San Mateo 4, 12-23
- Necesidad de Conversión: el Evangelio hoy nos urge a un cambio interior para con Dios, para con los hombres, para con el mundo en que vivimos. Jesús agrega una motivación: “El Reino de Dios está cerca”. Esta motivación es la Buena Nueva, es decir, la revelación del amor de Dios hacia el hombre. El amor de Dios por nosotros es la motivación perfecta para la conversión.
- Seguir a Jesús: todos somos llamados por el Señor para seguirle. Toda vocación (llamado) es siempre para una misión. Jesús llamó a sus discípulos para luego enviarlos a la misión. Hoy nos llama por nuestro propio nombre a extender su amor en lo cotidiano de la vida.
- El Reino de Dios: no basta con sentirlo dentro de nosotros. Es necesario sacarlo a la luz en un cambio de vida y de costumbres optando por los valores, las virtudes, el juicio, la responsabilidad social, familiar, académica y dando ayuda a los que la requieran. Así se convierte en realidades concretas: luchar contra el mal, unir el dolor a la cruz, y la tristeza del que sufre ayudarla a llevar, para que se torne en alegría.
REFLEXIÓN
Las palabras de Jesús son muy claras; si no nos convertimos, no tendremos acceso al Reino de los cielos. La conversión es una condición necesaria para entrar en el Reino de Dios. Igualmente, un mundo de personas convertidas a Cristo irradiaría el Reino de Dios. La conversión es la principal tarea de nuestra vida.
Toda nuestra vida debe ser conversión, purificación continua y constante de nuestra mente y de nuestro corazón. Sucede, sin embargo, que la voz del Señor es suave y el llamado que hace a nuestra puerta es también suave. El Señor es gentil, siempre está allí, llamando a nuestra puerta. Porque Él es nuestra luz y nuestra salvación.
ANÉCDOTA
Un párroco se enteró un día de que uno de sus feligreses había decidido no asistir más a la Santa Misa. La razón de este rebelde era que podía comunicarse con Dios en la naturaleza como si estuviera en la iglesia.
Una noche el párroco decidió hacerle una visita. Sentados junto al fuego, los dos hombres hablaron de mil asuntos pero no hablaron de la asistencia a misa.
Al cabo de un rato el párroco cogió las tenazas y sacó una sola brasa del fuego. Y colocó la brillante brasa sobre el suelo. Los dos veían la brasa apagarse poco a poco y convertirse en cenizas, mientras las otras ardían y brillaban y sus llamas bailaban alegres. El párroco permanecía en silencio.
Al cabo de un rato, el feligrés dijo: el próximo domingo estaré en la misa.
“Ser discípulo es dejarse encontrar, es dejarse hacer, no es conquistar sino ser conquistado, es dejar los ídolos para seguir a Jesús, Dios y hombre verdadero ”.