita a vivir preparados para encontrarnos con Dios, cuando tengamos que comparecer ante él cuando nos llame. Y como no sabemos cuándo nos va a llamar, debemos vivir preparados, esperándole siempre, con el aceite de la fe y el amor.
 
   Hay que hacerlo con esperanza activa, como lo hicieron las cinco vírgenes prudentes; no imitar nunca a las cinco vírgenes necias. Las vírgenes prudentes esperaron al esposo con esperanza activa, es decir, velando, estando continuamente vigilantes. No podemos pensar que es suficiente dejar la preparación para cuando seamos viejos, o estemos gravemente enfermos. La esperanza activa supone una vigilancia continua sobre nuestra manera de pensar, de hablar, de comportarnos.
 
   La Iglesia, como novia del Señor, vive ansiosa y gozosa, sufriente y en medio de pruebas, alentando, animando las lámparas de tantas doncellas representadas por miles y miles de cristianos que pertenecen y alimentan su fe en Cristo dentro de ella.
 
   Si venimos a la Eucaristía, es porque entendemos que hemos de consagrar nuestras energías para formar parte del banquete celestial. Un estudiante no puede pasar los exámenes finales si no ha estudiado todo el año. El atleta no participará de los juegos olímpicos si no se ha ejercitado cientos de horas durante muchos meses.
 
   Como siempre, y ahí está también la grandeza de nuestra fe, lo de mucho valor implica mucho sacrificio. Una carrera a última hora, además de crear fatiga y riesgo de infarto, no es suficiente para llegar a tiempo a los sitios. Para conquistar el corazón de Dios, hay que hacerlo todos os días.

PARA LA VIDA

   Un grupo de turistas iba a emprender una excursión por las montañas. La carretera era estrecha y llena de curvas peligrosas.

El conductor estaba nervioso, era la primera vez que hacía ese recorrido. Antes de comenzar la excursión se plantó delante del autobús y dijo sus oraciones.

   Apenas recorridos unos kilómetros, el motor comenzó a calentarse. No había agua en el radiador. Eso tenía fácil arreglo. Pero faltando muchos kilómetros para la meta, el autobús se paró. No había gasolina en el tanque. Se quedó vacío. Los turistas tuvieron que esperar largas horas antes de ser auxiliados.
   El conductor había orado antes de salir, pero no había echado agua al radiador y no había llenado el tanque de gasolina.
   En nuestro mundo, y entre nosotros, hay personas que viven como turistas. El turista es el que disfruta de un lugar, lo usa unas horas o unos días y habitualmente lo deja peor de lo que lo encontró.
Los hay que viven como peregrinos. Hacen muchos sacrificios, pero sólo les interesa la meta. Y se desentienden de lo que pasa a su alrededor.

31° Domingo del Tiempo Ordinario, 5 Noviembre 2017, Ciclo A


San Mateo 22, 34-40

“La Coherencia, es el Camino Recto del Discípulo del Señor”

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. La Soberbia: cuando el orgullo se adueña del alma, no es extraño que detrás vengan todos los vicios: la avaricia, las intemperancias, la envidia, la injusticia. El soberbio intenta inútilmente quitar de su corazón a Dios, que es misericordioso con todas las criaturas, para acomodarse a las entrañas de maldad”.  Dejarse llevar de la soberbia pervierte la autoridad y perjudica al prójimo. Y puede llegar a los extremos de la ridiculez.
  2. La Humildad: el cristiano elige el último puesto sólo porque no busca la fama por iniciativa propia. Pero cuando siente la invitación de Dios a salir hacia delante, acepta la tarea con sentido de la responsabilidad para cumplir con su vocación. El ser humano se humilla sólo ante Dios y, por eso, es Dios quien lo ensalzará. El ejemplo más noble de una humillación de este tipo es Jesús mismo. Él «se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y a la muerte de cruz. Por eso Dios lo ha exaltado y le ha dado el nombre sobre todo nombre»
  3. El Servicio: «El mayor de vosotros será el que sirva a los demás. Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado». La verdadera grandeza en el reino de Dios se mira por la capacidad de servir a los demás como Cristo mismo hizo, y nos mandó seguir su ejemplo. La autoridad se verifica en el servicio. Que el mayor tenga que ponerse al servicio del más pequeño. Así, servir es configurar la propia vida a favor de la Comunidad. El amor por el prójimo nos empuja a sacrificar nuestra paz cuando Dios nos llama a su servicio.
  4. La Caridad: ayuda al pobre, ofrece lo que tienes sin pararte a pensar en recompensas. Cuando actúes de esa forma, tendrás la impresión de que has perdido y, sin embargo, estás creando en torno a ti una imagen (un signo y un preludio) de aquel reino decisivo que es un don del Dios que cura, un don del Dios que ofrece todo lo que tiene a sus hijos amados. Cristo nos asegura que la misericordia es decisiva, porque lleva la verdad del reino de Dios y es la garantía de entrada a él. No están la salud del alma y la esperanza de la vida eterna sino en la cruz. Toma, pues, tu cruz y sigue a Jesús, e irás a la vida eterna.
REFLEXIÓN

   En el Evangelio de hoy Jesús reconoce que los escribas y fariseos enseñan la Ley dada por Dios a través de Moisés: "En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos". Pero observa que no la enseñan para que Dios sea glorificado, sino para ser glorificados ellos. Ellos conocen el camino de la vida y pueden enseñarlo a otros, pero no lo recorren ellos mismos. 

   Por eso no hay que imitarlos: "Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen". Enseñan el amor a Dios y se aman más a sí mismos; enseñan el amor al prójimo e imponen a los demás cargas pesadas, que ellos no cumplen; enseñan la humildad y son soberbios; enseñan la modestia y son vanidosos y arrogantes. "Quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame 'Rabbí'".

   El cristiano está llamado a la santidad y a ser testigo fiel de Cristo resucitado con la palabra y con el ejemplo de vida; es decir, en coherencia. Con la vocación cristiana Dios nos llama a la coherencia, a la sinceridad de vida, a la entrega auténtica, a que nuestro sí sea sí, y nuestro no sea no, sin doblez ni meras apariencias, sin doble vida. 

   Lo que tiene valor ante Dios no son las solas palabras, ni las apariencias irreales. Lo que Dios considera valioso es la autenticidad en el modo de vivir, la verdad vivida y la nobleza del esfuerzo por vivir aquello en lo que se cree, de manera especial, cuando se dan consejos o se anuncia el mensaje del Evangelio. En el mensajero, testigo o apóstol, palabra y vida no pueden ir separados, manteniendo una especie de divorcio. 

   Los padres, principales educadores de sus hijos, han de educarlos con el buen ejemplo, sin olvidar hablarles y enseñarles que las verdades cristianas es un deber que tienen. Palabra y testimonio de vida siempre han de ir de la mano. De esa manera, harán lo que dicen y no formarán parte del grupo de tantos que dicen, pero hacen.

PARA LA VIDA

   Un joven - de buena posición social - comenzó a salir con una joven artista. Esta relación era cada vez más seria y el joven estaba considerando la posibilidad de casarse. Pero como era muy precavido contrató a un detective privado para investigar a la joven y asegurarse de que no tuviera otros hombres, ni hijos, ni nada oscuro en su vida. 

   El detective desconocía esta relación. Sólo le dieron el nombre de la joven a investigar. Durante meses siguió las andanzas de la joven y, al final de su investigación, entregó el siguiente informe. Es una joven encantadora, honrada, y muy decente. Sólo hay una cosa que reprocharle. Últimamente sale con un joven -de muy buena posición social- que es de carácter dudoso y de una reputación más que sospechosa. Este joven hipócrita recibió la medicina que necesitaba: - mira, primero en los riñones de tu vida para limpiarla.
  
no señales a nadie con el dedo, y mira primero tus errores, corrígelos y podrás ver sin prejuicio a los demás.

   Jesús, en este episodio de su vida, está investigando las palabras y la conducta de los fariseos, y hoy nos pide ser mejores que ellos; es decir, obrar coherente mente de palabra y de obra, como lo manda Dios.

30° Domingo del Tiempo Ordinario, 29 Octubre 2017, Ciclo A


San Mateo 22, 34 - 40

"Amarás al Señor tu Dios con Todo tu Corazón"

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. El Amor: Dios por naturaleza es Amor y, porque en su ser es amor, lo es también en su obrar dentro de la Trinidad, y en su obrar hacia fuera de la vida trinitaria: creación, redención, santificación. Puede, por tanto, decirse (nuestro lenguaje humano siempre es imperfecto al hablar de Dios) que, en Dios, el amor está por encima de todo. Respecto al hombre, la doctrina católica nos enseña que fue creado a imagen y semejanza de Dios. Dios, que es amor, lo creó por amor, y lo hizo capaz de conocerle racionalmente y de amar a semejanza de Él.
  2. Amar a Dios: es reconocer humildemente el Misterio último de la vida; orientar confiadamente la existencia de acuerdo con su voluntad: amar a Dios como fuerza creadora y salvadora, que es buena y nos ama bien. Todo esto marca decisivamente la vida pues significa alabar la existencia desde su raíz; tomar parte en la vida con gratitud; optar siempre por lo bueno y lo bello; vivir con corazón de carne y no de piedra; resistirnos a todo lo que traiciona la voluntad de Dios negando la vida y la dignidad de sus hijos.
  3. El Prójimo: estamos invitados a querer a quienes nos rodean “con obras y de verdad” (1 Jn 3,18) “pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4,20). Este amor hecho de servicio afectivo y efectivo se podría concretar en decenas de incidencias diarias: Ese hablar sin herir; la sonrisa a tiempo que desdramatiza una situación; la paciencia y la serenidad en las horas difíciles; el buen humor en los momentos de tensión, y el no querer tener siempre razón... ¡Y tantos detalles más!
  4. Las Obras de Misericordia: nos permiten salir al encuentro del sufrimiento y de la necesidad de nuestros hermanos. Mencionemos algunos ejemplos. Las obras de misericordia espirituales nos invitan a consolar al afligido, aconsejar al que duda, perdonar las injurias, sufrir con paciencia las adversidades. Preguntémonos sinceramente: ¿practico yo estas obras espirituales? ¿Soy una persona que sé consolar, que sé ofrecerle oportunidades de promoción humana? ¿Sé aconsejar a los demás? ¿Me intereso por ellos, me interesan sus sufrimientos? ¿O soy más bien de los que pasan por la vida con una santa indiferencia ante los miles de sufrimientos humanos? Ni siquiera me doy cuenta de ellos. 

REFLEXIÓN

   Jesús ha resumido todo el quehacer del discípulo en la tarea de amar a Dios y al prójimo, asociando de manera inseparable los dos preceptos centrales de la Biblia: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser’, y ‘amarás a tu prójimo como a ti mismo’. Todo se reduce, pues, a vivir el amor a Dios y el amor al hermano. De aquí se deriva todo lo demás. ¿Cómo entender esta enseñanza de Jesús? Ciertamente, el amor a Dios y el amor al prójimo no han de ser confundidos como si fueran una y la misma cosa. El amor a Dios no se reduce y agota en el amor al prójimo, ni el amor al prójimo se identifica sin más con el amor a Dios.

   Amar a Dios con todo el corazón y con toda el alma, no nos aleja, ni mucho menos, del amor concreto al hermano. Jesús habla de un amor al prójimo por sí mismo. Se trata de amar y ayudar al hombre concreto y real, tal como vive y sufre, con sus limitaciones y con sus necesidades. No se nos manda amar al prójimo como un medio para amar a Dios; el prójimo no es ningún medio, vale por sí mismo, es digno de amor por sí mismo, porque es criatura de Dios, porque es hijo del Padre que hace salir su sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia a justos y pecadores. 

  El Amor Divino culmina en la misericordia. Sólo el amor a Dios posibilita el amor al prójimo y sólo en éste se manifiesta y se verifica. Hablar del amor de Dios no es hablar de emociones o sentimientos hacia un Ser imaginario, ni de invitaciones a oraciones y rezos: es reconocer el misterio último de la vida, orientar la existencia hacia Dios Padre, que es bueno y nos quiere bien. Es pasión por Dios y pasión por el hombre. 

   «Ama y haz lo que quieras»; «Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor». Tenemos el peligro de que el amor de Dios haga más ruido que el amor al prójimo. El ruido corresponde al segundo, porque el primero es silencioso, fuerza interior. Hablar menos de Dios y vivir más desde Dios, aun a riesgo de ser mal interpretados como le pasó a Jesús, cuyo silencio sobre el amor de Dios fue interpretado como negación de ese amor. 

PARA LA VIDA 

   Érase una vez un rey que no tenía hijos para sucederle y puso un gran anuncio en los periódicos invitando a los jóvenes a solicitar la adopción en su familia. Sólo se requerían dos condiciones: amar a Dios y amar al prójimo. Un muchacho campesino quería, pero no se atrevía a presentarse porque iba cubierto de harapos. 

   Se puso a trabajar, hizo dinero, compró ropa nueva y se puso en camino para intentar ser adoptado por la familia del rey. Cuando ya estaba llegando al palacio, se encontró con un mendigo que tiritaba de frío. El joven campesino se conmovió y le dio su ropa nueva. Vestido de harapos, le parecía inútil continuar pero decidió terminar el viaje y llegar al palacio. Llegó y todos los empleados se burlaban de él. 

   Finalmente fue admitido a la presencia del rey. Cuál no fue su sorpresa cuando vio que el rey era el mendigo del camino y que vestía las ropas que le había regalado. El rey bajó de su trono, abrazó al joven y le dijo: “Bienvenido, hijo mío”. Dios Padre es ese rey que bajó de su trono, se vistió con nuestras ropas, nuestra carne, y nos dijo y sigue diciendo: Bienvenidos, hijos míos. 

   Amar es dedicar tiempo a quien se ama. Amar es estar al servicio de quien se ama. Amar es escuchar el grito de quien se ama. Amar es sacrificarse por quien se ama. Amar es dar la vida por quien se ama.