San Mateo 4, 12 - 23
“El Señor es mi Luz y mi Salvación”
- La Luz: Cuando Cristo ilumina nuestras almas no hay lugar en ella para el temor o el desaliento; por el contrario, en ella surge la paciencia que todo lo soporta. La fortaleza es capaz de la generosidad que no se reserva nada para sí. El alma descubre en sí capacidades hasta entonces desconocidas. "Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor". Palabras estupendas que iluminan nuestra existencia muchas veces turbada por las angustias del mundo, por los temores del mal, por la incertidumbre del futuro. Cristo no deja de llamarnos: Venid y seguidme... Está cerca el Reino de los cielos.
- La Llamada: Esta dignidad se expresa en la disponibilidad para servir, según el ejemplo de Cristo, que "no ha venido para ser servido, sino para servir". Hay que mirar con infinito respeto la vocación divina a una entrega total. Así como Dios llamó en el pasado a los apóstoles, así también hoy sigue llamando a muchos jóvenes a una vida de consagración total a la extensión de su Reino. A nosotros, miembros de la Iglesia, nos corresponde estar abiertos a la llamada de Dios, bien sea que se escuche en nuestro propio corazón, bien sea que se dirija a otros.
- La Vocación: La mies requiere operarios para que sea recogida; la palabra requiere predicadores para ser proclamada, para que "a todas partes alcance su pregón". Las actuales dificultades en la consecución de vocaciones no deberían desalentarnos, más bien, deberían enardecernos para redoblar los esfuerzos para obtener buenas y abundantes vocaciones.
- El Seguimiento: Seguir a Jesús es, más bien, inspirarse en él para continuar hoy de manera responsable la obra apasionante de «redención del hombre» comenzada con él y por él. Si la fe es seguimiento de Jesús, debemos preguntarnos sinceramente, a quién seguimos en nuestra vida, qué mensajes escuchamos, a qué líderes nos adherimos, qué causas defendemos y a qué intereses obedecemos, al mismo tiempo que pretendemos ser cristianos, es decir, «seguidores» de Jesucristo.
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
REFLEXIÓN
Hoy, tercer Domingo del tiempo ordinario, la liturgia de la misa nos habla del comienzo de la vida pública de Cristo al iniciar esos tres años de predicación en la tierra. El Señor anuncia el Reino y llama a los primeros discípulos. La venida del Mesías y el anuncio del Reino de Dios, es como una luz en las tinieblas. Así lo expresa la primera lectura en que se lee el libro del profeta Isaías, que nos dice que "el pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz, y sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz".
La Antífona de la comunión nos recuerda la afirmación de Jesús: "Yo soy la luz en el mundo". Y en el Salmo repetimos "el Señor es mi luz y mi salvación". El Evangelio nos muestra a Jesús como la luz anunciada por el profeta Isaías. El Señor comenzó a proclamar: conviértanse porque el Reino de Dios está cerca. También llama la los primeros discípulos que lo siguen inmediatamente.
La humanidad caminó en tinieblas hasta que la luz brilló en la tierra cuando Jesús nació en Belén. Con la luz del recién nacido, - cuyas escenas hemos vivido en el tiempo de Navidad-, llegó la claridad a María y a José, a los pastores y a los magos. Luego, la luz del Señor se ocultó durante treinta años en la ciudad de Nazaret, donde Jesús llevó una vida normal, con todos los de su pueblo. Durante esos años el Señor nos enseña la posibilidad de la santificación en la vida corriente de una familia y de un trabajador, en un taller de carpintero.
Es el momento de acertar en lo esencial y responder a lo que pueda dar verdadero sentido a nuestro vivir diario. La «segunda llamada» exige conversión y renovación. Dios sigue en silencio nuestro caminar, pero nunca deja de llamarnos. Su voz la podemos escuchar en cualquier fase de nuestra vida, como aquellos discípulos de Galilea que, siendo ya adultos, siguieron la llamada de Jesús.
PARA LA VIDA
Érase una vez un viajero inglés que llegó a España y encontró un gran enjambre de trabajadores en la ciudad de Burgos que estaban construyendo una iglesia. El viajero se acercó a varios obreros que estaban cavando una zanja y les preguntó qué estaban haciendo. El primero le contestó: “Yo hago lo que me mandan. Sólo me interesa el jornal para alimentar a mi familia.
El segundo le dijo: “¿Yo? Estoy haciendo una zanja desde aquí hasta allá”. El tercer trabajador se paró, se apoyó en su pala y con un gran resplandor en los ojos le dijo: “Yo estoy ayudando al arquitecto a construir la magnífica catedral de Burgos”. En el evangelio de Mateo que acabamos de proclamar se nos dice que Jesús dejó Nazaret y se estableció en Cafarnaún, junto al lago.
Entonces comenzó a predicar diciendo: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos. “Los que piensan que han llegado han perdido el camino. Los que piensan que han alcanzado la meta, no han llegado a ninguna parte. Los que piensan que son santos son demonios”, Henri Nouwen