30° Domingo del Tiempo Ordinario, 29 Octubre 2017, Ciclo A


San Mateo 22, 34 - 40

"Amarás al Señor tu Dios con Todo tu Corazón"

    Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

  1. El Amor: Dios por naturaleza es Amor y, porque en su ser es amor, lo es también en su obrar dentro de la Trinidad, y en su obrar hacia fuera de la vida trinitaria: creación, redención, santificación. Puede, por tanto, decirse (nuestro lenguaje humano siempre es imperfecto al hablar de Dios) que, en Dios, el amor está por encima de todo. Respecto al hombre, la doctrina católica nos enseña que fue creado a imagen y semejanza de Dios. Dios, que es amor, lo creó por amor, y lo hizo capaz de conocerle racionalmente y de amar a semejanza de Él.
  2. Amar a Dios: es reconocer humildemente el Misterio último de la vida; orientar confiadamente la existencia de acuerdo con su voluntad: amar a Dios como fuerza creadora y salvadora, que es buena y nos ama bien. Todo esto marca decisivamente la vida pues significa alabar la existencia desde su raíz; tomar parte en la vida con gratitud; optar siempre por lo bueno y lo bello; vivir con corazón de carne y no de piedra; resistirnos a todo lo que traiciona la voluntad de Dios negando la vida y la dignidad de sus hijos.
  3. El Prójimo: estamos invitados a querer a quienes nos rodean “con obras y de verdad” (1 Jn 3,18) “pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4,20). Este amor hecho de servicio afectivo y efectivo se podría concretar en decenas de incidencias diarias: Ese hablar sin herir; la sonrisa a tiempo que desdramatiza una situación; la paciencia y la serenidad en las horas difíciles; el buen humor en los momentos de tensión, y el no querer tener siempre razón... ¡Y tantos detalles más!
  4. Las Obras de Misericordia: nos permiten salir al encuentro del sufrimiento y de la necesidad de nuestros hermanos. Mencionemos algunos ejemplos. Las obras de misericordia espirituales nos invitan a consolar al afligido, aconsejar al que duda, perdonar las injurias, sufrir con paciencia las adversidades. Preguntémonos sinceramente: ¿practico yo estas obras espirituales? ¿Soy una persona que sé consolar, que sé ofrecerle oportunidades de promoción humana? ¿Sé aconsejar a los demás? ¿Me intereso por ellos, me interesan sus sufrimientos? ¿O soy más bien de los que pasan por la vida con una santa indiferencia ante los miles de sufrimientos humanos? Ni siquiera me doy cuenta de ellos. 

REFLEXIÓN

   Jesús ha resumido todo el quehacer del discípulo en la tarea de amar a Dios y al prójimo, asociando de manera inseparable los dos preceptos centrales de la Biblia: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser’, y ‘amarás a tu prójimo como a ti mismo’. Todo se reduce, pues, a vivir el amor a Dios y el amor al hermano. De aquí se deriva todo lo demás. ¿Cómo entender esta enseñanza de Jesús? Ciertamente, el amor a Dios y el amor al prójimo no han de ser confundidos como si fueran una y la misma cosa. El amor a Dios no se reduce y agota en el amor al prójimo, ni el amor al prójimo se identifica sin más con el amor a Dios.

   Amar a Dios con todo el corazón y con toda el alma, no nos aleja, ni mucho menos, del amor concreto al hermano. Jesús habla de un amor al prójimo por sí mismo. Se trata de amar y ayudar al hombre concreto y real, tal como vive y sufre, con sus limitaciones y con sus necesidades. No se nos manda amar al prójimo como un medio para amar a Dios; el prójimo no es ningún medio, vale por sí mismo, es digno de amor por sí mismo, porque es criatura de Dios, porque es hijo del Padre que hace salir su sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia a justos y pecadores. 

  El Amor Divino culmina en la misericordia. Sólo el amor a Dios posibilita el amor al prójimo y sólo en éste se manifiesta y se verifica. Hablar del amor de Dios no es hablar de emociones o sentimientos hacia un Ser imaginario, ni de invitaciones a oraciones y rezos: es reconocer el misterio último de la vida, orientar la existencia hacia Dios Padre, que es bueno y nos quiere bien. Es pasión por Dios y pasión por el hombre. 

   «Ama y haz lo que quieras»; «Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor». Tenemos el peligro de que el amor de Dios haga más ruido que el amor al prójimo. El ruido corresponde al segundo, porque el primero es silencioso, fuerza interior. Hablar menos de Dios y vivir más desde Dios, aun a riesgo de ser mal interpretados como le pasó a Jesús, cuyo silencio sobre el amor de Dios fue interpretado como negación de ese amor. 

PARA LA VIDA 

   Érase una vez un rey que no tenía hijos para sucederle y puso un gran anuncio en los periódicos invitando a los jóvenes a solicitar la adopción en su familia. Sólo se requerían dos condiciones: amar a Dios y amar al prójimo. Un muchacho campesino quería, pero no se atrevía a presentarse porque iba cubierto de harapos. 

   Se puso a trabajar, hizo dinero, compró ropa nueva y se puso en camino para intentar ser adoptado por la familia del rey. Cuando ya estaba llegando al palacio, se encontró con un mendigo que tiritaba de frío. El joven campesino se conmovió y le dio su ropa nueva. Vestido de harapos, le parecía inútil continuar pero decidió terminar el viaje y llegar al palacio. Llegó y todos los empleados se burlaban de él. 

   Finalmente fue admitido a la presencia del rey. Cuál no fue su sorpresa cuando vio que el rey era el mendigo del camino y que vestía las ropas que le había regalado. El rey bajó de su trono, abrazó al joven y le dijo: “Bienvenido, hijo mío”. Dios Padre es ese rey que bajó de su trono, se vistió con nuestras ropas, nuestra carne, y nos dijo y sigue diciendo: Bienvenidos, hijos míos. 

   Amar es dedicar tiempo a quien se ama. Amar es estar al servicio de quien se ama. Amar es escuchar el grito de quien se ama. Amar es sacrificarse por quien se ama. Amar es dar la vida por quien se ama.